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CAPÍTULO 2

DIFERENTES MANERAS DE SER HERMANOS

Los hermanos, según quiénes los concibieron

Así como muchos hermanos tienen en común al padre y la madre biológicos, hay otras maneras de ser hermanos. Las diferencias y las similitudes tienen su peso.

Lo más importante es poder reconocerlas, porque ello es clave para entender las diversas relaciones fraternas, y cuáles son las proyecciones de cada relación.

A los hermanos que han sido concebidos por el mismo padre y la misma madre, podemos agregar diversas variantes, que desarrollamos a continuación.

Hermanos por adopción

Cuando la adopción es plena, los hermanos adoptivos tienen los mismos derechos y obligaciones (por ejemplo, alimentos, herencia) que los hermanos biológicos.

Más allá de las características personales, y la particular manera como los hermanos se relacionan entre sí, hay diferencias notables que tienen que ver con los orígenes del vínculo de los padres e hijos adoptivos.

La adopción es, muchas veces, fruto de un deseo de una persona o una pareja de realizarse como padres, cuando tienen alguna imposibilidad para concebir biológicamente.

En otros casos, la adopción es producto de una necesidad de asistencia. Por ejemplo, cuando la madre biológica es conocida de quienes luego serán los padres adoptivos, pero no reúne las condiciones materiales o psicológicas para hacerse cargo de ese hijo.

A veces, la adopción también es el producto de una contingencia desgraciada; por ejemplo, cuando un hermano debe hacerse cargo de los hijos de otro hermano fallecido.

Asimismo, se puede acceder a la adopción como consecuencia del matrimonio que contrae una persona con el padre (o madre) biológico de un niño o adolescente.

Según los motivos que lleven a la adopción, y de acuerdo con la existencia de otros hijos por parte del adoptante, se establecerá una trama de relaciones con los hermanos que abarca desde una relación integral, a relaciones de mayor distancia y con mayor dificultad para consolidarse.

A su vez, el hijo adoptivo puede haber sido un hijo deseado por sus padres biológicos (a los que luego pierde, o que por algún motivo no lo pueden criar) o un hijo no deseado.

Todas estas diferencias son, sin duda alguna, significativas respecto del vínculo que se establecerá en la familia en la que algún miembro se integra por la vía de la adopción.

Hermanos desconocidos

En algunas circunstancias, el progenitor oculta a su familia, o a algunos de sus hijos, el hecho de que tiene otros hijos.

En otras circunstancias, puede ocurrir que el progenitor mismo ignore la existencia de algún hijo, por haberse desentendido de una compañera circunstancial antes de que se hiciera manifiesta su gravidez. La integración de ese hermano desconocido suele ser muy dificultosa, cuando no imposible.

Caso 3: “Hola papá”

Cuando tenía 18 años, Mariel le envió un mail a Roberto:

“Soy la hija de Verónica… y sé que también soy tu hija”, declaraba allí.

Roberto se comunicó con ella y, luego de efectuar los análisis de histocompatibilidad genética (comúnmente llamados “prueba de ADN”), la reconoció como hija, pero pactaron una condición: él se haría cargo de los estudios universitarios de Mariel y la vería de manera regular, pero la relación no debía ser conocida por su esposa, ni por sus tres hijos (dos mayores que Mariel y una menor).

Mariel aceptó esas condiciones, pero dejaron un punto sin hablar: la interrelación de Mariel con la familia de Roberto frente a la eventualidad del fallecimiento, o una enfermedad grave, de Roberto.

Cinco años después de establecer este particular vínculo padre-hija, Roberto falleció en un accidente de tránsito y Mariel tuvo que enfrentar a sus hermanos paternos para hacer valer sus derechos como heredera.

Claro que todo se limitó, para Mariel, a un trámite legal y una participación económica. Para la familia “oficial” de Roberto, la aparición de Mariel fue un hecho traumático.

No hubo ninguna voluntad, recíprocamente, de construir una relación entre ellos.

Familia ensamblada: los tuyos, los míos y los nuestros

Cuando un matrimonio finaliza, cada uno de los integrantes de la expareja puede encarar sus siguientes relaciones como una experiencia reservada para sí, en la que no involucra a sus hijos o, por el contrario, puede buscar una nueva pareja con la expectativa de integrar a sus hijos.

A su vez, esa integración puede ser exclusivamente personal, es decir, nadie más que la nueva pareja, o también puede involucrar a su familia, en cuyo caso se conforma una familia ensamblada.

El ensamble familiar puede incluir la relación social de los hijos de matrimonios anteriores. Entonces, esos chicos se pueden relacionar con los padres y hermanos de la compañera de su padre, o del compañero de su madre.

Es evidente que cuanto más pequeños son los hijos, mayores serán las posibilidades de que este ensamble se tome con naturalidad y se produzca así, efectivamente, la integración entre los partícipes de la experiencia.

A su vez, como las relaciones de pareja no tienen, en ningún caso, garantía alguna de perdurabilidad, es necesario prever cuáles serían las consecuencias de una separación o, incluso, del fallecimiento de un integrante de la pareja.

Cabe formular la siguiente pregunta: el final de esa relación de pareja ¿haría caducar, automáticamente, todo el vínculo familiar? O, por el contrario, también debemos cuestionarnos si, a lo largo de la relación, se establecieron estructuras lo suficientemente sólidas que permitirán que las vinculaciones con la familia de quien ha sido pareja del padre o la madre se mantengan en el tiempo.

¿Qué conduce a cada modelo de relación?

Las razones son múltiples. A veces, las mismas intenciones llevan a modelos contrapuestos. Por ejemplo, la intención de “dar lo mejor para mis hijos y proveer para su bienestar” puede dar lugar a que un padre decida estar solo y evite integrar a su pareja, para consagrar así la máxima energía posible en su relación a solas con sus hijos.

O puede generar la decisión inversa: tratar de dotar a los hijos de una nueva familia, como una manera de que se sientan contenidos en una estructura superadora de la que tuvieron cuando los padres biológicos estaban juntos (muchas veces, porque los hijos fueron testigos involuntarios de enfrentamientos que, quien arma una nueva familia, tiene la expectativa de no repetir).

Es habitual que se produzca una reacción en espejo, pues basta que uno de los progenitores inicie una nueva vida en pareja para que el otro también lo haga. Entonces, hay casos en que los hijos tienen una familia ensamblada con su padre, y una familia ensamblada con su madre, en tanto que otros hijos tienen relaciones a solas, y en exclusividad, con cada uno de sus padres.

Características de la familia ensamblada

Al iniciar el proyecto de ensamblar una familia, cada integrante de la pareja lleva sus mejores expectativas y, en general, sus mejores intenciones.

Esto significa que, por lo menos durante un tiempo, el mensaje que reciben los hijos es que esa experiencia será superadora respecto de la experiencia de vida mantenida hasta entonces.

A su vez, es normal que cada uno de los integrantes de la pareja se esfuerce por entablar una buena relación con los hijos del otro.

Esas nuevas relaciones son de afinidad, por lo que, actualmente, se habla de “madre afín”, “padre afín” y “hermano afín”, con la finalidad de evitar los sustantivos terminados en “-astro” o “-astra”, como “madrastra”, “padrastro” y “hermanastro”, que, a partir de La Cenicienta, tienen mala prensa.

Claves para el éxito de la familia ensamblada

Los primeros estudios acerca de familias ensambladas datan de la década del setenta y fueron realizados en los Estados Unidos. Por entonces, se resaltaban los riesgos que entrañaba el ensamble familiar para los hijos.

Sin embargo, unos veinte años después se comenzó a reconocer que ciertas familias ensambladas funcionaban adecuadamente. ¿Cuáles son sus rasgos distintivos?

Las familias ensambladas poseen reglas propias de funcionamiento. No operan con las reglas de la familia nuclear, o sea, la familia compuesta por la mamá, el papá y los hijos de ese matrimonio.

Respecto de la posibilidad de éxito de la familia ensamblada, un indicador significativo es cómo se produjo la finalización del matrimonio anterior. Cuando se conserva la relación de los excónyuges como padres, la nueva familia tiene mayores probabilidades de éxito.

No obstante, en las personas que vuelven a casarse suele haber un enorme desconocimiento de las diferencias entre una familia nuclear y una familia ensamblada. Entonces se proponen, sin éxito, reproducir el modo de funcionamiento de la familia nuclear.

Como sostiene la terapeuta sistémica Dora Davison, autora de Tus hijos, mis hijos, nuestros hijos, el alto número de divorcios de los segundos matrimonios se debe en gran parte a este desconocimiento. De igual modo, ello puede relacionarse con el origen de muchos desajustes familiares, conducentes a la aparición de síntomas en sus miembros más vulnerables: los niños y los adolescentes.

La mayoría de estas familias adolecen de baja autoestima como consecuencia de ideas y valores sociales profundamente arraigados, que señalan a la familia nuclear como “la norma”, y a cualquier otra forma de organización familiar como “una desviación” de ella.

Los hermanos afines y los hermanos por parte de uno de los padres

Debemos diferenciar los hermanos afines de los hermanos por parte de uno solo de los padres. Los hermanos afines no tienen ningún vínculo de sangre entre sí. En cambio, en el otro caso, se trata de hermanos que comparten el padre o la madre.

Pero hay otra diferencia fundamental: los hermanos afines aparecen todos juntos, en el momento de establecerse el ensamble de la familia, en tanto que los hermanos por parte de uno de los padres suelen aparecer de a uno (salvo embarazos múltiples), en la medida en que el padre, o la madre, engendran nuevos hijos.

Esta diferencia es muy significativa y permite explicar las relaciones, a veces de indiferencia, otras de marcada hostilidad, de los hermanos afines entre sí.

Entre los hermanos afines se produce una especie de “caja de resonancia” que amplifica los sentimientos negativos que pueden darse con los hermanos consanguíneos. Por ejemplo, los celos por percibir que un hermano es el favorito, o goza de determinados privilegios, se agudizan dramáticamente cuando el favorito, o el que goza de los privilegios, es un hermano afín.

Los hermanos que no viven juntos

En otros casos, no se intenta ensamblar una familia: los hijos de un mismo padre viven en hogares diferentes.

Quizás, el padre tuvo un matrimonio anterior y los hijos de ese matrimonio permanecen con la madre, en tanto que, en la nueva relación, nacen otros hijos que viven con el padre.

En esos casos puede haber una diferencia significativa entre la holgura con que se manejan económicamente los hijos del nuevo matrimonio y la situación de los hijos del matrimonio anterior.

También es posible que uno de los progenitores brinde a todos el mismo confort cuando sus hijos están con él, pero que pretenda que, cuando están con el otro progenitor, sea este quien financie sus gastos.

Si uno de los progenitores no tiene altos ingresos es posible que la cuota alimentaria permita que sus hijos cuenten con el aporte económico necesario para vivir, pero que, en el balance final, su nivel de vida con el otro progenitor esté muy lejos del nivel de vida que tienen los hermanos que viven con el padre.

Como expresa Dora Davison, los temas relacionados con las finanzas suelen ser el vehículo de sentimientos hostiles que involucran a los menores. Hemos escuchado a una madre decir: “Lo que tu padre me pasa, no me alcanza para comprarte zapatillas”.

Y más tarde hemos oído al hijo reprocharle a su padre: “¡Vos no le das a mamá el dinero que necesitamos!”.

La diferencia de ingresos en los dos hogares suele acarrear fuertes tensiones que son bien difíciles de resolver. Distintos estilos de vida, ropa, educación, juguetes, vacaciones, requieren de la buena voluntad y disposición de los adultos para que los chicos en posición inferior no se sientan menoscabados.

Las finanzas en las familias ensambladas

Anna y Edward Meltzen, investigadores de la Universidad de Misuri, Estados Unidos, llegaron a la conclusión de que las parejas ensambladas pasan por estas cinco etapas:

Primera etapa: “La vida color de rosa”

Previamente al matrimonio y al comienzo de la vida marital, todo es muy romántico. “¿Quién quiere hablar de ingresos, cuotas alimentarias y obligaciones financieras cuando se come con velas y flores?”.

Segunda etapa: “No hagamos olas”

Cuando la realidad de la vida cotidiana se impone, el resentimiento y la culpa empiezan a teñir los pensamientos: “Ahora, ¿qué derecho tengo a quejarme?, si yo supe desde el primer momento que tenía obligaciones económicas hacia sus hijos” o “¿Qué razón tengo para sentirme molesto?, si yo sabía cuando me casé con ella que la educación de sus hijos le ocasionaba muchos gastos”. Pero, en esta etapa, tales temas aún no se discuten por temor a dañar la relación.

Tercera etapa: “Pongamos las cosas en claro”

La pareja descubre que es necesario hablar abiertamente sobre estos temas. Es una época dolorosa y difícil, afloran las frustraciones, las expectativas no cumplidas, las ilusiones que se quiebran, pero también es el momento en que se sientan las bases de una confianza mutua y un trabajo en equipo.

Cuarta etapa: “Ahora, pongámonos de acuerdo”

Las parejas que superan la etapa anterior, arriban a acuerdos para hacer frente a los compromisos previos, organizar presupuestos, administrar y distribuir el dinero, y afrontar los problemas financieros sobre bases más realistas.

Quinta etapa: “¡Por fin alcanzamos la estabilidad!”

El tiempo y la experiencia dan paso a un sentimiento de control sobre las cuestiones económicas, la pareja toma decisiones en conjunto y realiza los ajustes necesarios para afrontar los cambios que se suceden a lo largo de la vida familiar ensamblada.

Todo el proceso lleva alrededor de cuatro años. Sin embargo, estos investigadores advierten que las parejas que vuelven a casarse “no deberían ser ingenuas y creer que las cosas funcionarán si no trabajan en ellas”.

Las familias ensambladas y las empresas familiares

En muchas empresas familiares hay un acuerdo para que no participen los parientes políticos. No obstante, es habitual que tal acuerdo no esté diseñado para que abarque a la generación fundadora: se prevé, en particular, que un yerno o una nuera se postule para trabajar en la empresa (y en muchos casos, la primera respuesta es negativa) pero no se contempla la misma situación respecto de la generación que inicia la empresa.

Esto es así porque el momento en el que usualmente se reflexiona acerca de estos temas es cuando ya la empresa ha avanzado en su sistema organizativo y, de hecho, el esposo (o la esposa) ya está incorporado a la estructura. Para ilustrar, veamos un caso.

Caso 4: “Siento que desconfían de mí”

Yo estoy muy incómoda con los hijos de mi marido –decía Zulema–, porque sé que ellos no confían en mi honestidad. Están siempre creyendo que yo les voy a robar y eso me ofende profundamente.

Zulema me confió este sufrimiento en forma privada y confidencial cuando estábamos haciendo las entrevistas iniciales para la estructuración del protocolo empresario-familiar.

Era tan desacertada la percepción de Zulema que pedí autorización a sus hijos afines para comentar el tema públicamente.

Lo que surgió fue sorprendente ya que, en realidad, nadie tenía reservas respecto de la honestidad de Zulema, que todos podían reconocer.

Por el contrario, lo que los irritaba era su malhumor permanente, que se expresaba tanto con el padre (y esto era lo que más les dolía a los jóvenes) como con ellos.

Esa conversación colectiva tuvo un valor mágico, porque Zulema tuvo la oportunidad de enterarse y registrar de boca de cada uno de sus hijos afines que ninguno de ellos desconfiaba de su honestidad. Todo lo contrario. La actitud que les resultaba insoportable era el malhumor y, muchas veces, el maltrato que les dispensaba.

Paradójicamente, todas eran manifestaciones de su malestar por sentir que no confiaban en ella.

Para Zulema, saber que nadie desconfiaba de su honestidad fue un bálsamo: se emocionó, lloró de alegría y desde entonces se propuso tener una actitud más amable con su familia.

La familia ensamblada y la dirección de la empresa de familia

Caso 5: “Para mí todos son mis hijos, pero no son todos iguales”

Yo profesionalicé la empresa hace años, dice Alberto. Ocurre que tengo una sola hija biológica, con mi primera esposa, quien tuvo graves problemas psiquiátricos y tuvo que ser internada cuando mi hija tenía cinco años. Mucho tiempo después empecé a convivir con mi actual mujer, que tenía tres hijos de su primer matrimonio, del que había enviudado.

Yo siempre quise mucho a sus hijos, al punto de que los adopté para darles derechos, pero nunca perdí de vista que quería que la empresa fuera dirigida por mi hija. Pero ella no puede liderar a dos de los hijos de mi mujer, que son muy operativos y, a veces, un poco tiránicos. Entonces, como no había manera de que ella fuera la gerente general, decidí que los cargos principales fueran ocupados por profesionales externos a la familia. Todos mis hijos recibirán una parte de mi herencia, como marca la ley, pero a mi hija biológica voy a beneficiarla con la parte disponible que me corresponde, y ahora me propongo entrenarlos a todos para que puedan ejercer exitosamente el rol de accionistas, y logren controlar la sustentabilidad de la empresa y la obtención de ganancias.

Una empresa de familia es una organización compleja, en la cual suele haber un delicado equilibrio entre los hermanos, incluso cuando todos compartan al padre y la madre.

Con mayor razón, cuando comparten únicamente a un progenitor, es imprescindible trabajar los vínculos entre ellos, para evitar que los celos, las envidias o las rivalidades pongan en peligro el proyecto empresarial.

Hay mayores posibilidades de diferencias culturales o éticas entre quienes no se han criado juntos, o provienen de hogares diferentes, y ello tiene que ser un centro de atención para evitar situaciones que, si no se advierten a tiempo, podrían ser irreparables.

Los hermanos en la empresa familiar

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