Читать книгу Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер - Страница 12

Capítulo 7

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¡JANE! –Antonio, el propietario y chef del restaurante, salió de la cocina para saludar personalmente a Jane cuando esta llegó, poco después de las ocho y media del miércoles.

No había llegado deliberadamente tarde; tal como le había advertido a Felicity, había tenido que retrasarse a causa del cóctel. Además, había tenido que cambiarse para asistir a la cena. Afortunadamente, se había llevado un vestido negro y unos zapatos de tacón y había podido salir directamente desde el cóctel hacia el restaurante en cuanto había terminado de recoger.

Antonio y ella eran viejos amigos. Dos años atrás, Jane no estaba particularmente familiarizada con la pasta, así que había decidido acudir a un experto para aprender antes de poner en funcionamiento su negocio. Había pasado un mes en aquel restaurante, trabajando en la cocina junto a Antonio, y a pesar de todo lo que había oído sobre el carácter temperamental de los chefs italianos, de los que Antonio constituía un buen ejemplo, había disfrutado mucho durante aquel mes. Al final de aquel período, Antonio y ella habían llegado a ser grandes amigos.

Tras besarse mutuamente en las mejillas, Jane le dirigió una sonrisa radiante al atractivo italiano.

–He venido a cenar con el señor y la señora Warner.

Antonio arqueó las cejas con expresión traviesa.

–Y con el señor Vaughan –añadió.

¡Gabe estaba allí! Jane no había vuelto a hablar ni con Felicity ni con Richard desde la llamada del sábado, de modo que no sabía si Gabe había aceptado o no la invitación. La sonrisa de Antonio indicaba que no solo la había aceptado, sino que ya había llegado al restaurante.

–Y el señor Vaughan –repitió ella–. Deja de sonreír así, Antonio. Esta es una cena de negocios –lo cual no era estrictamente cierto, pero, al fin y al cabo, tampoco era aquella la cena de placer que Antonio parecía creer.

–Tú siempre trabajando, Jane –alzó las manos, haciendo un gesto de exasperación–. Aunque nunca has venido a mi cocina vestida de ese modo –contempló con gesto de admiración el vestido negro, un modelo corto que realzaba la perfección de su figura y la largura de sus piernas.

–Dime en qué mesa están, Antonio –le pidió Jane, consciente de que se estaba retrasando demasiado.

–Haré algo mejor que eso –la tomó del brazo–. Esta noche tú eres mi cliente, Jane. Te mostraré personalmente tu mesa.

Ser conducida hasta su mesa por el atractivo propietario del restaurante, no era la forma más discreta de llegar. Todos los comensales volvían la cabeza para verlos pasar y Jane ni siquiera se atrevía a mirar a los tres que la estaban esperando. Era consciente, sin embargo, de que Richard y Gabe se habían levantado en cuanto Antonio había sacado su silla y le estaba señalando con un historiado gesto que se sentara.

A continuación, Antonio le tomó la mano y se la besó.

–Ha sido maravilloso volver a verte, Jane –dijo con voz ronca. Le dirigió una significativa mirada y se alejó de allí.

Aquel hombre era el diablo en persona, pensó Jane irritada, mientras intentaba dominar el rubor de sus mejillas. Había insinuado deliberadamente que…

–¿Mutuo reconocimiento profesional? –intervino entonces una voz ya familiar para ella.

Jane se volvió lentamente para encontrarse con la mirada burlona de Gabe, esperando ser capaz de disimular el nerviosismo producido por aquel nuevo encuentro con él.

–Exactamente, Gabe –le contestó con altivez–. Admiro las cualidades profesionales de Antonio. Y creo que él también me respeta profesionalmente –añadió con expresión desafiante.

Que el cielo la ayudara. Gabe estaba devastadoramente atractivo. Se había puesto para la ocasión un traje negro y una camisa blanca como la nieve. Jane contuvo la respiración mientras le sostenía la mirada.

Con el pretexto de extender la servilleta sobre sus rodillas, intentó aplacar el temblor de sus piernas. Había sido un error, decidió, haber vuelto a reunirse con Gabe.

–Buenas noches, Felicity, Richard –se volvió sonriente hacia la pareja–. Y, una vez más, quiero agradeceros que me hayáis invitado.

–Gracias a ti por haber aceptado la invitación –le aseguró Richard, mucho más relajado que la última vez que Jane lo había visto.

–No sabía que conocías a Antonio –comentó Felicity con una intencionada sonrisa.

Jane le devolvió pesarosa la sonrisa. Mientras lo hacía, podía sentir los ojos azules de Gabe fijos en ella. ¿Nadie le habría explicado a ese hombre que era de mala educación mirar así a la gente? Probablemente, pero Gabe estaba acostumbrado a dictar sus propias normas, a hacer siempre lo que le apetecía. Y en ese momento, por incómoda que pudiera sentirse ella, lo que le apetecía era mirarla.

–Estuve trabajando aquí durante un tiempo –le explicó a Felicity. No encontraba nada malo en decir la verdad. Ella trabajaba para ganarse la vida y, por mucho que sus padres odiaran que tuviera que hacerlo, era un hecho irreversible–. Fue aquí donde aprendí a esquivar objetos de cocina voladores –la paciencia de Antonio era inexistente en lo que a sus ayudantes de cocina se refería.

–Es un hombre temperamental, ¿eh? –comentó Gabe, con cierta indiferencia.

–Como la mayor parte de los hombres que he conocido –respondió Jane suavemente.

–Te refieres a los que has conocido en la cocina, por supuesto –replicó Gabe desafiante.

–Por supuesto –respondió ella secamente.

Gabe se echó a reír, sacudiendo ligeramente la cabeza.

–Me alegro de volver a verte, Jane Smith –dijo con voz ronca.

Jane no estaba muy segura de lo que sentía al estar nuevamente cerca de él. El pulso se le había acelerado considerablemente al ver lo atractivo y poderosamente masculino que estaba con aquel traje. Al mismo tiempo, todavía temía lo que Gabe podía haber averiguado sobre ella durante la visita que había hecho a sus padres. Y no podría decir cuál de esos dos sentimientos era más fuerte.

–¿Cómo están las flores? –preguntó Gabe ante su continuado silencio–. ¿O las regalaste en cuanto me fui?

Jane miró a Felicity y a Richard. Ambos parecían estar concentrados en sus respectivas cartas. Pero Jane estaba segura de que Felicity no se estaba perdiendo detalle de aquella conversación.

En cuanto a las flores, en un primer momento Jane no estaba segura de si se refería a las flores que le había regalado a ella o a las que les había llevado sus padres. Afortunadamente, su pregunta lo aclaraba.

–Eso habría sido de muy mala educación, Gabe –le respondió fríamente–. Sobre todo teniendo en cuenta las molestias que te tomaste para entregármelas –señaló.

–Oh, no fue ninguna molestia en absoluto –respondió Gabe divertido–. Y además, conseguí que me invitaras a cenar después en tu casa.

¡Aquel hombre era terrible! Y por la sonrisa de Felicity, era evidente que había ganado el primer asalto.

–Es muy divertido cocinar en pareja –la efervescente Felicity ya no era capaz de seguir manteniéndose al margen de la conversación–. Nosotros solíamos hacerlo, ¿verdad? –se volvió sonriente hacia su marido.

Richard levantó la mirada de la carta.

–A juzgar por tu estado, todavía seguimos haciéndolo –bromeó.

Felicity se sonrojó intensamente.

–Estaba hablando de cocinar, querido –le reprendió entre risas.

Jane no pudo menos que admirar la evidente felicidad de aquella pareja. Felicity tenía la misma edad que ella y contaba ya con un marido maravilloso que la adoraba, dos hijas encantadoras y un tercer bebé en camino.

Jane había añorado todas aquellas cosas en otra época. Y, durante algún tiempo, incluso había llegado a pensar que realmente las tendría. Se entristeció al pensar en lo fugaces que habían sido sus sueños.

Pero se dio entonces cuenta de que Gabe estaba mirándola, arqueando las cejas con gesto interrogante mientras observaba las diferentes expresiones que cruzaban su rostro.

Jane recompuso sus facciones en su habitual inescrutable expresión.

–Creo que ya deberíamos pedir la cena –musitó, sonriendo a Vicenzo, que se había acercado a ellos y le había dirigido una amistosa sonrisa al reconocerla.

Pero la sonrisa de Jane tembló en sus labios cuando se volvió y comprobó que Gabe continuaba observándola. En aquella ocasión con una dura expresión, como si quisiera decirle que no le había gustado nada aquel intercambio de sonrisas con el camarero.

¿Pero qué demonios esperaba?, se preguntó Jane. Tenía veintiocho años, y el hecho de que los hombres la hubieran desilusionado no significaba que ellos hubieran dejado de coquetear con ella. Al fin y al cabo, él mismo lo había hecho en cuanto los habían presentado. Sin embargo, por su expresión parecía estar diciendo que era él el único hombre que tenía algún derecho a hacerlo.

Por otra parte, que a la mayor parte de los hombres les gustara flirtear, no significaba que quisieran ir más allá. Y Vicenzo era el primer ejemplo de ello. Jane sabía que adoraba a su esposa. Además, la propia Anna se encargaría de dejarle las cosas claras a su marido en el caso de que este se propusiera algo más que un inocente coqueteo.

Gabe despejó ligeramente el ceño al ver a Vicenzo hablando amistosamente con Jane. Y cuando esta lo miró con expresión burlona, se encogió ligeramente de hombros, como si quisiera decirle que admitía haberse equivocado.

Pero no era solo con Vicenzo con quien se había equivocado, decidió Jane irritada. Gabe no tenía ningún derecho a sentir celos de ningún hombre. Un ramo de flores y una cena compartida no le concedían ningún derecho sobre ella.

A medida que fue avanzando la cena, fue siendo más obvio para Jane que iba a ser prácticamente imposible sacar un tema tan delicado como la visita que Gabe había hecho a sus padres de forma casual. Hasta las más inocentes preguntas de Felicity sobre su trabajo en Inglaterra fueron contestadas vagamente por Gabe diciendo simplemente que continuaba estando muy ocupado.

Al final de la noche, Jane se sentía extremadamente frustrada al no haber sido capaz de averiguar lo que realmente quería saber: por qué motivo había ido Gabe a ver a sus padres.

–¿Has venido en coche, Gabe? –le preguntó Richard, cuando se estaban preparando para salir del restaurante–. ¿O quieres que te llevemos a tu casa?

–Estaba esperando a que Jane se ofreciera a llevarme –contestó Gabe, con los ojos fijos en ella–. He visto que solo has bebido media copa de vino, así que imagino que piensas volver a casa en la furgoneta. Yo he venido en taxi.

–Yo te llevaré a casa –se ofreció entonces. Al fin y al cabo, era la única posibilidad que todavía le quedaba de sacar el tema sobre la visita a sus padres–. Gracias por la cena –se volvió hacia Felicity–. Lo he pasado muy bien.

Y era cierto. La comida estaba exquisita, como siempre, y con la otra pareja presente, la conversación había transcurrido de forma fluida. Ni siquiera la presencia de Gabe la había molestado. Tras la tirantez inicial, se había mostrado encantador durante el resto de la noche. De modo que la única preocupación de Jane había sido la cuestión de sus padres.

–¡Jane! –Antonio abandonó la cocina por segunda vez para salir a despedirse de ella con un cariñoso abrazo–. Tengo dos recetas nuevas que estoy seguro te encantarían –le dijo con voz seductora–. Ven a verme en cuanto tengas tiempo, ¿de acuerdo?

Jane le contestó afirmativamente, explicándole que tendría que esperar hasta después de Año Nuevo, pues de momento estaba ocupada. Gabe permaneció atento a la conversación con mirada escéptica y sonrisa burlona en los labios.

–Siento este retraso –se disculpó Jane mientras caminaban hacia la furgoneta tras haberse despedido de la otra pareja–. Antonio y yo somos viejos amigos.

–Ya lo has dicho antes –afirmó Gabe mientras ella abría las puertas–. Y el hecho de que te haya invitado a probar sus recetas es una buena forma de demostrarlo.

En cuanto ambos estuvieron sentados en la furgoneta, Jane se volvió hacia él y le dirigió una dura mirada.

–¡Antonio es un hombre casado!

–Y a ti no te interesan los maridos de otras mujeres –le recordó Gabe secamente.

–No me interesan, no –contestó ella mientras ponía en marcha la furgoneta–. Jamás le causaría a otra mujer esa clase de dolor.

Gabe se reclinó en su asiento, completamente relajado.

–Entonces es mejor que yo no esté casado, ¿verdad? –dijo con satisfacción.

Jane no contestó. No estaba muy segura de lo que pretendía decir, ¡ni tampoco de querer estarlo! Eran tantos los motivos que tenía para no involucrarse de ninguna manera en la vida de Gabe, que el que hubiera estado casado habría sido el menor de los problemas.

–¿No crees que deberías decirme adónde quieres que te lleve? –le preguntó.

–A Mayfair.

¿Cómo no?, se preguntó Jane. Aquel hombre siempre disponía de lo mejor.

–Te llamé este fin de semana,

Jane miró a Gabe de soslayo antes de concentrar nuevamente toda su atención en la carretera. No había encontrado ninguno de sus crípticos mensajes en el contestador durante el fin de semana. Pero Gabe ya había dejado suficientemente claro que odiaba esos aparatos.

Se encogió de hombros antes de contestarle:

–Ya te advertí que en esta época iba a estar muy ocupada.

–Te llamé el sábado por la tarde.

Y el sábado por la tarde Jane había estado en casa de sus padres…

–Estaba fuera de la ciudad –le explicó. El corazón le latía violentamente en el pecho. Quizá fuera aquella la única oportunidad de abordar el tema que la preocupaba–. En Berkshire. Fui a ver a los Smythe-Roberts, unos conocidos que viven allí –añadió casi sin respiración.

–Yo también he ido a verlos –asintió él sin darle demasiada importancia–. Así que trabajando el sábado por la tarde –sacudió la cabeza–. Gira a la izquierda. Mi apartamento está en ese edificio de la derecha.

¿Cómo que él también había ido a verlos? Jane por fin había conseguido sacar a colación el tema de la visita y él se lo quitaba de encima con una sola frase. Había ido a verlos justo un día antes que ella y les había llevado un ramo de rosas. Quizá mereciera la pena mencionar aquella coincidencia.

–Qué coincidencia –comentó.

La expresión de Gabe era inescrutable.

–¿Que haya alquilado un apartamento en Mayfair? –frunció el ceño–. ¿Conoces a alguien que viva aquí?

¡Difícilmente! Quizá en otra época de su vida había tenido amigos que frecuentaban esa clase de ambiente, pero al igual que los amigos de sus padres, la mayor parte de ellos le habían dado la espalda cuando su situación económica había cambiado.

Además, ¿estaría siendo Gabe deliberadamente obtuso? Probablemente no, admitió a regañadientes, al advertir que todavía parecía confundido por su comentario.

–Me refería a que también conoces a los Smythe-Roberts.

–Conocer quizá sea una palabra exagerada. Conocía mucho mejor a su hija.

Jane se quedó mirándolo fijamente. Todo su cuerpo se tensó ante aquella respuesta. ¿Cómo podía estar diciendo que la conocía cuando tres años atrás prácticamente ni siquiera se habían visto?

–¿A su hija? –preguntó, sin mostrar excesivo interés, a pesar de que sentía los nervios a punto de estallarle–. No la vi cuando estuve allí.

–Y no me sorprende –dijo Gabe disgustado. Alzó la mirada hacia su bloque de apartamentos–. ¿Te apetece subir a tomar una copa?

¿Le apetecía? Realmente no. Pero si quería continuar aquella conversación con…

–Preferiría un café –aceptó. Salió de la furgoneta y la cerró antes de seguir a Gabe al interior del edificio.

En realidad lo último que le apetecía era tomar a esas horas un café que probablemente la mantendría despierta durante toda la noche. Pero quería saber por qué a Gabe no le había sorprendido que Janette Smythe-Roberts no estuviera en casa de sus padres el día del trigésimo aniversario de su boda.

–¿Descafeinado? –preguntó Gabe cuando entraron en el apartamento.

–Sí, gracias –contestó ella, mientras lo seguía a su ultramoderna cocina–. ¿Debo suponer que tuviste una relación con la hija de los Smythe-Roberts?

Sabía perfectamente bien que no había estado involucrado de ninguna manera con ella, pero necesitaba continuar con aquel tema de conversación.

–Jamás. Tampoco he tenido nunca el menor interés en las niñas ricas y mimadas.

¡Niñas ricas y mimadas! Aprovechando que Gabe estaba de espaldas, Jane lo fulminó con la mirada. Podía haber sido mimada por sus padres cuando era joven, pero el matrimonio con Paul había apartado toda clase de mimos de su vida.

–Los Smythe-Roberts no me parecieron gente especialmente rica –comentó, cuando Gabe se sentó a la mesa con ella.

–Ni a mí. Pero tenían mucho dinero hace tres años. Lo sé porque yo le compré a David Roberts su empresa. Así que lo único que puedo suponer es que su hija se quedó con todo.

Jane se quedó mirándolo fijamente. ¿Sería eso realmente lo que pensaba? Que se había marchado con el dinero y había dejado a sus padres viviendo, en comparación con su anterior ritmo de vida, rozando la escasez?

¿Acaso no sabía nada Gabe de los gastos a los que habían tenido que hacer frente para saldar las deudas de juego de Paul? ¿Desconocería también que Paul había estado sacando dinero de la empresa para poder mantener aquella ruinosa afición?

Al final, ni siquiera eso había sido suficiente para Paul y había comenzado a firmar pagarés que jamás había pagado. Pagarés que al morir él habían pasado a su viuda. Consciente de la precaria salud de Janette en aquel momento, su padre había decidido hacerse cargo de las deudas, empleando para ello el dinero obtenido por la venta de la empresa.

Para cuando Jane había comenzado a sentirse suficientemente bien como para empezar a enfrentarse a todo ello, ya era demasiado tarde; su padre se había desprendido de todo.

Lo único que había sobrevivido de aquel desastre había sido el deseo de venganza de Gabriel Vaughan. Y la única persona con la que podía satisfacerlo era Janette Granger, la viuda de Paul Granger, que de esa forma había pasado a convertirse en el objetivo de su venganza.

Porque, en el momento de su muerte, la esposa de Gabe acababa de abandonarlo. Y el hombre con el que se había fugado era Paul Granger, el marido de Janette.

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