Читать книгу Los límites del segundo - L.E. SABAL - Страница 15
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De regreso en Bogotá me sentía contento, me hacía falta esta ciudad. La mala noticia era que una de las tías viejas estaba muy grave en el hospital.
—Es que mijo lo sabe: han fumado y tomado alcohol por media vida, así les cobra la salud.
—Ajá, de todas formas, ya han pasado la barrera de los ochenta, no es poca cosa.
—Pues mijo, yo tengo noventa y uno y aquí me tiene.
—Ah, pero tú eres otra cosa, Clemita —y la abracé.
—Mañana debemos ir a visitarlas, recuerde que somos sus únicos parientes cercanos.
La tía Teresa estaba en las últimas, no nos han permitido verla en el hospital, su deceso era inminente. Las dos hermanas esperaban sentadas en una salita, nunca las había visto como ese día, encogidas y apesadumbradas.
—Esa es la vida —dijo la una.
—Pero mijo, ¡usted cada día más hermoso! —exclamó la otra, en un intento por darse ánimos.
—Parece que nos está llegando la hora.
—No hable así, Margarita —dijo mi tía, recuerde que se hace la voluntad divina.
La tía Teresa murió esa misma noche, estuvo cuatro días agonizante. Y así se cumplió la voluntad divina.
***
—Tienen que ir a visitarnos, nos pidió Margarita, no se olviden de nosotras.
—¡Cómo se le ocurre! Claro que iremos, estaremos muy pendientes de ustedes —replicó rápidamente mi tía.
La otra mala noticia fue que pasadas apenas dos semanas la tía Pilar falleció también repentinamente. Su viejo corazón no soportó la pena por su hermana. La familia se desgranaba velozmente.
Nuevamente las exequias, el pesar, las condolencias, los rosarios, y el adiós. Margarita, la menor de los cuatro hermanos, había quedado sola, bajo el cuidado de sus dos fieles domésticas. Su salud también era precaria, no se auguraban buenos vientos para el tiempo que le quedaba.
***
El reinicio de las clases fue fantástico, todos regresamos renovados. Este sería el último año en la universidad; al dejar los entrenamientos había podido dedicar mucho tiempo a los estudios y había podido incluso adelantarme. Si contara mis aventuras de vacaciones no me creerían, así que me limité a escuchar a mis compañeros y reír de sus ocurrencias. Hicimos planes y nos pusimos metas, estábamos optimistas, el futuro pintaba prometedor.
Aldemar había cumplido su compromiso de visitar la finca.
—Hermano, usted tiene una mina de oro allá. Todo marcha sobre ruedas, pero creo que la productividad todavía es muy baja. Ya le diré qué más se puede hacer.
—Lo que haya que hacer lo hacemos, toca levantar más plata, hermano.
—Recuerde que usted también tiene un compromiso conmigo. Casi toda la campaña se hace en el campus, pero algunas veces toca visitar a ciertos personajes afuera, en todo caso yo lo tengo informado, no me vaya a fallar.
—Cuente conmigo, hermano. Quiero conocer un poco de esta intriga, quién sabe, puede que sirva de algo más adelante.
—Cierto, toca aprender de la política menuda.
***
Las visitas a la tía Margarita se hicieron frecuentes, ahora íbamos una vez por semana. Margarita era una mujer de complexión pequeña, su cara se veía abotargada, se maquillaba excesivamente y se adornaba con finas joyas. Caminaba con bastón y su respiración siempre parecía agitada. Me asombraba su persistencia al hábito de fumar, hablaba sin parar, y decía groserías como algo natural.
—Me importa una mierda lo que digan los médicos, mijito. Al final todos estiramos la pata, ahí ve a mis hermanos.
Se apoyaba en mi brazo en el camino, por momentos casi debía cargarla.
—Gracias mijito, se está ganando el cielo, Juliancito.
Se reunían para tomar onces, rezaban el rosario, miraban fotos y hablaban de viejos recuerdos. En algunas ocasiones nos pedía que le ayudáramos a organizar cuentas, documentos. Margarita era una mujer rica: amén de su pensión, tenía importantes ahorros y todos los bienes heredados de sus hermanos. Siempre que nos despedíamos le entregaba un sobre a mi tía y algunas joyas.
—Llévese esto, mija, a mí ya no me hace falta.
Mi tía recibía las cosas a regañadientes, es una mujer modesta y, por lo demás, no necesitaba de ningún regalo. A mí siempre me ponía en el bolsillo unos billetes. «Para que invite a sus novias, mijito.»
Una mañana la acompañamos al médico, le habían hecho exámenes exhaustivos y era hora de revisar los resultados. Mi tía entró con Margarita al consultorio, yo esperé entretanto en la recepción. Cuarenta y cinco minutos después el médico las llevó a la puerta.
—Entonces a cuidarse, las espero por aquí en dos semanas. Mi tía se veía algo pálida.
—Camine, mijo, gracias por la espera.
Margarita en cambio estaba colorada, como si acabáramos de llegar a la cálida Honda. Se diría que se encontraba relajada. Mientras las conducía a la casa ninguna dijo una palabra, mutismo total.
—Déjeme en la puerta, mija, no es necesario que entren. Aquí me cuidan las señoras, no se preocupen.
—Tiene cáncer terminal —dijo mi tía rompiendo su silencio, le dan máximo tres meses de vida.
Mientras conducía ahora era yo quien se quedó callado. No sabía qué decir, la idea de la muerte me producía tristes recuerdos, no podía ni imaginar su final. Nos pidió que no fuéramos a visitarla por unos días. «Yo los llamo cuando esté lista para que me visiten.»
Pasados cuatro días desde que la llevamos al médico regresamos a su casa.
—¿Cómo se siente, Margarita?
—Bien, mija, no se preocupe, las señoras me cuidan y tengo una enfermera por las noches. Me dan unas pepas para el dolor, sí así es la partida, ¡qué carajos!
Ahora permanecía conectada a una bala de oxígeno, admirablemente parecía tranquila.
—Recemos un rosario, mijita.
La larga letanía apenas murmurada por las tías me parecía interminable, las acompañé sin participar como siempre. Mi mente divagaba entre pensamientos de muerte y los recuerdos de mis vacaciones, tánatos y eros. Allí permanecí somnoliento hasta que por fin terminaron.
—Acérquese, mijito, que no soy el diablo; venga, mija, y hablamos. Ustedes son mis únicos parientes, ya lo saben, en esta familia nadie tuvo el coraje de procrear, no sé si por miedo o por egoísmo. Esta semana he hecho mi testamento, el abogado ya lo tiene debidamente legalizado.
—Pero Margarita…
—Déjeme terminar, mijita, les voy a dejar todo a ustedes, daría pesar que el esfuerzo de toda una vida se lo trague el Gobierno de mierda que tenemos.
—Usted sabe que no necesitamos nada, Margarita.
Yo no atinaba a decir palabra alguna, tal era mi estupor. Conociendo su devoción y su temple característico siempre pensé que esa platica iría a alguna institución de caridad.
—Así que mija, esta casa con todos sus tesoros, joyas, cuadros, porcelanas, todo es para usted. También puede disponer de los bienes que acumularon mis hermanos, la lista precisa la tiene el doctor Guerrero.
—Como a este chino le gusta tanto Honda, le dejo la casa de allá, usted es el único que tiene alientos para viajar, mijo, y yo estoy muy agradecida por su compañía.
—Gracias, tía, no sé qué decir.
—No diga nada, mijito, yo sé. También le dejo mis cuentas en el banco y algunas inversiones, es bastante platica, mijito. Usted que es joven y estudioso sabrá cómo multiplicarla, nosotros siempre quisimos mucho a su papá, así que me da gusto dejarle estas cositas.
Sin decir nada la abrazamos y lloramos con ella un poco.
—Bueno, no más meloserías —dijo sonriendo—. Creo que me iré contenta, he recibido mucho en esta vida. Eso sí, quiero que les den un tiempo razonable a mis empleadas para que se acomoden en otro sitio, y que les asignen una pensión a ambas por sus servicios. Todo está estipulado en el testamento.
—Como usted diga, Margarita —respondió mi tía.
***
Resulta que ahora era un hombre rico casi inesperadamente, era rico y hasta ahora comenzaba a vivir. Sabía, pues tenía la intuición y la energía, que algún día tendría dinero, pero nunca pensé que podría ser tan joven y tan de golpe, casi fatalmente podría decirse. Ante la inminencia de la muerte o por miedo de ella, mi familia, ha puesto la fortuna en mis manos. Como dice el proverbio: «Al que le van a dar le guardan».
—Fíjese cómo son las cosas, mijo, ya ve lo que trae el buen juicio, ayer no tenía nada y ahora tiene todo. Hay que dar gracias a la divina providencia, tiene que ser más piadoso, mijo.
—Yo misma no sé qué voy a hacer con toda esa plata, finalmente todo será para ustedes —seguía hablando mi tía mientras yo conducía—, no se vaya a olvidar de su mamá y de sus hermanos, tiene que darles la mano también.
—No se preocupe, tía, todo saldrá bien, usted sabe que siempre estoy a su lado y cuidando a Clemita.
—Cierto mijo, vea que las buenas obras siempre tienen su premio.
Por la noche, en mi cama, los pensamientos se atropellaban en mi mente, sobre lo que debía hacer y lo que no en adelante. Ideas contradictorias iban y venían hasta que me venció el cansancio. Había tomado sin embargo una decisión: esperaría sin contarle nada a nadie. Tomaría las cosas con calma, seguramente podríamos pensar las cosas con mi tía.
***
Nuestro candidato ganó las elecciones en la universidad, había euforia en nuestro grupo y se celebraba con gran alegría. Aldemar siempre estaba junto a Moisés, algo me decía que tendría su justa recompensa. Estaban presentes todos los compañeros de rumba y de aventuras, muy elegantes, casi parecían otras personas. La cercanía de nuevas responsabilidades había puesto una expresión madura en sus rostros. «Se avecinan nuevos horizontes para la universidad», escuché decir al nuevo rector en su discurso informal. Me rodeaban Fabi y Helenita y varios amigos de farra, yo tenía otros motivos para celebrar.
—No se van a aburguesar ahora, huevones, todavía estamos muy jóvenes —les dije entre risas.
—Gracias, hermano, gracias por todo, yo sé que a usted le debo mucho —me decía Aldemar emocionado.
—Nada, para eso somos amigos.
Los nombramientos no se hicieron esperar. La mejor tajada fue para Aldemar, quien fue posesionado como secretario general de la universidad; otros compañeros fueron nombrados en cargos administrativos con buenos salarios.
A los pocos días de estar en funciones Aldemar me invitó a conocer su despacho. Era una oficina imponente en el séptimo piso del edificio de administración dentro del campus. Por los ventanales se observaba buena parte de las facultades; al frente, el nuevo auditorio de música, y la estupenda arborización de la ciudad blanca.
—¿Y ahora qué?
—Ahora a trabajar, esta joda tiene mucho papeleo y mucho trámite. Se trata de una posición altamente administrativa: planeación, finanzas, contratos, etc., todo bajo la dirección del rector que, además, tiene todo el manejo académico e institucional.
—¿Y usted qué sabe de eso?
—Ahí voy aprendiendo, hermano.
—¿Entonces se acabó la rumba?
—¡Cómo cree, no, no, no! Yo lo estoy llamando o allá le caigo en su casa por la noche.
—Sí, hermano, acompáñeme a rezar el rosario. —Reíamos a más no poder.
***
La tía Margarita pasó a mejor vida. Una serie de complicaciones sumadas le produjeron un accidente cerebral que la dejó en coma durante veinte días. En medio de la campaña por la rectoría y las posteriores celebraciones no dediqué mucho tiempo a visitarla en la clínica.
—De todas formas, hubiera sido inútil, mijo. Ella ya no estaba en este mundo —dijo mi tía.
Ya tenía todo planeado: las exequias y los trámites posteriores.
—Usted que sabe de leyes tendrá que apoyarme en varias cosas, mijo. Pienso clausurar la casa y traerme a las señoras para acá, mientras definimos su situación. Creo que también debemos cerrar Honda hasta que resolvamos las cosas en enero. ¿Le parece bien, mijo? Podemos hablar en estos días y pasar la Navidad aquí tranquilos.
—Pero tía, estoy pensando en ir a acompañar a mamá el fin de año.
—Vaya, no se preocupe, aquí vamos a estar acompañadas.