Читать книгу Ningún hueso roto - Kathy Reichs - Страница 11
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ОглавлениеCorregí otros tres exámenes antes de quedarme dormida. Tumbada de lado en las almohadas, floté en aquel limbo entre estar despierto y dormitando, y tuve sueños sin sentido. Corría por la playa. Ordenaba huesos con Emma.
En uno de ellos estaba sentada en un círculo en una reunión de Alcohólicos Anónimos. Ryan estaba allí. Pete. Un hombre alto y rubio. Los tres mantenían una conversación, pero yo no escuchaba sus palabras. Sus rostros estaban en sombras, así que tampoco podía ver sus expresiones.
Me desperté en la habitación bañada por una luz naranja y una brisa que sacudía las hojas de las palmeras contra la galería. El reloj marcaba las ocho y diez.
Fui al baño y me rehíce el moño. Mientras dormía, a mis rizos les había dado por la rebeldía. Me humedecí el pelo, cogí un cepillo y puse en marcha el secador. Me detuve a medio peinarme. ¿Por qué? ¿Y por qué antes me había maquillado? Tiré el cepillo y me apresuré a bajar las escaleras.
La casa de Anne está comunicada con la playa a través de una larga pasarela de tablas. Un cenador ocupa una terraza en el punto más alto de la pasarela en su trayecto por encima de las dunas. Pete estaba allí. Bebía una copa de vino y los últimos rayos de sol calentaban sus cabellos.
El pelo de Katy. El eco genético era tan fuerte que nunca podía mirar a uno sin ver al otro.
Iba descalza, así que Pete no me oyó acercarme. Había dispuesto la mesa con un mantel, velas, un jarrón con flores, un cubo de hielo, platos, copas y cubiertos para dos. Una nevera en el suelo del cenador.
Me detuve sin más, retenida por una repentina sensación de pérdida.
No me creo la filosofía de «solo hay un compañero del alma», pero cuando conocí a Pete la atracción había sido como una fusión nuclear. Un puño me apretaba los intestinos cuando nuestros brazos se rozaban. El corazón se desbocaba cuando veía su rostro entre la multitud. Había sabido desde el primer momento que Pete era el tipo con el que me casaría.
Ahora miré su rostro, los surcos de las arrugas, la tez bronceada, la línea del pelo en la frente un poco más atrás. Me había despertado con aquel rostro delante de mis ojos durante más de veinte años. Aquellos ojos habían mirado con asombro el nacimiento de mi hija. Mis dedos habían rozado aquella piel mil veces. Conocía cada poro, cada músculo, cada hueso.
Todas las excusas que aquellos labios habían construido.
Todas las veces que la verdad había destrozado mi corazón.
De ninguna manera. Se había acabado.
—Hola, chico.
Pete se levantó y se volvió al oír el sonido de mi voz.
—Ya creía que me habían dado plantón.
—Lo siento. Me quedé dormida.
—¿Una mesa junto a la ventana, señora?
Me senté. Pete se puso una servilleta en el brazo, sacó una lata de Coca-Cola light del cubo de hielo y la apoyó en la muñeca para que la inspeccionara.
—Una cosecha excelente —comenté.
Pete me llenó la copa y después comenzó a servir la comida. Gambas con pimienta, trucha ahumada, ensalada de langosta, espárragos marinados, brie, cuadraditos de pan de centeno, pasta de aceitunas negras y anchoas.
Dudaba de que mi ex marido pudiese sobrevivir en un mundo sin una buena tienda para gourmets.
Comimos contemplando como los rayos de sol cambiaban de amarillo a naranja, y luego a gris. El océano estaba en calma y nos obsequiaba con el rumor de las olas en la playa como una sinfonía de fondo. De vez en cuando sonaba el grito de un ave marina y el de otra que respondía.
Acabamos la cena con una tarta de lima mientras el gris daba paso al negro.
Pete quitó la mesa y después ambos apoyamos los pies en el borde de la balaustrada.
—La playa te sienta bien, Tempe. Tienes muy buen aspecto.
Pete en su estilo desenfadado. Pete Peterson.
Repetí mi advertencia anterior.
—Esto no es una cita, Pete.
—¿No puedo mencionar el hecho de que se te ve bien? —Pura inocencia.
Unas mustias luces amarillas comenzaban a aparecer en las casas a lo largo de la playa. Se acababa otro día. Pete y yo mirábamos en silencio, la brisa jugando con nuestras cabelleras.
Cuando Pete habló de nuevo, su voz tenía un tono más profundo.
—Me cuesta mucho recordar por qué nos separamos.
—Porque me ponías de los nervios y eras espectacularmente infiel.
—Las personas cambian, Tempe.
Cualquier respuesta al comentario parecía idiota, así que no dije nada.
—¿Alguna vez has pensado...?
En aquel momento sonó mi móvil. Lo saqué del bolsillo y apreté el botón verde.
—¿Cómo está la mujer más hermosa del planeta? —Ryan.
—Bien. —Bajé los pies y me volví a medias en la silla.
—¿Un día ocupado?
—No está mal.
—¿Alguna noticia de tu esqueleto?
—No.
Pete se sirvió otra copa de chardonnay, y después levantó una lata de Coca-Cola en mi dirección. Negué con la cabeza.
Los sonidos se transmiten por las ondas. O tal vez Ryan captó mi reticencia.
—¿Es un mal momento?
—Estoy acabando de cenar. —Una gaviota chilló en pleno vuelo.
—¿En la playa?
—Hace una noche preciosa. —Una estupidez. Ryan sabía de mi preferencia por cenar sola—. Pete preparó una cena en la playa.
Ryan no dijo nada durante cinco segundos. Luego:
—Vale.
—¿Cómo está Lily?
—Bien. —Otra larga pausa. Después—: Hablaré contigo más tarde, Tempe.
Me encontré escuchando el zumbido.
—¿Problemas? —preguntó Pete.
Sacudí la cabeza.
—Me voy a la cama. —Me levanté—. Gracias por la cena. Ha sido un placer.
—El placer ha sido mío.
Comencé a caminar por la pasarela.
—Tempe.
Me volví.
—Cuando estés dispuesta a escuchar, quisiera hablar contigo.
Reanudé el camino hacia la casa, consciente de la mirada de Pete fija en mi espalda.
La siesta tardía me tuvo despierta hasta bien pasadas las tres de la madrugada.
¿No sería por la inquietud ante el desagrado de Ryan? Le había llamado varias veces pero no me había atendido.
¿Ryan estaba disgustado? ¿Estaba paranoica? Él era quien había ido a Nueva Escocia a visitar a Lily. ¿La madre de Lily no estaba en Nueva Escocia?
Lo que fuese.
¿Qué preocupaba a Emma? La persona que la había llamado el sábado no le había dado buenas noticias, eso era obvio. ¿Tenía problemas por el caso del crucero?
¿Quién había estado aparcado delante de la casa de Anne a primera hora de la mañana? ¿Dickie Dupree? Me había amenazado, y yo no lo había tomado en serio. ¿Dupree llegaría hasta al extremo de la intimidación física? No, pero bien podía haber enviado a alguien.
¿Dupree podía tener alguna relación con el esqueleto enterrado en Dewees? Parecía un tanto traído por los pelos.
¿Las bacterias habían contaminado de verdad los huesos del hombre del hielo? ¿Cinco mil años en los Alpes y ahora es comida para microbios?
¿Por qué kétchup se escribe de dos maneras? ¿Catsup? En cualquier caso, ¿cuál era el origen del nombre?
Di vueltas y más vueltas en la cama y el lunes me levanté más tarde de lo esperado.
Llegué al hospital pasadas las diez. Emma estaba allí. También el dentista forense, un gigante con un chándal que debía de haber comprado en alguna tienda que liquidaba por cierre. Emma me lo presentó como Bernie Grimes.
El apretón de manos de Grimes era uno de aquellos que no sabes cómo aceptar. Demasiado débil para sostener. Demasiado pegajoso como para que resbalase.
Liberé mi mano y sonreí a Grimes. Me devolvió la sonrisa, con el aspecto de un silo envuelto en poliester azul.
Emma ya había traído la camilla con el esqueleto desde el frigorífico. Yacía en la misma camilla que había ocupado el sábado, un gran sobre marrón le tapaba las costillas. Las placas dentales estaban colocadas en la caja de luz.
Grimes nos guio punto a punto por una descripción de las características morfológicas, la higiene oral y toda la historia dental de CCC-2006020277. Fumador. Mal cepillado. No usaba hilo dental. Empastes. Caries sin tratar y una enorme cantidad de sarro. No había visitado un dentista en muchos años antes de morir. Yo apenas si escuchaba. No veía la hora de comenzar con los huesos.
Grimes acabó por fin con las explicaciones y él y Emma se marcharon para rellenar un formulario del CNIC. Examiné una por una todas las radiografías de cuerpo entero. El cráneo. Los miembros superiores. Los miembros inferiores. La pelvis.
Nada. No me sorprendió. No había visto nada obvio mientras manipulaba los huesos.
Pasé al torso.
Como no quedaba carne para sujetar las costillas en su lugar, el técnico las había colocado planas y había hecho las radiografías desde arriba. No vi nada sospechoso en la arcada derecha. Estaba acabando con la izquierda cuando vi algo en forma de una media luna oscura cerca del extremo vertebral de la duodécima costilla.
Fui hasta la camilla, busqué la costilla y la puse bajo el microscopio. Al ampliarla, la imperfección parecía ser un corte pequeño y profundo con un reborde óseo en la parte inferior de la costilla. Aunque pequeño, el defecto era real.
¿El corte había sido causado por la hoja de un cuchillo? ¿Nuestro desconocido había sido apuñalado? ¿No podía ser la marca de un artefacto post mortem? ¿De una paleta? ¿Un caracol o un crustáceo? Por mucho que cambié el ángulo de la costilla, por mucho que incrementé los aumentos o ajusté la luz de fibra óptica, no podía decirlo.
Volví a las radiografías para examinar las clavículas y el esternón, los omóplatos y luego el resto de las costillas. No había nada extraño.
Pasé a la columna vertebral. Las vértebras habían sido radiografiadas separadas y planas, como las costillas, y a continuación articuladas y puestas de lado.
En un apuñalamiento, a menudo el arco posterior o el lado trasero del cuerpo vertebral es el que recibe el impacto. Repasé las placas de las vértebras. Ninguna daba una visión clara de dichas superficies.
Una vez más al esqueleto. Comencé la inspección hueso a hueso. Roté y observé cada elemento con la lente de aumento rodeada por un tubo fluorescente.
No encontré nada hasta que comencé con la columna.
Cada pieza está especializada. Incluso las vértebras. La séptima cervical soporta la cabeza y permite la movilidad del cuello. La duodécima torácica ancla la caja de las costillas. Las cinco lumbares dan la curva inferior. Las cinco sacras forman la cola ósea de la faja pélvica. Diferentes trabajos. Formas diferentes.
Fue la sexta cervical la que llamó mi atención.
Simplifico demasiado. Las vértebras del cuello tienen otro trabajo además de soportar la cabeza. Uno de ellos es ofrecer una vía de paso a las arterias que van a la parte posterior del cerebro. La ruta de paso incluye un orificio pequeño, o foramen, en el proceso transverso, una pequeña plataforma ósea entre el cuerpo de la vértebra y su arco. CCC-2006020277 presentaba una fractura en esquina que serpenteaba a través del proceso transverso izquierdo, en el lado del cuerpo del agujero.
Acerqué el hueso a la lente. Encontré una fractura del grosor de un pelo en el lado del arco del agujero.
No había señal de que hubiera soldado. Abierta. Aquí no había ninguna duda. Ambas fracturas habían sido causadas en hueso fresco. La herida se había producido alrededor del momento de la muerte.
Me recliné en la silla y pensé.
C-6. Parte inferior del cuello.
¿Caída? Las caídas causan un súbito impacto excesivo. Dicho impacto puede producir una fractura en la vértebra. Pero las fracturas debidas a las caídas por lo general son de naturaleza compresiva, y casi siempre afectan al cuerpo vertebral. Esta era una fractura en esquina. En el proceso transverso.
¿Estrangulación? La mayoría de las veces la estrangulación afecta al hioides, un hueso pequeño delante de la garganta.
¿Traumatismo cervical? Poco probable.
¿Un golpe en la barbilla? ¿En la cabeza?
No se me ocurría ninguna posibilidad que encajase con el patrón que estaba viendo.
Desilusionada, seguí adelante.
Encontré más cosas.
La duodécima vértebra torácica presentaba un par de muescas similares a la que había visto en la duodécima costilla. La primera y la tercera vértebra lumbar tenían una muesca cada una.
Como en la fractura del cuello, el patrón de las muescas era confuso. Todas estaban localizadas en la cara ventral.
¿Marcas de cuchillo? Para penetrar hasta la parte frontal de una vértebra lumbar tienes que empujar con la fuerza suficiente para atravesar todo el abdomen. Eso es mucho empujar.
Estas eran unas muescas muy pequeñas. Hechas con una herramienta muy afilada.
¿Qué demonios había pasado?
Continuaba pensando cuando volvió Emma.
—¿Grimes se ha marchado? —pregunté.
Emma asintió. El poco color que había mostrado antes se había esfumado de su rostro para acentuar las bolsas oscuras debajo de los ojos.
—Hemos rellenado el formulario. Ahora es cosa del sheriff.
Aunque el CNIC funciona las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, durante todo el año, solo los miembros de las fuerzas de la ley federales, estatales y locales pueden introducir datos.
—¿Lo introducirá Gullet de inmediato?
Emma levantó ambas manos en un gesto de «¿Quién sabe?». Acercó una de las sillas que estaban junto a la pared y se sentó con los codos apoyados en los muslos.
—¿Qué te pasa?
Emma se encogió de hombros.
—Algunas veces todo parece tan inútil.
Esperé.
—Gullet no añadirá la etiqueta de urgente a este caso. Cuando introduzca a nuestro tipo en el sistema, ¿qué probabilidades tenemos de acertar? Para introducir a un adulto desaparecido en la base de datos de acuerdo con las nuevas reglas, la persona tiene que ser minusválida, víctima de un desastre, abducida o secuestrada, en peligro...
—¿Y eso qué significa?
—Que ha desaparecido en compañía de alguien en circunstancias que pueden sugerir que su seguridad física está en peligro.
—Por lo tanto, muchas de las personas desaparecidas no entran nunca en la base de datos. ¿Puede ser que nuestro tipo no entrase en el ordenador cuando se esfumó?
—El razonamiento es que la mayoría de los adultos desaparecidos se han marchado por voluntad propia. Maridos que abandonan la ciudad con sus amantes. Esposas cansadas que buscan algo más. Morosos que escapan de las deudas.
—La novia fugada. —Me refería a un caso que había sido exprimido al máximo por los medios hacía poco.
—Son los casos que aparecen en los titulares los que alimentan la idea. —Emma extendió las piernas y se reclinó en el respaldo—. Pero es verdad. La gran mayoría de los adultos desaparecidos son personas que solo intentan escapar de sus vidas. No hay ninguna ley que lo impida, e introducirlos a todos sobrecargaría el sistema.
Emma cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
—Dudo que este tipo desapareciese sin más —comenté, y me volví hacia la camilla—. Mira esto.
Estaba acomodando la vértebra cuando oí un movimiento y luego un golpe que me detuvo el corazón.
Me volví como un rayo.
Emma yacía acurrucada en el suelo de baldosas.