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[ CAPÍTULO 1 ]

Un día después de regresar del colegio entré a mi casa para encontrarme con gente desconocida en la sala. Unos caminaban mirando los sillones y otros, la mesa del comedor. Mi abuela iba de un lugar a otro fumando, dejaba caer cenizas al suelo y mi papá daba precios de los muebles a extraños.

—No, esas sillas son de caoba, por esa cantidad no se las puedo vender, tampoco estamos rematando —le dijo mi papá a un señor insistente.

La idea de mudarnos a Israel fue extraña. Jamás se habló del tema. No sabíamos nada de hebreo, solamente Shalom, una palabra que en realidad cuenta como dos: paz y hola. Sabía también que tapuaj era manzana. Con esas dos palabras no podría darme a entender.

—Aprenderás —dijeron mis papás—, los niños aprenden rápido, además pueden hablar en inglés.

—¿Cuándo nos vamos?

—Como a finales del otro mes y no, no hay planes de regresar —dijeron.

—¿Y nuestras cosas? ¿Nos vamos a llevar nuestras camas y televisiones?

—¿Y nuestros juguetes? —preguntó mi hermano.

—Todo, nos llevaremos todo, solamente nos cambiareos de país. Podrán salir a jugar a la calle, ¿no quieren eso?— nos preguntaron.

—¿Podemos quedarnos? Porfa, nos queremos quedar —contestamos.

Mis papás soltaron la noticia así de repente, como si dijeran: “Mañana nos vamos a Amati, niños, empaquen su maletín”. Nada de explicaciones. Hicimos muchas preguntas: “¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cuándo regresaremos? ¿Llevaremos nuestras cosas?” Mi hermano comenzó a llorar.

Intentamos adivinar qué muebles nos llevaríamos. El órgano seguro no, por más que tomamos clases solo aprendimos la canción de Campanita. La vitrina en donde estaban los platos recargados seguro no, estaba empotrada en la pared, era horrible.

—¿Cree que se lleven la lámpara del comedor? —preguntó Gabriel.

—Espero porque me encanta.

—Yo también lo espero. ¿Dónde vamos a dormir si se llevan nuestras camas?

—¡Ay!, no sé. Estoy harta de esta casa que ahora parece tienda —le dije.

Con los días se vaciaba un poco más; la alfombra verde de la entrada, los muebles de jardín con todo y la sombrilla anaranjada. El sillón largo tapizado de flores y la mesita de vidrio en donde estaba el florero rojo despostillado. En el suelo estaban un montón de adornos que sí nos llevaríamos. Mi hermano me preguntó si vendían todo porque ahora éramos pobres, le dije que no sin estar segura. Tal vez no nos decían la verdad.

No importaba que me sacaran del colegio con tal de quedarme, pero luego aclararon que no era por eso: “Ya sabes, las cosas no están bien”.

Dicen que en Israel podremos salir a la calle solos, incluso ir en bicicleta al colegio. Desde hace tiempo no me dejan ir sola ni a la parada del bus y eso que está en la esquina. A las vecinas sí las dejan, pero mi mamá dice que eso es problema de sus papás, que son extranjeros y a ellos no les da miedo nada. Tampoco me dejan salir al jardín de la entrada por miedo a que salga. De todos modos la puerta tiene como mil chapas y es imposible salir por mi cuenta.

Hace unos meses mi mamá puso masking tape en todas las ventanas de la casa, no porque estuvieran rotas sino porque se podrían romper. Vi cuando pegó tiras largas formando un tipo de estrella o un enorme asterisco y ahora cuesta ver para afuera, me dan miedo las noches y solo logro dormir hasta que llega mi papá. A veces oigo ruidos, como explosiones a lo lejos, mi mamá dice que son cohetes, pero sé que no lo son. Los cohetes silban antes de estallar, hacen eco y huele a fogata. Cuando suenan imagino que son dinamitas, como las que salen en las caricaturas de Bugs Bunny, que explotan salpicando chispas por todos lados. Sé que no es así la cosa pero, imaginar como si todo fuera una caricatura, me asusta menos.

Mis abuelos hablan en inglés con mis papás cuando no quieren que entendamos, pero entendemos perfectamente. Sé que las cosas no están bien porque dicen palabras como terrible, worse y kidnap. Kidnap, es la que dicen más quedito y la que más me asusta.

Mi papá tiene un amigo al que secuestraron. Cuando lo soltaron no quería hablar con nadie. Su barba estaba demasiado larga y olía asqueroso. Escuché a mis papás hablar de él, de cómo cambió y de que seguramente no volvería a ser el mismo. Sally me dijo que a algunas personas las meten en hoyos en la tierra hasta que la familia paga el rescate. Pobre de la gente que no tiene dinero para pagar. Me hubiera gustado verlo y preguntarle si lo trataron bien y en dónde iba al baño, si podía ver tele para entretenerse o usaba la misma ropa todo el tiempo. Yo creo que los encierran en cuartos oscuros, les ponen vendas en los ojos, hablan de política y cosas así.

No sé nada de política, pero escucho a los adultos hablar todo el tiempo del gobierno y de los problemas del país, no hablan de otra cosa. Que la situación está peor que nunca, que si anoche bombardearon el Banco Industrial, que gracias a Dios fue en la noche y que esos desgraciados están arruinando al país. No sé quienes son los desgraciados ni por qué destruyen edificios. Cada vez que pregunto me dicen: “Ve a ver si puso huevos la cocha”.1

No me interesan sus conversaciones que son por lo regular en las cenas de Shabat.2 Mejor me siento en las piernas de mi abuelo y veo como pela sus manzanas con un cuchillo filoso. Puede pelarla completa sin romper la cáscara. Trato de no pensar en cómo será la vida sin ellos, nosotros tan lejos y ellos acá en Guatemala. Dicen que irán a vernos, pero no tan seguido porque es muy lejos, como a 16 horas de vuelo. Me cuesta imaginar qué hace uno sentado en un avión tanto tiempo.

—Hablaremos todos los domingos, Muñeca. Te lo prometo —me dijo mi abuela.

Mi día favorito de la semana es el domingo; almorzamos todos juntos en El Dorado y dejan que tome toda la Coca que quiero. Hay enfrente una tienda de dulces gringos que me encanta. Pregunté si podía comprar una bolsa grande porque no sabía si vendían los mismos allá. Me angustié de pensar que no habría Coca, así que tomé toda la que me cupo, pero luego dijeron que no me preocupara, que no íbamos al fin del mundo. Aunque parece que sí. Tantas horas en avión suenan como el fin del mundo.

Hace unas semanas casi veo un muerto. “Casi”, porque cuando por fin nos dejaron salir del colegio estábamos en el bus con Ariela y empujó mi cabeza para abajo. “No mires eso, es horrible, hay mucha sangre, ambulancias y todo”. Pensé que mentía aunque sí escuché sirenas y el chofer y la monitora que estaban con nosotros platicaban quedito.

Recordar ese día no me afectó como a mis papás. Toco el tema y dicen: “¡Ya estuvo! No volverá a pasar, así que ni pienses en eso”, pero sí lo pienso.

Aquel día me di cuenta de que algo no estaba bien porque los profesores actuaban raro. Se secreteaban y movían de un lugar a otro como moscas pensando qué hacer. Nos formaron y llevaron al jardín en donde son las asambleas generales. Estaba todo el colegio, hasta los de la universidad de al lado. Nunca nos reunían a todos. Nadie explicaba nada. El director dijo que había una situación afuera, que debíamos permanecer sentados y en silencio hasta que todo estuviera tranquilo. No entendíamos a qué se refería con “una situación”.

El primer bombazo nos dejó callados, me hubiera gustado que nos llevaran a algún salón para refugiarnos, afuera estábamos muy descubiertos, desprotegidos. El ruido fue muy distinto al de un cohete. Luego sonaron otros, como truenos, pero bien cerca y seguidos.

Nunca me compraron cohetes. Los puestos donde los venden a veces se incendian y muere gente. Las calles quedan llenas de papelitos rojos y blancos, como en una gran fiesta. “¿Ya ves que sí son peligrosos?”, decía mi papá levantando las cejas.

Ese día algunas profesoras se secaban las lágrimas y escondían rápido el Kleenex para que no nos diéramos cuenta que lloraban. Las niñas exageradas decían que nos caería una bomba y los niños se paraban para ver los helicópteros que volaban casi encima de nosotros. La miss, toda roja y nerviosa, nos decía: Guerillas on the roof, guerillas on the roof. 3 Ella pronuncia siempre todo mal, aunque en realidad “guerrilla” y “gorila” sí suenan parecido. Eso decía mientras en el techo caminaban soldados inexpresivos, con casco y rifles. En cualquier momento esperaba que gritaran: “¡Pecho tierra!” Así dijeron unos niños, seguramente lo escucharon en alguna película de acción.

Al día siguiente vi las fotos en La Prensa Libre, el encabezado decía: “Cuartel de guerrillas destruido, 14 muertos”. Había fotos de casas deshechas, nada de muertos ni sangre. Me arrepentí de no levantar la cabeza ese día, quería ver al muerto aunque fuera solo un bulto en el suelo. Leí la noticia sin entender todo. La guardé para que mi papá me explicara qué era faccioso, enfrentamiento y escombros. Aunque decía que hubo muertos, no pude ver ninguno.

Ariela me dijo que no me perdí de nada, que se parecen a los perros que vemos a veces tirados en la carretera.

Pobres.

1 Ir a ver si ya puso huevos la cocha significa que me desaparezca a hacer otra cosa para no escuchar de lo que hablan. Es cuando sé que su conversación se pondrá buena.

2 Shabat significa para los judíos descanso. Comienza el viernes a la caída del sol y termina el sábado cuando anochece. Se prepara una cena especial, se hace un pequeño rezo, cenamos con la familia y comemos un pan trenzado delicioso que se llama jalá. Me encantan los viernes, pero mi día favorito es el domingo.

3 Guerillas on the roof. En este caso hubiera sido muy útil que la maestra supiera algo de español. Gorilas en el techo me sacó un gran susto, por suerte nada más eran soldados.

Gorilas en el techo

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