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[ CAPÍTULO 3 ]

Le regalé a Cata mis cuadernos medio vacíos para que repitiera las planas que le enseñé. Practicábamos diario las letras y palabras, la hacía copiar párrafos enteros del libro Corazón. Lo que yo aprendía en la clase de Español en la mañana, se lo enseñaba en las tardes.

Ella no fue al colegio, pero es inteligente, lo que no sabía era escribir. La escuché hablando con una amiga suya y le pregunté qué idioma era ese. “Es cachiquel”, me dijo. “Kak-chi-kuel”, repitió despacio. Cuando pedí que escribiera alguna palabra se mató de la risa y vi ese su diente que tiene dorado alrededor, “¿No te dij´ pues, que no sé escribir?”. Ese día comenzamos las clases.

Es buena alumna, hace siempre sus deberes y casi no tengo que corregirle nada aunque a veces me invento alguno que otro error para poder usar mi lápiz rojo y tacharle algo como lo hacen en el colegio.

Un día me dijo que como ya se sabía el abecedario, se lo iba a enseñar a sus hermanitos, que si yo le podía prestar unos lápices y un poco de papel.

—Es que 12 somos —me dijo tapándose la boca mientras se reía, como si le diera pena reírse o tener tantos hermanos.

—¿12? —pregunté.

—Bueno somos 15, pero los otros tres ya andan muertos —dijo y como sonreía, pensé que lo estaba inventando.

Tampoco hablaba mucho de su familia, nomás que a uno de sus hermanos lo mataron y que otros tres estaban desaparecidos.

—¿Desaparecidos? —le pregunté—. ¿Cómo así?

—Pues así. Qué ratos que no sabemos nada de ellos.

Me dijo que allá donde viven es puro campo, que siembran maíz, que tienen gallinas y pollos y que le encantan los bananos.

—A mí también —dije, pero ella dice que los de su pueblo son más ricos—. Ay sí, pues, ¿qué tanta diferencia hay entre uno de aquí y uno de allá?

—Son bien diferentes.

Cata es de Chimaltenango que queda como a dos horas y media de aquí. No es tan lejos, pero creo que nunca iré. Conozco muy pocos lugares de Guatemala. Cuando sugiero que vayamos a alguno, me dicen mis papás:

—¿Estás loca? ¿Qué creés que vivimos en Suiza? Pero ese es otro lugar al que creo que tampoco iremos.

Cuando algo pasa en Guatemala, la gente no deja de hablar de lo mismo por semanas, incluso meses. Si alguien tiene alguna novedad, se agrega ese nuevo pedacito de información a la noticia y dale otra vez con lo mismo, igual que un disco rayado.

Hace como un año hubo un incendio en la embajada de España y murieron 37 personas. Me enteré porque a ese tema le dieron duro. Unos indígenas y estudiantes de secundaria secuestraron la embajada, “Fueron los guerrilleros”, decía todo el mundo. Ahí supe que podían secuestrar lugares y no sólo gente.

—¿Qué es lo que pasa, papi? Explicáme, no entiendo nada.

—Lo que pasa es que esta gente quiere llamar la atención del mundo para que se sepan las malas condiciones de trabajo en el campo.

—¿O sea que no los dejan trabajar en paz? —le pregunté.

—Hay guerrilleros que les quitan tierras a los campesinos para quedárselas —explicó—, es como si vinieran a quitarnos la casa, así nomás, porque se les dio la gana.

—¿Cómo son los guerrilleros? ¿Traen pistola y capuchón?

—Creo que sí, pero no te toparás con ninguno.

—¿Por? —pregunté, pero solo me vio con su cara de piensa antes de hacer una pregunta tonta.

Cata dice que ella sí los ha visto en su pueblo y está segura de que ellos son los que se llevaron a sus hermanos. —¿Por qué? ¿A dónde los llevan?

—A saber.

Un niño de mi clase nos contó que murió el papá de una amiga de mi clase. Todos queríamos saber qué pasó. ¿Se lo llevaron? ¿Lo metieron en un cuartito? ¿Le daban comida? Pero nos dijo que él sí murió por una enfermedad.

—Ah.

Los martes y jueves voy a Tarbut,4 mis clases de hebreo y tradición. Lo que más me gusta de ir son dos cosas: El pan con frijol y el cuartito donde jugamos a secuestrarnos. Es chiquito y escondido detrás de uno de los salones, no tiene techo pero sí mucha luz, así que no da miedo. El chiste del juego es agarrar a un niño y encerrarlo ahí hasta que alguna maestra se de cuenta que no está. Luego clausuraron el escondite porque unas mamás se quejaron de que sus hijos tenían miedo de dormir por la noche.

Con mi hermano tenemos un juego, se llama: “¿Qué prefiere?” No hay reglas, uno tiene que escoger entre dos o tres opciones.

—¿Qué prefiere, comerse el moco de Patty? (La niña más fea de mi clase), ¿o chuparle el pie al Mr. Smith? (El maestro de mate).

Las preguntas luego cambiaron.

—¿Usted qué prefiere, morirse balaceada o quemada? — preguntó Gabriel.

—Baleada. ¿Y usted qué prefiere? —pregunté—. ¿Que lo secuestren o que lo metan a la cárcel?

Mis papás se enojan cuando jugamos eso.

Otra cosa de lo que se habló mil veces fue del bombazo en el Parque Central. Estuvo muy feo porque también murió un niño. Vi las fotos del periódico: Había un carro todo explotado, ya ni parecía carro. En otra foto, un montón de gente corriendo, como perseguidos por toros y en las demás, basura y humo. Le dije a mi abuela que no era justo.

—¿Qué tal si yo hubiera caminado ahí con ustedes y estalla una bomba? ¿Y si hubiera muerto yo?

—Tocá madera, mamita. Dios guarde —decía tocando la mesa que tenía cerca.

Un niño de mi clase dice que es muy fácil hacer bombas Molotov. Que se agarra una botella, se llena de gasolina y se cierra con un pedazo de tela, esa es la mecha. Se le prende fuego y dice que hay que aventarla lejos para que no le estalle a uno. Otros niños que se creen la gran cosa dicen que no se le pone gasolina sino aceite de carro.

—¿Cómo saben eso? — pregunté a mi mamá a ver si sabía.

—¿De dónde se te ocurren esas cosas?

—Nomás, así.

Mi libro, Corazón, se trata de un niño llamado Marco, es de Italia y va a Argentina para buscar a su mamá. Tiene que viajar al otro lado del mundo, dejar su casa y su país a un lugar que no conoce, a vivir con gente que ni siquiera habla su idioma. Por eso me gusta leerlo, de alguna forma nos parecemos.

4Tarbut significa cultura. Para mí, son las clases de hebreo a las que voy los martes y jueves. Dizque aprendo hebreo y tradición judía, pero hasta la fecha no sé nada. Si mis papás supieran a lo que voy…

Gorilas en el techo

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