Читать книгу Gorilas en el techo - Karen Karake - Страница 8

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[ CAPÍTULO 2 ]

Me cuesta no pensar en lo que pasó ese día en el colegio. Estuvo muy loco. Ni en las películas de acción pasan cosas así, con niños, en colegios. Aquí pasa de todo, como cuando entraron ladrones a mi casa el año pasado. Yo por suerte no estuve. Escuché pedacitos de la historia porque no querían hablar demasiado enfrente de nosotros, como si nos fuéramos a asustar o algo.

Lo que pasó fue que unos señores entraron a mi casa haciéndose pasar por técnicos que venían a componer el estéreo. Amarraron a mis papás a unas sillas con corbatas y los obligaron a darles todas las cosas de valor. No eran tan malas personas porque no les hicieron nada, eso dijeron, pero si alguien llega y te roba tus cosas, todas las cosas que quieres, no creo que sean tan buenas. Mi mamá dijo que pudo ser peor, que por suerte eran cosas materiales y ni modo, se reponen. El estéreo, al final, ni se lo llevaron.

Le conté a mis amigos la historia y me pidieron mil veces que la repitiera. Cada vez que la contaba agregaba detalles para hacerla más emocionante, hasta con sonidos exagerados y todo.

—¿Y estabas ahí?

—Por suerte no —dije.

—¡Uy! Imagínate si te hubieran llevado con ellos.

—No, lo que querían eran joyas y dinero, ¿para qué me hubieran necesitado?

—¿Cómo que para qué? Si no pagás, te matan. O a veces mandan un dedo a la familia o una mano.

—Yo no podría cortar así a alguien—dije yo. Sally dijo que ella mandaría el dedo chiquito del pie, porque ese no sirve para nada y con zapatos no se ve.

Sus papás decidieron que también se iban del país, no para siempre sino hasta que se calmaran las cosas, dijeron.

—¿Cómo así que hasta que se calmen las cosas? —preguntamos. Era triste que nos separaran.

—¿Y a dónde se van?

—A Costa Rica, ahí vive mi tía, ya nos tiene colegio y todo

—¿Costa Rica? Es mero pueblo, ¿o no?

—Eso dicen, pero al menos es seguro —contestó.

—¿Cómo no va a ser seguro si no hay nada que robar? —dijo Pamela.

Los sábados siempre estamos juntas. Dormimos cada vez en otra casa. Sabemos todos nuestros secretos y ya nos vimos desnudas. Lo de la desnudada fue idea de todas, pensábamos que las amigas debían conocerse completitas.

Un día pusimos música y cada una bailó encima de la cama quitándose ropa. Yo no podía dejar de ver lo diferentes que éramos, me daba pena quedarme viendo las chichis de Sally, que ya estaban medio grandes, y lo plana que era Beca. Como estábamos bailando, nos volteábamos y dábamos vueltas para que no nos diera pena. Me hubiera gustado hacer eso seguido, pero no puedo sugerir ese tipo de ideas sin que piensen que soy una morbosa.

El cuerpo de cada una es muy distinto. A algunas ya les están saliendo chichis, pero ver a las demás es divertido. Cuando sea mayor, quiero tenerlas grandes grandes, como les gustan a los niños de mi clase que solo hablan de eso y tienen en sus lockers pósters de mujeres en bikini.

Me robé unas revistas de la casa de mi tío y con Gabriel las veíamos por horas. No sé por qué se lo conté a Mercedes, la psicóloga con la que dizque voy para que me ayude con todo esto del cambio.

—Eso no está bien —dijo.

—¿Lo de verlas o lo de robármelas?

—Las dos cosas.

No hice caso de ninguna de las dos.

Gorilas en el techo

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