Читать книгу Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер - Страница 6

Capítulo 1

Оглавление

–LLÉVATE estas tazas a… –Jane se interrumpió bruscamente al ver que una de las delicadas tazas de porcelana terminaba hecha añicos en el suelo de la cocina. Las tres mujeres que estaban en la habitación bajaron la mirada hacia el suelo. La causante de aquel estrago estaba completamente horrorizada por lo que había hecho.

–Oh, Jane, lo siento –gimió Paula–. No sé lo que me ha pasado. La pagaré, por supuesto.

–No seas tonta, Paula –contestó Jane.

Hubo un tiempo, y no muy lejano, en el que un accidente como aquel le hubiera provocado a Jane un ataque de pánico. El dinero que habría que pagar por una pieza de porcelana como aquella reduciría los beneficios que obtendría por servir aquella cena. Y podía asumir el coste de una pérdida como aquella sin considerarla un desastre. Además, si la cena resultaba tan exitosa como Felicity Warner esperaba, Jane dudaba que le preocupara que una de sus tazas hubiera sufrido un accidente.

–Lleva las tazas –Jane sustituyó la taza rota por otra–. Rosemary llevará el café y yo me ocuparé de limpiar esto –apretó cariñosamente el brazo a Paula antes de que esta saliera junto a Rosemary para servir el café a los Warner y a sus seis invitados.

A Jane casi le entró la risa al verse con el recogedor y la escoba en la mano. Durante los últimos dos años, el tiempo que llevaba dedicándose a su servicio exclusivo de catering, había pasado de trabajar sola a poder contratar a personas como Paula y Rosemary que la ayudaban a servir. Sin embargo, pensó al verse de rodillas recogiendo los añicos de porcelana, había cosas que nunca cambiaban.

–Querida Jane, yo solo… ¿Jane? –Felicity Warner acababa de entrar en la cocina y se detuvo bruscamente al ver a Jane en el suelo–. ¿Qué ha pasado?

Jane se levantó con el recogedor en la mano.

–Le reembolsaré el precio de la taza, por supuesto y…

–Ni se te ocurra, querida. Después de esta noche, espero poder comprarme una vajilla nueva y desprenderme de estos vejestorios.

«Estos vejestorios» eran unas delicadas piezas de porcelana china que debían de costar una fortuna.

–¿Entonces la cena ha sido el éxito que esperaba? –preguntó Jane educadamente.

–¡Todo un éxito! –Jane rio feliz–. Querida Jane, después de la maravillosa cena que has servido esta noche, Richard se va a divorciar de mí para casarse contigo.

La profesional sonrisa de Jane no tembló siquiera, aunque la idea de volver a casarse, aunque fuera con un hombre tan encantador como Richard Warner, le repugnaba.

Aun así, se alegraba de que las cosas les estuvieran saliendo bien a los Warner. Habían acordado que se hiciera ella cargo de la cena en el último momento, un encargo que Jane había podido aceptar gracias a la cancelación de otro servicio de su apretada agenda. Por lo que Felicity le había contado, los negocios de su marido no habían marchado muy bien durante los últimos meses. Y, desde luego, aquella agradable pareja se merecía que cambiara su suerte.

Aunque era la primera vez que Jane cocinaba para Felicity, esta última había sido muy amable y cariñosa con ella. De hecho, habían estado charlando durante toda la tarde. Felicity le había hecho consciente de la importancia que aquella cena tenía para ellos. Había compartido con ella todos sus temores, hasta el punto de que Jane tenía la sensación de conocer ya íntimamente a toda la familia.

–Por supuesto, nadie ha dicho nada de forma explícita –continuó explicándole Felicity excitada–, pero Gabe le ha dicho a Richard que le gustaría que se reunieran mañana a primera hora en su despacho –sonrió con placer–. Y estoy segura de que esta comida maravillosa ha servido para convencerlo –la miró con expresión conspiradora–. Me ha dicho que normalmente nunca come postre, pero yo le he convencido de que probara tu maravilloso mousse de chocolate blanco… ¡Y no ha dicho una sola palabra mientras devoraba el postre a dos carrillos! Cuando ha terminado estaba tan relajado que, en cuanto Richard le ha pedido que se vieran mañana, se ha mostrado de acuerdo.

Así que en realidad había sido Richard el que había solicitado la reunión, pensó Jane. Pero en fin, todo el mundo tenía derecho a permitirse alguna licencia poética en circunstancias difíciles. Richard Warner era el propietario de una empresa de ordenadores a punto de la quiebra y, por lo que Felicity le había contado a Jane, ese Gabe era un tiburón de los negocios capaz de arramplar con cualquier otra empresa sin pensar en las consecuencias. Al parecer, el hecho de que hubiera aceptado su invitación a cenar ya era más de lo que jamás habrían esperado de él.

A través de la información que Felicity le había transmitido, Jane había llegado a considerar al tal Gabe como un perfecto canalla con el que no le gustaría tener que hacer nunca un negocio. Pero los Warner no parecían tener otra opción.

–Me alegro mucho por ti, Felicity –le dijo con calor–. ¿Pero no crees que deberías volver con tus invitados? –y de esa forma ella podría comenzar a limpiar la cocina.

–¡Dios mío, claro que sí! –Felicity rio ante su propio olvido–. Estaba tan emocionada que tenía que venir a contártelo. Hablaremos más tarde –le dio a Jane un agradecido abrazo y salió corriendo de la cocina.

Jane sacudió la cabeza con pesar y comenzó a lavar los platos del postre. En otras circunstancias, Felicity y ella habrían llegado a ser amigas. Pero, en su situación, sabía que probablemente no volvería a ver a Felicity hasta que esta requiriera nuevamente sus servicios, si alguna vez lo hacía.

No le costaba nada admitir que era una vida extraña la que había elegido. Su hablar refinado y su exquisita educación, a los que había incluido, gracias a Dios, un curso de cocina cordon bleu, la distanciaban de mucha gente. Y, aunque fuera la propietaria de su negocio, el hecho de ser empleada por personas de la categoría de Felicity significaba que tampoco podría pertenecer nunca a aquellos círculos sociales.

Una vida extraña, sí, pero la única que le había proporcionado alguna satisfacción, a pesar de que a veces la hiciera sentirse terriblemente sola.

–En realidad es un auténtico tesoro –oyó decir a Felicity en el pasillo–. No sé por qué no abre su propio restaurante. Estoy segura de que sería un éxito –su voz fue oyéndose cada vez más cerca y finalmente Felicity entró en la cocina–. Jane, uno de nuestros invitados está deseando conocerte –anunció feliz–. Creo que se ha enamorado perdidamente de tu forma de cocinar.

No hubo ninguna advertencia previa. Ningún signo. Ni campanas de alarma. Nada que la advirtiera a Jane de que su vida estaba a punto de volverse del revés por segunda vez en tres años.

Tomó un paño de cocina para secarse las manos y fijó una sonrisa en los labios antes de volverse. Sonrisa que se heló en su boca al ver al hombre que Felicity había llevado a la cocina.

¡No!

¡No podía ser él!

¡No podía ser!

Ella era una mujer independiente. Libre.

No podía ser él. No podría soportarlo después de lo mucho que le había costado conquistar su libertad.

–Este es Gabriel Vaughan, Jane –lo presentó Felicity inocentemente–. Gabe, aquí tienes a nuestra maravillosa cocinera de esta noche: Jane Smith.

¿Así que el Gabe del que Felicity había estado hablando durante toda la tarde era Gabriel Vaughan?

Por supuesto que sí. El mismísimo Gabriel Vaughan estaba cruzando en ese momento la cocina para acercarse a una completamente paralizada Jane. Estaba más viejo, por supuesto. Sin embargo, las duras facciones de su rostro continuaban pareciendo haber sido esculpidas sobre granito, a pesar de la sonrisa que en ese momento le estaba dedicando.

–Jane Smith –la saludó Gabe en un tono de voz que encajaba perfectamente con la rigidez de su rostro.

Debía de tener ya treinta y un años. Tenía el pelo ligeramente largo y los ojos de mirada intensa y un color azul casi idéntico al del mar de las Bahamas.

–¿O puedo llamarte Jane? –añadió con encanto. El acento americano parecía suavizar la dureza de su voz.

El traje negro y la camisa blanca que Gabriel Vaughan llevaba no conseguían ocultar en absoluto la perfección del cuerpo que cubrían. Era más alto que cualquiera de los hombres que Jane conocía, tanto que Jane tenía que inclinar la cabeza para poder ver su rostro. Un rostro que parecía haberse vuelto más sombrío con los años, a pesar de la encantadora sonrisa que Gabe le estaba dirigiendo en ese momento.

Oh, Paul, se lamentó Jane para sí. ¿Cómo podría haber pensado nunca que podía enfrentarse a aquel hombre y ganar?

–Sí, puede llamarme Jane –contestó en el tono suave y tranquilo que había aprendido a utilizar durante los últimos tres años. Aunque la sorprendía ser capaz de hacerlo en aquellas circunstancias.

Estaba hablando con Gabriel Vaughan, el hombre que había irrumpido en su vida como si fuera un tornado y que, estaba completamente segura, jamás se había parado a pensar en los destrozos que había dejado tras él.

–Me alegro de que haya disfrutado de la cena, señor Vaughan –añadió, deseando que saliera cuanto antes con su anfitriona de la cocina. A pesar de la calma que aparentaba, las piernas le temblaban y dudaba de que fueran capaces de sostenerla durante mucho tiempo.

–Tu marido es un hombre con suerte –añadió Gabe suavemente.

Jane resistió a duras penas el impulso de desviar la mirada hacia su mano izquierda para mostrarle que no había en ella ninguna alianza.

–No estoy casada, señor Vaughan –contestó.

Gabe la miró fijamente durante unos segundos que a Jane se le hicieron interminables. Era consciente de todo lo que Gabe podía ver: el pelo insulsamente castaño que se había recogido con una cinta de terciopelo negro. El rostro pálido y sin maquillar, dominado por sus enormes ojos oscuros y una figura bastante más delgada que la última vez que se habían visto, aunque la blusa de color crema y la falda negra que se ponía para trabajar no hicieran nada por realzarla.

–¿Puedo decir entonces –murmuró Gabriel con voz ronca– que es algo por lo que muchos deberíamos felicitarnos?

–Querido Gabe –bromeó Felicity–, voy a empezar a pensar que estás coqueteando con Jane.

Gabe le dirigió a su anfitriona una mirada burlona.

–Mi querida Felicity, ¡claro que lo estoy haciendo! –se volvió de nuevo hacia Jane con expresión desafiante.

¿Coqueteando? ¿Con ella? Imposible. Si solo supiera…

Pero no lo sabía. No la había reconocido. En caso contrario, no estaría mirándola con la admiración con la que lo estaba haciendo. ¿Tanto habría cambiado? Seguramente. Su rostro había madurado, sí. Pero el cambio principal había sido el de su pelo. Un cambio deliberado. Tiempo atrás, tenía una melena de rizos dorados como el maíz que le llegaba hasta la cintura. Un peinado completamente distinto a la melena corta y castaña que enmarcaba en aquel momento su rostro. Ella misma se había sorprendido de la transformación que se había operado en su aspecto con un simple cambio de pelo. Sus ojos, a los que siempre había considerado de un vulgar color castaño, habían adquirido una nueva profundidad y la pálida piel, que tan corriente parecía en una rubia, hasta parecía haber adquirido una nueva y más cremosa textura.

Sí, había cambiado deliberadamente, pero hasta ese momento no había sido consciente del éxito de su cambio de imagen.

–Señor Vaughan –dijo por fin, con voz lenta pero firme–, creo que está perdiendo el tiempo.

Gabe continuó sonriendo, aparentemente sin inmutarse, pero en sus ojos se adivinaba un nuevo interés.

–Mi querida Jane, puedes estar segura de que yo nunca pierdo el tiempo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Jane, que aun así consiguió continuar manteniendo su aparente calma.

–Gabe –intervino Felicity riendo–, no puedo dejar que molestes a Jane. Volvamos al salón a tomar una copa y dejemos a la pobre Jane en paz –le dirigió a Jane una sonrisa de disculpa–. Estoy segura de que ya tiene ganas de volver a su casa. Vamos, Gabe, o Richard pensará que nos hemos fugado juntos.

Gabe no se unió a las risas de su anfitriona.

–Richard no tiene que preocuparse por eso, Felicity. Eres una mujer hermosa –añadió, quitando crudeza a su anterior comentario–, pero nunca me he encaprichado por las mujeres de los demás.

Jane contuvo la respiración. Porque ella sabía la razón por la que Gabriel Vaughan jamás se había encaprichado de «las mujeres de los demás». Oh, sí, lo sabía perfectamente.

–Estoy segura de que Richard estará encantado de oírlo –contestó Jane con una tranquilidad que hasta a ella misma la admiraba–. Pero Felicity tiene razón: tengo muchas cosas que hacer y su café debe de estar enfriándose.

Y necesitaba que Gabe abandonara inmediatamente la cocina porque corría el serio peligro de derrumbarse ante sus ojos.

Ella creía haber conseguido olvidar el pasado, pero en ese momento estaba reviviendo nítidamente lo sucedido tres años atrás, cuando había aparecido una fotografía suya al lado de otra de aquel hombre en todos los periódicos del país.

En aquel momento, había deseado huir y esconderse para siempre, y lo había conseguido. Pero aunque ni siquiera fuera consciente de ello, y esperaba que nunca lo fuera, el hombre que durante tanto tiempo la había perseguido en sus pesadillas, había conseguido alcanzarla.

–Ha sido un placer haberte conocido, Jane Smith –murmuró Gabe al cabo de una eternidad y le tendió la mano.

Paula y Rosemary, tras abrir los ojos como platos al encontrar a la anfitriona y a uno de los invitados en la cocina hablando con Jane, se dispusieron a lavar los platos que Jane no había podido fregar por culpa de aquella interrupción. Felicity sonreía feliz, todavía emocionada por aquella cena que había considerado un éxito. Solo Jane parecía ser consciente de que estaba mirando aquella mano como si fuera una víbora a punto de morderla.

–Gracias –contestó fríamente. Pero sabía que no le quedaba más remedio que estrechar la mano que le tendía. Nadie entendería que no lo hiciera, a pesar de que ella sabía exactamente por qué no quería tocar a aquel hombre.

Sintió su mano fría y firme durante las décimas de segundo que se permitió estrechársela.

–Quizá nos veamos en otra ocasión –sugirió Gabe, cuando se separaron.

–Quizá –contestó ella.

¡Y quizá no lo hicieran! Habían pasado tres años sin verlo y, si por ella fuera, no volvería a encontrarse con él en su vida! Y, puesto que Gabriel Vaughan pasaba la mayor parte de su tiempo en América y solo se adentraba en aguas inglesas cuando veía alguna presa apetecible, no sería difícil conseguirlo.

–Voy a estar en Inglaterra durante tres meses –comentó, como si acabara de leerle el pensamiento–. He alquilado un apartamento. No puedo soportar la frialdad de los hoteles.

¡Tres meses!

–Espero que disfrute de su estancia en Inglaterra –replicó ella sin interés y se volvió. Ya no era capaz de seguir mirándolo. Y necesitaba sentarse, las piernas le temblaban terriblemente. ¿Por qué no se iría aquel hombre de una vez por todas?

Comenzó a colocar los platos limpios en su sitio y, para cuando volvió nuevamente la cabeza, Gabe ya se había ido.

–¡Cielos! Qué hombre tan atractivo, ¿verdad? –comentó Rosemary suspirando.

¿Atractivo? Sí, Jane suponía que lo era. Pero tenía más razones para temerlo que para encontrarlo atractivo. Aunque era obvio por la sonrisa de Paula que a ella también se lo había parecido.

–El aspecto es solo una cuestión superficial –replicó Jane–. Y tengo entendido que, a pesar de ese barniz de civilización, Gabriel Vaughan es una piraña.

Paula hizo una mueca ante su vehemencia.

–Parece que le has gustado –comentó con expresión especulativa.

–A los hombres como Gabriel Vaughan no les gustan las mujeres que trabajan para ellos –añadió bromeando, y se levantó–. Y ya es hora de que os vayáis vosotras dos a casa con vuestros maridos. Yo puedo arreglármelas sola con todo esto.

De hecho, casi se alegró de poder quedarse sola. De esa forma, prácticamente pudo convencerse de que todo había vuelto a la normalidad, de que el encuentro con Gabriel Vaughan no había tenido lugar…

Una hora después, cuando todo estaba limpio y ya se había marchado el último invitado, Felicity volvió a la cocina. Parecía tan feliz que Jane no tuvo corazón para transmitirle sus dudas acerca del supuesto éxito de la noche.

–Jamás podré agradecértelo lo suficiente, Jane –sonrió con cansancio–. No sé cómo me las habría arreglado sin ti.

–Seguro que estupendamente.

–Yo no estoy tan segura –hizo mueca–. Pero mañana será cuando pueda decirte de verdad si tu esfuerzo ha merecido o no la pena.

Jane deseaba con toda su alma que aquella pareja no sufriera una decepción. Aunque, teniendo en cuenta lo que sabía de Gabriel Vaughan, no le extrañaría nada.

–Creo que ya es hora de que vaya pensando en irme a la cama –comentó Felicity bostezando–. Richard traerá ahora a la cocina las copas que quedan, pero no se te ocurra lavarlas. Debes de estar mucho más cansada que yo –se dirigió hacia la puerta de la cocina–. Por favor, vete a casa, Jane. Y, por cierto –añadió antes de salir–, definitivamente esta ha sido tu noche. Gabe se ha mostrado muy interesado en ti.

Jane tuvo que hacer un serio esfuerzo para mantener la compostura.

–¿Ah sí?

–Desde luego. No me extrañaría nada que volvieras a encontrártelo.

–¿Y qué te hace pensar algo así? –preguntó, disimulando su tensión.

–Bueno, él… Ah, Richard –Felicity se apartó para dejar pasar a su marido–, estaba diciéndole a Jane que estoy segura de que Gabe y ella volverán a verse.

Richard miró a su esposa con una sonrisa.

–Deja de hacer de casamentera. Estoy seguro de que, si Jane y Gabe quieren volver a verse, son perfectamente capaces de quedar ellos.

–Pero nunca viene mal una ayuda en estos casos –replicó Felicity.

–¿Quieres hacer el favor de irte a la cama? –le pidió su marido–. Yo acompañaré a Jane hasta la puerta y después me reuniré contigo.

–De acuerdo –admitió Felicity con voz somnolienta–. Y muchas gracias por todo, Jane. Has estado maravillosa.

–Ha sido un placer –respondió ella–. Por cierto, no puedo evitar sentir curiosidad sobre por qué pensáis que el señor Vaughan y yo volveremos a vernos –insistió.

–Porque nos ha pedido tu tarjeta, cariño –contestó la otra mujer–. Ha dicho que era porque quería llamarte la próxima vez que tuviera una cena en casa, pero yo tengo la sensación de que tendrás noticias suyas mucho antes. No tardes mucho, cariño –le dirigió una sonrisa radiante a su marido y fue después hacia el dormitorio.

–Siento todas estas tonterías –se disculpó Richard–. Felicity ha estado muy preocupada durante estas últimas semanas, y no le conviene nada, teniendo en cuenta que está en los primeros meses de embarazo. Pero hazme caso: Gabe Vaughan es el último hombre con el que te convendría tener ningún tipo de relación. Es capaz de devorarte y engullir tus restos antes de que hayas tenido oportunidad siquiera de decir «no».

Jane, que se había quedado completamente helada desde que Felicity había anunciado que le había pasado su tarjeta a Gabriel Vaughan, comenzó a ponerse precipitadamente la chaqueta.

–No sabía que Felicity estaba embarazada –dijo lentamente. No dudaba de que aquella feliz pareja estaría encantada con la idea de tener un tercer hijo, pero, al mismo tiempo, era consciente de que el bebé llegaba en un momento difícil para ellos.

–Todavía está en las primeras semanas de embarazo. Bueno, Jane. Muchas gracias por lo que has hecho por nosotros esta noche. Aunque, al contrario que Felicity, yo creo que hace falta algo más que una cena excelente para convencer a Gabriel Vaughan de que merece la pena salvar mi empresa.

Y Jane estaba completamente de acuerdo con él. Desde luego, no envidiaba en absoluto la suerte de Richard, que al cabo de unas horas tendría que volver a vérselas con aquel tiburón de las finanzas.

–Espero que todo salga bien. Ahora, tengo que irme. Y creo que deberías subir cuanto antes a dar un abrazo a tu encantadora esposa. Tienes mucha suerte al poder contar con el apoyo de una mujer como Felicity y una familia adorable –añadió.

–Desde luego, Jane, desde luego.

Por mal que fueran las cosas al día siguiente, pensó Jane mientras se marchaba, aquel hombre continuaría teniendo a su esposa, dos hijas maravillosas y un bebé que se hallaba todavía en camino. Y eso era ya mucho más de lo que otras personas tenían.

Y a veces, recordó Jane con desolación, todas esas cosas por las que realmente merecía la pena luchar, podían desaparecer repentinamente de tu vida. Y un buen ejemplo de ello había sido el encuentro de aquella noche con Gabriel Vaughan. Había trabajado tan duramente para levantar su negocio, para construir algo por sí misma, que no podía permitir que volvieran a arrebatárselo.

Aquella no había sido una buena noche para Jane. Se había encontrado con el último hombre al que hubiera querido volver a ver en toda su vida. Y Felicity, pobre romántica, le había entregado su tarjeta.

Las cosas no podían haber ido peor, se dijo.

Sin embargo, no tardaría en darse cuenta de que sus desgracias no habían hecho nada más que empezar.

Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós

Подняться наверх