Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021 - Кэтти Уильямс - Страница 6

Capítulo Uno

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Diez años era mucho tiempo aunque, al parecer, no lo suficiente para cambiar ni una sola maldita cosa.

Nada podía demostrarlo más que encontrarse apoyado en la balaustrada de la casa de sus padres, contemplando a toda aquella gente deambulando por el jardín, todos ellos esperando poder verlo.

Y la única persona a la que él quería ver era a la mujer de la que debía mantenerse alejado.

Las parejas bailaban y reían, tomando champán en flautas de delicado cristal, celebrando su vuelta como si se hubiera pasado aquella década disfrutando de una isla privada, y no en la cárcel. Pero ni el lujo ni la diversión podían ocultar la tensa espera, el regodeo en sus expresiones, la sed de cotilleos. Aquella velada era una farsa cuyo final avanzaba inexorablemente hacia él, y no había maniobra que pudiera impedir lo que sabía que iba a ocurrir. Anderson Stone, el hijo pródigo, por fin estaba en casa, y todo aquel que fuera alguien en la sociedad de Charleston se había puesto sus mejores galas para poder examinarlo de arriba abajo y cuchichear a sus espaldas.

Al menos, en la cárcel, el enemigo era fácil de identificar, pero allí todo eran sonrisas justo antes de arrastrar tu reputación por el barro en cuanto se presentase la oportunidad.

–Cariño, ¿qué haces aquí arriba? Deberías estar en el jardín. Tus amigos están deseando darte la bienvenida.

Stone se volvió. Su madre ya había cumplido largamente los sesenta, y seguía estando preciosa. Su cabello oscuro se había trenzado de plata en los últimos diez años y algunas arrugas más partían de sus ojos, pero nada –ni siquiera ver cómo sacaban a su hijo de la sala del tribunal esposado– podía apagar la luz que brillaba en el fondo de sus ojos azules, o disminuir la confianza serena de su sonrisa.

Se acercó a él y le ofreció la mejilla para un beso, un cariño que él le mostró sin dudar. Ya le había dado bastantes sinsabores. Pero no hizo ademán de decidirse a bajar las escaleras para sumergirse en aquellas aguas repletas de tiburones.

–Cariño –dijo su madre en voz baja, y apoyó delicadamente una mano en su espalda, viendo cómo apretaba en la mano el vaso de whisky. ¿Quién se iba a imaginar que a los treinta, con todo lo que había visto y vivido, iba a seguir necesitando el contacto de su madre para que lo calmara como un niño asustado por una pesadilla?–. Sé que en este momento estás luchando contigo mismo, pero estas personas han venido a apoyarte.

Sí, ya. Le costaba creerlo, pero no iba a destruir la dulce visión que su madre tenía del mundo.

Había sido condenado por asesinato. Había matado a otro miembro de la jet-set. Daba igual que ese bastardo mereciera la muerte, porque solo una persona más conocía esa verdad, y él haría lo que fuera para conseguir que eso siguiera siendo así. Incluso declararse culpable y cumplir condena.

–Quedarte aquí de pie no te lo va a poner más fácil.

En eso tenía razón, así que respiró hondo y apuró el vaso. Sí que había echado de menos un buen licor como aquel. Se obligó a sonreír con la esperanza de que su madre no se diera cuenta de lo falso del gesto, y se encontraba ya cerca de la escalera cuando su voz dulce lo detuvo.

–Anderson.

Ella era la única persona que lo llamaba por su nombre de pila. Se detuvo y se volvió a mirarla.

–Estoy orgullosa de ti, hijo.

Pues no podía comprender cómo era posible, pero lo había educado bien y no era el momento de empezar a discutir con ella.

–Tienes todo el tiempo del mundo para decidir qué quieres hacer. Sé que tu padre te ha ofrecido un puesto dentro de la empresa, y a los dos nos encantaría que aceptaras, pero ni él ni yo esperamos que tomes esa decisión ahora mismo. Tómate tu tiempo. Disfruta de la libertad.

Stone asintió. No tenía valor para decirle que no le interesaba unirse a Anderson Steel. La empresa se llamaba así por el abuelo de su madre. En una época en la que pocas eran las mujeres que podían ocupar puestos de responsabilidad en los negocios, sus padres habían ocupado los cargos de gerente y vicepresidente desde mucho antes de que él naciera.

Siempre le había maravillado su capacidad para trabajar juntos todo el día y seguir tan enamorados. Él era lo más importante para ellos, pero nunca había sentido esa profunda conexión. De hecho, nunca había deseado entrar en la empresa, aunque diez años antes no se le habría ocurrido pensar que deseaba tomar otro camino. Sin embargo, en aquel momento… perder diez años de libertad te hacía replantearte hasta la decisión más simple de tu vida.

Ya no le interesaba cumplir con lo que se esperaba de él, en particular en lo referido a participar en Anderson Steel, pero el problema era que aún no tenía otro camino. Aún.

Ya cruzaría ese puente más tarde. Los problemas, de uno en uno.

No había puesto el pie en el último peldaño de la escalera cuando la música suave que se deslizaba por el salón de baile cesó, y todas las miradas de la sala aterrizaron en él.

No tenía ni idea de lo que estarían viendo o pensando y, francamente, no le importó. Bueno, no exactamente. Había una persona que sí le importaba, aunque no debería.

Había sentido su presencia nada más entrar ella en el salón, pero iba a hacer cuanto pudiera por ignorarla, al igual que iba a ignorar miradas y susurros.

Piper Blackburn permanecía en la zona menos iluminada del salón y, a pesar de la copa de Merlot que se había tomado, seguía sintiendo la garganta seca y áspera.

No podía apartar la mirada de él, como tampoco podía controlar el temblor de las manos. Mejor dejar a un lado la copa, no se le fuera a caer. Lo último que quería era llamar su atención. O mejor dicho: no quería llamarla aún. Tenía que estar más tranquila antes de enfrentarse a él. Antes de dar rienda suelta a la frustración acumulada durante diez años, al dolor, a la culpa.

Cerró los ojos y respiró hondo varias veces, empleando las técnicas de relajación que enseñaba a sus pacientes. Cuando se sintió un poco más centrada, los abrió de nuevo, e inmediatamente perdió lo conseguido, pues Stone seguía en su línea de visión, alto, fuerte y guapo como el mismo demonio. Estaba parado, como desafiando a quienes lo escrutaban.

Parecía distinto, pero no podía esperar otra cosa. Diez años en la cárcel cambiarían a cualquiera, ¿no? Lo veía más grande. No más alto, porque con veinte años ya medía más de metro ochenta, pero sí más musculado, con más volumen. Más duro, no solo en cuerpo, sino en actitud. El muchacho que ella conocía se movía con gracia, y esa gracia seguía presente, pero era como si su exterior de seda cubriese un interior de puro acero.

Un brote de risa histérica siguió a su propio chiste. Interior de acero para el hijo de los magnates del acero. Tenía que controlarse si quería que el discurso en el que había estado trabajando saliera como tenía planeado. Lo contrario la cabrearía sobremanera.

Aquella noche era la vuelta de Stone a la sociedad y la libertad, pero al mismo tiempo era también el cierre de una etapa, la última pieza que ella necesitaba para dejar atrás el pasado de una vez por todas.

Los murmullos se recuperaron poco a poco. La gente comenzó de nuevo a moverse. Alguien se abrió paso entre los asistentes para propinarle una palmada en la espalda a Stone y darle la bienvenida. Durante casi una hora, Piper permaneció en la parte más alejada, viéndole saludar a personas que conocía de toda la vida con una expresión vacía. No sonrió, ni rio. Se mostró solo educado y confiado, remoto e inalterable.

Era distinto, y la culpa era suya.

Sin embargo, no por ello iba a dejar de hacerle las preguntas para las que llevaba diez años esperando una respuesta.

Aguardó a que llegase su momento y, cuando lo vio acercarse a su madre para decirle unas palabras al oído y encaminarse después a la escalera, supo que era ahora o nunca.

Respiró hondo y echó a andar pegada a la pared, evitando la escalera principal que Stone había utilizado en favor de otra más pequeña, reservada al personal de servicio. Aquella casa le era tan familiar como si fuera suya. Puede que incluso más. La conocía de cabo a rabo. La había explorado con el hombre que intentaba escapar de la fiesta organizada en su honor.

Escapar de ella. Pero ya se había cansado de que la ignorase.

La pesada puerta de madera que cerraba el paso al final de la escalera daba a un tranquilo corredor, y llegó justo a tiempo de ver cómo se cerraba la puerta de la biblioteca que había al otro extremo. Tendría que haberse imaginado que iría allí, al lugar en el que tantas horas habían pasado juntos. La estancia llena de felicidad y buenos recuerdos.

De niños, se sentaban sobre la alfombra ante la enorme chimenea y reían leyéndose historias de las más rocambolescas aventuras. De adolescentes, acomodados en los sofás, hacían los deberes y fantaseaban con el futuro. La vida era entonces tan increíble, estaba tan llena de posibilidades… Hasta que, de pronto, dejó de estarlo.

Ni siquiera aquel doloroso recuerdo logró evitar que abriera la puerta y entrase. Las palabras que durante tanto tiempo había practicado se arremolinaron en su cabeza mientras cerraba y apoyaba la espalda en la puerta.

Una luz cálida que provenía de varios apliques de pared bañaba la estancia en dorado. Stone estaba de pie ante el ventanal curvo, de espaldas a ella, y sin darse la vuelta, dijo:

–Me preguntaba hasta cuándo ibas a esperar.

El timbre de su voz acabó de desatar el nerviosismo que amenazaba con apoderarse de ella, y sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel. Era así de simple y así de complicado. La reacción que experimentaba ante aquel hombre llevaba años siendo un embrollo de emociones en conflicto.

Se sentía tan congelada como uno de aquellos cisnes de hielo que adornaban el bufé de abajo cuando Stone giró la cabeza para atravesarla con la mirada. Su expresión remota fue como una patada en el vientre.

Imbécil… Habían pasado demasiado juntos para que la mirara con la misma expresión desapasionada y vacía que había dedicado a todos los demás. Se merecía más de él.

De pronto echó a andar con paso decidido hacia él. Todas las palabras que había practicado se ordenaron detrás de los labios, dispuestas a salir.

Stone se volvió, parado con las piernas abiertas y las manos apretadas.

Cómo deseaba abofetearlo, escuchar el sonido del impacto de su mano en la mejilla, pero no lo hizo. Aun estando enfadada, seguía alegrándose de verlo al fin.

La velocidad que había ganado la empujó contra él, y rodeándolo con los brazos, lo apretó contra sí. Calor, felicidad y arrepentimiento se le clavaron en el vientre, y cerró los ojos. Era maravilloso poder abrazarlo.

Hasta que se dio cuenta de que él no se había movido. Seguía teniendo los puños apretados y los brazos a lo largo del cuerpo.

Se separó e intentó interponer algo de espacio.

–Lo siento.

–¿Qué sientes?

–Acabo de ver a un par de docenas de personas a las que les importas un comino revolotear a tu alrededor como si fueses Cristo redivivo mientras, en silencio, las condenaba por ser hipócritas y falsas.

–Entonces, ya somos dos –replicó él, y un brillo que duró apenas una décima de segundo hizo resucitar sus ojos castaños.

–Y yo acabo de hacer prácticamente lo mismo.

–Casi.

–Pero tenía que elegir entre abrazarte o darte una bofetada.

Stone pareció sonreír.

–Estás enfadada conmigo.

–¡Pues claro que estoy enfadada contigo, pedazo de idiota!

–No tienes por qué.

–¿No tengo por qué? Stone, llevas diez años negándote a verme o a hablar conmigo, después de que mataras a mi hermanastro para protegerme.

Su relación se había complicado un poco entonces, pero aun así, seguían estado unidos. Eran los mejores amigos. Y de pronto… desapareció.

Cuando más lo necesitaba.

Pero no era esa la razón de su enfado. Había logrado asimilar lo ocurrido con años de terapia, que la había ayudado a superar la ira y la culpa. Lo que no había podido superar había sido su empecinamiento en bloquearla, en dejarla fuera, en no permitir que ella lo protegiera del mismo modo en que él siempre la había protegido a ella.

–No me diste oportunidad, Stone. No me dejaste admitir que Blaine llevaba años intimidándome, acosándome. Lo sacrificaste todo, para luego negarte a hablar conmigo.

Estaba tan ciega por la irritación que no se dio cuenta del cambio que se había obrado en la postura de Stone y en su expresión.

–¿Llevaba años acosándote? –preguntó, agarrándola por los brazos. Su expresión se había vuelto asesina–. ¿Aquella no fue la primera vez que te hacía daño?

El cambio la pilló desprevenida y negó con la cabeza.

–No. Bueno, sí.

–¿Sí o no?

–No. Sexualmente no me había atacado nunca antes de aquella noche, pero me había pegado. Me pellizcaba. Me asustaba. Una vez, me cortó con unas tijeras, pero dijo que había sido un accidente y no pude demostrar lo contrario.

Esa parte de la historia con Blaine era la razón por la que no había hablado. Todo había ocurrido muy deprisa, sí, pero cuando se dio cuenta de lo que Stone había hecho… tuvo miedo de que nadie la creyera si decía la verdad. Cualquier prueba que pudiera tener contra Blaine había desaparecido. Tenía miedo, se sentía dolida y perdida.

Stone abrió las manos despacio y las dejó caer rozando sus brazos, despertando con el contacto una cascada de sensaciones que contrastaban notablemente con la expresión de su rostro. La esquivó y se alejó de ella.

–¿Dónde vas? –lo llamó. Ni de lejos habían terminado con aquella conversación.

–Quiero desenterrar a ese hijo de perra para poder volver a machacarle el cráneo –masculló.

Piper sintió que las rodillas no la sostenían. Simplemente, dejaron de hacerlo. Pasó de estar de pie a estar hecha un manojo de brazos y piernas en el suelo. Mierda… así no iba a transmitir precisamente la imagen de una mujer de éxito y poderosa, que era lo que pretendía. Que, sin él, estaba bien.

Vio cómo los ojos de Stone se abrían de par en par y casi sin saber cómo se encontró en el aire, mientras el mundo se movía a su alrededor, aunque dejó de hacerlo cuando apoyó la cabeza en su cuerpo firme.

Su olor la envolvió y su calor le llegó a la piel de inmediato. Tenía los labios apretados, y estaban tan cerca… ¿Qué narices le pasaba? ¿Por qué quería acercarse y saborearlos? No era la primera vez que sentía esa necesidad, pero había pasado mucho tiempo. Y ella que creía tener el control absoluto de sus reacciones.

La dejó en el sofá más cercano, una enorme monstruosidad de piel que resultó ser mucho más cómoda de lo que parecía, y se agachó delante de ella. En otro tiempo habría podido saber con exactitud lo que estaba pensando, pero en aquel momento no encontró nada. Ni rastro de lo que podía pensar o sentir.

Y, por primera vez desde que planeó aquella confrontación, se paró a pensar cómo le haría sentir su encuentro.

En realidad no era cierto. Lo había pensado, pero había descartado la única opción lógica: que estuviera tan enfadado con ella por lo que había ocurrido, por haberle destrozado la vida, que no podría siquiera soportar su presencia.

Lo que no entendía era por qué había sacrificado su libertad y su futuro por ella, si aquello era cierto. Él fue quien quiso romper el contacto.

Llevaba un vestido de diseño sin mangas y con cuello alto que lucía una sensual abertura en la espalda, y le vio seguir la línea del brazo que tenía apoyado a lo largo del torso y la cadera. Y lo que hicieron sus ojos lo repitió su mano, desde el hombro hasta llegar a sus dedos, con un contacto que era apenas un suspiro y no debería bastar para encender una llama en su interior. Pero es que su cuerpo no respondía bien cuando Stone estaba cerca. Al menos, así había sido desde los quince.

–¿Por qué nunca dijiste nada?

Piper se encogió de hombros.

–¿Qué iba a decir? Tú sabías que Blaine era un malcriado.

Su expresión volvió a endurecerse de tal modo que sintió una imperiosa necesidad de tocarlo, de calmarlo. Pero no tenía ese derecho.

–Hay una gran diferencia entre meterse con una persona y atacarla físicamente, Piper.

–Lo sé perfectamente. No ocurría de continuo. A temporadas parecía que las cosas iban bien, o todo lo bien que podían ir con Blaine, y de pronto, al pasar a mi lado por el pasillo, me daba un golpe que me dejaba huella. Pero siempre se cuidaba de hacerlo en un sitio en el que nadie más pudiera verlo.

–Deberías haber dicho algo.

–¿Y qué ibas a hacer? Si me hubiera imaginado adónde iba a llegar, lo habría hecho, pero es que ya casi era libre. Un par de meses más, y me habría largado de la casa y de su alcance.

A menudo se había preguntado si precisamente eso fue lo que lo desencadenó todo aquella noche, pero la pregunta siempre se había quedado sin respuesta y parecía que iba a seguir así.

–No tiene sentido darle más vueltas –dijo, haciendo un gesto con la mano. Se había pasado años en terapia y había logrado un sentimiento de paz en cuanto a Blaine.

Lo que ahora necesitaba era pasar página con Stone. Dejar atrás el anhelo que se había pasado años intentando convencerse de que no existía.

Había entrado en aquella estancia enfadada con él y consigo misma, pero debajo de todo eso siempre había palpitado una burbuja de necesidad y desconcierto y, en aquel momento, mirando sus ojos dorados, sintió la necesidad imperiosa de encontrar el modo de purgar todo aquello.

–Lo siento –dijo, casi sin darse cuenta de que quisiera decirlo.

–¿Qué sientes?

¿Que qué sentía? ¿Cómo podía dudarlo?

–Haberte arruinado la vida.

E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021

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