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6 VIEJOS RECUERDOS

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Mi cuarto era enorme.

Las paredes parecían de oro. Con decoraciones floreadas, muy sencillas.

En el techo había pintado un hermoso cielo azul con blancas nubes, y del centro caía un finísimo candelabro de oro, con forma de pirámide y base redonda, al cual lo habían llenado de velas.

Estaba demasiado cansada, como para ponerme a contarlas.

Mi atención fue llamada por la enorme cama, de madera y hierro, con dos cortinas blancas a los costados.

Encima del acolchado había un camisón de seda ambar, con recamos de color rosa alrededor de los senos.

Me la puse y fui hacia la ventana, enorme, que se encontraba justo enfrente a la puerta.

Cerré la pesada cortina, y con gran alegría, me di cuenta de que no entraba siquiera un rayo de sol.

Apagué las velas y me metí entre las sábanas con sumo placer.

Al inicio no soñé nada en particular. Luego me encontré en medio a un bosque con unos pinos tan alto que parecían perforar el cielo. Me vi sentada en el piso sobre un colchón de hojas secas.

Hacía frío y a humedad me entraba hasta los huesos.

Temblaba.

El corazón me batía a mil.

Estaba aterrorizada.

Quería gritar, llorar, quería a mi madre.

¿Sería un recuerdo de cuando era niña?

¿Un recuerdo que quería borrar?

Tal vez sí.

Había visto aquella escena en mi mente, antes, mientras hablábamos con Ares.

¿Era coincidencia o fatalidad, que justo me viniera a la mente ahora?

En un cierto momento, en sueños, sentí pasos.

Hojas pisadas, ramas partidas.

Alguien se acercaba.

Podía sentir una respiración, como si ese alguien, hubiera corrido para llegar hasta allí.

Lo escuché reír.

“Pequeña Sofía, no grites, no tengas miedo. Las otras chicas ni siquiera se dieron cuenta. Quieres ser la única cobarde.”

Aquel salió de la oscuridad y se me acercó.

Era una sombra, una figura de hombre, con alas negras, tan negras que se confundían con la noche.

Me puse a lloras fuerte, muy alto, sin importarme de lo que había dicho de las otras muchachas.

No me importaba ser la más valiente, solo quería que alguien me llevara a casa.

El hombre comenzó a parlotear en una lengua desconocida. Finalmente gritó: “Retan ni stequo copor. Entre en este cuerpo, Máxima Diosa.”

Una luz agujereó el cielo y se hacía cada vez más grande.

Un rayo verde dibujó un círculo perfecto a mi alrededor, y aquello que parecía el polvo mágico de Trilli, comenzó a subir dibujando espléndidos arcoíris, cada vez que entraba en contacto con el rayo de luz.

Alargué mis manos para tocarla y dejé de llorar.

Me sentía tranquila, como si estuviera con mi madre en su cama, y no fuera en un bosque oscuro.

El rayo verde de a poco desapareció.

El ángel negro dijo: “Es hora de que entres en su cuerpo Diosa, te mataré con mis propias manos.” Avanzó hacia mí. “Se hará justicia.”

Algo hizo aparecer un pequeño rayo de luna, y saltó delante de mi cabeza.

Morrigan

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