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1 LA PESADILLA

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Alguien me está siguiendo.

A mi alrededor solo hay enormes extensiones de praderas sin cultivar.

El viento soplaba tan fuerte que lo podía sentir cortándome la piel. Bajé la mirada. En ese momento vestía solamente un camisón blanco de seda. Estaba consciente de que era un sueño, pero también sabía que mis sueños nuca habían sido normales.

Avancé algún pasado sin dejar de mirar hacia atrás.

“Sofía”, parecía gritar el viento.

“¡Sofía!”

Me di vuelta. Un enorme cuervo negro planeaba, dirigiéndose directamente hacia mi cabeza.

Un escalofrío me recorrió la espalda y comencé a correr.

Escuchaba batir sus alas cada vez más cerca.

Me volteé, esperando no encontrar al cuervo pronto a lanzarse en picada como si fuera su presa, pero se me bloqueó la respiración.

Una figura difusa me observaba inmóvil.

Solo los largos cabellos rojos como el fuego y el largo vestido color púrpura eran movidos por el viento.

¿Quién diablos era?

¿Por qué sentía tanto miedo?

¡Y además, en mi sueño!

Comencé a sentir mucho cansancio en las piernas, pero no podía detenerme. No había ningún escondite cercano. Por fortuna era tal la descarga de adrenalina que me producía el terror, que hubiera podido correr quilómetros sin sentir dolor.

Al rato, a lo lejos, divisé la figura de lo que parecía ser mi casa.

Solo parecía, en realidad, porque cuánto más me acercaba me daba cuenta de que era otra cosa.

No lograba entender qué era.

El cuervo se encontraba a poca distancia de mí y sentía su graznido furioso encima de mi cabeza. Noté, con estupor, que aquel pajarraco hablaba.

“Detente, Sofía, no te haré daño”

Escuché aquellas palabras tan cercanas, que pensé que tal vez solo las había imaginado en mi mente. Después de todo, en los sueños, también los animales pueden hablar.

Ojeé velozmente a mis espaldas, para ver dónde se encontraba.

Detrás de mí, la nada, ni siquiera el espectro de mujer que había visto con anterioridad. Solo quedaba el viento sobre la pradera, que hacía doblar las espigas con su furia.

Logré llegar a la puerta. Empujé para ver si estaba abierta y agradecí a la diosa Fortuna por haberse acordado de mi existencia.

Se abrió sin ningún esfuerzo.

Apenas puse un pie dentro de casa, me abrazó una sensación de vacío. Algo me decía que todo estaba mal. Los pisos, generalmente de cerámicas color rosa claro, estaban sucios y llenos de hojas. Los muebles no existían. Había solamente un piano de cola negro, tan lúcido y limpio que la única cosa que se podía distinguir sin problema, además de las teclas blancas, era la marca escrita con caracteres grandes y en color oro.

Me acerqué tentada por el deseo de tocar, pero las teclas comenzaron a moverse solas.

Me detuve, petrificada por el miedo.

Por algunos instantes ni siquiera respiré, escuchaba las notas en silencio. Una melodía desconocida, oscura e hipnótica al mismo tiempo, como si el pianista fantasma quisiera resaltar que había caído en una verdadera y profunda pesadilla.

Mientras la música sonaba, comencé a entrever una figura de mujer sentada delante del teclado del instrumento, totalmente concentrada en tocar. Batí los párpados un par de veces, hasta lograr ver la figura con claridad.

¡No lo podía creer! Era el espectro que me había estado siguiendo un momento antes.

Sus facciones me eran extrañamente familiares. Los largos cabellos rojos y ondulados le caían por debajo de los hombros y usaba, también ella, un camisón blanco de seda. Tenía la total convicción de que la conocía. Forcé cada pequeña neurona de mi cerebro para recordar dónde la había visto.

“¿Quién eres?” “¿Por qué me sigues?”, logré preguntar tratando de esconder el terror en mi voz. “¿Qué quieres de mí?”

La muchacha comenzó a tocar y a reír como si hubiera dicho algo divertido.

Lentamente se volvió hacia mí, se puso de pie y en un instante me encontré cara a cara con…

¡No, no podía ser!

Con seguridad tenía la vista nublada.

Cerré los ojos tratando de aclarar las ideas, pero cuando los abrí me di cuenta que había visto bien.

Estaba escapando de mí misma.

“Hola Sofía, ¿me reconoces?”, dijo mi otro yo.

“No lo logro entender. ¿Por qué estoy hablando…Y sí, con una especie de mí misma?”

“Esto es verdad, yo soy tu otra mitad. Ahora tengo poco tiempo para explicártelo y me tienes que escuchar. Estás en peligro, te están buscando. Sabe quién eres y también él te necesita”.

Habló de una manera tan rápida que casi no entendí lo que dijo.

“No, espera” la frené desconcertada. ¿Qué quieres decir con “también él te necesita”?

“Tú eres la tercera divinidad, debes ayudarnos a vencer a quien nos está quitando todas las libertades”. Su tono era desesperado. “Él te está buscando para matarte, porque sabe que sin ti, el poder de Morrigan no puede salir a luz”.

La cabeza me daba vueltas, ya no entendía nada.

El flujo de mis pensamientos se frenó de golpe y decidí que debía saber todo lo que fuera posible sobre aquello. “¿Qué es el poder de Morrigan?” No logro entender, ¿qué debo hacer? ¿Cómo podría salvarte?”.

“Tendremos tiempo de explicar todo cuando te nos unas”. Su voz asumió un tono grave. “Tu tiempo en la tierra se terminó. Debes unirte a nosotros, Sofía”.

La otra “yo” movió los ojos de improviso como si hubiera percibido la presencia de alguien que no debía estar allí. Comenzó a agitarse y a mirar a su alrededor preocupada.

“Maldición, me han descubierto”, imprecó. “La Diosa te quiere, tu destino ya está escrito. No puedes cambiar el curso de los acontecimientos. ¡Sálvanos!”.

Pronunció estas palabras con tal intensidad y violencia que parecieron cuchillas cortantes. Me golpeó en lo profundo del alma y entendí que quizás no fuera solo un terrible y simple sueño: era algo real que habría de cambiar en forma drástica mi vida.

Hubiera querido suplicarle que se quedare y me explicara mejor lo que sucedía, pero apenas intenté abrir la boca para hablar, detrás de la muchacha se materializó una figura.

No era una figura clara, podía ver solo sus contornos difuminados. La única cosa que podía ver con claridad eran sus ojos, dos intensos ojos negros como la noche que me paralizaron de pies a cabeza.

No quería seguir allí ni un minuto más, tenía que salir de ese sueño costara lo que costara. Solo que me encontraba bloqueada en aquella dimensión.

Grité a boca abierta y la sombra de aquella figura desconocida se acercaba cada vez más. Una risa profunda sonó en mis oídos. “Serás mía, Sofía, ya no hay manera de escapar”, gritó la sombra.

“Aléjate de mí” grité “quiero irme de aquí”, y de repente parpadeé y me sobresalté en la cama.

Estaba sudando, tenía la frente perlada por el sudor. Inmediatamente miré a mi alrededor. Afortunadamente estaba en mi habitación. Cerré los ojos y las imágenes de aquella pesadilla pasaron por mi mente una a una, como si fuera la síntesis veloz de una película.

Un aliento de aire helado rozó mi piel aún humedecida.

Alguien me observaba. Tenía la total sensación de tener aquellos ojos negros encima de mí, pero no podía ver a nadie.

El corazón comenzó a latirme a mil.

Sentí pasos cada vez más cerca, y comencé a repetirme que no podía ser, que el sueño no podía volverse realidad.

Algo saltó a la cama. Sofoqué un grito con mis manos y llevé mis rodillas al pecho con de golpe.

“Ade, casi me matas”, dije a mi bola de pelos de color miel. Comencé a mimar a mi perro que mientras se había hecho un ovillo a mi lado.

Decidí concentrarme en él sin dejar de acariciarlo para relajarme. A la mañana siguiente habría analizado si preocuparme o no por la pesadilla. Mientras tanto trataría de dormir un poco más, pero el miedo de volver a caer en aquella horrible fantasía era demasiado.

De una cosa estaba segura, las terribles sensaciones que había experimentado no me dejarían, es más, hubiera podido apostar que con el pasar del tiempo aumentarían.

Morrigan

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