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e. El calentamiento global y el riesgo del final de la especie

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Es propio de la geofísica de la Tierra el que de vez en cuando (se calcula que aproximadamente cada 26,000 años) cambie de clima: unas veces, más frío; otras, más cálido. En cualquier caso, su temperatura media se halla en torno a los 15 grados centígrados, óptima para la conservación de la vida. En los últimos siglos, desde el comienzo del proceso de industrialización, se han venido lanzando a la atmósfera miles de millones de toneladas de gases con efecto-invernadero, como son el dióxido de carbono, los nitritos o el metano, que es 23 veces más agresivo que el dióxido de carbono y otros gases. De ese modo, el calentamiento de la Tierra ha ido creciendo progre- sivamente hasta alcanzar un nivel realmente peligroso, como fue detectado y denunciado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, en inglés), en el que más de un millar de científicos, reunidos en París el 2 de febrero de 2007, constataron que no nos encaminamos hacia el tan temido calentamiento global, sino que ya estamos inmersos de lleno en él. No falta mucho para que el aumento de la temperatura llegue a los 2 grados centígrados. Lo cual exige dos medidas fundamentales: la primera, adaptarse a la nueva situación, y quien no lo consiga, como es el caso de muchas especies de seres vivos, estará condenado a ir desapareciendo; la segunda medida consiste en tratar, por todos los medios posibles, de mitigar los efectos nocivos para la biosfera y para la especie humana.

Tales medidas solo surtirán efecto si la humanidad como un todo se propone seriamente reducir la emisión de gases contaminantes y causantes del calentamiento. El protocolo de Kyoto, en torno al cual se reunieron los jefes de Estado y de gobierno de la Tierra, preveía una reducción del 5.2% de dichos gases. Pero los principales países contaminantes, como los Estados Unidos y China, no suscribieron tales medidas. El dato, con todo, no deja de ser ridículo, porque la comunidad científica aconseja urgentemente la reducción de al menos un 60% de esos gases nocivos.

El calentamiento global esconde hechos realmente extremos: por una parte, arrasadoras inundaciones; por otra, tórridas sequías, la irrupción de devastadores huracanes, el hambre de millones de seres vivos, la des- trucción de cosechas..., provocando la emigración de poblaciones enteras y el alza de los precios de los alimentos (commodities), así como la disputa y auténticas guerras tribales por espacios y recursos.

El tema del calentamiento global resulta polémico y es rechazado por muchos, especialmente por representantes de grandes corporaciones, obcecados por sus propios intereses económicos. Pero es un hecho que puede constatarse de un modo cada vez más convincente, como lo ilus- tran el huracán Katrina, que destruyó la ciudad estadounidense de Nueva Orleans, o el tsunami ocurrido en el sudeste asiático, que produjo millares de muertos, o el terremoto producido en Japón y seguido de otro tsunami, que destruyó las centrales nucleares de Fukushima, poniendo en peligro la vida de miles de seres humanos. Pero la prueba irrefutable la constituye el nivel del mar, cuya elevación es un indicador plenamente confiable. Un nivel que se eleva por dos motivos: el deshielo de los casquetes polares y del permafrost (suelos congelados de Siberia y del norte del planeta), que se derriten y vierten más agua a los océanos; y el calentamiento hace que el mar se expanda, suba de nivel y comience a amenazar a los países insulares y a las playas de todas las costas, como ya está verificándose en muchas partes del mundo (J. Lovelock, Gaia: alerta final, 2009, 73).

Existe una alerta, sin embargo, que debe ser tomada muy en serio y que fue hecha hace ya años por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos con la entrada del metano, liberado por el deshielo generalizado, el clima de la Tierra podría elevarse abruptamente por encima de los 4 grados centígrados. Con tal nivel de calentamiento, ninguna de las formas de vida que conocemos podría resistir, y todas ellas irían debilitándose y desapareciendo progresivamente. Una gran parte de los seres humanos se verían condenados del mismo modo, salvo pequeños grupos que se refugia- rían en oasis o en puertos en los que aún serían posibles la adaptación y la mitigación de los efectos. De este modo se salvarían unos cuantos, pero sin los beneficios de la civilización que con tantas penalidades hemos creado.

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