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Capítulo 6

Benjamin

Era la chica numero veintiocho, era mi número de la suerte. Así que ella tendría que ser mi esposa. Pero ella, salió corriendo, a las demás ni siquiera les había propuesto nada todavía y mierda, ella era jodidamente hermosa.

Las había visto mejores, pero ninguna era como ella.

Tenía curvas perfectas, su cabello como el oro, y para lo que me gustaba el oro a mí.

Pero ella había salido corriendo.

Como si yo fuese una peste. ¿Acaso no le gustaba el dinero como a todas?

¿Acaso no le parecí atractivo?

Me negaba a creer ambas.

Pero esta chica me hizo ir a buscarla a su jodido apartamento de mala muerte. Era pobre, necesitaba el dinero, entonces ¿Por qué no lo había aceptado? Llevar mi apellido, sería la señora Boone.

Era sábado, ella tenía hasta el viernes.

Después se hizo domingo y luego pasamos a lunes.

Demasiado tarde, pequeña.

—¿Te rendirás? —mi fantasma me lanzó la pregunta con burla.

—Rendirse no está en mi vocabulario.

—Ella tarde o temprano vendrá. No puede resistirse, además… le gustas.

—Como ella a mí, pero no se la haré fácil, pagará por haberme hecho esperar. Necesito que todo el mundo sepa que soy un hombre felizmente casado. Para que no hayan sospechas de que…

—Cállate, estás hablando demasiado.

Me metí a la ducha y me preparé para ir a la oficina. De nuevo me estaban tocando los cojones y necesitaba terminar los pedidos cuanto antes. Los pedidos cada vez eran más, y yo me hacía cada vez más rico, qué aburrido.

Estaba encargándome de todo el jodido papeleo cuando alguien tocó a la puerta.

—Quien quiera que seas te dispararé—dije a quienquiera que estuviese del otro lado—adelante.

Toqué mi arma que la tenía siempre al lado mío en mi escritorio de cristal. En cuanto vi unas zapatillas de color rosa sentí mi pecho sacudirse.

Ni siquiera le había visto la cara y sabía que era ella.

Escondí mi arma de nuevo, no me importaba si la había visto o no.

—¿Va a dispararme? —preguntó con voz firme. Ella no estaba asustada.

Me gustaba.

—Nunca, pequeña.

Magnus estaba detrás, le dediqué una mirada para que nos dejara solos. Ella había regresado a la mansión. Pero era demasiado tarde, más le vale tener una buena excusa para que haya cambiado de opinión.

—Sí—dijo y no entendí a qué se refería.

—No te entiendo, Lilly.

—Sí me casaré con usted—dijo sin más. Tenía los ojos hinchados como si hubiese estado mucho tiempo llorando. Me costaba creer que estuviese llorando por tomar esta decisión, no la estaba obligando, así que se lo hice más fácil.

—Por tu cara, veo que estás sufriendo, no estás obligada a aceptar, Lilly.

—Lo sé, pero necesito hacerlo.

Eso me hizo gracia. Tuvo que haber sido algo bueno, para que cambiara de opinión, ahora tiene otro aspecto. Su ropa, ni siquiera se preocupó por cómo vendría vestida.

Llevaba una camiseta azul y un pantalón negro y una chaqueta rosa.

Parecía una chica saliendo de clases. Su inocencia me llevaba a otra dimensión y me hacía pensar en todo lo que podía hacerle.

Pero como dije, ahora el que iba a correr era yo.

—Te dije que tenías hasta el viernes.

Se removió en su asiento nerviosa y se le pusieron los ojos llorosos. ¿Acaso estaba en peligro?

—¿Alguien te ha lastimado?

Le sorprendió que le preguntara, entonces no me equivocaba.

Ella negó, aun así.

—No, señor. Nadie me ha lastimado, es solo que tuve un problema y no pude venir antes. De hecho, lo que pasó fue lo que me hizo entrar en razón y aceptar.

—Está mintiendo—expresó con asco mi otro yo.

—Pero es tarde—quise seguir torturándola—Ya tengo a alguien.

Era una vil mentira. Y cuando le dije eso, pude ver que algo dentro de ella se rompió.

Pero se mantenía fuerte, ella descaradamente no se atrevía a derramar una lágrima frente a mí, no era como las típicas mujeres que querían manipularme.

—Rompa con ella—dijo con frialdad—sabe que soy la mejor opción, usted mismo lo dijo, soy diferente.

—No estoy de acuerdo—me puse de pie y caminé hasta la puerta—Ha sido un placer conocerla, señorita Davies.

Me cerró la puerta y se colocó frente a ella. Tenía la mirada perdida, estaba enfadada por algo y desesperada por otra.

Cuando comenzó a quitarse la chaqueta me quedé quieto, sin poder moverme.

Estaba desnudándose.

Se despojó de su blusa y quedó con su sujetador, tenía un abdomen firme, unos pechos perfectamente redondos debajo de esa tela vieja, ella era hermosa, tanto que dolía y más por lo desesperada que estaba.

Ella no quería follar, ella quería provocarme para hacerme cambiar de opinión.

Cuando miré que iba a sacarse los pantalones la detuve. Le sujeté las manos y ella quedó viendo un punto firme.

—Por favor, detente, Lilly.

Tiró de mi mano y desabrochó con maestría su sujetador, dejando sus pechos al aire, entonces no tuve elección más que pegarla a mí.

—He dicho que te detengas.

Respiraba con dificultad. De pronto comenzó a temblar como si estuviese llorando.

Ella se estaba rompiendo.

Se aferró a mi camisa, la hizo puño y lloró en mi pecho.

—¿Qué te ha sucedido, pequeña?

—Por favor, cásese conmigo—me rogó—necesito su apellido, necesito su dinero, seré una buena esposa, dormiré con usted si es necesario, haré todo…

—Cierra la boca—la callé y mis manos se apoyaron en su espalda desnuda. Estaba temblando, aquí estaba demasiado frío como para estar sin poca ropa. La llevé pegada a mi pecho, cerca del sofá en mi oficina, había una manta ahí, Esme la dejaba por si me quedaba a dormir hasta tarde trabajando, no quería que pasara frío.

Rodeé su cuerpo con la manta y ella sorbió sus lágrimas y se limpió enseguida.

—No me dejas ver tus lágrimas, pero lloras en mi pecho—le dije.

Ella me miró con mirada tierna.

Me gustó. Su vulnerabilidad me gustaba, lástima que no podía enseñarle la mía porque entonces sí saldría corriendo.

—Lo siento.

—¿Alguien te hizo daño?

Negó.

—Necesito cuidar a mi padre, él está viejo y solo me tiene a mí.

Esa no era razón suficiente para querer casarse con alguien como yo, un extraño.

—Si no me dices la verdad, no puedo hacer nada por ti.

Se mordió el labio, verla hacer eso hizo que me pusiera duro. Podía aprovecharme de ella en este momento. Si tan solo pudiera…

—Mi padre está muriendo—su mirada se volvió triste de nuevo—Necesito un apellido para poder darle el tratamiento que merece.

Ahora todo tenía sentido.

Yo podría conseguirle los tratamientos que quisiera sin tener que casarse conmigo. Podría darle un trabajo en la mansión también.

Pero mi plan estaba marchando como quería. Y la quería a ella, y ella se estaba ofreciendo a ser mía.

Lo has conseguido, ahora nadie podrá molestarnos—dijo alguien detrás de mí.

—Puedo darle lo que quiera, puedo ser una buena esposa y que su familia lo dejé tranquilo con su negocio, y usted puede darme su apellido y que mi padre siga con vida.

Sonaba justo.

Le tomé las manos y ella lo permitió, estaba cálida, en cambio yo tenía las manos heladas. Yo era un cadáver andante, porque había muerto hace mucho tiempo.

—Me temo que, si tomas esa decisión, no hay marcha atrás, he hecho una promesa, Lilly. Y soy un hombre de palabra, no importa lo que pase, nunca podrás dejarme.

Parece que mis palabras no le daban ni asomo de miedo, tampoco curiosidad por conocer mi negocio, no sabía qué tanto sabía de mí. En cambio, yo ya lo sabía todo de ella.

Incluso sabía la enfermedad de su padre, pero ella no sabía eso. Era un vil hijo de puta.

—Dijo que no me lastimaría nunca y le creo, si no puede lastimarme, entonces no tengo de qué preocuparme.

Astuta.

—Lamento lo de tu padre, Lilly.

—Gracias.

Ella iba a hacer mía y no lo sabía aún. Pero habían reglas que poner sobre la mesa. Pero ahora, ella no estaba preparada para eso. Iba a aceptar todo lo que le pusiera de frente, estaba demasiado vulnerable que podría decir sí a todo.

Pero, no necesitaba eso ahora, lo importante había surgido y era que iba a ser mi esposa.

Nuestra esposa.

La mansión

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