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3 de junio de 1618

Estimado señor Cornet:

Le escribo por dos motivos.

En primer lugar, para agradecerle su generosa misiva del 12 de enero de este año. Aprecio sinceramente sus palabras de felicitación. Me siento honrado de que se me haya nombrado lensmann de Finnmark; como bien dice, esta es una oportunidad de servir a nuestro Señor Dios en ese problemático lugar, que hiede al aliento del Diablo y donde hay mucho trabajo por hacer. El rey Cristián IV busca consolidar la posición de la Iglesia, pero las leyes contra la hechicería se aprobaron hace solo un año y, aunque se inspiran en el Daemonologie, todavía les falta mucho para igualar los logros de nuestro rey Jacobo en Escocia y las islas Exteriores. Ni siquiera se han promulgado todavía en mi nueva provincia. Por supuesto, cuando asuma el cargo el año que viene, procederé a rectificar esta situación.

Lo cual me lleva al segundo motivo de esta carta. Como sabe, admiro mucho su intervención en el juicio de Kirkwall de 1616 contra la bruja Elspeth Reoch, del que se habló incluso aquí. Como le escribí en su momento, aunque los elogios del público se dirigieron al fanfarrón Coltart, soy consciente del apoyo que prestó y de que fue su pronta actuación la que ayudó a detectar el incidente cuando aún había tiempo. Es justo este camino el que debe tomarse en Finnmark: necesitamos hombres capaces de seguir las enseñanzas del Daemonologie para «descubrir, juzgar y ejecutar a quienes practican los maleficios».

Así, le escribo para ofrecerle un puesto a mi lado, a fin de acabar con estos males particulares. La causa de muchos de los problemas se encuentra en un sector de la población local, endémico en Finnmark: una comunidad nómada a la que se refieren como «lapones». En cierto modo, se asemejan a los gitanos, pero su magia se sirve del viento y otras condiciones climáticas. Como ya he mencionado, existe una legislación contra este tipo de hechicería, pero no se aplica con la firmeza necesaria.

Como hombre de las Órcadas, no es necesario que le explique las peculiaridades del clima ni de las estaciones en un lugar como este. Le advierto, empero, de que la situación es grave. Desde la tormenta de 1617 (recordará que se habló de ella en los diarios de Edimburgo; yo mismo me encontraba en ese momento en alta mar y su fuerza se sintió hasta en Spitsbergen y Tromsø), las mujeres han quedado abandonadas a su suerte. La población salvaje lapona se mezcla sin trabas con los blancos. Enfrentarse a su magia no será una tarea fácil. Incluso los marineros acuden a esta brujería del clima. Sin embargo, creo que, con su ayuda y la de un pequeño grupo de hombres capaces y temerosos de Dios, venceremos a la oscuridad incluso en la negrura eterna del invierno. Aun aquí, en los límites de la civilización, las almas deben acceder a la salvación.

Por supuesto, sus esfuerzos se verían recompensados. Tengo intención de instalarlo en una vivienda de tamaño considerable en Vardø, cerca del castillo donde se encontrará el centro de mi poder. Tras cinco años aquí, le escribiré una carta de recomendación adecuada para cualquier empresa que desee emprender.

Por favor, medite bien esta oferta. No dudo de que Coltart lo detectaría, pero no es el tipo de hombre que necesito.

Piénselo, señor Cornet. Esperaré su respuesta.

John Cunningham (Hans Køning)

Lensmann del condado de Vardøhus

Vardo

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