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CAPÍTULO I

PENSAR LA HERENCIA:

UN ASUNTO DEL “MÁS ACÁ”

Pensar en el futuro

Parece obvio, todos lo sabemos: algún día, vamos a morir. Alguien va a tener que ocuparse de nuestra última voluntad. Las pertenencias que hayamos acumulado, sea cual fuere su valor material o afectivo, se transmitirán a otros: nuestros sucesores.

Sabemos que eso va a ocurrir ALGÚN DÍA. Lo que no sabemos es CUÁNDO. De esa naturaleza cierta y a la vez incierta de la muerte, precisamente, depende quiénes nos sucederán, qué recibirán de nosotros, cómo lo harán.

Nuestra herencia es un asunto del “más acá” y constituye una de las responsabilidades que tenemos en el mundo. La propuesta que hallará en este libro es pensar en el futuro tal como es: cambiante y dinámico. Justamente, como la suerte es cambiante en la vida, se torna esencial saber prever; ver con anticipación, para un futuro en el que ya no estaremos.

Y, sin embargo, esto, que en la tinta impresa parece tan razonable, en la práctica resulta ser una tarea sembrada de resistencias. Tal vez ellas expliquen que, en la Argentina, todavía sean proporcionalmente muy pocos los que, sin padecer una enfermedad grave, o un conflicto desatado con integrantes de su familia, consultan con profesionales especializados o, inclusive, con sus relaciones de confianza— sobre cuestiones referidas a la planificación sucesoria.

En forma paralela, una parte importante de los litigios civiles que llegan a Tribunales se centra en las consecuencias de una muerte: enfrentamientos entre coherederos, situación poco clara sobre créditos y deudas del difunto (y ya sabemos que, a río revuelto, ganancia de pescadores), conflictos por la intervención de herederos en las sociedades… y la lista continúa.

Las resistencias a planificar para cuando no estemos

Nadie podría decir: “A mí no me va a pasar eso de morir”. Cuando se analiza cualquier otro tema, es posible tomar distancia de las alternativas y objetivarlas, alejarlas de nuestra realidad y no involucrarnos en ellas. Pero nada es tan inexorable y universal como la muerte.

Y, no obstante saber que estamos ante algo inevitable, nos resistimos a hablar de ello y de sus consecuencias. Preferimos pensar que la muerte siempre es algo que les sucede a los demás, y cuanto más distantes sean, mejor.

Y es que existe el temor primordial a que las cosas sucedan por el mero hecho de nombrarlas. De allí que sea un tema tabú reflexionar sobre las consecuencias de la muerte, y por ende, prever y prevenir, que son los dos componentes principales de planificar la sucesión.

Así es como nos topamos con nuestra mayor dificultad: la suya y la mía.

Me cuesta a mí, a medida que avanzo en las páginas, porque abordo un tema que pocos lectores han enfrentado antes. Le cuesta a usted, porque acomete la lectura de un libro que lo hará pensar en la realidad para cuando ya no esté.

Si usted es de los que creen que algo va a ocurrir por el solo hecho de nombrarlo, use los remedios habituales: busque una madera sin patas, cruce los dedos, recurra a su cábala preferida.

Pero, en mérito a todo lo que saldrá ganando, lo aliento a que siga leyendo, aunque para ello deba vencer algunos miedos ancestrales.

El desorden que causa la muerte

Tan caótica e inoportuna es siempre la muerte, que en muchos ámbitos se trata de poner límites a los desarreglos que podría producir. Por ejemplo, en muchas empresas e instituciones, se trata de que la muerte pase lo más inadvertida posible.

Por eso, existe un límite de edad para ejercer importantes cargos en la Iglesia, la enseñanza universitaria o la magistratura.

En las empresas, se busca evitar que un fallecimiento sorpresivo fuerce a improvisar, y genere una debilidad en el ejercicio de un cargo determinado. Por ende, se trata de preparar a los sucesores para ocupar los puestos que irán quedando vacantes, a fin de que la muerte no genere un vacío de conducción.

Y bien, con leyes canónicas o terrenales se pone un límite de edad al ejercicio de ciertas funciones; con actitud sensata, se planifica la sucesión en las empresas. Pero, tarde o temprano, igualmente debemos enfrentarnos con las consecuencias de la muerte, ajena o propia.

Necesidades y deseos

El sistema de sucesiones que pueden organizar las leyes es de tipo general. Esto significa que no contempla ciertos casos particulares.

Habitualmente, la ley refleja las creencias y valores de una sociedad en un tiempo determinado. Y, a su vez, desde que cobra vigencia, condiciona las acciones de la ciudadanía. Es pertinente preguntarnos, entonces:

¿La ley refleja realmente las creencias y valores en los que baso mi vida actual?

¿Qué margen de libertad conservo, si siento que mis necesidades y deseos no están contemplados específicamente en la ley?

Cuando la ley y la realidad marchan a paso distinto

En agosto de 2015 entró en vigencia un Código Civil y Comercial, que significa un cambio enorme respecto del viejo Código Civil, que, con algunas modificaciones, rigió la vida de los argentinos desde 1871

En muchas situaciones, y en especial en las que tienen que ver con la familia y el patrimonio, el nuevo Código tiene una función equivalente a la de dar vuelta un baúl: lo que antes estaba arriba ahora está abajo, y viceversa. Lo cual tiene su lógica si pensamos cuanto cambió nuestra vida en este lapso de casi 150 años.

•Hoy una persona vive, en promedio, casi el doble que en aquellos años.

•En las décadas pasadas, se constituyeron grandes conglomerados urbanos que trajeron aparejado un cambio en el concepto de familia, hasta por razones arquitectónicas, inclusive.

•Hoy, cualquier persona puede casarse y divorciarse cuantas veces quiera (o se anime…). Esto genera un cuadro de intensa movilidad patrimonial y afectiva, que la ley no debería ignorar.

•Actualmente, es posible probar la paternidad casi sin ningún riesgo de error, mediante análisis de laboratorio. Esto era impensable cuando se sancionó el Código Civil.

•El período de procreación de hombres y mujeres se ha extendido de tal forma, que hoy resulta habitual ver hijos con una gran diferencia de edad entre sí. Muchas veces, son de distintos matrimonios.

La “anticuada costumbre” de hacer testamento

A diferencia de lo que ocurre en los países anglosajones, la planificación sucesoria no ha sido, hasta ahora, materia de estudio en nuestras universidades. Lo que se escribe y se estudia se refiere, en general, a situaciones en que la muerte ya ha sucedido. Por lo tanto, el sujeto de la herencia pasa a ser el heredero, y el objeto, el patrimonio.

Nuestras leyes hicieron lo suyo para que el tema mereciera tan poca reflexión. Influido por la corriente predominante en su época, el codificador Dalmacio Vélez Sársfield instituyó un sistema sucesorio que limita enormemente la libertad de disposición para quien tiene hijos u otros herederos forzosos.

Para decirlo en forma más concreta: cualquier persona que tenga parientes hasta el cuarto grado (la inmensa mayoría) puede dejar que la sucesión se desarrolle sin testamento, sólo en base al orden que estipula el Código Civil y Comercial.

Ya que testar no es obligatorio por ley, la costumbre de hacer testamento fue cayendo en desuso en una extensa franja de la población; esto contribuyó a que se dejara de pensar en los efectos materiales y afectivos de la muerte y a que quedaran libradas al azar, sin ninguna clase de previsión, infinidad de situaciones que se verán en los próximos capítulos y que, invariablemente, generan largos y penosos problemas.

Aunque muchas disposiciones del Código Civil han sido modificadas, con eso no alcanza: resulta imprescindible promover un cambio en la actitud social hacia la sucesión.

Además de la ley, transformar la mentalidad.

Hasta ahora, lo que ha prevalecido es la indiferencia: de la sucesión no se habla; se evita pensar, pues “todavía no ha llegado el momento”.

Sería muy bueno poder revertir esta realidad y generar una actitud reflexiva; en última instancia, está en juego el destino de todo lo que sabemos y podemos hacer sobre la faz de la Tierra.

A lo largo de la vida, todos tomamos decisiones que reflejan necesidades y deseos. Ese proceso se puede extender, también, a lo que se llama “actos de última voluntad”: aquellos encaminados a prever un futuro que no tiene fecha cierta, pero que llega en un momento determinable: cuando quien deja la herencia, es decir, el “heredante”, ya no está físicamente.

Ya es hora de un cambio.

Sin embargo, la realidad, la cultura, usted mismo, todo cambia sin pausa.

En los umbrales de una nueva época, es hora de que nos atrevamos a pensar en el futuro, más allá del tiempo de nuestra propia existencia.

Es hora de convertirnos en sujetos activos, capaces de prevenir más allá de nuestros límites; de planificar para que se cumplan nuestros deseos, con respeto por las necesidades de nuestros seres queridos.

Es tiempo de hablar de lo que no se habla, por temor, por comodidad o por costumbre.

Las motivaciones que nos impulsan a planificar: Justicia, seguridad, trascendencia

Usted está venciendo su resistencia inicial: hay algo que lo lleva a leer este libro. Piense de qué se trata; qué lo motiva: simple curiosidad, el deseo de aprender algo sobre una materia hasta ahora ignorada… O, quizá, la idea de planificar una herencia aluda a alguna necesidad o deseo suyo o de alguna persona cercana.

¿Por qué razones alguien como usted se decidiría a planificar su sucesión?

Cuando usted pasa por una tienda y se prueba ropa de confección, a veces sucede que responde exactamente a su medida; en otras ocasiones, hará falta hacerle algunos retoques. O tal vez esa prenda, decididamente, no sea para usted. Con la legislación sucesoria puede pasarle lo mismo.

Es posible que, al informarse, sienta que no tiene nada que modificar, pues la ley responde exactamente a su realidad. Pero podría suceder que, al aplicar la ley en forma escrita, usted descubriera alguna contradicción con lo que le indica su sentido personal de la justicia.

En este caso, la planificación sucesoria le servirá para tratar de equilibrar la balanza, con la idea de que cada uno reciba lo que usted entiende que merece y le corresponde. Los valores en juego, en estos casos, son el de igualdad y el de equidad, que llevan a la armonía familiar y a evitar conflictos.

Otro caso es el de quien quiere proteger y dar seguridad a los seres queridos. Quien cumple una función de asistencia personal o alimentaria hacia terceros no puede ignorar las consecuencias que acarrearía su desaparición física. El valor protección se convierte, entonces, en una fuerte motivación para planificar del mejor modo. No para morir mañana, sino para vivir en paz.

Para quienes forman parte de una empresa, o tienen en mente el desarrollo de un proyecto determinado, pensar la herencia puede ser una manera de cimentar ese sueño, o esa realidad, con vistas a su preservación en el futuro. El valor en juego, en estos casos, es la proyección.

Por último, a lo largo de la historia, uno de los destinos más habituales de las fortu nas ha sido sostener obras tendientes a recordar a sus dueños. Sin ir más lejos, el Premio Nobel se instituyó con la fortuna que dejó el inventor de la dinamita. Con el aporte de legados de quienes así lo han dispuesto en sus actos de última voluntad, se han erigido y mantenido hospitales, templos, entidades de bien público. Evidentemente, el deseo de trascendencia es otra motivación para planificar. Sin duda, uno de los motores de la cultura, desde los albores de la civilización, ha sido el deseo de dejar una huella de nuestro paso por la Tierra, para ser recordados por las generaciones futuras.

El deseo de trascender puede impulsar la decisión de planificar la herencia, así como se evidencia en la creación y acumulación de bienes materiales e inmateriales: tanto el hombre rico como el artista bohemio expresan de distinta forma y con diversos métodos su voluntad de trascendencia. Esto explica los grandes monumentos funerarios y todo el desarrollo del arte, también se observa en los actos cotidianos: la elección de materiales nobles y durables (mármol, oro, plata) responde a esta necesidad de perdurar más allá de la fragilidad del propio cuerpo.

Abordajes posibles

La tarea de planificar nuestra herencia puede abordarse desde diversos ángulos. Veámoslo en algunos ejemplos:

Bernardo tiene una tía, Irene. La cuida desde hace años: es una mujer rica y soltera, que solo cuenta con él en el mundo. Pero Bernardo sabe que la tía Irene tiene dos sobrinos más. Dos sobrinos que viven en Italia y cuyos nombres casi no recuerda. Es que jamás han venido a verla ni se han preocupado por su salud. Tal vez, piensa Bernardo, estarán tranquilos pensando que aquí está él para protegerla. Irene ya es más que anciana. Bernardo no quiere pensar en su muerte, porque la quiere con sinceridad. Pero, algún domingo de insomnio, se le ocurre pensar qué sucedería si la tía no dejara testamento. O si lo dejara, pero él no pudiera encontrarlo. Piensa, en esas noches, que, de un día para el otro, aparecen esos dos sobrinos eternamente ausentes y desconocidos, a sentarse a la misma mesa que él, para dividir la herencia de la tía Irene. Y siente, entonces, que no sería justo ni conveniente. Pero, hasta ahora, Bernardo no se ha animado a tocar el tema con su tía. En realidad, teme que ella se ofenda y que crea que él la cuida solo por interés, que es un caza fortunas y que no deja de fingir con tal de quedarse con la ansiada herencia.

A los pocos días, la idea vuelve a rondarle por la cabeza, pero desde otro punto de vista. Bernardo piensa que, en realidad, él tiene el derecho —y hasta el deber— de ayudar a su tía Irene a tomar la decisión adecuada. Porque, así como él la quiere y la cuida a diario, sabe que ella siente el mismo aprecio hacia él. Pero también comprende que por temor, ignorancia o inercia, las decisiones de esa naturaleza suelen quedar postergadas… hasta que es demasiado tarde. Y, por fin, un día Bernardo se resuelve a debatir la cuestión con honestidad, pero con delicadeza. Ha decidido sugerir a su tía la posibilidad de consultar con quienes puedan asesorarla correctamente.

Como el testamento es secreto y revocable todas las veces que el testador lo decida, la tía de Bernardo podría, si así lo quisiera, favorecer a los dos sobrinos desconocidos de Italia. Pero tiene el derecho, y hasta el deber, de hacerlo con plena conciencia. 1

De otro modo, este desenlace de beneficiar a dos personas lejanas —que tal vez ella misma calificaría de injusto— sería la consecuencia automática de no haber reflexionado y de no haber redactado un testamento en favor de su único sobrino querido.

Cabe otra posibilidad. Quizás usted, que lee estas páginas, no esté en la misma situación de Bernardo… sino en la de Irene, la tía. Ahora, entonces, veamos qué pasa por la cabeza de Irene.

Ella se debate en dudas internas. Por un lado, su sentimiento de lealtad a la familia la lleva a sentirse obligada a incluir en el reparto de su fortuna a los hijos italianos de su hermano. En verdad, sería como legarles el cariño que sentía hacia el padre de ellos. Pero, en muchos días de soledad, se pregunta por qué razón jamás se han preocupado por ella ni han querido saber si necesitaba de ellos.

Irene no puede bastarse sola. Sabe que la presencia y los cuidados de Bernardo le hacen posible la vida, tanto en el aspecto material como en el terreno afectivo. Muchas veces quiere preguntarle a Bernardo qué piensa él sobre el destino de su herencia. Pero no desea ponerlo en un compromiso semejante; él mismo es parte interesada…

Su sentido personal de la justicia contradice sus principios de lealtad a la familia de sangre. Si debiese repartir sus bienes según criterio de méritos, todo debería ser para el sobrino que siempre está a su lado. Pero ¿puede hacer algo así? ¿La ley lo permite? ¿No será, acaso, una arbitrariedad?

A veces se pregunta qué pasaría si la muerte la sorprendiera de un instante para el otro. Pero lo ignora. Aún no ha hecho testamento, pues, en verdad, no sabe por dónde comenzar. Tampoco quiere involucrar a Bernardo en un asunto tan poco grato…

Así los días van pasando, mientras dentro de su corazón va instalándose una molestia permanente, que no la deja disfrutar de una vejez tranquila y que siempre incertidumbres a una edad en que ella solo desea sentirse en paz consigo misma.

Hasta que, un día, su sobrino Bernardo se acerca con una propuesta que la asombra… y ella acepta la idea de consultar con un profesional. Un consultor en planificación sucesoria.

La planificación sucesoria y la empresa familiar

Similar dilema se le plantea a Jorge, fundador de una empresa familiar, padre de Camila, Andrés y Diego. A sus setenta años, advierte que sólo Camila se ha interesado por la empresa, y es la única de sus tres hijos que se propone seguir sus pasos.

•¿Debería transmitir la participación societaria a sus tres hijos por igual?

•¿Debería dar una mayor participación a Camila?

•¿Es necesario dar más participación societaria a un hijo respecto de los otros, para garantizar que tenga la mayoría en caso de diferencias de criterios?

•¿Sería conveniente que la totalidad de la empresa fuera a favor de Camila, y compensar a los otros hijos con otros bienes?

Sin duda, preguntas difíciles de responder

Digamos que, en gran medida, va a depender del tipo de empresa de la que se trata, y su dimensión.

A veces, la empresa no tiene la magnitud suficiente como para justificar que un miembro de la familia se dedique a ella, y los otros reciban un beneficio como accionistas, porque, simplemente, la empresa no está en condiciones de dar buenos resultados económicos para los miembros de la familia que no trabajan en ella.

Por el contrario, otras empresas tienen la posibilidad de dar beneficios a los propietarios, y por lo tanto, en ellas se puede diferenciar con total claridad la condición de partícipe de la propiedad (accionista, socio) de la participación en la dirección de la empresa, del trabajo operativo. En esos casos, los hijos que no participan en la gestión tendrán la posibilidad de obtener dividendos; en caso de involucrarse en la dirección de la empresa, también podrán tener honorarios; y los que trabajen efectivamente, deberían tener asignado un sueldo, preferentemente en base a los valores de mercado.

El tema es, muchas veces, el punto más importante para resolver el proceso de traspaso generacional en una empresa familiar, por lo que resulta indispensable contar con toda la información del caso concreto, y una mirada externa de un profesional especializado que permita ayudar a tomar las mejores decisiones, que preserven la armonía familiar y ayuden a consolidar y continuar el proyecto empresarial.

Pensar la herencia

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