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PREFACIO DEL AUTOR

Mi padre fue uno de los primeros farmacéuticos de Merlo, provincia de Buenos Aires. Hace muchos años, un vecino vendió su casa y, luego, golpeó a la puerta de la farmacia para pedir un favor: dado que no sabía qué hacer con el dinero y no tenía dónde guardarlo, le pedía a mi padre que él se encargara de administrarlo.

Obviamente, no firmaron papeles de ninguna clase. Cierto día, el vecino falleció, y mi padre se encargó de hallar a sus sobrinas y de entregarles la totalidad del dinero.

Esta historia, que escuché a temprana edad de boca de otro vecino, fue mi primer contacto con el mundo de las sucesiones. Después conocí, a través de mi actividad profesional, historias bien distintas:

Un padre que a los ochenta años se aferra a sus posesiones materiales para dominar a sus hijos, mortalmente peleados entre sí.

Una pareja de abuelos que no puede ver a sus nietos desde el fallecimiento de su hijo, porque su nuera se lo impide.

Una mujer de sesenta y ocho años que vive sola en un piso majestuoso, mientras su hija viuda y sus cinco nietos se apiñan en un pequeño departamento alquilado.

Un rico empresario que, en su última enfermedad, liquida todos sus bienes y deposita el total en una cuenta secreta… que ninguno de sus tres hijos logra ubicar jamás.

En todas estas historias está presente el sufrimiento humano. Ese padecer aflora y se manifiesta en forma poderosa; a veces, fallan algunos mecanismos legales que podrían y deberían revisarse. En otras, es evidente la falta de previsión de los que protagonizan cuestiones como Éstas.

Y, en no pocos casos, los que podrían haber tomado previsiones ya no están y, por lo tanto, no pueden poner las cosas en su lugar, con su presencia y su acción.

El ejercicio cotidiano de la abogacía, durante años, y luego la práctica de la planificación sucesoria y de la consultoría en empresas familiares, me puso en contacto con numerosas situaciones dramáticas que, en muchos casos, pueden ser evitadas por los titulares del patrimonio, a quienes llamamos “heredantes”, o sea, quienes algún día serán heredados. .

Esas situaciones traumáticas alumbraron este libro, concebido como un puente de comunicación con quienes sí están en condiciones de prever lo necesario por sí mismos y echar un vistazo al futuro.

Pensar la herencia. Ése es el desafío. Pensar la herencia que podemos recibir y, también, la que vamos a dejar.

A veces, el presente parece tan difícil de manejar, que no quedan fuerzas para levantar la mirada. Sin embargo, un cambio de perspectiva puede ser muy útil y ahorrar energías en preocupaciones ineficaces, para centrar el esfuerzo en los objetivos que más importan: el bienestar de la familia, el logro de los sueños y proyectos más trascendentes.

Cuando comencé a trabajar en una disciplina totalmente nueva en la Argentina —como lo es la “planificación sucesoria”—, lo primero que constaté fue el frecuente error de juicio de creer que pensar la herencia era un asunto relacionado con la muerte. En verdad, se trata de todo lo contrario: es ordenar el presente y el futuro, tomar decisiones que alivian inmensamente a las personas y les permiten avanzar por el largo resto de sus vidas liberados de angustias y de incertidumbre.

En cuanto la gente comprende que pensar la herencia no es un asunto del “más allá”, sino que es un asunto del “más acá” y que beneficia su forma de vivir en forma inmediata y duradera, lo que se pone de manifiesto es una profunda necesidad de hacer algo al respecto, un deseo de mejorar las relaciones familiares y económicas, una actitud orientada a la superación y a la acción concreta.

Ver el alivio y la seguridad con que una persona enfrente su futuro después de haber resuelto estas cuestiones es una gratificación profesional y humana que justifica cualquier esfuerzo y que me alienta a seguir trabajando cada vez más, en bien de las numerosas personas que aguardan respuestas a sus conflictos reales.

Agradezco al maestro Eduardo Zannoni, quien me ha honrado con el prólogo de la primera edición de este libro, que mantenemos en esta versión.

Consciente de su trayectoria y del lugar que ocupa en el Derecho argentino, no oculto la satisfacción que me produce compartir sus palabras con los lectores.

Leonardo J. Glikin

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, octubre de 2020

Pensar la herencia

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