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PERRA EN LA TIERRA

La manada de perros sigue a la perra

por las calles inhabitables de México.

Perros muy sucios, cojitrancos y tuertos, malheridos

y cubiertos de llagas supurantes.

Condenados a muerte

y por lo pronto al hambre y la errancia.

Algunos cargan

signos de antigua pertenencia a unos amos

que los perdieron o los expulsaron.

Y mientras alguien se decide a matarlos

siguen los perros a la perra.

La huelen todos, se consultan, se excitan

con su aroma de perra.

Le dan menudos y lascivos mordiscos.

La montan

uno por uno en ordenada sucesión.

No hay orgía

sino una ceremonia sagrada

en estas condiciones más que hostiles:

los que se ríen,

los que apedrean a los fornicantes,

celosos

del placer que electriza las vulneradas pelambres

y de la llama seminal encendida

en la orgásmica vulva de la perra.

La perra-diosa,

la hembra eterna que lleva

en su ajetreado lomo las galaxias, el peso

del universo que se expande sin tregua.

¶ Por un segundo ella es el centro de todo.

Es la materia que no cesa. Es el templo

de este placer sin posesión ni mañana

que durará mientras subsista este punto,

esta molécula de esplendor y miseria,

átomo errante que llamamos la Tierra.

El infinito naufragio

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