Читать книгу El infinito naufragio - Laura Emilia Pacheco - Страница 57

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La arena errante

LAS FLORES DEL MAR

Danza sobre las olas, vuelo flotante,

ductilidad, perfección, acorde absoluto

con el ritmo de la marea,

la insondable música

que nace allá en el fondo

y es retenida

en el santuario de las caracolas.

La medusa no oculta nada,

más bien despliega

su dicha de estar viva por un instante.

Parece la disponible, la acogedora

que sólo busca la fecundación

no el placer ni el famoso amor

para sentir: “Ya cumplí.

Ya ha pasado todo.

Puedo morir tranquila en la arena

donde me arrojarán las olas que no perdonan.”

Medusa, flor del mar. La comparan

con la que petrifica a quien se atreve a mirarla.

Medusa blanca como la Xtabay de los mayas

y la Desconocida que sale al paso y acecha,

desde el Eclesiastés, al pobre deseo.

¶ Flores del mar y el mal las medusas.

Cuando eres niño te advierten:

“Limítate a contemplarlas.

No las toques. Las espectrales

te dejarán su quemadura,

la marca a fuego que estigmatiza

a quien codicia lo prohibido.”

Y uno responde en silencio:

“Pretendo asir la marea,

acariciar lo imposible.”

Pero no: las medusas

no son de nadie celestial o terrestre.

Son de la mar que nunca será ni mujer ni prójimo.

Son peces de la nada, plantas del viento,

gasas de espuma ponzoñosa

(sífilis, sida).

En Veracruz las llaman aguas malas.

El infinito naufragio

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