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c. La creciente disminución de la biodiversidad: el antropoceno

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El actual modo de producción, que aspira al más elevado nivel posible de acumulación (“¿cómo puedo ganar más?”), conlleva la dominación de la na- turaleza y la explotación de todos sus bienes y servicios. Para ello se utilizan todas las tecnologías imaginables, desde las más sucias, como son las ligadas a la minería y a la extracción de gas y de petróleo, hasta las más sutiles, que utilizan la genética y la nanotecnología. La mayor agresión para el equilibrio vital de Gaia es el uso intensivo de agrotóxicos y pesticidas, pues devastan los microorganismos (bacterias, virus y hongos) que, en número de miles de billones, habitan los suelos y garantizan la fertilidad de la Tierra. El efecto más lamentable es la disminución de la enorme riqueza que la Tierra nos pro- porciona y que no es otra que la diversidad de formas de vida (biodiversidad). La extinción de especies pertenece al proceso natural de la evolución, que no deja de renovarse y siempre permite la emergencia de seres dife- rentes. En su historia de 4,400 millones de años, la Tierra ha conocido diez grandes disminuciones. La del periodo Pérmico, acaecida hace 250 millones de años, fue tan devastadora que ocasionó la desaparición del 50% de los animales y del 95% de las especies marinas. La última, de enormes propor- ciones, tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando impactó sobre Yucatán, en el sur de México, un meteorito de 9.5 km de diámetro que diezmó la población de dinosaurios, los cuales habían vivido durante 33 millones de años sobre la faz de la Tierra. Nuestros ancestros, que vivían en las copas de los grandes árboles escondiéndose de los dinosaurios, pudieron entonces descender al suelo y realizar su proceso evolutivo, que culminó en nuestra actual especie, el homo sapiens.

Debido a la intemperante e irresponsable intervención humana en los procesos naturales durante los tres últimos siglos, hemos inaugurado una nueva era geológica denominada antropoceno, la cual sucede a la del holo- ceno. El antropoceno se caracteriza por la capacidad de destrucción del ser humano, que acelera la desaparición natural de las especies. Los biólogos no se ponen de acuerdo en relación con el número de seres que desaparecen anualmente. Nosotros seguimos en esto al más conocido de los biólogos vivos, el estadounidense Edward Wilson, de la Universidad de Harvard, que acuñó la expresión biodiversidad y estima que están desapareciendo entre 27,000 y 100,000 especies cada año (Robert Barbault, Ecologia Geral, Vozes, Petrópolis 2011, 318).

Según un estudio publicado por el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en 2011, más del 22% de las plantas del mundo se encuentran en peligro de extinción, debido a la pérdida de sus hábitats naturales y como consecuencia de la deforestación en aras de la producción de alimentos, del agronegocio y de la ganadería (Anuario PNU- MA 2011, 12). Y con la desaparición de los bosques se ven peligrosamente afectados los animales, los insectos y el régimen de unidad, fundamental para todas las formas de vida.

Los desiertos no paran de expandirse cada año el equivalente a la super- ficie del estado brasileño de Bahia (567,000 km2), y la erosión se extiende imparablemente, frustrando cosechas y generando hambre y la consiguiente migración de miles y miles de personas.

El papa Francisco advierte en su ya citada encíclica, Laudato Si', acerca de las graves consecuencias de la pérdida de la biodiversidad para toda la humanidad, y al mismo tiempo subraya el gran valor de esta riqueza viva que de manera irresponsable estamos diezmando:

La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de espe- cies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no solo para la alimentación, sino también para la curación de enfermeda- des y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental. Pero no basta pensar en las distintas especies solo como eventuales recursos explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho (LS, n. 32 y 33).

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