Читать книгу La mansión - Kris Buendía - Страница 8
ОглавлениеCapítulo 3
Estaba en mi habitación, llorando como una idiota. Yo nunca lloraba, no tenía lágrimas en mis ojos ni en mi cara. Pero llorar para mí era la autocompasión. Estaba enfadada conmigo misma. Si me habían despedido de mi trabajo era porque quizá había hecho algo mal. ¿O no?
No, desde luego que no, no había hecho nada malo. Solamente era corte de personal, eso me habían dicho. Pero entonces, yo no era suficiente para ellos, no era significativa, no era un equipo, no era nadie.
Y ahora no era nada.
Al menos tenía comida, un techo y mi padre tenía medicamentos para un par de semanas más.
La puerta se abrió y me encontré con los ojos de Dixon, mi novio. Eso me alegró al menos un poco. Casi no lo miraba.
—¿Cómo te fue? —hizo la pregunta sentándose en mi cama—tu padre dice que nada bien.
A mi padre le dije que me había perdido y que al final resultó ser una pérdida de tiempo. Fue lo mismo que le dije a Dixon.
—Ya encontrarás trabajo. Puedes mudarte conmigo y juntos ayudaríamos a tu padre.
—No, gracias.
El compromiso no, sólo tenía a mi padre. Tampoco estaba enamorada de mi novio. Era un amor, me trataba bien y el sexo era, digamos que eso, sexo. Y nada más. Me gustaba mi vida como la llevaba con sus problemas y todo.
—Esa es una forma grosera de decirme que no quieres vivir conmigo. Lo entiendo, Lilly.
—No digas eso—lo abracé—sabes lo que pienso. Así estamos bien, un paso a la vez, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, vamos a cenar, he traído tu comida favorita y tu padre tiene hambre.
—Mi padre acaba de comer.
—Sí, pero no le dice no a una buena pizza.
—Eso es cierto.
Estábamos los tres en el salón viendo un documental sobre ballenas cuando alguien tocó la puerta.
—Debe ser Abigail—les dije mientras me dirigía hacia la puerta.
Pero no era Abigail.
Magnus estaba ahí. Tenía otro traje, puesto que, el otro lo había manchado de sangre.
Era un hombre mayor ahora que lo tenía de frente podía ver sus rasgos gastados. Y lo más extraño era que no le tenía miedo a pesar de su porte de perro rabioso.
—¿Qué está haciendo aquí? —lo empujé al pasillo y cerré la puerta detrás de mí.
—El señor Boone, no ha terminado la entrevista.
—¿Tienes huevos de venir acá? ¿Cómo demonios sabes dónde vivo?
—Por su hoja de vida, señorita Davies—lo dijo como si yo no fuera nada lista.
Entrecerré los ojos, el bastardo tenía razón.
—Dígale al señor Boone, que no me interesa su entrevista.
—Él insiste, señorita.
Estaba enfadada. Tenía muchos problemas encima, no tenía tiempo para eso.
—Pues dígale, que puede meterse su entrevista por donde más le quepa, que no me interesa casarme con él. Que ha sido el peor chiste que me hayan contado, una falta de respeto para las personas desempleadas, que se puede ir a la m…
—Lenguaje, pequeña.
Se me erizó la piel. Y lo único que pude pensar en ese momento era en cómo andaba vestida. Llevaba shorts cortos y una blusa que mostraba parte de mi abdomen. Llevaba el cabello suelto hecho un desastre y además olía a pizza.
Trágame tierra, pensé.
Magnus miró detrás de mí y se hizo a un lado, yo con mi plan de mala me di la vuelta y lo encaré.
Joder. Qué guapo es.
¿Por qué tiene que casarse conmigo si puede tener a otra mujer mejor que yo?
Debía tener una lista larga de mujeres que querrían tener su apellido, yo no quería. No lo conocía. Pero ahí estaba, afuera de mi apartamento. Él no tenía nada que hacer ahí. Ni pisar los viejos mosaicos del edificio. Él era un hombre importante y elegante.
No podía creer que estuviera ahí, insistiendo terminar la maldita entrevista.
—¿Qué hace aquí?
—¿Podemos hablar en otro lugar? Me pone nervioso vestida de esa forma.
Miré hacia abajo, tampoco llevaba sujetador y mis pezones estaban duros gracias al frío, o gracias a él, el hombre podía levantar a un muerto si quisiera.
La puerta de pronto se abrió y Dixon salió enseguida.
—¿Está todo bien?
Mierda.
Benjamin le dedicó una mirada de hombre muerto y más cuando la mano de Dixon estaba en mi cintura.
—Sí, todo bien, Dixon estaba hablando con el señor Boone, parece que me conseguirá trabajo, ¿Verdad, señor Boone?
Intenté darle una mirada para que me siguiera la corriente, pero el tipo era terco.
—Estoy aquí para una entrevista en realidad.
—¿Entrevista? —dudó, comprobando la hora en su reloj—¿A esta hora?
—Mi vuelo acaba de aterrizar hace veinte minutos, preciso de la señorita Davies… en privado.
Sentí el agarre de Dixon un poco fuerte. Y me di la vuelta, debía terminar con esto aquí y ahora. Boone podía doblarlo a la mitad sin problema y Magnus deshacerse del cadáver, a mí raptarme y llevarme lejos, lo que quería era a mí, ¿No? Nada iba a detener a este hombre.
Llevé a Dixon al interior del apartamento y tomé mi chaqueta.
—Por favor, necesito hablar con él. Entretén a mi padre unos minutos, no me tardo.
—¿Estás loca? ¿Conoces a ese tipo?
—Sí y no. Es decir, no me tardo.
—No irás, Lilly.
Error.
—Momento ahí, Dixon—le señalé con el dedo. Me aseguré que mi padre no escuchara—Agradezco que me cuides, pero no es necesario y me bajas el tono, porque no estoy sorda, no hagas escenas donde no las hay. Dije que no me tardo.
Se quedó sin decir nada.
—Como tú digas.
Así, se daba por vencido con solo escucharme hablar como una mujer decidida. Esperaba más de él. Insistir más, pero suponía que la presencia de Boone lo había dejado así, sin muchos huevos en la cesta.
—¿Estás intimidado?
—Si te refieres a ese hombre sacado de alguna película de psicópatas no.
—Claro—me burlé—Ahora regreso.
Me coloqué el abrigo y salí, Magnus estaba ahí.
—Por acá.
Salimos del edificio y me llevó hasta la el Royce negro aparcado en la oscuridad. Iba a ser raptada, eso lo tenía asegurado.
Me deshice de ese pensamiento y entré. Su aroma, y demás llenaron mis fosas nasales y me sentí malditamente caliente.
La oscuridad.
—Es bueno volver a verla, señorita Davies.
—Bueno, es una pena que no pensemos igual.
Estaba oscuro, pero podía ver su silueta. Se movía cuando hablaba y una copa brillaba en su mano.
—¿Gusta tomar algo?
—No, acabemos con esto.
—¿Está segura?
—Completamente.
Se movió al lado mío y lo tenía ahora tan cerca que podía aspirar su respiración.
Joder, joder, joder.
Su mano llegó hasta mi cabello y lo tocó. Respiraba con normalidad, y luego llegó a mi mejilla. La tocó suavemente, su tacto era…frío. Tenía las manos heladas como un cadáver, eso me hizo estremecer.
—Por favor, no me haga daño.
Bajó su rostro hacia el mío y levantó mi rostro para pegar su frente a la mía.
—Nunca. Pero me has dicho que acabemos con esto, para mí no existe otra forma más placentera que acabar, pequeña.
Como si nada hubiese pasado, tomó distancia nuevamente. Recordando mis palabras, le había pedido que acabara con ello. Pero él estaba pensando en otra cosa. En la tensión que había entre los dos.
Había atracción, no lo iba a dudar.
Aunque ¿Por qué yo?
Podía ser un caballero y podía ser un hombre irracional. Pero no me haría daño, lo podía sentir, y eso que, tenía buena brújula para el peligro. Él no me daba miedo, solamente su mansión.
—¿Por qué quiere casarse conmigo?
Hasta hacer la pregunta era extraño. Viniendo de mí también lo hacía aún peor.
—Antes de las explicaciones necesito una respuesta.
—Antes de mi respuesta necesito una explicación—contraataqué.
Se mantuvo en silencio un buen rato. Hasta que me aburrí e intenté salir del auto, pero su mano me detuvo cuando la colocó en mi pierna descubierta.
—Ven mañana a la mansión y te lo explicaré todo, Lilly.
Notaba que llamándome Lilly era para calmarme o intentar ser amable. Pero nada de eso iba a funcionar conmigo.
—No, gracias.
—Has pedido una explicación—insistió—Es porque algo dentro de ti te da la curiosidad de saber, cómo alguien como yo haría una propuesta tan descabellada.
—No es…
—Eres lo bastante curiosa como para querer serlo. Te gusta. Hay una atracción obvia aquí no quieras ocultarlo, yo no lo oculto. Me encantaría que fueses mi mujer para poder follarte cómo y dónde quisiera, se ve que ese novio que te espera ahí arriba no te da el placer que te mereces.
A la mierda todo con él. Era brujo. O era demasiado arrogante.
—¿Y usted sí sabe cómo darle placer a una mujer?
Su mano apretó mi muslo y tuve el impulso de hacerlo a un lado, pero no pude.
—¿Quieres saberlo?
Me lo podía imaginar. Aunque eso no me bastaba.
—¿Acaso las encadena en algún cuarto guarro de la mansión?
Alejó su mano de mi muslo como si mis palabras lo hubiesen ofendido.
—No necesito de ningún objeto o juegos estúpidos de sadomasoquismo para demostrar mi hombría ante una mujer, Lilly.
Lilly.
Me gustaba más como sonaba mi nombre saliendo de su boca.
¿Qué me sucedía? Este hombre era hipnotizaste. Pero no de la forma en que él quería. Pensaba que casarse conmigo iba a resolver sus problemas y los míos, y la realidad era que, yo me iba a convertir en su pesadilla, no era una chica común como lo había dicho antes, era una chica dañada y él no iba a poder repararme.
—No me refería a eso, señor.
—Benjamin.
—Lo siento, Benjamin. Pero no puedo aceptar. No importa las explicaciones, lo siento yo no soy un buen material de esposa. Ni siquiera puedo con mi vida.
Estaba hablando demasiado y él lo notó. Estaba nerviosa.
—Sé que no fue una propuesta como seguramente lo soñaste.
Me encantaba que me trataba con formalidades cuando quería, era su pequeña y era Lilly. También la señorita Davies. Todas las facetas las comenzaba a conocer y no tenía ni veinticuatro horas de conocer a este hombre y sabía que no había comenzado a hacerlo, en cambio él se dio cuenta que me atraía desde que me miró a los ojos.
No podía ser obvia. Sabía que no. Estaba jugando con mi mente. No iba a deslumbrarme. Su belleza era inigualable y jamás en mis mejores sueños pensaría que un hombre como él se podía fijar en alguien como yo.
Me moría de ganas por conocer los por qué y los cómo de su propuesta. Pero no podía caer fácilmente. Mi orgullo no me dejaba, pero solo había algo que daba fuerza a mi vida y ese era mi padre.
—No todo es perfecto en mi vida, Lilly.
—Puede casarse con quien quiera, s… Benjamin. Una mujer del mismo estatus social. No una chica de veintiocho años como yo, inexperta en relaciones, enfermera y además solitaria.
—Y con novio—me recordó. Pero Dixon no era parte del círculo. Sabía que todo terminaría tarde o temprano. Cuando las cosas se ponían serias siempre me gustaba huir.
—Claro, además con novio.
Dejo salir aire por su nariz y se limitó a verme a los ojos solamente.
Ya se había aclarado ahí dentro, por lo que ahora lo podía ver a la perfección.
—La compañía Boone se dedica a hacer los mejores trajes del todo el mundo. Nadie puede fabricar mis telas, nadie conoce el secreto, solo yo. Ni siquiera mi padre o mi hermano. Ellos creen que arruinaré el legado de la familia y no estoy de acuerdo.
Wow, estaba contándome sobre su vida. Y era bastante jodida, era un hombre solo. Con un legado impresionante y una familia extraña. Lo poco que sabía de Boone Textiles era que, era una familia peligrosa y además poderosa.
No se mezcla fácilmente el peligro y el poder.
—Mi padre aún tiene esa loca idea de que, un hombre de verdad debe estar casado y en un hogar. Eso es lo que debo hacer para mantenerlo a racha y que no se meta en mis negocios, de otra manera, terminaremos matándonos.
Algo me decía que era en serio sus palabras.
—¿No cree que ya está muy grande para darle gusto a su padre, Benjamin?
Asintió.
—No es gusto, es deber. Se lo prometí a mi madre antes de verla morir.
Se me hizo pequeño el corazón.
—Un hombre como usted no debería tener problemas para contraer matrimonio. Ni necesita crear falsos trabajos para conocer mujeres.
—Las mujeres que me rodean son como buitres. Puedo tener a la mujer que quiera, pero no a la esposa que quiero.
—¿Y eso por qué?
—Porque te quiero a ti.
—Solo soy una chica normal.
—Sí, eres más que normal. No eres un buitre—me tendió un sobre en las piernas—te guste o no soy tu mejor opción también. No te hará falta nada, tendrás mi apellido y protección.
—No necesito protección.
—Pero sí dinero—recordó, aunque no por las razones necesarias. Y tampoco iba a decírselo—no voy a juzgarte por ser como eres ni de dónde vienes. Pero tienes hasta el viernes para pensarlo. Si decides que sí te esperaré en la mansión.
Silencio.
—¿Y si digo que no?
Buscó mis labios con su mirada y se acercó sigilosamente hacia mí.
Podía besarme ahora mismo, estaba a escasos centímetros de ellos.
Y yo estaba petrificada de tenerlo tan cerca. El corazón no me latía a miles, era otra cosa. Era el deseo, las ganas de imaginarlo lo que él era capaz de hacer en la cama.
—Dímelo tú.
Le gustaba provocarme. Era como una maldita mujer. Una puta y yo un hombre que no podía resistirme.
Coloqué mi mano en su pecho y pude sentir el latido de su corazón. Estaba latiendo bastante rápido. Dudaba que lo pusiera nervioso, esto era otra cosa.
Deseo.
—¿Sientes eso? —dijo, sintiendo mi mano sobre su pecho—apuesto a que estás igual.
Él no lo comprobó. Pero era cierto. Mi corazón era una locomotora.
—Aquí hay algo, Lilly Davies—susurró en mi boca—lo puedo sentir.
Me aparté rápido y me despedí de él, antes de cometer una locura.
—Adiós, Benjamin.
—Adiós, pequeña.
Capítulo 4
Benjamin
Ella había salvado la vida de uno de mis hombres. El muy idiota se había metido en territorio prohibido. Le había dicho que vigilara a Young, no que se dejara ver y por eso, terminó con una bala en el cuerpo.
No podía dejar de pensar en ella.
No podía dejar de pensar en cómo sería tumbarla en mi cama. Recorrerle la piel. Follarla duro.
Ella tenía que ser mi mujer.
Lo supe desde que la miré. Era desinteresada, no necesitaba tanto maquillaje ni ropa cara para deslumbrar por donde quiera que pasara.
Solo necesitaba hablar y el mundo lo tendría a sus pies.
Pero bien, eso podía esperar. Mientras ella estaba durmiendo en el piso de abajo, yo estaba preparando el cuerpo de Young.
Esa bala de uno de mis hombres, le salió cara. Porque ahora lo tenía aquí sobre mi mesa de trabajo.
Este hombre había violado y matado a muchas mujeres en Italia y en china. ¿Acaso pensaba que se iba a salir con la suya?
Comencé quitando la piel, luego de embalsamar correctamente.
Era parecido a la taxidermia. Pero con el cadáver fresco.
El secreto de mis telas nadie lo sabía.
Solamente yo.
Y la esencia que quitaba de las pieles de mis enemigos. Convertían en un traje perfecto.
Yo los usaba y mis mejores clientes también.
¿Cuál es el secreto de una buena tela?
La grasa corporal.
La piel de un cadáver.
Mi mansión se había convertido en eso. En una maldita obra de arte. Y yo era el artista.
—El traje que salga de este cabrón será perfecto. No como él, míralo—me pidió—¿Crees que podrán encontrarlo algún día?
—Desde luego que no.
Los cuerpos eran deshechos en acido.
Y ese acido alimentaba las máquinas de la fábrica.
Desde luego, no iba a saberlo nadie nunca.
En cuanto a ese policía. Me encargaría de darle el susto de su vida.
Él tenía algo que no me gustaba.
—Sí, es el maldito novio de nuestra chica.
—No es mi chica—decliné.
—Pero lo será.
Eso no lo sabía.
Diane.
Ella tenía el jodido nombre de mi madre y de alguna forma se ganaba mi respeto cuando me reñía.
Sonreí y terminé mi siguiente obra maestra.