Читать книгу La mansión - Kris Buendía - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 2
Nunca había gastado tanto dinero para llegar a un lugar. Me había tomado el tren equivocado. Por lo que tuve que regresar y esta vez tomar el correcto, de hecho, era uno y un taxi que me llevaba a La Mansión.
En cuanto le dije al conductor, no pudo disimular su cara en cuanto le dije a donde se dirigiera.
Lo tomé como algo bueno.
—¿Señor, estas son las fábricas textiles?
—Sí, señorita, ¿No lo sabía?
Desde luego que no. Esta gente entonces era demasiado importante. Y a la vez, extraña. Poner un anuncio en el periódico sobre en busca de personal, pudiendo contratar a una empresa directamente que brinde estos servicios.
También, se cuidaban las espaldas, colocar un número y éste respondía solamente con la dirección, después de haber brevemente un par de preguntas.
Me preguntaba si ya me habían investigado.
Desde luego que así era.
El taxi me dejó frente a la calle solitaria.
—¿Es aquí?
—Sí, estoy seguro que alguien vendrá por usted.
—De acuerdo.
Me bajé del taxi y escuché el ruido de un motor a lo lejos. Una camioneta.
Una camioneta negra Rolls Royce. De infarto.
Se detuvo frente a mí y se bajó de él un señor en traje.
—Señorita Davies.
—Hola.
—Acompáñeme, por favor.
—¿Cómo sabe que soy yo?
—¿No es usted la señorita Diane Lilly Davies? —ladeó la cabeza.
—Sí soy.
—Entonces no hay que seguir perdiendo el tiempo. Suba al auto, al señor no le gusta esperar.
—¿Qué señor?
Puso los ojos en blanco y abrió la puerta para mí.
De inmediato entré, la gente con dinero tenía ese problema de creer saber todo. Podrían saber mi nombre, pero nada más.
Al menos no se enterarían que era en realidad enfermera.
Me la pasé haciendo un currículo falso. Si esta gente buscaba a alguien de limpieza eso iba a darles. Si necesitaban a alguien más calificado lo hubiesen puesto. Por lo que, tuve que mentir un poco.
El camino era hacia el prado. De inmediato vi dos fábricas a lo lejos, y el gran prado verde era lo mejor que había visto. Era como si estuviese en escocia, y claro nunca había estado.
A lo lejos estaba una casa gigante, de piedra y rodeada de muchos hombres armados.
Era La Mansión.
Y una gran verja de hierro en la entrada. Con las iniciales BB en ellas.
Mierda.
Si las cosas se ponen feas no podré salir viva de acá, pensé.
Ahí estaba. Era en realidad eso. Una mansión. Pero no cualquiera. Era La Mansión.
Hermosa.
Oscura.
Fría.
Te drogaba con solo verla. Trabajar ahí sería un sueño, y no digamos cómo vivir ahí. Era impresionante. Mi mandíbula cayó al suelo de inmediato cuando nos detuvimos.
Si esta gente se enteraba que había mentido estaría en problemas.
Pondrían una bala en mi frente y nadie se enteraría nunca.
El chofer abrió la puerta y me ayudó a salir. Ese auto olía a dinero.
Y esperaba que mi cartera oliera así pronto.
Del interior salió una mujer y me sonrió.
—Señorita Davies, pase por acá.
Llevaba delantal, seguramente era la ama de llaves. La que con suerte sería mi jefa.
—Soy Esme, bienvenida.
—Hola, Esme—dije.
En cuanto entré a La Mansión casi me fui de culo.
—Por Dios—se me escapó en voz alta.
—Descuida es así la primera vez.
Había música clásica en el fondo. El piso era de mármol color crema y sus paredes eran igual. Un mármol más claro, y el techo parecía el mismo cielo, si ahí había dinero, claro.
Estaba dentro de una piedra hermosa.
Y tenía frente a mí unas escaleras en forma de X, era el umbral más espectacular que había visto nunca.
Me dio intriga saber qué había en el segundo piso. Se miraba misterioso porque arriba de ellas, solo había otro pasillo que llevaba a la nada.
seguí caminando.
Había pinturas viejas y al fondo podía ver la sala principal y un cuadro frente a él.
Una mujer elegante que llevaba un collar de perlas alrededor de su cuello delgado.
A su lado, podía ver una mano en su hombro. Una manera fuerte, habían retratado a la perfección cada vena que sobresalía.
Seguí el brazo, encontrándome con un traje impecable de tres piezas, al momento de verle el rostro.
Me quedé hipnotizada por su belleza.
Pero qué hombre más hermoso, dije para mis adentros.
Sus labios eran perfectos, sus ojos, su cabello. Y lo fuerte y grande que era.
¿Era su esposo?
—Madre e hijo—me dijo Esme, cuando me encontró mirando la pintura por demasiado tiempo.
—Por aquí— salió otro hombre, un hombre serio y vestía con traje. Este no sé qué era, pero no era cualquiera.
Ni siquiera le hablé porque me daba miedo, lo seguí y solamente miraba su espalda, si miraba todo a mi alrededor se me saldría otra tontería. Y no quería que este hombre pusiera una bala en mi frente.
Porque llevaba un arma, la podría ver en su cintura.
Quizá era un guardaespaldas.
O un matón, joder.
Nos quedamos frente a dos puertas de madera oscura. Un estudio tal vez.
Y el hombre entró luego de tocar a la puerta.
Yo me quedé esperando. Estaba ya cansada de tanto protocolo, pues no estaba en ningún palacio, por lo que no estaba tampoco en ninguna casa real.
De todas maneras, me quedé ahí.
Observando a mi alrededor. Era un pasillo bastante sombrío. Y aquí no había ninguna pintura. Era como un lado de la casa totalmente diferente.
Como un ala lejos del calor familiar y definitivamente no combinaba con el decorado del resto de la casa.
La puerta se abrió y el hombre misterioso me dirigió una mirada de aprobación.
—El señor Boone la espera.
Señor Boone.
Sé que he escuchado ese apellido en algún lugar. No solamente por la ropa que diseñan. Pero mejor hice nota mental luego. Ahora, necesitaba concentrarme en la entrevista.
En el momento en que entré al despacho sentí su mirada ya cernida en mí.
—Gracias, Magnus.
Esa voz.
Es fuerte. Es bastante varonil. Ni siquiera he levantado el rostro y ya me siento bastante nerviosa solo de saber de que, quizá esté con el viejo dueño de este lugar.
Aunque su voz, no era de una persona mayor.
La puerta se cierra y yo decido levantar mi rostro y presentarme.
Ahogó un grito interno y hago nota mental de mantener la calma frente a este hombre.
Es el hombre del cuadro.
Ese cuadro definitivamente no le hace justicia. Su belleza es… mierda. Estaba mirándolo demasiado.
Él se me queda mirando de pies a cabeza, se mantiene serio y con cara de pocos amigos.
—Me llamo…
—Sé quién es, señorita Davies—me interrumpe y eso no ayuda.
Doy dos pasos atrás lista para salir corriendo. Su perfume ha inundado mis fosas nasales y de pronto siento calor.
—Por favor, tome asiento—me ordena con voz firme mientras él se acomoda en su silla.
Ojos azules.
Cabello castaño oscuro.
Fuerte. Muy fuerte.
Una mandíbula cuadrada y unas manos grandes.
Labios carnosos.
Mirada de ángel follador.
Se ve tierno, atractivo a pesar de su semblante fuerte de macho alfa, pero al mismo tiempo se ve un hombre muy solitario.
Es el hombre más espectacular que he visto en mi vida.
El señor Boone.
—No muerdo—promete. Aunque, no me molestaría si lo hiciera. El hombre se ve que ha estado solo bastante tiempo.
Se le ve tenso, enojado a pesar de que su voz dice todo lo contrario.
De todas maneras, hago lo que me pide sin decir una sola palabra por miedo a ser interrumpida y él sin quitar su mirada en mí toma el folder frente a él.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro. No me va a intimidar a pesar de que estoy temblando como una idiota. No podría articular una sola palabra en estos momentos por la forma en cómo me ve.
Es como si tuviese una guerra entre seguir mirándome y ver el folder que tiene en sus manos, al final el folder gana. Y yo puedo respirar.
¿Por qué de repente este lugar es demasiado pequeño para los dos? La tensión es demasiado que puede ser cortada con un cuchillo en el aire.
Un cuchillo que ni yo ni él estamos a dispuestos a lanzar.
—Así que has trabajado en el sector de limpieza antes.
No ha sido una pregunta.
—Sí, señor.
Deja el folder a un lado y me dedica una mirada diferente esta vez. Como si esperara que yo dijera algo. No tengo nada que decir, solo responder y él malditamente no está haciendo preguntas.
—¿Sí?
—Estoy esperando que hables, o eres muy tonta para hacerlo.
De nuevo no ha sido una pregunta.
Me rio para mis adentros. No voy. Permitir que este tirano me humille, solamente porque ha ofrecido trabajo para mí.
—Entonces…—volvió a decir.
—Estoy esperando que se disculpe por llamarme tonta o es demasiado arrogante para hacerlo.
Levanta su ceja y sus fosas nasales se hinchan.
Oh, mierda. Ha sido una mala idea jugar su juego.
—Tienes agallas.
—No solamente agallas, también dignidad.
Ahora me sonríe, a penas.
—Creo que ha sido un error.
—Estoy totalmente de acuerdo—se puso de pie—Magnus te acompañará a la salida.
—¿Eso es todo? ¿Desde cuándo las entrevistas de trabajo son así?—lancé las preguntas indignada por todo.
—Desde el momento en que eres demasiado tonta como para mentir en la hoja de vida y esperar que me lo crea.
—No he mentido—le volví a mentir descaradamente.
Caminó rodeando su escritorio y se acercó hacia mí. Apenas y le llegaba al pecho, este hombre era un gigante que me podía doblar en dos pedazos con un dedo.
Me miró hacia abajo como si fuese superior a mí y eso me ofendió más.
No bajé la mirada y lo acribillé con la mía también.
—Una cosa es que vengas hasta acá y mientas en un papel y otra muy diferente, la que no tolero, es que me mientas a la cara.
Era la voz más sexy, más dura que había escuchado jamás. Nunca me habían dado una represalia tan… jodidamente sexy y lo odiaba por ello.
Me rendí. El capullo tenía razón.
—Yo…
—Señor—la puerta se abrió y Magnus traía casi a rastras a un hombre.—Le han dado, como pudo condujo hasta acá.
Había sangre en los trajes de ellos y estaba casi un inconsciente.
Había recibido una bala en un hombro. Y estaba en shock.
—Pero qué mierda…
De inmediato actué sin querer siquiera pensar en las consecuencias.
—¡No lo toque! —lo detuve—Está en el shock. Será mejor que lo lleven a un hospital.
—No podemos hacer eso—negó Magnus.
Mierda.
Tenía razón.
Ellos no eran cualquier persona y este lugar tampoco. O a lo mejor el señor Boone no quería un escándalo.
De cualquier manera, el hombre necesitaba de mí ayuda o moriría su amigo o su sirviente en su oficina.
—Entonces… llévenlo a la cocina, necesitaré agua, mantas limpias, un cuchillo, una pinza y un cubo de basura. Todo limpio.
Magnus esperó a que el señor detrás de mí negara o aprobara lo que pedía. Poco podía darme cuenta que había abierto mi boca demasiado. Para estas alturas no me importaba nada, solo salvar la vida de ese hombre.
Miré por encima de mi hombro y solo noté un movimiento de cabeza.
En cuanto Magnus se llevó al hombre, yo fui detrás de él, pero el señor Boone me detuvo cuando me agarró de la muñeca.
—No he terminado contigo, pequeña.
Hubo chispas.
Mis ojos recorrieron sus manos, sujetándome del brazo.
¿Pequeña?
—Aquí hay algo—dijo, no sé a qué se refería. Pero aquí no había nada y nunca lo iba a haber.
Lo odiaba. Este hombre tenía algo y más me valía estar lejos de él.
Calculaba que tenía unos treinta años, se veía cansado pero fuerte. Joven, pero con gran conocimiento. Luchador pero arrogante.
Y muy solitario.
Todavía no sabía qué hacía él en esa mansión tan gigante. Supongo que la había heredado y era tan amargado que prefería la soledad.
En fin, encontré al hombre herido en lo que parecía una bodega.
Esme me había traído hasta ahí. Este lugar parecía laberinto y menos mal que iba a ser la primera y la última vez que estaría en un lugar como ese.
Después de sacarle la bala se lo llevaron lejos de ahí. Estaba cansada. El hombre había perdido un poco de sangre, y yo tenía muchos ojos sobre mí. Hombres armados y en trajes caros. También conmigo estaba Esme. Y le agradecí por ello. Era la única persona normal por aquí y eso incluía al señor Boone.
Creo que habían pasado unas tres horas o más. Estaba cansada, con hambre y tenía mucho miedo. Debía llamar a papá, porque para esa hora ya tenía que haber estado en casa.
Me limpié las manos y saqué mi móvil. Una llamada entrante de mi padre.
—¿Está todo bien? —respondí secándome el sudor de la frente.
—Estaba preocupado, han pasado muchas horas desde que te fuiste. Dime qué estás bien.
—Lo siento, papá. Estoy bien. Se me hizo un poco tarde porque me equivoqué de tren.
Escuché una pequeña risa burlona del otro lado. Estaba de buen humor. Eso quiere decir que estaba con Abigail.
—De acuerdo.
—Pronto llegaré a casa, no te preocupes.
—De acuerdo. Abigail se ha ofrecido a hacer la cena.
—Me parece perfecto, los veré luego.
Colgué y respiré profundamente. No sé qué iba a hacer, pero tendría que conseguir un trabajo pronto. Mi padre estaba tan entusiasmado que no podía fallarle.
Di la vuelta bruscamente y choqué con un tronco de árbol. O más bien con alguien bastante duro. Caí al suelo y me dolió el culo.
—¡Ay! —me quejé.
—Mierda, además eres torpe.
Vi con quien había colisionado y era Boone. El señor de pocos amigos.
Me tendió la mano y me negué, entonces como si se tratara de una niña en apuros, me levanto él mismo del suelo. Inspeccionado con sus manos que no me había lastimado mucho.
Tocando mis hombros, mi espalda y llegando a mi culo.
Joder.
—Oiga—dije nerviosa—Estoy bien, no es necesario.
—Desde luego que lo es. Acabo de tumbarte, aunque no como quisiera realmente.
—¿Disculpe?
Me miró a la cara y me sonrió. Fue una sonrisa auténtica.
—Te espero en mi despacho en dos minutos.
Mierda.
Le gustaba dar órdenes y se veía jodidamente caliente.
El hombre tenía un cabello perfecto, peinado perfectamente hacia atrás. Y unos ojos más azules que el cielo. ¿Ya lo había dicho?
Me lo seguía diciendo a cada segundo que lo miraba. El hombre era un misterio, cómo también un peligro.
Tenía barba alrededor de su mentón. Una perfecta barba castaña y llevaba traje azul de tres piezas listo para cruzar la alfombra roja.
Maldita sea.
Me quedé ahí de pie viéndolo andar. Yo estaba en una especie de bodega. Había puñados de telas por doquier y barriles.
Desde luego que este era el hombre más importante del sector textil de todo Inglaterra y del mundo.
Había hecho sus millones gracias a las telas únicas que fabricaba.
Alguien tocó mi hombro y me sobresalté.
—Lo siento—me sorprendió ver a Esme—El señor la está esperando, señorita Davies.
—Sí, gracias, Esme.
Corrí al interior de la casa. Recordando el camino hacia el despacho, pero era nulo. Me detuve en las escaleras. Parecía un camino tenebroso el segundo piso. Las escaleras no dirigían hacia un lugar en absoluto, todo era bastante oscuro y un pasillo bastante largo al final.
¿Y si subía?
¿Qué había ahí?
En cuanto puse la mano en el barandal alguien me detuvo.
—Ni se te ocurra subir—su tacto era suave, pero estaba sosteniendo mi brazo de una forma dura y algo tonta, como si subir dependiera de su vida. Él realmente no quería que subiera ahí de ninguna forma.
—¿Qué hay ahí arriba?
—No querrás saberlo y si trabajas acá más te vale que sigas las reglas—dijo soltando mi brazo y tomando mi mano—Ahora, en lo que estábamos.
Este hombre era terco, testarudo, amargado, tirano, sin filtros y hasta algo chistoso había en todo eso.
Veía un poco de humanidad en él. Pero solo un poco y eso era en el trato que les daba a las personas. Me había fijado que no quitaba sus ojos del hombre que estaba herido. Colocó su mano en el hombro de Esme cuando la miró preocupada. Y no se enfadó con Magnus por haber interrumpido nuestra entrevista.
Si era malo, lo disimulaba bien.
En cuanto a mí, me había lanzado una indirecta sobre tumbarme en su cama.
Suponía que eso era normal viniendo de él. Yo siempre tenía ese efecto estúpido en los hombres, me deseaban de una forma en que no sabía cómo explicar el porqué. Me consideraba una chica común y corriente, ni siquiera me vestía para impresionar a nadie, ni siquiera a mi pareja actual.
Entramos a su despacho nuevamente y me senté. Me empezaba a doler la cabeza y tenía hambre.
Me había saltado el almuerzo y faltaría poco para la cena.
—¿Vas a decirme la verdad ahora?
Lo miré mal.
—¿Crees que soy el malo?
—No he dicho nada, señor.
—Entonces habla.
—¿Qué quiere que le diga?—dije desviando la mirada.
—Vamos a comenzar con que me cuentes quien eres—se relajó más en su silla—y más te vale que me veas a los ojos.
Mierda.
—Bien, soy licenciada en enfermería. Tengo una experiencia bastante amplia en medicina general como enfermera. Vivo solamente con mi padre en York.
Sonaba aburrido para él todo lo que le decía. Incluso hasta a mí. Llevaba una vida o más bien, luchaba para vivir. Estaba cansada, estaba decepcionada, estaba triste, pero no había tiempo para eso. Era momento de trabajar y mantener a mi padre con vida.
—¿Por qué aceptaste venir?
Mentir a esas alturas no serviría de nada. Por lo que decidí ser un poco honesta con él.
—Me despidieron de mi trabajo, mi padre está enfermo y solo nos tenemos el uno al otro.
Su mirada era fría, como si no le importara en absoluto.
—Tu vida personal no me interesa—soltó con arrogancia—serás la enfermera de la mansión. Lo qué hiciste hoy, fue preciso y necesario. Necesitaré que firmes algunos papeles de confidencialidad y hay otra cosa que necesito que firmes.
—¿El qué?
Sea lo que sea que estuviera a punto de decir dejaba mucho que desear. Se le veía no nervioso, pero tampoco decidido, cómo si decirlo fuese más difícil que yo aceptando, sea que fuese.
Quería saltar ahí mismo y besarle la mejilla. Pero no podía hacer ni una cosa ni la otra.
Pero, la lógica me disparó de repente y pensé: ¿Para qué querría una enfermera en este lugar?
—Necesito que seas mi esposa.
Me eché a reír. No pude contenerme y saliva salió volando por el aire.
¿Su qué?
—¿Está bromeando?
—No tengo sentido del humor, señorita Davies.
—Lo puedo notar. Y creo que esto ha sido un mal entendido y será mejor que me vaya.
—Tengo mis razones y usted recibirá una suma bastante importante, sin mencionar que tendrá mi apellido y puesto en la sociedad.
—¿Está jodiendo conmigo?
Esto ya me estaba enfadando.
—Lenguaje, pequeña.
—No soy su pequeña. No me diga así—me levanté de mi silla.
—Aún no he terminado.
Azoté la puerta, pero antes le dije:
—Pero yo sí.
Salí corriendo de su despacho, esta vez no me perdí en el camino. ¿Acaso se había vuelto loco? Casarme con él. Un completo extraño. Un mafioso es lo que era. Un completo idiota también. No le avientas a la cara a alguien algo como eso. El matrimonio para mí era algo sagrado y como tal era algo que no quería hacer.
Casarme, por Dios.
Con alguien que no conocía mucho menos.
¿En qué me había metido?