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5 ARES

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Las grandes paredes, pintadas, hacían un único espacio con el suelo.

Un remolino, gris, rojo y amarillo parecía querer devorarme.

Escuché un zumbido, parecido al que se escucha cuando se está por perder el sentido, a punto de desvanecerse, y esto lo había aprendido con creces.

Pocas horas antes me había desmayado y había muerto.

Luego había vuelto a desmayarme.

Pero esta vez era diferente porque solo una cosa veía con nitidez delante de mí, el rostro de Ares.

No sabía si era un muchacho o un hombre, no tenía edad.

Se presentó delante de nosotras vistiendo solo un par de jeans. Sus músculos eran marcados sin ser exagerados. Su rostro era como el de un ángel, uno de aquellos de los cuadros, que adoran al Señor.

Habría podido ser uno de aquellos. O un serafín, pues tampoco ellos tenían edad.

Sus cabellos rubios y rizados, caían por encima de sus hombros. Su nariz griega era perfecta, sus ojos pequeños y de un verde intenso como los prados que había visto antes de llegar al castillo. El mentón un poco pronunciado y en punta, y la boca suave y poco carnosa, eran atrayentes.

No sabía si enfrente de mí tenía una divinidad o un inmortal.

Me di cuenta de que había estado un rato mirándolo, de boca abierta, solo cuando Sara me dio un pellizco.

“Era hora de que decidieras volver con nosotros” dijo en voz baja. “¿Qué diablos te sucedió?”

“Y-Yo”, tartamudeé.

Qué habría podido decirle.

Afortunadamente Ares me salvó de aquella situación embarazosa. “Perdónenla, es la primera vez que se encuentra de cara con un inmortal”, y me hizo un guiño.

“Un placer conocerte, Neman. Bienvenida a nuestro reino.” Ares se arrodilló delante de mí, tomó mi mano y me la beso dulcemente, como aquellos caballeros de otros tiempos.

“El placer es mío, Ares”

A juzgar por la expresión de Sonia, que levantó los ojos al cielo y sacudió la cabeza, entendí que había hecho el enésimo papelón.

Me di vuelta y en voz baja dije:”¿qué debía decir?”

La única respuesta que obtuve fue una risita que no pudo ser frenada. Aquellas que debían de ser mis hermanas me estaban tomando el pelo. Para mí aquello no era nada divertido y las fulminé con la mirada.

“Síganme”, dijo Ares que no parecía haber notado nada.

Lo seguimos por los inmensos corredores del castillo, iluminados por enormes candelabros de oro que colgaban de las paredes.

Entramos en una salita que parecía diminuta para aquel enorme lugar. Debìa de ser una especie de oficina, con un escritorio de madera en el medio de la misma, y un enorme armario que ocupa toda la pared del fondo.

Delante del escritorio había tres sillas de madera, decoradas, de apariencia incómoda.

No había cuadros ni ventanas al exterior. Solamente un enorme candelabro con velas encendidas, que colgaba sobre nuestras cabezas.

Encima del escritorio había algunos papeles ordenados. Noté, de un lado, algunas hojas escritas, y de otro, hojas en blanco, y cerca de estas un recipiente con tinta y una lapicera de pluma para escribir.

“Bien”, comenzó Ares, “esta sala es la más segura que tenemos. Como ustedes ya saben, se sabe que llegó. Se rumorea que esta vez es diferente, que podría ser Ella, y no solamente Neman. ¿Qué me pueden decir a propósito de esto?”

Sara comenzó a contar todo, como un río que corre. Desde mi despertar hasta el evento delante del pueblo del Reino de Elos.

Finalmente entendí por qué me miraba con sospecha. Había entrado en trance y había comenzado a hablar con una voz que no era la mía. Incluso yo, como ella, habría sospechado. Pensar en cualquier tipo de posesión, me revolvía el estómago.

“Y entonces sospechas que en ese momento se haya podido manifestar la Diosa en persona. ¿Entendí bien Sara?” Concluyó Ares.

“Estoy convencida. Por un momento pude ver un rayo en sus ojos, una luz distinta, mi cuerpo sintió una presencia diferente, fuerte, y…” tragó antes de continuar, “y familiar”.

“Entiendo, pero si fuera la reencarnación de la Diosa, de Morrigan…¿saben lo que significa, verdad?”

Sara y Sonia se miraron, me miraron, miraron a Ares, hicieron un gesto y miraron hacia abajo.

¿Qué significaba aquello?

Aguanté la respiración. El estómago se me retorcía de ansiedad.

Esperé, deseando que alguien me explicara algo.

Nadie dijo nada.

“Yo no sé qué significa todo esto” exploté. “¿Alguien me podría explicar qué diablos significa?”

“Sofía, tesoro, cálmate” dijo Ares. “No pasará nada malo, todo depende de ti. Verás, hace años que Morrigan no se deja ver. La última vez fue cuando murió.”

“¿Cómo sucedió?”

Traté desesperadamente de calmarme.

“Murió durante una batalla. Se había enamorada del oicial del ejército del Reino de Elos, un inmortal. Morrigan es famosa por ser la Reina de la Guerra. Su ayuda hubiera sido preciosa para vencer contra el Reino de Tenot, y vencer a su Rey, Mefisto. ¡Ese bastardo! Pero Lugh no le permitió entrometerse, la amaba demasiado. Morrigan no soportaba la idea de perderlo en la batalla y lo siguió, asumiendo la forma de cuervo. Cuando vio que Mefisto estaba a punto de matarlo, se transformó en la vieja de los largos cabellos canos, portadora de muerte. Desgraciadamente murió la persona equivocada. La vieja no le apareció al Rey, le apareció a Lugh.”

“Y ella desapareció con el corazón destrozado.” Concluyó Sonia. “Se dice que declaró que se habría vengado con Mefisto, apenas tuviera la oportunidad.”

“¿Y entonces qué pasará si soy de verdad la reencarnación de la Diosa? ¿Deberé de combatir con este despiadado Rey?”

Estaba en verdad muy preocupada. No quería combatir, era como firmar mi condena a muerte.

¿Qué habría podido hacer contra un inmortal? ¡Nada!

“No, tú puedes elegir de qué parte estar. Puedes estar de parte de los buenos, y entonces te vengarás de Mefisto y su ejército”, comenzó a explicar Ares.

“Y nos salvarías a nosotros y a nuestro ejército” agregó Sara, mirándome como implorando compasión.

“O puedes mascararte de parte de los malos, y entonces junto a ellos, traerás muerte y destrucción. Se dice que Mefisto está tramando algo desde hace años, pero nunca nadie pudo encontrar nada que pudiere descubrir qué es.”

Ares apretó los puños y miró al vacío.

¡Eran dos elecciones absurdas!

Me parecía lógico ubicarme del lado del bien. Primero porque cualquiera lo haría para salvar su pellejo, y segundo, porque conocía muchas personas que me ayudarían a hacerlo.

“Elijo estar del lado del bien, obviamente.”

“No es tan sencillo. Deberás siempre guardar tus espaldas, serás puesta a prueba. Y por lo que sé hay personas que pueden estar cerca de ti y no revelarse por lo que realmente son. Podría trabajar para el Reino de Tenot, y por la espalda obligarte a estar con ellos.”

¿Quièn podría hacer algo así?

No creía que Sara ni Sonia pudieran traicionarme bajo mis narices, y tal vez tampoco Gabriel.

¡No! Él sí, pensándolo bien, sí habría sido capaz.

Me había avisado que tenía una misión que terminar y además estaba aquella historia de yo-hago-mal-a-quienes-están-a-mi-lado.

Sí, él sería un óptimo candidato.

“¡Gabriel!” me sorprendí diciendo.

“¿Gabriel? Piensas que él pueda estar en tu contra, ¿por qué?” Ares se llevó una mano, en gesto de pensar, al mentón.

“No, en realidad…era solo un pensamiento.”

Traté de justificarme, moviendo las manos para borrar lo que había dicho.

Sara con sus aires de niña inocente, se giró hacia mí. “Gabriel no le haría daño nunca a ninguna de nosotras, no es malo, te equivocas.”

“Es el ángel de la muerte, no está de ningún lado. En realidad está donde le conviene.” Un rayo de odio pasó por los ojos de Ares.

Un temblor me puso la piel de gallina y una cantidad de imágenes comenzaron a amontonarse en mi mente.

Lloraba, estaba sola en un bosque y tenía miedo.

Era un recuerdo desenfocado.

O tal vez un soño sin terminar que había permanecido en mi memoria.

Cerré los ojos para poder concentrarme mejor y una voz resonó dentro de mí fuerte y clara.

Retan ni stequo pocor.

Algo en el recuerdo llamó mi atención.

Una figura caminaba hacia mí. Dos ojos amarillentos esplendían en la noche, como los de un gato.

Las imágenes se bloquearon ahí.

Abrí los ojos, y nadie pareció darse cuenta de lo que acababa de sucederme.

Ares buscaba algo en los cajones del escritorio. Sacó un paquetito de color rojo tan fuerte, que parecía negro a la luz de las velas.

Lo abrió y sacó de él un collar.

Era estupendo.

Lo levantó de modo que todas pudiéramos verlo.

La luz de las velas se reflejaba en el cristal rojo del centro, con forma de corazón, emanando rayos rojizos por toda la sala. A ambos lados del corazón había dos dragones, uno blanco y uno negro, con las colas entrelazadas en la parte inferior, y sus alas desplegadas.

“Úsalo siempre Sofía. El corazón del Dragón te protegerá y te ayudará a domar tus poderes” Ares se levantó y avanzó hacia mí.

Recogí mis cabellos, para permitir que Ares me colocara el collar.

Era fría al tacto, y podía percibir el poder que portaba aquel corazón rojo.

“Creo que ya es hora de acompañarlas a sus habitaciones, estarán cansadas” Dijo Ares acariciándome el cabello.

No me había dado cuenta lo tarde que era. El sol, si bien menos fuerte, continuaba brillando en aquel cielo azul. Deseaba que los dormitorios tuvieran cortinas pesadas, de manera que no dejaran entrar la luz.

Siempre había dormido en la oscuridad absoluta.

No quería que ninguna luz molestara mi sueño, y saber que allí el sol nunca daba paso a la luna me preocupaba un poco.

Mis hermanas salieron, y yo luego de ellas, como siempre lo hacíamos.

Ares me aferró del brazo, en cuanto mis hermanas ya estaban un poco distantes, y me retuvo en la salita.

Los cabellos me habían caído en el rostro, y el inmortal me los retiró, con total ternura, acariciándome el rostro.

“Te has transformado en una mujer espléndida, Sofía.”

Qué quería decir, yo no lo sabía, y tampoco me importaba.

Estaba completamente hipnotizada por aquellos ojos verdes, que al mirarlos tan de cerca, noté que estaban circundados de pequeños puntitos dorados, alrededor de las pupilas.

Me habría podido manejar como una marioneta y de hecho, no me di cuenta que había acercado mucho su cuerpo al mío.

“Tú eres mía, y de nadie más.”

Luego pronunció palabras incomprensibles para mí, y sus pupilas se dilataron. Vi ese rayo rojo salir de sus ojos, y por mi espalda corrió un escalofrío.

Estaba en peligro lo sentía en cada rincón de mi cuerpo, pero no podía moverme ni gritar.

Había sido raptada por aquel serafín inmortal y no hubiera podido hacer nada, sino simplemente rendirme y entregarme a él.

Bajó la cabeza y me besó. No fue un beso apasionado, sino un flujo de poder que salía de sus labios hacia los míos.

Justo en ese momento comprendí dos cosas.

La primera que era Morrigan la Diosa de la guerra y el cambio, y de esto estaba segura.

Y había podido darle un nombre a esa figura mal enfocada que había venido a mi mente instantes antes.

Sabía quién me quería hacer daño, y desde ese momento tendría controlados todos sus movimientos.

Morrigan

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