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Dedicatoria

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¡Otra vez próximas, sombras vacilantes, que una vez, hace mucho, os mostrasteis a mi turbada vista! ¿Intentaré yo reteneros esta vez? ¿Siento mi corazón inclinado todavía a aquel delirio? Estáis pugnando por acercaros a mí. Pues bien: podéis prevalecer, tal como del seno de los vapores y de la niebla os alzáis en torno mío. Mi pecho se siente juvenilmente estremecido por el aliento mágico que envuelve vuestro desfile.

Aportáis con vosotras las imágenes de placenteros días, y se alzan muchas sombras amadas; igual que una añeja leyenda medio olvidada, resurge con ellas el primer amor y la primera amistad; renuévase el dolor, y el lamento vuelve a seguir el laberíntico y extraviado curso de la vida, nombrando los bienes queridos que, engañados por la dicha, en horas risueñas, desaparecieron antes que yo.

No oyen los siguientes cantos las almas para quienes yo entoné los primeros; desperdigada está la multitud amada; extinguido, ¡ay!, el primer eco. Mi canción resuena para una muchedumbre desconocida, cuyo aplauso mismo inquieta a mi corazón, y aquellos que en otro tiempo se deleitaron con mi canto, si alientan aún, vagan por el mundo dispersos.

Y de mí se apodera un ansia largo tiempo ha no sentida, por esa plácida y augusta región de los espíritus; fluctúa ahora en imprecisos sones mi canción susurrante, parecida a las modulaciones del arpa eólica. Un estremecimiento me invade; las lágrimas suceden a las lágrimas; el apretado corazón siéntese blando y tierno; lo que poseo, me parece lejano, y lo desaparecido truécase para mí en realidad actual.

Fausto

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