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Capítulo Seis

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–Lo siento mucho –se disculpó Piper, mientras dejaba vagar la mirada por la ventana de su despacho–. Sí, claro que podemos concertar una cita para la semana que viene si te parece que lo necesitas pero, Margaret, yo creo que no va a ser así. Estás avanzando muchísimo, y confío en tu capacidad para manejar estos días por ti misma. Y además, sabes que no tienes más que marcar mi número si me necesitas.

Cuando concluyó la llamada, se levantó y se acercó a la ventana. Sí, seguían acampados ante su puerta.

Miró el reloj. Habían pasado ya tres horas desde que llamó a su padrastro. Algunos oficiales se habían presentado allí para despejar la calle, pero en cuanto se marcharon, los periodistas volvieron. Un par de guardias de seguridad no tardarían en llegar.

Se había pasado las dos últimas horas hablando con los pacientes cuya cita había tenido que retrasar, y se sentía inquieta e impaciente. Solo dos cosas dispersarían a los buitres de fuera: una historia más jugosa que seguir, o un pequeño bocado de algo que satisficiera su apetito.

Una de las periodistas le sonaba. No solo porque fuera conocida en la televisión local, sino porque se le había acercado en persona unas semanas antes, en cuanto se anunció la puesta en libertad de Stone. Quizás pudiera utilizar su pequeña interacción en su favor, pensó, cruzándose de brazos. De un cajón de su mesa sacó la tarjeta que le había dejado y la manoseó sin leerla.

No estaba convencida de que el paso que estaba valorando dar fuese el mejor, pero es que no se le ocurría nada más, así que marcó el número y concertó una cita. Estaba colgando cuando oyó jaleo en el vestíbulo.

Una puerta se cerró con fuerza.

–No puede entrar aquí como…

Era Lizzi. La puerta de su despacho se abrió y rebotó contra la pared contraria antes de volver a chocar contra el hombro de Stone.

–Lo siento, Piper –se disculpó Elizabeth asomándose por encima de su hombro–. He intentado detenerlo.

–No pasa nada –sí que pasaba, pero no era culpa suya–. He terminado de llamar a los pacientes. Por favor, dile a todo el mundo que si no tienen nada urgente, se tomen el resto del día libre. Esperemos que mañana se haya calmado todo.

–Yo no contaría con ello –espetó Stone entre dientes.

Piper decidió ignorarlo.

–Gracias por toda la ayuda que me has prestado hoy. A última hora me pondré en contacto con todos para haceros saber cómo nos organizamos mañana.

–¿Estás segura de que no puedo hacer nada más por ti? –preguntó Elizabeth, y miró de arriba abajo a Stone antes de volver a dirigir una mirada significativa a Piper.

Habían trabajado juntas mucho tiempo y habían desarrollado un lenguaje sin palabras, de modo que Piper sabía exactamente que Lizzy le estaba preguntando si quería quedarse a solas con Stone.

Si fuera lista, la respuesta sería no, pero no por lo que Elizabeth podía imaginar.

–No, estoy bien. Te lo prometo.

–Si estás segura… –se encogió de hombros.

En cuanto se cerró la puerta y los dos se quedaron solos, deseó poder cambiar de opinión, pero ya no podía. No iba a hacerlo.

Con un gesto de la mano, lo invitó a sentarse en uno de los sillones que utilizaba para las sesiones. Quizás debería tratar aquello –y a él– como a cualquier otra persona a la que intentase ayudar.

Stone frunció el ceño, pero acabó sentándose.

–Lo siento –dijo en un tono duro.

–No, no lo sientes.

Él ladeó la cabeza y la estudió unos segundos antes de contestar.

–Tienes razón. No lo siento.

–Antes nunca me habías mentido. No sé por qué has tenido que empezar ahora.

Eso podía decirlo con total certeza: siempre se habían dicho la verdad aunque, obviamente, había cosas que entonces y ahora decidían evitar. Y, por primera vez, empezó a preguntarse qué se habría guardado él.

–¿Qué haces aquí, Stone?

–Morgan llamó a mi padre para decirle lo de los periodistas que tenías delante de la consulta.

–Y se te ocurrió que el mejor modo de mantener a raya las habladurías era aparecer aquí, ¿no?

–He entrado por la puerta de atrás –explicó, incrédulo.

–Ah, claro. Porque nunca se les ocurriría estarla vigilando.

–He tenido cuidado, Piper. Estoy acostumbrado a cuidarme las espaldas y a no perder de vista lo que me rodea.

Dios bendito…

–Cada vez que dices cosas así, me siento más culpable.

–No es mi intención.

–Soy consciente de ello, lo que lo empeora todavía más.

–Esa no es la razón por la que estoy aquí.

–Obviamente. ¿Cómo vas a salvarme esta vez?

Apenas había pronunciado las palabras cuando deseó no haberlo hecho. Parecían engreídas y desagradecidas, lo que no podía estar más lejos de la realidad.

–No tengo ni idea.

Tardó un momento en registrar lo que le había oído decir.

–¿Perdón?

–Ya me has oído.

–Sí, pero estaba segura de haberte entendido mal. Si no, ¿para qué ibas a venir hasta aquí, arriesgándote a ser visto y a empeorar las cosas? En serio, Stone, ¿es que el tiempo que has pasado en la cárcel te ha secado la inteligencia? Porque esa es la cosa más estúpida que te he oído decir.

Recostándose en la silla, se tapó la cara con las manos durante unos segundos hasta que rompió a reír.

Su sonido, profundo y rico, hizo que la piel se le erizara y que partes de su anatomía en las que no quería pensar en aquel momento temblasen.

–Sí, seguramente no ha sido el movimiento más inteligente de mi vida.

¿Por qué hacerlo, entonces? En realidad, no quería preguntárselo, seguramente porque no estaba preparada para oír la respuesta.

Stone permaneció mirándola con una expresión tan… seria. Tan directa. Piper estaba sintiendo su mirada en el centro de las tripas, y una energía inquieta, incómoda y no deseada comenzó a crepitar bajo su piel.

Necesitaba moverse, así que se levantó y dio un par de pasos.

–Bueno, pues gracias por haberte pasado.

Pero no llegó lejos porque Stone se levantó y la sujetó por el brazo.

–Piper.

Con eso bastó. Con oírle decir su nombre. Pero detrás percibió mucho más: frustración, negación, deseo.

Igual era ella la que estaba proyectando sus sentimientos.

–¿Qué? –contestó, tirando de su brazo, intentando alejarse de aquellas sensaciones tan peligrosas. Pero él no la soltó, sino que se acercó más.

Había estado tan cerca como en aquel momento más veces de las que podía contar. De niños, dormían en la misma habitación. Muchas noches de verano buscaban un pedazo de hierba en la propiedad de su padrastro y se tumbaban, ella con la cabeza apoyada en su regazo, mientras competían por ver quién se sabía todos los nombres de las constelaciones. Incluso siendo ya adolescentes, antes de que las cosas cambiasen, se tocaban constantemente. Inocente intercambio.

Nada en aquel momento le pareció inocente, al menos a ella.

Por eso necesitaba sacar a Stone de allí, antes de hacer o decir algo inconveniente.

–¿Qué vas a hacer? –preguntó él.

Su calor le llegaba al costado y deliberadamente no se dio la vuelta hacia él, negándose a rendirse a aquella necesidad que se negaba a desaparecer.

–Piper…

–¿Qué?

–¿Qué vas a hacer?

–¿Sobre qué?

–Los periodistas que tienes acampados ante tu puerta.

Ah, ya. Eso.

–Bueno, un par de hombres de seguridad de mi padre están al llegar y ellos se encargarán de despejar la acera. Otra vez.

–Eso va a ser una solución temporal.

–Cierto. Por eso he contactado con una periodista local y le he concedido una entrevista en exclusiva.

–¿Que has hecho qué?

Había algo en su tono de voz que la hizo mirarlo. La ira brilló en sus ojos, que le recordaron aquella piedra de ojo de tigre que había comprado en un viaje al museo de historia natural siendo niña. La había escogido porque le recordaban a sus ojos, mezcla de marrón y dorado, en un patrón que la hipnotizaba.

–Vamos a vernos… –miró el reloj de la pared– en un par de horas.

–¿Por qué vas a hacerlo?

–Porque es el mejor modo de apartar su atención de mí. Una de mis pacientes ha tenido que entrar esta mañana abriéndose paso entre ellos. La mayoría de mis pacientes se están recuperando de experiencias traumáticas, Stone. ¿Te haces idea de lo devastadora que ha sido para ella esa situación? Temblaba como una hoja cuando entró. He tenido que retrasar las citas a todos mis clientes de hoy.

–No me imaginaba que eras de las personas a las que les importa tanto perder horas facturables.

La desilusión y la tristeza la invadieron. Quería estar enfadada, pero no lo lograba. Aquello era prueba más que clara de que Stone ya no la conocía, y eso dolía.

–Puede que ya no me conozcas, Stone, pero sabes de mí lo suficiente como para comprender que mis motivos no tienen absolutamente nada que ver con el dinero.

–Lo siento –dijo, arrepentido–. Sé que lo que te mueve es el deseo de ayudar a la gente.

Su disculpa le ayudó, pero no consiguió borrar del todo el dolor, o el lamento por lo que habían perdido.

–Pero eso no significa que lo de conceder una exclusiva sea una buena idea, Piper. Hablar con la prensa va a agitar el avispero y convertirte más aún en su objetivo, no menos.

Ella se encogió de hombros.

–No estoy de acuerdo. Les daré lo que ellos creen que quieren, y se marcharán.

–Tú sabrás. Llevas tiempo más que de sobra con ellos para comprender cómo funcionan. Ignóralos unos días y surgirá una historia más gorda que desviará su atención.

–¡Vamos, Stone! Tú no estuviste aquí. Te perdiste la tormenta mediática que siguió a la muerte de Blaine y tu confesión. Todo el mundo lleva años esperando conocer la historia completa.

–Pues ya pueden esperar cien más, porque no lo van a conseguir.

–Por supuesto que no, pero ignorar a los medios por completo no va a servir para que desaparezcan. Los distraerá un rato, sí, pero volverán. Si han pasado ya diez años y no han perdido interés… pero podemos utilizarlo en nuestro beneficio. Darles una pizca a saborear que los haga desaparecer para siempre.

Stone se rio en aquel momento, y el sonido fue para ella como el de unas uñas en una pizarra.

–Si hay algo que he aprendido dentro, Piper, es que no debes meterte nunca con alguien que tenga más poder que tú. Al menos, nunca antes de que estés seguro de poder derrotarlos. Hablar con quien sea en este momento sería un error. No tienes nada de valor que ofrecer, y mientes fatal. Lo más probable es que pases a interesarles todavía más de lo que les interesas ahora.

–Perdona que no sea una maestra del engaño, pero voy a tener que correr el riesgo.

No había soltado su brazo y aumentó un poco más la presión que ejercía en él antes de acercarse un poco más. Piper sintió que el aire se le congelaba en el pecho, y los pulmones se quejaron por la falta de oxígeno.

Necesitaba espacio y dio un paso atrás, pero Stone no tenía intención de dejar que lo tuviera, así que la siguió. Un paso. Dos. Cinco. Hasta que su espalda tropezó con algo sólido.

–No, Piper –insistió con voz ronca–. No hables con ellos.

–Por desgracia para ti, no hay nada que puedas hacer para impedírmelo. Soy una mujer. Stone, perfectamente capaz de cuidar de sí misma y de tomar sus propias decisiones. Llevo tiempo haciéndolo bastante bien sin ti.

No podría decir qué le dificultaba más la respiración: si la proximidad de Stone, o el dolor provocado por la verdad que acababa de poner en palabras.

Él murmuró algo entre dientes y cambió de postura, rodeó su cintura con el brazo y la levantó, dejándola de puntillas. Antes de que ella pudiera darse cuenta de lo que pasaba, la besó en la boca. Y todo cambió.

No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero no le importó. En la décima de segundo en que el calor de su boca rozó sus labios, todo lo demás dejó de importar.

Como si hubiese importado alguna vez…

Apoyó la palma en la puerta, junto a su cabeza, y sintió la pierna de Piper enroscarse en su cadera, acercándose más a él. Jamás había querido devorar algo o a alguien tanto como deseaba devorar a Piper.

Ella abrió los labios para darle el acceso que tan desesperadamente necesitaba. Su sabor, dulce con una pizca de café le taladró, y quiso más.

Probar una sola vez nunca iba a ser suficiente.

No le importó dónde estaban, ni quién pudiera estar cerca, o lo que pasara a su alrededor. Todo lo que le importaba era Piper y cómo se estaba derritiendo junto a él.

Le hizo ladear la cabeza para poder tener más de ella y sus lenguas iniciaron un baile que llevaban años esperando. Se aferró a él de tal modo que le dejó un rastro de medias lunas en la piel, pero su respiración entrecortada hizo que ese escozor le resultara insignificante.

Necesitaba más de ella, así que comenzó a desabrocharle la blusa. Uno, dos, tres botones, y se apartó un poco para poder verla. Llevaba tanto tiempo fantaseando con aquel momento que no quería perderse un solo segundo.

Piper apoyó la cabeza contra la pared sin dejar de mirarlo, en sus ojos el mismo ardor que él sentía dentro, pero en lugar de dejarle terminar con los botones, le sujetó la mano. Sus labios, enrojecidos por la pasión de sus besos, brillaban húmedos, y volvió a inclinarse sobre ella para lamerla, para saborearla una vez más.

Pero Piper susurró una palabra que lo detuvo.

–Déjame.

Stone bajó de inmediato las manos y se alejó varios pasos.

Jamás consideraría insistir cuando ella le había dicho bien claro que quería que parase, pero el rubor rosado de su piel y el brillo de su mirada eran lo mismo que él estaba sintiendo por dentro.

–Lo siento.

–Dices eso con mucha frecuencia, Stone.

–No debería haber hecho eso –dijo, aunque el significado de aquellas palabras no le pareciera correcto. Todo en su interior seguía pugnando por volver a besarla. Debería haberlo hecho mucho tiempo atrás.

Tocarla, saborearla, desearla… estaba bien. Lo mejor que había hecho en su vida. Pero Piper se merecía mucho más de lo que él podía darle.

–Hace mucho tiempo que no he tocado a una mujer, Piper –confesó, apoyando la frente contra la pared.

–Vaya. Qué halagador. He sido tu amiga durante años y jamás expresaste interés alguno por mí como mujer, pero diez años de celibato han hecho que puedas llegar a desearme.

–No quería decir eso.

Se dio la vuelta para apoyar la espalda. Piper lo miraba cruzada de brazos, desafiante. Dios, qué hermosa era.

–Vamos a aclarar un par de cosas –dijo, acercándose.

Tenía que admitir que era admirable cómo estaba manteniendo el tipo, aunque no podía ocultar su deseo de alejarse de él. Sus ojos azules brillaban con fuego y se irguió.

–En primer lugar, nunca he necesitado utilizar el sexo para lograr lo que quisiera conseguir, y no voy a empezar ahora. Y sí, eso significa exactamente lo que estás pensando, teniendo en cuenta dónde he estado metido los últimos diez años.

Piper frunció el ceño e hizo ademán de hablar, pero cerró la boca sin decir nada.

–En segundo, llevo mucho tiempo deseándote, Piper, pero te necesitaba como amiga y no iba a arriesgarme a perderte por un impulso de lujuria. Los dos éramos demasiado jóvenes, y no estábamos preparados para algo permanente.

Acercó la mano y le acarició la mejilla, la curva del cuello y la superficie sedosa del hombro. Las pupilas de Piper se dilataron, el negro derrotando al azul que siempre le recordaba el cielo perfecto de un día de verano, y vio que tenía la piel de gallina.

–Por fortuna, ni tú ni yo somos jóvenes ya –sentenció, y puso distancia de por medio.

Era eso, o derribar cuanto había sobre su mesa y tomarla allí mismo, y Piper se merecía algo mucho mejor que eso. Mucho mejor que él.

E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021

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