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4 El reino de Elos
Оглавление¿PodrÃa haber terminado en el ParaÃso?
Algo asà jamás lo hubiera creÃdo.
Apenas salÃ, me encontré en un lugar en el que la luz del sol resplandecÃa siempre. Y el cielo parecÃa pintarlo todo con su azul.
No era muy distinto a la Tierra, el lugar en el que me encontraba, la vegetación era la misma.
Noté alguna acacia con sus flores rosas, y algún duraznero en flor. No habÃa casa o edificio que no estuviera tapado de plantas y flores.
Aquello que, literalmente, me cortó la respiración fue la presencia de seres mágicos delante de mÃ.
Me estaban esperando y estaban dispuestos en un semicÃrculo dispuestos por raza y altura. Partiendo desde la derecha, habÃa unos pequeños seres luminosos, de unos veinte centÃmetros. Detrás de la espalda tenÃan alas que se movÃan como las de un colibrÃ. Se podÃa apreciar como un polvo brillante que caÃa al piso como si fuera nieve dorada.
En el centro estaban los gnomos, ¡imposible no reconocerlos! TenÃan una estatura de entre 90 y 150 centÃmetros. HabÃa estaba siempre convencida que nunca nadie los podÃa ver, y sin embargo estaban allà delante de mÃ. Los hombres con barbas largas y negras, los más jóvenes, y grises los más ancianos. Las mujeres con un sombrero que se achataba para sujetar sus dos trenzas, ordenadas firmemente con una moña colorida.
Cerrando el cÃrculo se encontraban unos seres que no podÃa reconocer.
â¿Sonia, quiénes son?â pregunté, abriendo apenas los labios para no hacer un papelón.
âSon medio elfos, SofÃa. Una raza generada mucho tiempo atrás, gracias al contacto con los seres humanos. Solo los elfos podÃan entrar en contacto con los seres humanos, y el resultado de esa unión, lo puedes observar con tus propios ojos.â
âYa entendÃ, y ¿qué poderes tienen?â
âEs difÃcil saberlo, depende del caso. Pueden alcanzar cualquier poderâ
âEsto quiere decir que puede haber malos o buenos.â
âExacto, algunos ayudaron hace ya tiempo a echar el reino a seres despreciables. Los malos pueden ser despiadados y es aconsejable mantenerse alejado de ellos.â
Hubiera querido preguntar algo más de esta cuestión, cuando un medio elfo avanzó hacia nosotras.
VestÃa una camisa de seda blanca, atada a la cintura y abierta en el pecho que permitÃa entrever un fÃsico perfecto. TenÃa pantalones color caqui y cabellos largos y negros atados, en una cola de caballo descuidada, con un lazo dorado.
Noté que sus orejas no eran demasiado puntiagudas, si bien asomaba una punta notoria. PodrÃa haber sido confundido perfectamente con un humano. Se llevó una mano al corazón y bajó la cabeza en señal de respeto.
âSoy Calien, del Reino de Elos y de los medio elfos. Nuestro pueblo exulta delante de vuestra presenciaâ Su tono de vos era cálido y a la vez autoritario. âHa venido para salvarnos del malvado rey del Reino de Tenot, cuya crueldad se revela en el modo en que se hace llamar: ¡Mefisto! Su corazón inmortal está corrompido por los demonios más despiadados. Solo Neman, unida a Badb y Macha, podrán salvarnos. Gloria y Honor a Vosotras.â
âGloria y Honor a Vosotrasâ gritaron todos al unÃsono. Se llevaron la mano al corazón y se inclinaron delante de mÃ.
Hubiera querido decirles que se levantaran, me hacÃan sentir vergüenza.
Sara se me acercó y me apoyó una mano en el hombro. âCierra los ojos, respira profundo y toma de mà la fuente del conocimiento, te será útilâ.
Hice lo que me dijo
Al rato sentà un alegre cono de aire que se levantaba a mi alrededor. OlÃa a verano, alegrÃa y serenidad y pude percibir todo el poder que tenÃa. Se expandió por todo mi cuerpo sin dejar fuera un solo músculo. En aquel momento supe lo que debÃa hacer.
Di dos pasos adelante. Abrà mis brazos hacia ellos, con las palmas de las manos mirando hacia el suelo, y como si alguien hubiera apretado un interruptor invisible, sentà que algo se me despertaba dentro, algo que no sabÃa que estaba allÃ. Algo que al salir sorprendió a todos, quienes allà estaban.
Aquello que dije no salÃa de mi boca ni de mi cuerpo. Ya no gobernaba mi propio cuerpo, estaba como en trance.
Era como si estuviera poseÃda, no una posesión mala, y por ello no opuse resistencia.
âNo tengan miedo hijos mÃos, soy la Gran Reina, volvà para salvarlos y para vengarme. Gloria y Honor a ustedes.â
Y por segunda vez en aquel dÃa, todo se volvió oscuro y volvà a perder los sentidos.
âTrata de levantarte, no es mi intención llevarte a upa nuevamenteâ.
HabrÃa podido reconocer esa voz entre miles. TenÃa algo que me provocaba miedo y bronca, al mismo tiempo.
Bronca, porque me habrÃa gustado que teminase de tratarme como un trapo que tirar a la basura.
Miedo porque a su alrededor se movÃa un aura misteriosa y oscura, de la que emanaba poder. Un poder demasiado grande, que me hacÃa sentir muy a disgusto.
âNo tengo la más mÃnima intención de llamar tu atención, Gabriel. Cuanto más lejos de mà estés, mejor.â
Estaba de verdad muy irritada.
Después de todo, ¿qué hacÃa aún allÃ? ¿No podÃa mantenerse en su lugar y listo?
âBueh, lo lamento por ti, pero tendrás que soportar mi presencia dado que te desmayas a cada momento, deberás subir a caballo con el subscripto.â
¿Qué? No lo habrÃa hecho por nada en el mundo, ni aún bajo tortura.
Estaba por rebatir cuando la voz nerviosa de Sonia nos interrumpió: â¡No lo entiendo! Si tenemos un montón de caballos a disposición, ¿qué fin han tenido?â
âPienso que los Siruco entraron, sin ser vistos, y se los llevaron a todos. Por suerte aún nos quedan dos a disposición, para hoy.â El tono de Gabriel no contenÃa emoción ninguna.
âNo entiendo por qué entraron escondidos. ¿No podÃan hacer como hacen siempre?â Sonia era presa de un ataque de ansiedad. âGeneralmente se divierten torturándonos,
âNo quieren que nos alejemos de la villa, saben que está aquÃ.â
â¿No quieren que nos alejemos y nos dejan dos caballos?â
Le hice notar que las cosas no eran claras, entonces con mucha calma me senté y comencé a masajearme el cuello que me dolÃa.
âExcelente observaciónâ mi dijo Gabriel, guiñándome un ojo. âSin embargo debes saber que aquà hay alguien dotado de una inteligencia superior, que mira qué casualidad, soy yo. Para prevenir este tipo de cosas, escondà dos espléndidos caballos.â
Odiaba su tono y ese su hacer como un chico súper poderoso.
SerÃa el ángel de la muerte, pero se la creÃa demasiado para mi gusto.
âMuy bien MÃster inteligencia, ¿qué quieres? Que nos postremos a tus pies y comencemos a reverenciarteâ E hice una reverencia.
âNo estarÃa mal y podrÃas comenzar tú, dando el ejemplo.â
¡Lo odiaba!
Me levanté aún inestable, porque me seguÃa dando vueltas la cabeza.
Por suerte allà cerca de mÃ, estaba Sara, y me apoyé en ella.
Estaba seria y me miraba como si fuera una extraterrestre.
¿TenÃa algo entre los cabellos? Traté de arreglármelos pero continuaba mirándome igual.
Sus ojos de hielo parecÃan penetrarme y sentà un escalofrÃo que me recorrió la espalda.
â¿Pasa algo, Sara?â No respondió, se limitó a bajar la cabeza y negar con la cabeza.
Luego fue hacia Sonia.
âSofÃa, vamos. Gabriel fue a buscar los caballos que escondió.â Dijo Sonia.
âClaro, voyâ.
Me dirigà hacia ellas, sacudiéndome un poco de polvo del vestido.
Estaba de verdad preocupada. Me habÃa desmayado y lo habÃa sentido, pero nadie me habÃa dicho nada de lo que me habÃa sucedido, después que sentà la presencia de un cuerpo extraño metiéndose en mi cabeza.
¿Por qué? ¿Qué me estaban escondiendo?
Tal vez quien me habÃa poseÃdo no era bueno, pero igualmente por qué nadie me decÃa nada al respecto.
Lo que más me preocupaba era la manera en que me miraba Sara, era como si me tuviera miedo.
Sentà el sonido de los cascos, y vi a Gabriel que llegaba con dos espléndidos caballos, de manto negro y con las crines que ondeaban como si fueran de seda.
Eran tan espléndidos como lo era Gabriel. La camiseta de manga corta negra dejaba ver su fÃsico perfecto, y sus pantalones negros de jean se adherÃan a la perfección a sus muslos en cada paso.
âMagnÃficos, ¿verdad?â Sonia tenÃa una mirada maligna.
âSÃ, verdaderamenteâ respondà yo, pensando en otra cosa.
âParece un caballo, fuerte y seguro de sÃ, pero en realidad tiene un carácter dócil, sabes?. El secreto es saber tratarlo, y conocer sus puntos débiles.â
¿Se estaba refiriendo al caballo? No, hablaba de Gabriel.
â¿Por qué me dices esto? No tengo ninguna intención de conocer mejor al caballo.â Dije, seca, cruzando los brazos ofendida.
âVamos, se te cae la baba por él. Lo hicimos todas al llegar a este mundo. Su beso es único.â Y suspiró ante su recuerdo. âPero habrás notado que se vuelve irascible cuando lo tienes cercaâ.
âMe odia, si me gusta una persona no trato de agredirla cada vez que me dice algo.â
Sonia sonrió. âNo entiendes, justamente este es el punto.â
La miré de boca abierta, Gabriel habÃa sido claro, no me querÃa a su alrededor, y yo tampoco a él.
¿O tal vez s�
Me sonrojé pensando que pudiera surgir algo entre nosotros. Sonia lo notó y bajó la mirada, no querÃa admitir que tal vez tuviera razón.
âVamosâ Me dijo dándome una palmada en el hombro.
Subió al caballo con una elegancia envidiable. Yo nunca lo hubiera podido hacer de esa manera.
Detrás de ella subió Sara.
Faltaba solo yo.
Me encontré delante de Gabriel. Era como un caballero negro sobre su negro caballo. Y la figura le quedaba muy bien.
Traté de concentrarme en la silla de montar, y tomé coraje. Si me distraÃa terminarÃa con la cola en el piso.
¡Cómo diablos se hacÃa para subirse allÃ!
Necesitaba ayuda pero no lo querÃa admitir. No querÃa su ayuda, que me miraba con los brazos cruzados volcado hacia el cuello del caballo con una mirada irritante.
âDale, pon el pie en el estriboâ lo escuché aguantando la risa. âApóyate en mà y te ayudo a subirâ
No encontraba nada de qué reÃr.
Bufé y dejé aparte el orgullo de poder subri sola. Coloqué mi pie derecho en el estribo, me agarré de su brazo y con un movimiento ágil y elegante me ayudó a subir.
Me lo encontré de frente, sus ojos poco distantes de los mÃos. âFue fácil, ¿verdad?â
Me hubiera gustado decirle cuánto lo odiaba, pero me limité a un breve y ácido âGracias, pero lo habrÃa hecho sola, de todas formas.â
âNo lo dudoâ Dijo en tono sarcástico y luego se puso serio de nuevo. âAgárrate a mÃ, debemos llegar rápido al castillo, cuanto más veloz lo hagamos menos llamaremos la atención.â
Me agarré a sus costados, a su camiseta justa, lo más fuerte que pude.
Gabriel se dio vuelta molesto. âTú no me escuchas.â
Tomó mis manos y las puso entorno a su cintura. âAhora no correrás riesgo, agárrate fuerteâ, luego se giró y les dijo a las muchachas, âpodemos irâ.
Me encontré pegada contra su espalda. Estábamos yendo a una velocidad increÃble, tanto que no podÃa observar con claridad el paisaje a mi alrededor. PodÃa apenas distinguir los prados y alguna montaña pero nada más.
Aún me daba vueltas la cabeza, por lo que decidà cerrar los ojos.
SentÃa el viento en mis cabellos y con los ojos cerrados, parecÃa que estaba volando.
¡Volar!
Gabriel era un ángel, tal vez tenÃa alas. ¿Entonces por qué no las veÃa? Su espalda era perfecta. Además de los músculos no notaba ninguna otra imperfección. O al menos apoyada en él eso parecÃa.
Tuve un flash, en el que vi una figura con un par de alas negras, terrorÃficas.
Parpadeé un instante por el miedo, y en ese momento nuestra loca corrida se hizo más lenta.
Alrededor de mà habÃa un paisaje magnÃfico, verde.
Gabriel notó que estaba distraÃda y para llamar mi atención colocó una mano sobre las mÃas. Pasó con delicadeza el pulgar sobre mi dorso para avisarme que habÃamos llegado.
Se me detuvo el corazón.
âMira SofÃa, ¿no es magnÃfico este lugar?â Su voz escondÃa un halo de tristeza, como si aquel lugar le recordara algo pasado, o tal vez me equivocaba. No lo hubiera creÃdo capaz de probar algún sentimiento.
Respecto a lo usual, sonaba más gentil, su lado angelical habÃa surgido.
No, pero querÃa disfrutar aquel momento, hasta que volviera el irascible Gabriel.
âEs fantásticoâ. Y lo era de verdad. Delante de nosotros habÃa un mar tan azul que parecÃa que el cielo se hubiera dado vuelta. Debìa ser un lago, porque a su alrededor solo habÃa montañas.
âEste es el lago de los tres rÃos, si miras bien entenderás por qué el nombre.â Miré alrededor y entendà perfectamente. HabÃa tres montañas alrededor, y de cada una de ellas bajaba un rÃo que desembocaba en las aguas cristalinas.
âDebemos pasar el puente. ¿Ves, allà abajo?â Gabriel me volvió a tierra, y lamentablemente quitó su mano de las mÃas, para mostrarme un punto a lo lejos.
Vi un puente que no parecÃa tener fin. Pestañé para ver mejor, la luz reflejada en el agua me impedÃa ver con claridad.
Me llevé una mano a los ojos para cubrir el reflejo y pude ver un pequeño relieve montañoso. Era extraño, tenÃa una forma muy particular.
âAllá arriba, en aquel monte, está el castillo de Ares. Las acompañaré hasta allá, luego seguirán solasâ dijo Gabriel.
â¿Por qué no vienes con nosotras?â
Un rayo de rabia le pasó por los ojos, âno soy bienvenidoâ y terminó la conversación.
Con él no se podÃa nunca tener una conversación completa, siempre dejaba los discursos por la mitad, y esto me fastidiaba, de verdad.
Llegamos al castillo en la tarde.
Gabriel se marchó con los caballos y dijo que nos vendrÃa a buscar a la mañana siguiente.
Dónde habrÃa pasado la noche, no nos lo dijo, pero aquello no era importante. Mi atención habÃa pasado al castillo que tenÃa delante que era de verdad impresionante. Entramos escoltadas por un paje. Era un muchacho joven que descubrà que era el único inmortal al servicio de Ares. Todos los demás se habÃan quedado con Mefisto, quien los dejaba marchitar hasta el hueso en un mar de vicios y excesos.
Portaba una calza que se adherÃa a sus piernas, largas y esbeltas, similares a las de un ciervo, y una camisola blanca. Encima un chaleco negro orlado en dorado, con un cordoncito marrón, que lo cerraba adelante.
Como si esto no fuese lo suficientemente ridÃculo, llevaba un sombrero negro, de esos de torero, de fieltro negro con una pluma de pavo que le caÃa sobre los cabellos rubios y ondulados.
No pude retener la risa cuando vi aquel pantaloncito marrón a rayas plateadas, era como si se hubiera puesto dos pelotas en las piernas.
Nos acompañó hasta la puerta del salón, la abrió y nos anunció: âSu alteza, e inmortal Ares está pronto a recibiros.â
Entramos en fila, primero Sonia, después Sara y luego yo.
El salón era mucho más grande de lo que me habÃa imaginado, grandes pinturas cubrÃan las paredes.
Eran elfos nobles, se veÃa por la actitud firme, y por las coronitas de hojas colocadas en la cabeza.
â¿Quiénes son?â Le pregunté a Sara, que aún me miraba con una mirada turbadora.
âLa primera estirpe de elfos que reinó en Naostur, los Nuropegues.â
âPero aquà no hay elfosâ le dije, âsolo he visto medio elfos, ¿dónde se encuentran ahora?â
Sara me acribilló con la mirada, âson historias antiguas, es mejor dejar el pasado donde está.â
¿Por qué toda aquella rabia repentina? Solo querÃa saber un poco más del lugar en el que me encontraba.
Decidà no indagar más, si bien no podÃa sacar de mi cabeza la belleza de aquel Rey elfo.
Volvà a mirar a mi alrededor, aquel Castillo era inmenso. Desde lo alto de la sala, colgaban tres grandes arañas, todas alimentadas por velas. Al final del salón habÃa dos grandes escaleras, que llevaban a las habitaciones del segundo piso. Eran en mármol blanco y formaban una herradura.
Mis hermanas y yo caminábamos en fila sobre una gran alfombra roja. Me sentÃa como una reina escoltada por sus damiselas.
Cuando llegamos al final del salón, Sonia se colocó a mi derecha, Sara a mi izquierda y yo quedé en el medio.
Vi a las muchachas llevarse la mano, con los dedos entrecruzados, al corazón y arrodillarse.
Yo las imité.
âGloria y Honor a ustedes, queridas muchachas.â Dijo una voz desconocida para mÃ.
Biché, curiosa por saber quién hablaba.
Me encontré mirando el corredor que pasaba debajo de las escaleras.
No habÃa mucha luz y la única cosa que podÃa distinguir era una figura con un contorno negro.
Nada más.
âGloria y Honor a ti, Aresâ, dijeron Sonia y Sara.
Yo permanecà con la boca abierta, tratando de darle un sentido a la sombra que aparecÃa delante de mÃ. No dije nada y las otras dos me miraron como si hubiera hecho el papelón de mi vida.
Ares sonrió. âNo importa es nueva en nuestro reino, ya aprenderá.â
âG-Graciasâ tartamudeé, un poco avergonzada.
Me levanté y mis ojos encontraron los de Ares.
HabÃa salido de la sombra y un haz de luz lo iluminó.