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Capítulo Cuatro

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Stone sostenía en la mano el móvil, apretándolo tanto que el aparato crujió, a punto de romperse.

–Anda, suéltalo antes de que lo rompas, que acabas de comprarlo.

–No me importa –replicó entre dientes. Podía comprarse mil más. Lo que le importaba era la foto que llenaba todos los píxeles de la pantalla.

–¿Cómo ha podido ocurrir? –exigió saber, volviéndose a los dos hombres que estaban al otro lado de la estancia.

En realidad habría querido preguntarlo a gritos, pero no serviría de nada.

Mitchell, el jefe de seguridad de su padre, habló.

–No estamos seguros. Estamos revisando ahora mismo las grabaciones de seguridad por ver si podemos identificar al que tomó la fotografía.

La fotografía. Piper y él, en la biblioteca, la noche anterior. Debían haberla sacado desde el balcón del segundo piso, una parte de la casa que estaba estrictamente prohibida para los invitados.

–Nuestra preocupación es que fuese alguien de la fiesta de anoche, lo cual hará que localizarlo sea tarea casi imposible. Lo único que hemos visto por ahora es una figura en sombras de la que ni siquiera podemos decir si era hombre o mujer.

Genial. La frustración no lo dejaba parar quieto, y comenzó a pasearse de un lado al otro de la estancia, tirándose del pelo. El pequeño dolor que se provocaba le ayudaba a centrarse en el problema.

–No es tan grave, tío –le dijo Gray cuando pasó a su lado.

Aparentemente su amigo no se equivocaba, pero tampoco estaba en lo cierto. La fotografía, robada en el momento en que había recogido a Piper del suelo tras su desvanecimiento, había captado un momento íntimo. Pero no era solo la imagen lo que lo tenía desasosegado. Era el pie de foto que la acompañaba.

De enemigos a amantes: el asesino confeso y la hermanastra de la víctima.

Esas palabras lo eran todo. Todo lo que llevaba queriendo tanto tiempo y todo lo que no podía tener. Piper y él no eran amantes. Nunca lo serían. Era una certeza que había asumido hacía ya mucho tiempo.

Ahora toda la ciudad podría verlo. Todos podrían cuchichear sobre la persona tan horrible que era, y ahora arrastrarían el nombre de Piper por el barro junto al suyo, haciéndose cruces porque una respetada psicóloga se pudiera liar con un exconvicto.

Quien hubiera tomado la fotografía, había calculado el momento a la perfección para que encajase con aquel titular sensacionalista.

–¿Estás seguro de que no fue ella?

Stone se volvió como un rayo a mirar al hombre que estaba dos pasos por detrás de Mitchell.

–¿Qué has dicho?

Aquel tío o era idiota, o tenía ganas de morir.

–Ya me has oído. ¿Podría haberlo preparado ella?

Gray le apretó con fuerza el brazo.

–¿Con qué fin? –preguntó.

–Quizás para vengarse de ti por su hermanastro. Igual quería hacértelo pagar un poco más en los medios. O puede que haya vendido la historia por dinero.

Stone se rio.

–Piper no necesita dinero.

–¿Estás seguro? Corrígeme si me equivoco, pero el que tiene el dinero es su padrastro, ¿no? Ella vive en su finca.

–Es una psicóloga con consulta propia –respondió entre dientes.

–Una psicóloga que no gana mucho dinero, teniendo en cuenta el estilo de vida al que estaba acostumbrada. Además, suele admitir casos pro-bono.

Sí, eso era propio de Piper.

–Déjame adivinar. La mayoría son víctimas de asalto.

–¿Cómo lo has sabido? –preguntó, sorprendido–. Trabaja como voluntaria en varios grupos de asistencia a las víctimas.

–Te aseguro que no necesita dinero.

–Su cuenta bancaria parece sugerir otra cosa.

El tío no se daba por vencido.

Stone iba a contestar, pero Gray se interpuso entre ellos.

–Hace diez años que no la ves, tío –le reconvino, mirándolo con el ceño fruncido–. ¿Cómo puedes estar tan seguro? La gente cambia.

¿Acaso no era él mismo el ejemplo perfecto de lo acertado de aquella sentencia? ¿Podía haber vendido Piper la historia a la prensa amarilla? Las tripas le decían que no, pero el tiempo pasado en la cárcel le había enseñado a no fiarse de nadie, excepto de Gray y Finn.

Volvió a cruzar la habitación y recogió su teléfono del suelo para leer el artículo que acompañaba a la fotografía. Se hablaba de la relación que Piper y él habían tenido de jóvenes, pero su amistad no había sido un secreto. Lo que sí le llamó la atención era que se especulase con la razón por la que había cortado todo contacto con ella mientras estuvo en la cárcel, un detalle que solo unas pocas personas conocían. Y la primera en esa lista era ella, Piper.

Cada latido del corazón le reverberaba en la cabeza. Era como si alguien tuviese un martillo neumático horadándole el cerebro. Estaba claro que no debería haberse acabado la botella de vino que Carina había dejado a medias cuando se fue.

Abrió solo un ojo y miró a las ventanas. Se le había olvidado echar las cortinas. No era exactamente así como tenía pensado pasar el domingo.

Tenía el móvil en la mesilla y lo oyó vibrar. La palabra mamá apareció en la pantalla, y no estaba de humor para hablar con ella en aquel momento, de modo que se levantó por el otro lado de la cama. En cuanto puso los pies en el suelo, notó el dolor de cabeza.

Ah, no. Que no era la cabeza. Alguien aporreaba la puerta de su casa. ¿Quién demonios iba de visita a aquella hora?

Se puso la bata y al pasar por delante de la cómoda, vio el reflejo que le devolvía el espejo. Qué cara de muerta.

Bajó la escalera a trompicones y abrió de golpe.

–Deja de aporrear la…

La última persona en el mundo que esperaba encontrarse estaba allí. Stone. Tenía el ceño fruncido y las piernas abiertas como si fuera un pirata que aguantara la tormenta en la cubierta de su navío, y el puño a media altura, dispuesto a descargar sobre un panel de madera que ya no estaba allí.

Parecía tan poco contento como ella.

–¿Pero qué…?

Ni siquiera esperó a que lo invitara a pasar. Algo que no iba a hacer.

–¿Lo hiciste tú?

Piper cerró la puerta y se quedó mirándola unos segundos. No podía ignorarlo, ni llamar a los de seguridad de su padre para que lo acompañasen a la puerta exterior, aunque la tentación era grande.

Se dio la vuelta y lo miró. Mejor no llamar a nadie. Stone parecía un fardo de pólvora a punto de estallar. Su propia seguridad no le preocupaba. Sabía de sobra que no le tocaría ni un pelo.

Aunque, en el fondo, deseaba que lo hiciera.

–¿Que si he hecho qué?

–Vender la foto. Hablar con alguien de los detalles de nuestra relación.

–¿Qué relación? Hace mucho tiempo que no somos amigos.

Bajo la soflama de la ira, le vio palidecer. Esa fue la única prueba de que con sus palabras le había llegado a un punto doloroso que no pretendía.

Stone sacó un móvil del bolsillo y se lo puso delante de la cara. Una fotografía que no conocía llenaba la pantalla. En ella aparecían los dos, y ella llevaba puesto el vestido de la noche anterior.

–Dios mío…

–O has desarrollado unas dotes de interpretación que no conocía, o no tienes nada que ver con esto.

Piper lo miró pretendiendo encontrar en él algo más que aquella acusación, porque en aquel momento estaba conteniendo una necesidad acuciante de tocarlo, de rozar su mejilla sombreada por la barba, de tirar de él y llevarlo a la cama de la que acababa de levantarse y hacer que se arrugaran las sábanas, y no de dar vueltas toda la noche.

Qué idiotez. Igual seguía medio borracha.

Volvió a mirar la fotografía.

–Déjame en paz.

Le quitó el teléfono de la mano para poder leer el artículo. Era corto y estaba lleno de insinuaciones y con muy pocos hechos.

–Dado que has aparecido en mi puerta, doy por hecho que no tienes ni idea de quién es responsable de esto –le dijo.

–No –contestó, y un músculo le tembló en la línea de la mandíbula–. El equipo de seguridad está revisando las grabaciones mientras hablamos. Aparece una persona en el balcón del segundo piso mientras nosotros estábamos en la biblioteca, pero apenas se distingue. Ni siquiera podemos decir si es hombre o mujer, pero parecía saber exactamente dónde estaban las cámaras.

–Qué bien. Me estás diciendo que podría ser cualquiera, ¿no? Un empleado de la casa, un invitado…

–Tengo un amigo que está probando con otra táctica. Estamos intentando ir de la fotografía hacia atrás para tratar de adivinar dónde se originó, y puede que descubramos quién se la vendió al medio que la ha publicado.

–¿Puedes hacer eso?

Compuso una media sonrisa, un gesto bastardo de la hermosa sonrisa que antes solía regalar con frecuencia.

–Yo no puedo, pero conocemos a gente que sí.

–¿Conocéis gente? ¿Gente que no tiene problema en transgredir la ley?

¿Era eso lo que quería decir?

Stone se encogió de hombros y la camisa se encogió con él. Mejor no pensar en cómo se le marcaban los músculos bajo la tela.

–No están transgrediendo la ley… exactamente.

Piper compuso una mueca rara.

–Qué alivio –se burló–. ¿Es que quieres que vuelvan a meterte en la cárcel?

–No soy yo el que va a transitar por la zona gris de la ley.

Qué bien. Cuánto le gustaría poder meter algo de buen juicio en esa cabezota suya.

–Es un consuelo, sí.

La sonrisa que le dedicó entonces sí que le provocó una tormenta de energía en la piel. Sí, tenía que irse. Sus defensas y su cerebro seguían afectados por el vino de la noche anterior.

–Bueno, gracias por venir a despertarme. Siento no poder ayudarte más, pero ya es hora de que te vayas.

Y en dos pasos se plantó ante la puerta y la abrió.

Stone permaneció inmóvil unos segundos, en los que la miró de arriba abajo.

Le costó Dios y ayuda morderse la lengua y no llenar el silencio espeso que se había instalado entre ellos, pero es que eso era lo que él quería, razón de más para que no lo hiciera.

Despacio, Stone dio varios pasos. Y no, ella no estaba siendo consciente de cómo se movía su cuerpo, o cómo se marcaban sus cuádriceps en la tela envejecida de sus vaqueros. Parándose junto a ella, le apartó un mechón de pelo que le rozaba la mejilla, y un estremecimiento le corrió por la espalda. Se le había puesto la carne de gallina. Stone no se detuvo ahí, sino que con el dorso de la mano recorrió la línea del hombro y el brazo hasta llegar a la mano. Por un momento pensó que iba a entrelazar los dedos con los suyos, hasta que… hasta que se dio cuenta de que lo quería era el teléfono.

–Mejor me lo llevo –dijo en voz baja.

Lo soltó de inmediato. Si él no hubiera estado preparado para recogerlo, habría caído al suelo.

Pero a Piper le daba igual. Cualquier cosa valía para cortar aquella conexión, que llevaba acompañándola desde los seis años, desde el día mismo en que conoció a Stone. Había sido su mundo, su amigo del alma, hasta que a los quince dejó de serlo. Pensó que diez años sin contacto habrían roto la conexión, pero al parecer no había sido así, al menos para ella, y ahora no sabía qué hacer.

Una sonrisa cargada de ironía afloró a los labios de Stone. Dios, cómo desearía abofetearle…

–Ya te contaré lo que encontremos.

–No te molestes, que no me importa.

–Puede, pero a mí, sí.

Genial. Pues sí, le importaba, pero no estaba dispuesta a admitirlo delante de él, y desde luego no quería que se preocupara por ella.

–Estoy bien, Stone. Vete y vive tu vida. Disfruta de tu libertad, y déjame vivir la mía.

En aquel momento era eso, y no otra cosa, lo que quería, tanto para él como para sí misma, pero por desgracia no iba a bastar con desearlo para que se hiciera realidad.

El puño de Stone se estrelló contra la piel suave del saco de boxeo, y el impacto reverberó por su brazo. Era una sensación reconfortante y familiar. Los brazos y los hombros le dolían del ejercicio, y el sudor le caía por la cara y le entraba en los ojos.

El escozor no solo le recordaba que estaba vivo, sino que le ayudaba a quitarse del pensamiento la imagen de Piper, recién levantada de la cama y con los ojos adormilados, que no había modo de sacarse de la cabeza porque su cuerpo se había empecinado en que tuviera que soportar una erección permanente y la sensación de que no iba a poder hacer nada al respecto.

–Tío, puede que tú tengas energía para veinte asaltos más, pero yo no –protestó Gray, que sujetaba el saco mientras Stone volvía a golpearlo.

–Dos más –le pidió, jadeando.

–Da igual que te pases el día dándole al saco, que no vas a conseguir solucionar tu problema así.

–¿Ah, no? ¿Y qué problema es ese?

–Que no consigues que haga lo que tú quieres que haga.

–¿Y qué quiero que haga?

Gray soltó el saco y se acomodó en una vieja silla plegable que había en un rincón, vació media botella de agua y, después, contestó.

–Preferirías que estuviera encerrada en una torre sin ventanas ni puertas.

–Me parece a mí que ves demasiado cine infantil, tío. Igual deberías probar algo un poco más duro.

–Es curioso que no hayas sugerido que estoy equivocado. Solo has atacado mi elección de entretenimiento.

–En serio. Deberías probar con algo de porno. A lo mejor te ayudaba a encontrar tus testículos y a darle al saco como un hombre.

Gray agarró lo primero que encontró, que resultó ser una toalla sudada, y se la lanzó.

–Insultarme no va a conseguir que lo que te he dicho sea menos acertado. No puedes conseguir que haga lo que tú quieres, y eso te cabrea. No es la niña que te seguía a todas partes como un perrito.

–Ella no hacía eso.

Gray lo miró con sorna.

–¡Vale! Puede que cuando era pequeña estuviera un poco deslumbrada por el héroe que creía que era yo.

–Y ahora también. La otra noche te estuvo observando.

–¿Qué?

–En la fiesta. Me di cuenta.

Stone tenía una botella de plástico en la mano y la apretó con tanta fuerza que salió un chorro por la boca.

–Cálmate, que no me refiero a eso. Bueno, que está tremenda es cierto.

–Ve al grano.

–Yo andaba por ahí, sin meterme en el meollo de la fiesta, porque no conocía a nadie ni pertenezco a ese grupo. Estaba claro que ella sí, aunque tampoco se la veía muy metida en la fiesta. Era educada con la gente, charlaba, pero permanecía distante, y me pregunté por qué habría ido, estando tan claro que no deseaba estar allí.

Gray se recostó en la silla, relajado, algo que nunca se había imaginado que podría ver. La gente lo consideraba intenso e intimidante, y podía serlo. En su grupo, Finn era el amante de la juerga al que todo el mundo quería y que hacía reír a cualquiera, mientras que la cabeza de Gray nunca paraba. Siempre estaba calculando, ajustando, observando.

–Entonces me di cuenta de que estaba allí porque te observaba, aunque manteniendo la distancia, y eso me mosqueó.

En el lugar en el que habían estado, o estabas siempre alerta o podías recibir una cuchillada por la espalda cuando menos te lo esperases, y de manos de quien menos te lo imaginabas.

–En un primer momento, me pregunté si estaría cabreada, o si querría vengarse de alguna manera, pero luego me fijé en cómo te miraba… estaba enfadada contigo, sí, pero había más. Y algo me dice que siempre lo ha habido.

Stone movió la cabeza. No necesitaba oírle decir eso precisamente en aquel momento, después de haber ido a casa de Piper aquella mañana.

–No importa. Quiero mantenerme alejado de ella. Haré cuanto pueda por desviar la atención de los medios, y los dos seguiremos adelante con nuestras vidas.

Gray respiró hondo.

–Pues buena suerte, tío.

E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021

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