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CAPÍTULO 1

INGREDIENTES DE UNA RELACIÓN CLAVE EN LA VIDA Y EN LA EMPRESA

Las relaciones de hermanos, una clave en el éxito de las empresas de familia

Una buena relación entre hermanos significa tener un nexo permanente con un pasado compartido, una intensa conexión afectiva en el presente, y un respaldo en el futuro frente a los avatares de la existencia.

Una mala relación entre hermanos significa estar más solos. Si ese es el destino inexorable de los hijos únicos, para quienes tienen hermanos es desperdiciar una oportunidad que ofrece la vida.

Aunque sea un tema poco trabajado en la literatura de empresas de familia, las relaciones de hermanos son una de las claves del éxito de un proceso de transferencia del negocio a la siguiente generación. Como es evidente, no es suficiente que las relaciones entre padres e hijos sean colaborativas si quienes tienen que continuar en el proyecto no pueden armonizar entre sí.

“El total es más valioso que las partes”, dicen los miembros de las familias que permanecen unidas en el largo plazo, y que reconocen que son mejores y más fuertes cuando están juntas.

Esto es especialmente cierto cuando la familia construye en conjunto un sustento material importante, ya sea un patrimonio o una empresa.

Por lo tanto, debemos preguntarnos: ¿cómo podemos asegurar la supervivencia financiera, el mantenimiento de la organización y la productividad más allá de la generación que actualmente posee la propiedad de una empresa, o de un patrimonio?

El negocio es fruto del esfuerzo, la visión y el compromiso de la generación fundadora, y debe trasladarse a las siguientes generaciones con plena conciencia de su singularidad y valor. Por lo tanto, si la familia se mantiene junta y atiende la empresa que está operando podrá consolidarse en el tiempo, tanto desde la perspectiva familiar como empresarial.

Sin embargo, este modelo tradicional debe enfrentar tres grandes desafíos:

El entorno cada vez más cambiante, que provoca que los buenos negocios de hoy, o la manera de desarrollarlos, puedan ser ruinosos el día de mañana.

Las vocaciones y capacidades variadas de los integrantes de la siguiente generación, lo que puede hacer recomendable la diversificación, no solamente para enfrentar riesgos, sino también para aprovechar los talentos de cada uno y brindar así la posibilidad de un espacio de protagonismo y liderazgo.

Para sobrevivir en el largo plazo, la familia necesita crecer en sus inversiones y negocios, pero al mismo tiempo mantener la identidad y la unidad, es decir que debe construir experiencias en sus miembros y en la organización que conforman.

Es desde esta perspectiva que encaramos la relación entre los hermanos. Como personas con un origen en común, pero con la posibilidad de recorrer caminos diferenciados, sin que ello signifique, necesariamente, estar condenados a desarrollarse en soledad.

A diferencia del viejo paradigma, en el que se buscaba un sucesor único que manejara los negocios de la misma manera en que lo había hecho el líder de la generación anterior (sucesión de tipo dueño director a dueño director), en la actualidad es posible pensar en un protagonismo complementario de las nuevas generaciones, bajo el cual no solo cambian las personas, sino también el modelo de dirección y la forma de interacción de los integrantes de la familia en la empresa1.

Podemos afirmar, en consecuencia, que un traspaso generacional adaptado a la época debe atender dos factores:

Por un lado, las relaciones verticales, es decir, entre la generación que actualmente tiene el poder y la próxima generación.

Por otro lado, y con la misma intensidad, las relaciones horizontales, es decir, entre los miembros de una misma generación, porque la armonía entre quienes deben recibir el liderazgo en la empresa es una de las claves para el éxito de todo el proceso.

¿Cuáles son las particularidades de las relaciones entre hermanos?

Cuando nace el primer hijo se establece el vínculo paterno-filial. De allí surge el conflicto intergeneracional: personas nacidas en momentos históricos diferentes, que, por lo tanto, ven el mundo y operan en él según modalidades distintas y, a veces, incompatibles.

Cuando nace el segundo hijo surge el vínculo fraternal y, con él, el conflicto intrageneracional, que tiene una dinámica propia.

El nacimiento de un hermano involucra a todos los miembros de la familia, ya que con su presencia se produce una perturbación en el equilibrio establecido hasta ese momento en la estructura familiar. El aporte principal de ese cambio es que aparece la novedad de “la paridad”. A partir de entonces, se hacen presentes estos conceptos:

•Exclusión.

•Desplazamiento.

•Rivalidad.

•Celos.

•Competencia.

No obstante, al mismo tiempo, aparecen otros ingredientes:

•Amor.

•Intimidad.

•Solidaridad.

•Lealtad.

•Un modelo de identificación.

La presencia del hermano menor, nuevo integrante de la familia, puede vivirse como la llegada del “extranjero”, del “doble” o del “intruso”, capaz de despojar del lugar propio al otro integrante y de arrebatar el afecto de los padres.

Este vínculo entre hermanos es uno de los lazos más ricos y duraderos que puede tener una persona, ya que el vínculo se inicia en la infancia y se prolonga a lo largo de toda la vida.

Ello es así, más allá de que los hermanos sigan interactuando entre sí o no, ya que las vivencias entre hermanos quedan inscriptas en la historia de cada uno y son imborrables, a pesar de las contingencias de la relación a lo largo del tiempo.

Es posible que una persona se olvide de un amigo que tuvo en la infancia y que no volvió a ver, pero nunca puede olvidarse de un hermano, aunque sea para criticarlo y diferenciarse de él.

En consecuencia, la relación entre hermanos es una experiencia que deja fuertes huellas, aun cuando la vida lleve a cada uno por caminos diferentes.

Conocer la intimidad del “otro-hermano” es un punto de referencia para la identidad de cada uno de los involucrados en el vínculo.

Los hermanos sirven como modelo de identificación distinto al de los padres por el hecho de pertenecer a una misma generación.

Con más razón, esto es así cuando las figuras de los padres son en algún punto deficitarias. Por eso es tan común ver en las empresas familiares a hermanos que llevan juntos muchos años, en una alianza casi indestructible, y que identifican en su historia la muerte prematura del padre, o su abandono, como un hecho fundacional.

Como sostiene la psicoterapeuta familiar, Blanca Núñez, “la relación entre pares posibilita experiencias sociales muy importantes, tales como luchar, expresar y descargar la agresividad, controlar los impulsos, tolerar la frustración, compartir, negociar, hacer compromisos, realizar el aprendizaje del proceso de ‘dar y recibir’ y de apoyarse mutuamente, hacer alianzas, colaborar, transmitirse información, corregirse, retarse, aconsejarse mutuamente en la medida en que se comparten códigos generacionales, etcétera”.

El hecho de que los hermanos sean parte de una misma generación determina que compartan los mismos intereses, experiencias, e igual cultura. Este vínculo ofrece la posibilidad de vivir una experiencia de camaradería.

En muchas circunstancias de crisis en la familia, el vínculo entre hermanos puede convertirse en el sostén del equilibrio de toda la familia (por ejemplo, bajo graves crisis económicas, enfermedad o fallecimiento de uno de los padres, divorcio). Además y en general, en ese vínculo se asienta el cuidado de los padres durante la vejez.

La huella de la relación fraternal es tan importante que incidirá en la relación de cada persona con sus hijos, con su pareja, y con los miembros de los grupos a los que pertenece.

Las relaciones de hermanos desde el punto de vista de los padres

Desde el prisma de los padres, entonces, la buena relación entre los hermanos satisface el cumplimiento de diversos valores. Veamos:

•El amor familiar.

•La solidaridad (la cual, cuando los padres son mayores, se convierte en un tema de vital interés para ellos, dado que les permite garantizarse una mejor atención y cuidado por parte de sus hijos).

•La protección mutua a lo largo de la vida (lo que satisface el deseo de los padres de que sus hijos no estén solos, más allá de la posibilidad material de ellos de proveer esa protección).

•La continuidad de la unión familiar en las siguientes generaciones (lo que perpetúa la cultura).

•Los intereses familiares

•A su vez, la realización de esos valores posibilita la defensa de intereses muy profundos que son altamente dependientes de la buena relación entre los hermanos, es decir:

•La unidad futura del patrimonio.

•La permanencia, crecimiento y consolidación de la empresa familiar en el tiempo.

Es muy importante que no se trate de un “como si”, en el que los hijos simulan una unidad que solamente se sostiene frente a la mirada anhelante de los padres.

Se trata de construir un verdadero acuerdo, en el que cada uno de los hermanos se sienta protagonista y pueda verse, y ser visto, como una parte inescindible del todo.

Cuando los hermanos logran reconocerse como individuos autónomos pero, al mismo tiempo, su visión de conjunto supera la necesidad del brillo individual, son mucho más altas las probabilidades de satisfacer esos intereses tan legítimos de consolidación y continuidad.

Envidia, celos y rivalidad

La envidia, los celos y la rivalidad son una constante que se expresa con comportamientos agresivos, y muchas veces destructivos, entre los hermanos.

Estos sentimientos generan comportamientos que, en muchos casos, solo pueden superarse con la intervención de una instancia mayor que regula, y hasta reprime. Cuando los hermanos son chicos, esa instancia son los padres; cuando son más grandes y tienen razones para permanecer juntos (por ejemplo, en una empresa familiar) ese rol suele ser cubierto por un consultor, que trabaja específicamente en la empresa para superar las consecuencias de esos sentimientos negativos.

¿Qué es la envidia?

Podemos definirla, siguiendo a la Real Academia Española, como “el deseo de algo que no se posee”. Pero a esa definición hay que añadirle un rasgo: que sea algo que posee otro.

Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad. Su condición de universal es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque aquel que envidia no solamente sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.

Este sentimiento opera desde los primeros años de vida y se refiere a la relación temprana de la persona con su primer objeto de amor, es decir, su madre. Por lo tanto, la envidia entre hermanos es una manera de competir por ese amor.

Los chicos crecen y estos sentimientos de envidia permanecen intensos, solo que, por la mayor sofisticación de los hermanos, aparecen de forma solapada: quizá, se muestran frente a la excelente idea de uno de ellos, expresada en una reunión de directorio, y que alguno de los hermanos se resiste a considerar, o que, rápidamente, trata de desbaratar con argumentos que se repiten de manera inalterable.

Cuando se comparte la vida laboral con un hermano pueden aparecer conflictos que están íntimamente relacionados con estos sentimientos primitivos, pero en general maquillados. Remiten, en general, a viejas riñas infantiles que datan de un tiempo del que no se tiene registro consciente, pero que siempre se refieren a lograr el amor y el reconocimiento de los padres de manera exclusiva.

¿Qué son los celos?

Se los ha descripto de esta manera: “Los celos están basados sobre la envidia, pero comprenden una relación de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo, por su rival. Se ve al otro como rival que amenaza con quedarse con ‘todo’…” [destacado del autor].

Imaginemos qué sucede cuando el patrimonio es compartido y no se ha salido de esta posición. Estos sentimientos dañan la capacidad de obtener satisfacción respecto de lo que se posee y de los logros que se obtienen.

Las personas afectadas por estos sentimientos están insatisfechas, siempre encuentran y se enfocan en aquello que falta, y nunca en todo lo que se posee efectivamente. No pueden conectarse con sentimientos de gratitud, lo que conlleva a que no sean capaces de apreciar las bondades en los otros sujetos y en ellos mismos.

Se supone que en la relación con un hermano estos sentimientos son ambivalentes. Es decir, aparecen también sentimientos de amor para con los hermanos y, por lo tanto, al no poder expresarlos, se generan sentimientos de culpa.

Estos sentimientos negativos, que derivan en comportamientos agresivos, generan conflictos que en muchos casos son insuperables si solamente se piensa en resolver la situación planteada, debido a que están determinados por las primeras vivencias de la persona, en especial con su madre, las que constituyeron el desarrollo de su capacidad de amar. Es precisamente tal capacidad de amar la que nos conduce a conectarnos con la gratitud.

A su vez, la gratitud está estrechamente ligada con la generosidad. La riqueza interna deriva de haber asimilado lo que la psicoanalista Melanie Klein denomina el “objeto bueno”, de modo que el individuo sea capaz de compartir sus dones con otros. Este hecho o sentimiento de compartir tiene que ver con apreciar al otro como un ser que me enriquece y no me “quita”.

Sobre este punto es interesante resaltar que, si la persona no ha logrado esta capacidad de dar, los actos de generosidad serán seguidos por la imperiosa necesidad de aprecio y agradecimiento, pero a modo de reclamo. Por lo tanto, si el que da algo siente que no ha sido suficientemente reconocido, padece luego una ansiedad persecutoria, como si hubiera sido robado o empobrecido: al sentir que no es reconocido su aporte o su acto generoso pasa a tener una sensación de “usura”, o aprovechamiento, de parte de sus hermanos o familiares.

También, cuando la idealización es característica de las relaciones de amor y amistad, puede ocurrir que la persona sienta que nadie está a la altura de lo esperado. Esto es vivenciado como una sensación de frustración: nunca, nadie, puede cumplir con las expectativas. Las condiciones que se demandan son inalcanzables y ello es fuente de gran malestar, al no reconocerse en el otro sus propias potencialidades, y al pretender una respuesta incondicional a nuestros parámetros.

Esto resulta patente en algunas sociedades de hermanos cuando uno se adjudica el éxito alcanzado y alaba sus propias bondades o dedicación pero, al mismo tiempo, niega o minimiza los aportes del otro hermano o hermana.

¿Qué es la rivalidad?

Sin duda, el origen de la rivalidad entre hermanos es la pugna por el amor de sus padres.

Sin embargo, en la medida que crecen, y en particular si mantienen intereses en común, como ocurre cuando existe una empresa familiar, la manera como cada familia en particular encara determinadas cuestiones se traduce en una mayor o menor capacidad para superar la rivalidad y convertir esas relaciones de amor-odio en algo positivo y productivo.

Por lo pronto, el rol de los padres en la resolución de conflictos entre los hijos puede ser de prescindencia, o de interferencia.

La prescindencia consiste en que los padres permitan a sus hijos resolver entre ellos sus diferencias, encontrando su propio punto de equilibrio, sus propias pautas de equidad y de justicia.

La interferencia mantiene vivo el conflicto, como una experiencia negativa. Cuando los padres refuerzan la rivalidad, los chicos continúan en esa senda.

Cuando los padres no interfieren, muchas veces los hijos abandonan la rivalidad y encaran juegos más positivos.

En las familias en las que hay una aversión al conflicto, los hijos aprenden a suprimir los sentimientos agresivos y adoptan la creencia de que la rivalidad entre hermanos es tabú. En estas familias, lo hijos no aprenden a resolver sus diferencias de manera autónoma; por el contrario, tienden a una actitud de vergüenza por exponer sus diferencias.

A tal punto es ello así que, muchas veces, exponen esas diferencias cuando ya no las pueden disimular. Tal vez, incluso, lo hacen de la peor manera y en el momento menos adecuado.

La rivalidad en la edad adulta

No toda rivalidad es negativa. A veces, es el motor adecuado para la diferenciación, el impulsor necesario para generar una competencia que ayuda a que cada uno de los hermanos pueda crecer.

Lo “normal” es que la rivalidad decaiga con el paso de los años y la maduración de los protagonistas. Sin embargo, hay rivalidades destructivas que pueden persistir a lo largo de la vida.

Sería ideal que los hermanos pudieran fortalecer sus relaciones sobre la base de sus propios intereses en sostener la conexión familiar como adultos autónomos, en lugar de sentirse niños que luchan por la aprobación y la atención de sus padres.

En la medida en que los padres todavía controlan la relación, incluso psicológicamente, es difícil para los hermanos desarrollar las habilidades necesarias para mantener relaciones responsables entre sí.

La rivalidad se torna destructiva cuando los hermanos no tienen libertad para encontrar sus roles en la familia, cuando sienten resentimiento entre sí, y cuando se les denegaron oportunidades para resolver sus disputas, porque sus padres siempre intervinieron.

El posicionamiento de los padres frente a los hermanos

La manera como los padres se posicionan frente a las relaciones fraternas de sus hijos puede ser clave. Así, por ejemplo, las comparaciones entre los hermanos pueden tener una derivación positiva: la individuación.

A través de las palabras de los padres, que señalan que un hijo es muy habilidoso con las manos y el otro es muy buen deportista, cada uno de ellos puede perfilarse de una manera autónoma y profundizar esos rasgos.

Sin embargo, existe un riesgo: el estereotipo, que les impide a los hijos encarar algo diferente respecto de las conductas en las que han sido encasillados.

Debe diferenciarse entre la actitud de comparar características que pueden cambiarse de la oportunidad en la que se comparan aspectos que son propios de la naturaleza de cada uno.

Por ejemplo, destacar acerca de alguien que es “más inteligente”, significa producir una comparación respecto de algo que no se puede modificar.

Es diferente si se dice que es “más estudioso”, o “más focalizado”, porque se trata de actitudes que, en consecuencia, dejan abierta la posibilidad del cambio por parte de los otros hermanos, en lo que podríamos denominar una “sana competencia”.

Otra cuestión muy significativa a tener en cuenta se liga con los criterios de justicia. Hay padres que priorizan el concepto de igualdad, que tiende a que todos reciban lo mismo formalmente, aunque sus necesidades o sus aportes sean diferentes. Entonces, por ejemplo, si hay una sola botella de gaseosa, se reparte por igual entre todos los hijos.

Frente a ese concepto se contrapone la práctica de la equidad, que consiste en igualar situaciones diferentes. Así, por caso, ante el ejemplo de la gaseosa, sería factible administrarla de manera no igualitaria en el caso de que alguno de los hijos estuviera más deshidratado que los otros, tal vez, porque estuvo practicando un deporte muy exigente. En ese escenario, se podría compensar en función de las distintas necesidades, aplicando un criterio de equidad.

El compromiso de todos

El primer paso para que la realización de los valores de los padres y la satisfacción de los intereses comprometidos se hagan realidad es entender que nada garantiza que la armonía entre los hermanos se dará naturalmente.

Por el contrario, la relación entre los hermanos debe construirse y revisarse de manera continua, para asegurar su desarrollo saludable a lo largo del tiempo.

Que un padre se lamente porque sus hijos no se llevan bien entre sí y señale que ello pone en riesgo los proyectos empresariales es apenas el primer paso para resolver esta situación.

Lamentablemente, muchos padres se quedan paralizados en ese punto, porque la realidad de la relación entre los hijos no coincide con sus sueños.

Sin embargo, esa dificultad no tiene que ser, necesariamente, una condena a muerte de los sueños familiares. Por el contrario, puede ser una oportunidad para revisar el camino recorrido y encontrar nuevas soluciones.

Es imprescindible, en consecuencia, preguntarse qué ha llevado a la situación actual y qué se puede hacer para revertirla. El premio: generar un aporte de valor para que los hijos se puedan alinear de una manera productiva en función de los requerimientos de la empresa.

No obstante, forzoso es decirlo, tendemos naturalmente a adoptar conductas que no ayudan a superar estas situaciones. Veamos algunos casos.

Caso 1: “El que se va, se marcha con lo puesto”

“Yo hice esta empresa para mis cuatro hijos. Siempre soñé con que fuera el lugar para la unidad familiar. Y ahora no puedo creer que no quieran trabajar juntos. Así es que, les aviso, yo no lo voy a permitir. El que se va, se marcha con lo puesto”. Este fue el enunciado paterno con el que me encontré cuando fui convocado a trabajar con la familia “J”.

A lo largo de los sucesivos encuentros con los dos varones y las dos mujeres (de las cuales una se dedicaba a administrar el patrimonio familiar, pero no trabajaba en la empresa) resultó evidente que el sueño de unidad del padre no podría cumplirse, dado que las diferencias eran tan marcadas que los hacía incompatibles para cualquier proyecto societario.

Sin embargo, en este caso, el afecto entre los hermanos era muy fuerte. Simplemente, no eran compatibles (por sus diversas maneras de encarar la vida y los negocios) para mantenerse unidos en un proyecto común.

La separación de diversas unidades de negocios y la generación de compensaciones cruzadas entre los hermanos fue el modo bajo el cual se evitó una explosión de la empresa familiar. Al mismo tiempo, se elaboró un sistema de convivencia que permitió mantener la unidad familiar, sin negocios en común.

Actualmente, lo único que tienen en común es que todos los hermanos colaboran por igual para la buena calidad de vida material de sus padres, a través del aporte económico de cada unidad productiva y, en el caso de una de las hermanas, a través de la administración del patrimonio inmobiliario familiar.

Sobre la base de estas condiciones es posible augurar que esta situación continuará mientras vivan los padres. Cuando los padres ya no estén, es probable que la relación personal pueda continuar entre ellos, lo que, seguramente, no hubiera ocurrido en el caso de no proceder con la separación de las unidades de negocios.

El asunto de las compensaciones en relación con las empresas o unidades de negocio familiares se ampliará más adelante, al estudiar el artículo 1010 de Código Civil y Comercial, cuando nos aboquemos al tema de la herencia futura (Capítulo 6).

Caso 2: “Si entre ustedes no se ponen de acuerdo yo vendo todo”

En este caso, el padre sufría mucho al observar la grave incomunicación entre los hermanos.

Tan grave era que, en nuestras primeras reuniones, los hermanos no se hablaban entre sí, sino que cada uno me hablaba a mí, y yo “traducía” lo escuchado al otro hermano, quien, también, contestaba a través de mí.

El padre estaba profundamente dolorido por esta situación; había contratado nuestros servicios de consultoría como último intento, antes de tomar una medida más drástica: no estaba dispuesto a presenciar por más tiempo esa dura incomunicación y tal situación de desconocimiento personal entre los hermanos.

Pero la historia dio un vuelco cuando el menor empezó a evidenciar síntomas de asma, que se agravaban porque tenía que permanecer todo el día en un mismo escritorio, ejerciendo la función de tesorero. Ese era el mandato paterno, y no había alternativas a la vista.

Su hermano mayor tenía un proyecto para incorporar un sistema (que él mismo había ideado) que podría darles más libertad en la gestión.

Frente a la negativa del padre a producir modificaciones en la manera de ejercer las funciones en la empresa, los dos hermanos se unieron, superaron sus viejas divisiones, y presentaron ante su padre un proyecto respecto de cómo manejarse en el futuro, sin necesidad de tanta inversión de tiempo personal en puestos operativos.

Después de evidenciar una fuerte resistencia, el padre, finalmente, aceptó los cambios y priorizó la naciente comunicación entre los hermanos sobre sus propios criterios.

Esos cambios fueron muy beneficiosos para la empresa, pero, fundamentalmente, permitieron que los hermanos tuvieran una primera experiencia de trabajo en colaboración, que fue creciendo y desarrollándose a lo largo del tiempo.

Las expectativas de los padres: los hermanos sean unidos

¿Cuál es el punto en común de ambas historias? Pues las expectativas de los padres respecto de una armonía, comunicación y unidad entre sus hijos que, en ninguno de los casos, se reflejaba en la realidad. En ambas situaciones hubo un intento paterno tendiente a “corregir” las actitudes de autonomía de los hijos.

En el primer escenario, sin embargo, resultó mejor alentar la separación; en el segundo, sobrevino un elemento de la realidad que permitió establecer nuevas pautas para el trabajo colaborativo entre los hermanos. Ello, con el tiempo, venció las resistencias del padre.

De todos modos, las expectativas de los padres, o sus sueños, no siempre pueden cumplirse.

El mejor aporte que pueden hacer los padres, en esas circunstancias, es posibilitar la búsqueda de soluciones, pero entendiendo que el “plan B” puede consistir en que esas expectativas, esos sueños de unidad familiar, deban dejarse de lado.

Por lo tanto, en lugar de forzar la unidad insostenible, a veces es necesario ayudar a que la separación surja de la mejor manera posible.

“Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera…” dice José Hernández en el inmortal Martín Fierro.

Al decir “sean”, implica que se está estableciendo un mandato, una instrucción a cumplir. No es la descripción de una realidad, porque de lo contrario el texto diría “son unidos”. O, quizá, no habría sido necesario escribir nada acerca del tema.

Si los hermanos deben ser unidos es porque naturalmente no lo son. Nada garantiza que, de forma natural, la relación entre los hermanos sea armónica y pacífica.

Y si, en general, los padres pueden desear que los hijos se lleven de la mejor manera entre sí, con más razón todavía cuando tienen intereses en común: un patrimonio, o una empresa, que desean que se mantenga a lo largo del tiempo.

1. En “Impactos del nuevo Código en las empresas familiares”, planteo que el nuevo Código Civil y Comercial puede traer aparejada una regresión y una búsqueda renovada del “sucesor único”, por oposición a la sucesión integrada a través de todos los miembros de la siguiente generación. Ver: Glikin, Leonardo J., “Impactos del nuevo Código en las empresas familiares: una visión general”, en Favier Dubois, Eduardo M. (Dir.), La empresa familiar en el Código Civil y Comercial, Ad-Hoc, 2015.

Los hermanos en la empresa familiar

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