Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021 - Кэтти Уильямс - Страница 7
Capítulo Dos
ОглавлениеLas palabras de Piper fueron para él como un puñetazo en el pecho, pero seguía hablando ajena a su efecto.
–He trabajado mucho para poder dejar atrás lo que Blaine me hizo. Ahora ya no tiene ningún poder sobre mí. Lo que no consigo dejar atrás es lo que tú me hiciste.
Esa era, exactamente, la razón por la que no podía tocarla. No podía culparla por odiarle. Él se odiaba a sí mismo por cómo habían salido las cosas, aunque seguramente no cambiaría ni una coma. No, si con ello conseguía que Piper estuviera a salvo.
Solo los años de práctica controlando todo lo que llevaba dentro le permitieron seguir sin que su expresión reflejase nada en absoluto, pero no porque sus palabras no le dolieran más que la herida de arma blanca que le infligieron el primer año de cárcel, antes de que encontrase el modo de amasar poder e inspirar miedo y respeto.
De pronto Piper le empujó por el pecho. En circunstancias normales habría podido permanecer perfectamente equilibrado, pero aquella situación era cualquier cosa menos normal, de modo que se encontró sentado en el suelo, mirándola.
El absurdo de todo aquello le hizo estallar en carcajadas. Si Finn y Gray lo pudieran ver, ellos también se morirían de risa. Dejándose llevar se tumbó sobre la alfombra y siguió riendo con los ojos cerrados. Dios, incluso aquello resultaba sorprendente.
–¡Para! –oyó que le decía y, de mala gana, abrió los ojos. Se encontró con que lo miraba incrédula–. Nada de todo esto tiene gracia.
–Te equivocas. No sabes cuánto –contestó, levantándose. Ver cómo pasaba de la irritación a la preocupación volvió a provocarle la risa. Siempre había sido una mujer inteligente.
Se acercó al ventanal y se guardó las manos en los bolsillos. Así, a lo mejor, dejaba de desear tocarla.
–Muchos hombres más grandes y más fuertes que tú han intentado derribarme. ¿No te parece divertido que una mujer de apenas metro sesenta logre lo que ellos no han podido? A mí, sí.
–He entrenado defensa personal –contestó, y eso le hizo perder las ganas de reír, porque estaba clara la razón por la que había querido aprender.
–Yo, también –contestó, aunque él lo había aprendido por la vía dura.
Cuando accedió a declararse culpable, su abogado le dijo que iría a una cárcel de mínima seguridad, la clase de lugar a la que llevaban a los delincuentes de guante blanco. Pero fueran como fuesen, los delincuentes eran eso, delincuentes, y a ninguno le gustaba tener a un asesino entre ellos, menos aún a uno famoso, que había accedido a una sentencia menor gracias a sus influencias.
Tampoco ayudaba el hecho de que la historia de la muerte de Blaine y su rápida confesión apareciera en todas las redes. Y su negativa a hablar sobre lo ocurrido fue como echar leña al fuego. Se había limitado a decirle a su abogado que adujera que había sido un accidente. Pasaron meses antes de que los periodistas dejaran de perseguirlo.
–¿Por qué lo hiciste?
Sabía exactamente qué le estaba preguntando, pero prefirió fingir que había malinterpretado la pregunta.
–¿El qué? ¿Matarlo? Creo que es obvio. En realidad no pretendía matarlo. Por eso no me acusaron de asesinato.
Debería haber sabido que Piper no iba a dejar que se fuera de rositas con esa respuesta.
–Ya sabes que no me refiero a eso. ¿Por qué reconociste la culpabilidad? ¿Por qué no me dejaste que le dijera la verdad a la policía? Ni siquiera me interrogaron. ¿Qué les dijiste? ¿Por qué te negaste a verme y a hablar conmigo?
Con cada palabra, la voz de Piper había ido creciendo en intensidad hasta acabar rebotando en las librerías que los rodeaban. Si no tenía cuidado, todo el mundo abajo la oiría, y los años que había pasado encerrado no habrían servido de nada.
Se acercó a ella solo con la intención de pedirle que bajara la voz, pero el fogonazo de miedo que vio en sus ojos no le pasó desapercibido, y se detuvo antes de llegar a su lado.
–No habría supuesto ninguna diferencia –le dijo, consciente de que el calor que emanaba de su cuerpo le estaba haciendo hervir la sangre.
–Eso es una tontería. Lo habría cambiado todo. ¡Me estabas defendiendo!
–Lo maté –sentenció–. No tenías por qué volver a contar el horror por el que te hizo pasar delante de su padre y de su madre, así que daba igual.
–¡A mí no me daba igual!
Pero no lo bastante para… no. No iba a terminar ese pensamiento. No había querido que saliera en su defensa. No había querido que tuviera que sufrir más.
–Y luego, me dejaste completamente fuera. Eras mi mejor amigo, Stone. La persona en el mundo a quien le contaba todo.
–No todo –la corrigió.
–¿Por qué no me dejaste que te fuera a visitar? –contraatacó, después de un segundo de silencio–. Que estuviera ahí para ti, igual que tú lo estuviste para mí.
No había comparación, y de ningún modo iba a permitir que lo viera como estaba aquellos primeros meses, magullado y medio roto. También se había negado a que lo viera su madre, aunque seguramente eso Piper no lo sabía. La única persona a la que había permitido que lo visitara era su padre, y solo porque le había arrancado la promesa de que no le revelaría a nadie cómo se encontraba. Era la primera vez que lo trataba como a un hombre y no como a un muchacho. Quizás fuera la primera vez que había sido de verdad un hombre.
–Mira, Piper, tú no tenías por qué acercarte a ese lugar.
–Tú tampoco –espetó, la viva imagen de la infelicidad y la pena.
–Se acabó –resumió, encogiéndose de hombros–. Es historia. No hay por qué diseccionarlo ahora.
–Diseccionar el pasado es lo que hago para ganarme la vida como psicóloga –se explicó con la sonrisa más triste del mundo–. ¿No lo sabías?
Sabía perfectamente a qué se había dedicado aquellos años. Su padre le había puesto al corriente de todo aquel que le importaba.
–Aunque te diera la razón, que no te la doy, ¿qué hay de las cartas que te escribí y que tú me devolviste? ¿Eh?
Stone intentó no fijarse en que, al cruzar Piper los brazos, los senos se le habían subido bajo el vestido. O en cómo el tejido brillante le dibujaba la cadera que había ladeado exasperada. La erección que pugnaba detrás de los pantalones era bastante inconveniente.
Si fuera un hombre más débil, intentaría convencerse de que aquella reacción física tenía más que ver con el tiempo que llevaba sin disfrutar de las suaves curvas del cuerpo de una mujer. Pero sería una mentira, y procuraba no mentir nunca, sobre todo a sí mismo. Su reacción solo tenía que ver con la mujer que tenía delante porque era algo contra lo que llevaba luchando desde los dieciséis para no poner en peligro la amistad que tanto significaba para él. Y después… después, no la había merecido. Seguía sin merecerla.
Intentó encontrar algún centímetro más en aquellos condenados pantalones de esmoquin, pero por mucho que se moviera, aquella prenda parecía estarle estrangulando.
–¡Stone!
Sí, las cartas.
–No quería leerlas, así que te las devolví.
De no haberse encontrado sometido a aquella tortura, habría encontrado un modo más sutil de responder, pero ser franco podía ser la mejor solución a largo plazo.
Desde el minuto en que puso el pie en casa de sus padres, supo que, en algún momento, tendría que enfrentarse a Piper. Obviamente, tenía preguntas, mucha ira y nunca había rehusado enfrentarse a un desafío, pero llevaba días temiendo aquel encuentro.
Quizás aquellas palabras fuesen el empujón que los sacaría a ambos de la tristeza, que pondría punto final a aquella tortura porque, pasara lo que pasase, no podía tener a Piper en su vida.
Si ella no veía a un monstruo al mirarle, él sí. Y no solo por lo que le había hecho a Blaine, sino por todo lo que había hecho desde entonces. Y lo que no. Su vida se había congelado diez años atrás mientras que la de Piper había florecido. Había alcanzado el éxito. Había luchado contra los efectos secundarios de lo que había tenido que pasar, y estaba muy orgulloso de ella por haberlo logrado, pero no quería ser un recordatorio constante para ella, y no tenía ni idea de cómo impedirlo. ¿Cómo podía estar en la misma habitación que él y no volver mentalmente a aquella noche?
Ya había pasado bastante, y no podía ser la fuente de más dolor para ella, de modo que herirla en aquel momento era el mejor modo de evitar que hubiera más tristeza.
Sus palabras la atravesaron de lado a lado, aunque no era más de lo que se esperaba. ¿Qué otra explicación podía haber? Obviamente la culpaba de que su vida se hubiera convertido en un infierno. Nunca habría estado en la cárcel de no ser por ella.
Movió la cabeza e intentó respirar hondo. Perder la compostura en aquel momento no serviría de nada y lo miró en silencio durante varios segundos.
Ya no estaba segura de qué esperaba conseguir forzándolo a mantener a aquella conversación. Bueno, no. Quería verlo con sus propios ojos. Necesitaba verlo. Saber que la necesidad que sentían los dos seguía estando allí. Y para maldición de ambos, lo estaba.
Se había mentido a sí misma, diciéndose que solo quería poner punto final y no dar alas a la fantasía de que la mirara, la tomase en brazos y la besara como si no hubiera un mañana.
Por desgracia, estaba claro que la fantasía era solo de ella. Él nunca le había dado señal alguna de que quisiera otra cosa que no fuera amistad así que, en resumen, punto final es lo que iba a llevarse. No había nada que revivir, ni siquiera esa amistad.
Se obligó a hablar a pesar del nudo que tenía en la garganta.
–Oírte decir eso duele, pero lo entiendo y no te molestaré más.
Con una sonrisa enferma, echó a andar dejándolo atrás, ansiosa por llegar a la puerta antes de que las emociones la desbordaran y las lágrimas la avergonzasen. Lo último que quería era que Stone la viera vulnerable.
Aquella puerta era todo lo que podía ver. Era el modo de escapar. Por eso no estaba preparada para sentir que una mano caliente y dura se posaba en su brazo.
–Piper…
–¿Qué quieres de mí, Stone? –le preguntó sin mirarlo.
El corazón le latía con tanta fuerza que, en el silencio que se extendió entre los dos, seguro que él podía oírlo. Stone no se movió. No la sujetó, pero estaba muy cerca.
Cuando ya no pudo aguantarlo más lo miró, y lo que encontró en sus ojos la dejó paralizada por dentro. La ira, la desesperación y la esperanza llenaban su mirada. Ojalá pudiera tocarle la cara para calmarlo, para asegurarle que todo iba a ir bien.
Pero no le correspondía a ella.
–No quiero nada de ti, Piper.
–Entonces, deja que me vaya.
Le vio apretar los puños y pensó que iba a hacer lo que ella le había pedido, pero inesperadamente se iluminó la pantalla de su reloj de pulsera. La tensión desapareció al dejar de mirarse, aunque una ansiedad de otro tipo le contrajo el pecho al leer las palabras que habían aparecido en su pequeña pantalla.
Me gustaría hablar con usted sobre la muerte de su hermano. Llámeme para que podamos concertar una cita y que pueda darme su versión de la historia.
Un sudor frío le bañó el cuerpo. Lo último que quería era hablar con algún periodista sobre Blaine. Había conseguido asimilar lo ocurrido, pero no por ello estaba dispuesta a contárselo al mundo.
Diez años atrás, su nombre apenas había sido un pie de foto en la historia, dado que la muerte de Blaine había ocurrido en su fiesta de graduación. Nadie la había relacionado con lo sucedido. Se había especulado con mujeres, drogas, negocios que habían salido mal… pero nadie había considerado que ella podía ser el centro de la controversia que rodeó aquel escándalo, lo cual había obrado en su favor.
Los buitres habían vuelto a la carga, buscando algún pedazo de información con que poder transformar la puesta en libertad de Stone en una noticia de alcance nacional.
–¿Pero qué narices…? –se enfureció él, y tiró de su mano para poder leer mejor lo que acababa de aparecer en la pantalla. Ella ni siquiera intentó impedírselo, y dejó que se acercase más. Era egoísta por su parte, pero se dejó envolver por su calor. Iba a durarle poco.
–¿Quieres explicármelo?
–Pues la verdad es que no.
Stone respiró hondo.
–Da igual. Habla.
–Los periodistas llevan meses molestándome –confesó, encogiéndose de hombros.
–¿Y por qué acabo de enterarme?
–Pues no sé… ¿Será porque te has negado a hablar conmigo durante diez años, y pensé que te importaría un comino?
Stone se pasó las manos por el pelo casi como si quisiera arrancárselo y, aunque no debería, Piper se sintió mejor. Verle tan frustrado como se había sentido ella era reconfortante.
–Esto no tiene nada que ver contigo –le dijo.
–Y unas narices.
–En realidad, no.
–Te ha escrito a tu número particular –señaló él.
–Lo sé.
–¿Y cómo lo ha conseguido?
–Soy fácil de encontrar –respondió, cruzándose de brazos–. Tengo que estar accesible por la naturaleza de mi trabajo.
Un sonido parecido a un rugido reverberó en el pecho de Stone.
–Hace un instante estabas a punto de echarme de tu vida para siempre –continuó–, así que finjamos que no has visto ese mensaje y déjame salir.
–Eso cambia las cosas.
Piper alzó las cejas.
–No cambia nada –replicó, disponiéndose a marcharse–. No te debo nada, y menos aún explicaciones de lo que esté pasando en mi vida en este momento.
Tomó el pomo, pero antes de que pudiera accionarlo, él apoyó la mano en la hoja de la puerta con tal fuerza que el sonido se extendió por la biblioteca.
–Puede que tengas razón, pero vamos a hablar de ello de todas formas.
–¿O qué, si yo no quiero? –espetó.
–O te cargo al hombro y te encierro en una habitación hasta que te calmes un poco.
–Te deseo suerte con eso.
–No me pongas a prueba, Piper. Maté a un hombre para protegerte.
Su tono parecía indicar que lo que había hecho le parecía horrible, pero ella nunca podría pensar en él como un asesino, ni como ninguna otra cosa que no fuera su salvador.
De pronto se sintió muy cansada. Agotada en realidad. Había pasado unos días cargados de emociones. De hecho, no recordaba la última noche que había dormido del tirón. Hacía semanas, incluso meses.
–Es solo una periodista, Stone. Soy perfectamente capaz de no hacerle ni caso.
Stone cambió de postura y las solapas de su chaqueta le rozaron la espalda. La imperiosa necesidad de apoyarse en él y dejar que su fuerza la empapara fue difícil de contener, pero dio media vuelta y, respirando hondo, alzando la barbilla y cuadrando los hombros, se dirigió a la silla en la que había estado sentada antes.
Cuando el caos se apoderaba de todo, el mejor modo de mantener la calma era controlar las cosas que sabía que podía controlar, como su postura y sus actos.
–¿Qué quieres saber?
–Dices que los periodistas llevan meses poniéndose en contacto contigo. ¿Por qué?
Piper ladeó la cabeza como si no pudiera creerse la pregunta.
–No lo sé. Puede que porque con tu puesta en libertad se haya renovado el interés por la historia.
–Eso ya lo sé. Los de Recursos Humanos en Anderson Steeel han estado recibiendo llamadas a diario. Lo que quiero saber es por qué tú. Por qué ahora, si antes te habían dejado en paz.
Piper fue a darle réplica, pero se detuvo un instante para pensar.
–¿Cómo sabes eso? –le preguntó, despacio.
–¿Cómo sé qué?
–Que me habían dejado en paz.
–Me lo dijo mi padre.
–¿Porque tú se lo preguntaste, o simplemente era información general?
Le vio apretar los dientes y pensó que no iba a contestar.
–Porque yo se lo pregunté.
Piper lo miró sin saber qué hacer con esa confesión. Quiso preguntarle, pero tenía miedo de que no le diera una respuesta sincera. O que a ella no le gustara lo que le fuera a decir.
–Creo que solo están intentando pescar algo. Antes no se fijaban en mí porque tenía apenas dieciocho años. Ahora soy adulta, con una carrera exitosa en Psicología, lo que les proporcionaría no solo información desde dentro, sino la opinión de una experta profesional.
–No estarás hablando con ellos.
Le irritaba que no pusiera la frase entre interrogaciones.
–No estás en disposición de darme órdenes.
Volvió a pasarse las manos por el pelo, a tirarse de algunos mechones. Parecía una nueva costumbre en él cuando se encontraba frustrado.
–Por favor, no hables con ellos.
De pronto volvió a sentirse agotada, como si estuviera intentando empujar un muro que ya no se movía.
–¿Por qué iba a hacerlo?
Era fácil darle lo que pedía, teniendo en cuenta que era lo que había decidido hacer.
–Bueno, esta noche no ha salido como estaba planeado –dijo, y se levantó de la silla–. Me voy a casa.
–No. No hemos terminado esta conversación.
Le dedicó un esbozo de sonrisa.
–Mírame –dijo, y abrió la puerta.