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SEGUNDA PARTE LOS ORÍGENES
DEL CONCEPTO
DE SOSTENIBILIDAD

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La inmensa mayoría estima que el concepto de “sostenibilidad” es de un origen muy reciente, concretamente a partir de las reuniones organizadas por la ONU en los años setenta del pasado siglo, cuando surgió con fuerza la conciencia de los límites del crecimiento, que ponen en crisis el modelo vigente en casi todas las sociedades mundiales.

Pero lo cierto es que el referido concepto tiene tras de sí una historia de más de 400 años que muy pocos conocen. Conviene recapitular brevemente su recorrido. Sin embargo, es importante aclarar previamente el contenido del concepto de “sostenibilidad”, lo cual podemos hacer con una rápida consulta de diccionarios especializados en lengua castellana, el de la Real Academia de la Lengua, por ejemplo. En la raíz de “sostenibilidad” y de “sostener” o “sustentar” se encuentra la palabra latina sustentare, con el mismo sentido que en español.

Casi todos los diccionarios nos ofrecen dos acepciones: una pasiva, y otra activa. La acepción pasiva dice que “sostener” significa asegurar por abajo, soportar, servir de sostén, impedir que caiga, impedir la ruina y la caída. En este sentido, “sostenibilidad” es, en términos ecológicos, todo cuanto hacemos para que un ecosistema no decaiga y se arruine. Para impedirlo podemos, por ejemplo, crear medios de sostenibilidad, como plantar árboles en las laderas de los montes que sirvan de freno a la erosión y los deslizamientos. El sentido activo subraya el hecho de conservar, mantener, proteger, nutrir, alimentar, hacer prosperar, subsistir, vivir, mantenerse siempre a la misma altura y conservarse bien. En el dialecto ecológico, esto significa que la sostenibi- lidad representa los procedimientos que se adoptan para permitir que un bioma se mantenga vivo, protegido, alimentado de nutrientes, al punto de que siempre se conserve debidamente y esté a la altura de los riesgos que puedan presentarse. Este tipo de medidas implican que el bioma esté en condiciones no solo de conservarse tal como es, sino que además pueda prosperar, fortalecerse y co-evolucionar.

Todo esto es lo que se intenta decir cuando se habla hoy de “sostenibili- dad”, ya sea del universo, de la Tierra, de los ecosistemas o de comunidades y sociedades enteras: que sigan vivas y se conserven debidamente. Y esto únicamente lo consiguen si mantienen su equilibrio interno y logran auto-reproducirse. Entonces subsisten a lo largo del tiempo.

1. LA PREHISTORIA DEL CONCEPTO DE “SOSTENIBILIDAD”

El nicho a partir del cual nació y se elaboró el concepto de “sosteni- bilidad” es la silvicultura, el cuidado de los bosques. En todo el mundo antiguo, y hasta los albores de la edad moderna, la madera era la principal materia prima en la construcción de casas, muebles y aperos agrícolas, así como combustible para cocinar y calentar las viviendas. Fue ampliamente usada para fundir metales y construir los barcos que, en la época de los “descubrimientos/conquistas” del siglo xvi, surcaban todos los océanos. Su uso fue tan intensivo, particularmente en España y Portugal, las potencias marítimas de la época, que los bosques comenzaron a escasear.

Pero fue en Alemania, en 1560, concretamente en la provincia de Sajonia, donde irrumpió por primera vez la preocupación por el uso racional de los bosques, de forma que pudieran regenerarse y mantenerse permanente- mente. En este contexto surgió la palabra alemana Nachhaltigkeit, que puede perfectamente traducirse como “sostenibilidad”.

Sin embargo, no fue hasta 1713, y de nuevo en Sajonia, cuando la palabra “sostenibilidad” se transformó, gracias al capitán Hans Carl von Carlowitz, en un concepto estratégico. Se habían creado hornos de minería que reque- rían un abundante uso de carbón vegetal, el cual se extraía de la madera. Consiguientemente, se abatían los bosques para atender a esta nueva fuente de progreso. Fue entonces cuando Carlowitz escribió un verdadero tratado en la lengua científica de la época, el latín, sobre la sostenibilidad (nachhal- tig wirtschaften: organizar de forma sostenible) de los bosques, con el título Sylvicultura Oeconomica. Insistía en proponer el uso sostenible de la madera. Su lema era: “debemos tratar la madera con cuidado” (man muss mit dem Holz pfleglich umgehen), pues de lo contrario se acabaría el negocio y cesaría el lucro. Pero más directamente decía: “córtese únicamente la cantidad de leña que el bosque pueda soportar y que permita la continuidad de su crecimiento”. A partir de esta conciencia, los poderes locales comenzaron a incentivar la replantación de los árboles en las regiones deforestadas. Tales consideraciones siguen conservando su validez en nuestros días, pues el discurso ecológico actual emplea prácticamente los mismos términos de entonces.

Algunos años después, en 1795, Carl Georg Ludwig Hartig escribió otro libro, Instrucciones para la evaluación y descripción de los bosques (Anweisung zur Taxation und Beschreibung der Forste), donde afirmaba: “es una sabia medida evaluar del modo más exacto posible la deforestación y emplear los bosques de tal manera que las generaciones futuras gocen de las mismas ventajas que la actual” (cf. en Internet Danzer Group ou U.Grober, “Modewort mit tiefen Wurzeln; kleine Begriffsgeschichte von “sustainbility” und “Nachhaltigkeit’”, en Jahrbuch Ökologie 2003, Beck, München 2002, pp. 167-175).

La preocupación por la sostenibilidad (Nachhaltigkeit) de los bosques fue tan grande que dio origen a una nueva ciencia: la silvicultura (Forstwissens- chaft). En Sajonia y en Prusia se fundaron Academias de Silvicultura a las que acudían estudiantes de toda Europa, de Escandinavia, de los Estados Unidos y hasta de la India. El concepto se mantuvo vivo en los círculos ligados precisamente a la silvicultura y se dejó oír en 1970, cuando se creó el Club de Roma, cuyo primer informe versó sobre Los límites del crecimiento, suscitando acaloradas discusiones en los medios científicos, en las empresas y en la sociedad.

2. LA HISTORIA RECIENTE DEL CONCEPTO DE “SOSTENIBILIDAD”

La alarma ecológica provocada por este informe hizo que la ONU se ocupara del tema. En este sentido, entre el 5 y el 16 de junio de 1972 se celebró en Estocolmo la primera Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente Humano, cuyos resultados no fueron demasiado significativos, aunque dio lugar a la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

Otra conferencia, esta sumamente importante, se celebró en 1984 y dio origen a la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, cuyo lema era “Una agenda global para el cambio”. Los trabajos de esta comisión, formada por decenas de especialistas, se cerraron en 1987 con el informe de la primera ministra noruega, Gro Harlem Brundtland, con el sugerente título “Nuestro futuro común” (también conocido simplemente como Informe Brundtland).

En dicho informe aparece claramente la expresión “desarrollo soste- nible”, definido como aquel que atiende a las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de atender a sus necesidades y aspiraciones. Esta definición ha llegado a hacerse clásica y a imponerse en casi toda la literatura relacionada con el tema.

Como consecuencia del informe, la Asamblea de las Naciones Unidas decidió dar continuidad al debate, convocando para ello la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que se celebró en Río de Janeiro entre el 3 y el 14 de julio de 1992 y que es también conocida como la “Cumbre de la Tierra”. Esta conferencia produjo varios documen- tos, entre los que destacan especialmente la Agenda 21: Programa de acción global, con 40 capítulos, y la Carta de Río de Janeiro. La categoría “desarrollo sostenible” adquirió entonces carta de ciudadanía y constituyó el eje de todos los debates, apareciendo casi siempre en los principales documentos. En la Carta de Río de Janeiro se afirma claramente que todos los Estados y todos los individuos deben, como requisito indispensable para el desarrollo sostenible, cooperar en la tarea esencial de erradicar la pobreza, de forma que se reduzcan las disparidades en los distintos modelos de vida y se atienda mejor a las necesidades de la mayoría de la población del mundo. Se estableció también un criterio ético-político en el sentido de que los Estados deben cooperar, en un espíritu de sociedad global, a la conserva- ción, protección y restablecimiento de la salud y la integridad de los eco- sistemas terrestres; frente a las distintas contribuciones a la degradación ambiental global, los Estados tienen responsabilidades comunes, aunque diferenciadas.

Esta declaración tuvo buena aceptación y dio ocasión a todos los países a comprometerse en evaluar su propio desarrollo para que la sostenibili- dad quedase efectivamente garantizada. Un compromiso que en realidad apenas pudo cumplirse, como se constató en el Encuentro Río+5, celebrado en Río de Janeiro en 1997.

Para los analistas era cada vez más clara la contradicción existente entre la lógica del desarrollo de tipo capitalista, que procura siempre maximizar el lucro a expensas de la naturaleza, creando grandes desigualdades sociales (injusticias), y una dinámica del medio ambiente regida por el equilibrio, la interdependencia entre unos y otros y el reciclaje de todos los residuos (la naturaleza no conoce los desechos).

Semejante impasse provocó una nueva convocatoria, por parte de la ONU, de una Cumbre de la Tierra sobre el Desarrollo Sostenible, que tuvo lugar en Johannesburgo entre el 26 de agosto y el 4 de septiembre de 2002 y que contó con representantes de 150 naciones, además de la presencia de las grandes corporaciones, de científicos y de militantes de la causa ecológica. Si en la Eco-92 de Río reinaba todavía un espíritu de cooperación, favo- recido por la caída del imperio soviético y del muro de Berlín, en Johannes- burgo fue patente la feroz disputa por intereses económicos corporativos, especialmente por parte de las grandes potencias, que boicotearon el de- bate sobre las energías alternativas en sustitución del petróleo, altamente contaminante.

Johannesburgo se clausuró con una gran frustración, pues se había per- dido el sentido de inclusión y de cooperación, predominando las decisiones unilaterales de las naciones ricas, apoyadas por las grandes corporaciones y por los países productores de petróleo. Al tema de la salvaguarda del planeta y la preservación de nuestra civilización apenas se hizo alguna que otra referencia marginal. Se habló de sostenibilidad, pero esta no constituyó la preocupación central.

El saldo positivo de todas estas conferencias de la ONU ha sido una mayor conciencia, por parte de la humanidad, respecto del problema ambiental, aun cuando todavía reine el pesimismo en un buen número de personas, de empresas y hasta de científicos. Sin embargo, los eventos extremos se han multiplicado de tal forma que hasta los escépticos comienzan ya a tomarse en serio el tema de los cambios climáticos de la Tierra.

La expresión “desarrollo sostenible” comenzó a emplearse en todos los documentos oficiales de los gobiernos, de la diplomacia, de los proyectos de las empresas, en el discurso ambientalista convencional y en los medios de comunicación.

El “desarrollo sostenible” es propuesto, bien como un ideal por alcan- zar, o como el calificativo de un proceso de producción o de un producto supuestamente fabricado de acuerdo con unos criterios de sostenibilidad, cosa que la mayoría de las veces no responde a la realidad. Lo que suele entenderse en este sentido es la sostenibilidad de una empresa que consigue mantenerse e incluso crecer, sin analizar los costos sociales y ambientales que ocasiona. Hoy día, el concepto está tan manido que se ha convertido en un modismo, sin que se esclarezca o se defina críticamente su contenido. A finales de junio de 2012 tuvo lugar en Río de Janeiro una megaconfe- rencia, otra Cumbre de la Tierra, promovida por la ONU y conocida como Río+20, que intentó hacer un balance de los avances y retrocesos del bino- mio “desarrollo y sostenibilidad” en el marco de los cambios producidos por el calentamiento global y por la evidente crisis económico-financiera iniciada en 2007, que ha afectado al sistema global a partir de los países centrales del orden capitalista, profundizándose cada vez más a partir de 2011. Los temas centrales de Río+20 fueron: sostenibilidad, economía verde y gobernanza global del ambiente.

Desafortunadamente, el documento definitivo: “El futuro que quere- mos”, cuya redacción final fue confiada a la delegación brasileña, por falta de consenso entre los 193 representantes de los pueblos, no logró proponer meta concreta alguna para erradicar la pobreza, controlar el calentamiento global y salvaguardar los servicios ecosistémicos de la Tierra. Por tímido y vacío, no ayudará a la humanidad a salir de su crisis actual. En este mo- mento, no avanzar es retroceder.

La sostenibilidad

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