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MONTPELLIER


Emplazamiento ~ La ciudad ~ Suciedad ~

Fábrica de perfumes ~ Teatro

Tan fértil y bien cultivados como son los campos circundantes, tan encantadora y atractiva como es esta tierra, así de antipática, sucia y oscura es esta ciudad, en la cual, sobre todo por motivos de salud, siempre residen muchos forasteros. La falta de limpieza raya en inmundicia, de manera que las callejuelas más pequeñas apenas se pueden atravesar del asco que dan. Esta suciedad ya debió de haber llamado la atención antiguamente, por lo menos ya se menciona en una pieza cómica medieval que se encuentra en los conocidos Fabliaux ou Contes du XIII et du XII siècle de Legrand. Ahí se cuenta cómo un campesino que solía llevarse a lomos de un burro las inmundicias de las calles para abonar sus campos, un día se desmayó al pasar por una zona de la ciudad donde el aire estaba perfumado de aromas y olor a rosas; entonces se le puso una porción del abono de las calles bajo la nariz y volvió en sí al momento. Estos aromas todavía se sienten hoy en día. Es muy digna de ver la fábrica de perfumes de Ribau, que tiene una lista de 116 diferentes artículos, entre esencias, pomadas, ungüentos y similares, y posee un plantío de 40.000 rosales.

Por lo demás, la ciudad puede enorgullecerse de tener, además de dos excelentes paseos y un acueducto, un bello teatro. En un semicírculo, las filas de los palcos retroceden la una sobre la otra, de manera que la vista no tropieza nunca con esquinas ni ángulos y puede abarcarlo todo de golpe. El color predominante es el azul claro, sobre el cual resulta muy armonioso el blanco plateado con que están pintados los ornamentos de arabescos. Igualmente risueño y sereno es el telón azul, ocupado completamente por un sol radiante. Este teatro es parecido al que se ha construido recientemente en Ratisbona.

Mi acompañante inglés tuvo la desgracia de encontrar en el comedor de la hospedería a un cobrador de deudas venido del extremo norte de Alemania. Por esta coincidencia fatal se descubrió el delicado estado de sus finanzas, que él pretendía remediar, como nos confesó entonces por primera vez, mediante un negocio de litografías, ya que la mitad de su sueldo de oficial no le bastaba. Aseguraba que ahora podría ser coronel si hubiera permanecido en el regimiento, pero su única ambición era agradar a las damas y estaba tan empeñado en ello que pasaba su tiempo de ocio redactando cartas de amor por adelantado para estar preparado en cualquier momento propicio. Entonces nos separamos: él se fue a Marsella y yo a Toulouse.

Fragmentos de un viaje por el sur de Francia, España y Portugal en 1802

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