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II. A QUIENES LO LLAMARON INSOLENTE

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«¡Qué insolente! ¡Qué insoportable es!», han dicho de [1] nosotros ciertas personas1. Andrómaco2 fue quien me lo anunció jurándome que es cierto. Mas yo le hubiera dado crédito aun cuando no lo hubiera jurado, porque es bueno y noble, compañero nuestro3, y porque no ha sido un placer para él oír semejantes insultos. Por tal motivo, mucho se hubiera abstenido de fingir contra mí palabras que no hubieran sido realmente pronunciadas. Así pues, les exhorto a que presenten pruebas y les pido que demuestren qué hay de verdad en lo que han dicho. Pero no serán capaces.

[2] Lo primero de lo que imo podría sorprenderse con razón sería lo siguiente: cómo es posible que en todo el tiempo que he vivido, que tan largo ha sido, no me han surgido estos reproches. Porque otras muchas cosas se han dicho, falsas también y por gente hostil, a quienes luego aconteció que tuvieron que avergonzarse y poco les faltó para abrazar mis rodillas y suplicarme que los perdonara por su desvarío. Y los perdoné. Pero esta crítica se ha presentado tras haber [3] aguardado a mis sesenta y siete años. Pues no se puede alegar que se decía a escondidas, como tampoco eran secretos sus otros propósitos, pues lo que caracterizaba la insolencia de los que hacían estos comentarios era precisamente no ocultarlos y había muchos amigos nuestros por quienes podía haberme enterado.

[4] Por consiguiente, ¿qué hay que pensar? ¿Que cuando era más joven sabía moderarme pero que, con el paso de los años, me he echado a perder? Más bien, lo lógico hubiera sido que, al contrario, ahora hubiera dejado de ser insoportable si lo hubiese sido antes. Pues el tiempo es formidable [5] para educar y corregir defectos. Sin embargo, creo, ocurre lo siguiente. Luego de haber discurrido todas las otras posibles acusaciones y haber enrojecido de vergüenza por cada una de ellas, como no podían callar, sin preocuparse en absoluto de si era o no creíble lo que iban a decir, se dejaron caer en esta imputación para justificarse por el hecho de evitar mis reuniones4.

¿Insolente yo? ¿Pero qué se oye decir de mí en los talleres [6] cada vez que paso por delante de ellos? ¿No es cierto que «el moderado»? ¿Acaso no «el sociable»? ¿No es verdad que se me conoce como el que responde de igual a igual a los saludos de los más pobres5? ¿Es, por tanto, verosímil que el que se pone a sí mismo a la altura de aquellas personas con las que le es dado envanecerse, pueda considerarse superior a las autoridades y a los poderosos? Éstos me besan6 los ojos, la cabeza y las manos, aun cuando no sientan afecto por mi persona, y cuando se marchan reciben no menos de mi parte.

Por tanto, ¿dónde está el insolente? ¿En mis relaciones [7] con los gobernadores? Pero si todos saben a dónde voy a sentarme cuando los visito, pese a que me es posible ocupar una plaza de más honor; a quiénes busco y acompaño; de quiénes me separo y a cuantos, aunque muchas veces tiran de mí hacia su lado, dejo bien patente que no les hago caso. ¿Pero por qué digo esto si puedo referirme a aquel nombramiento [8] que rechacé7 a fin de no dar la impresión de haberme vuelto demasiado altivo? Y eso que, si lo aceptaba, tenía derecho a proclamar que se me causaba un perjuicio si no venían a verme los magistrados, y a llenar de alboroto las residencias de los gobernadores siempre que me pasara a visitarlos. Pero no deseé ni lo uno ni lo otro, y ni siquiera lo consideré como algo valioso, ni tampoco me pareció necesario añadir a la consideración que tengo por mi forma de ser, la que me proporcionaba aquel título. Quiso el anciano [9] Arquelao venir a verme y se lo impedí. Después de éste, Domnico, pero, nada más enterarme de su intención, me opuse. Vino de improviso Arquelao, el sobrino del otro Arquelao, mas su visita me contrarió, lo que pudo oírme decir y aceptó. También se presentaron los Sapores, los Julio y los Víctor cuando estaba enfermo y no estaba capacitado para huir8. Yo bajaba al suelo la mirada por vergüenza, dejando claro con mis actos que me sentía molesto con el honor.

Pero tal vez soy insolente porque hago mención de mi [10] linaje. En efecto, hubiera podido decirles a todos, a excepción de muy pocos, que, en lo tocante a alcurnia, ni siquiera me podrían mirar de frente. Sin embargo, jamás se lo dije a nadie ni me envanecí por los retratos de mis antepasados ni por sus liturgias9, sino que consideré que era bastante que la ciudad lo supiera con nosotros, mientras que, con el resto, sigo teniendo trato como si en nada fueran inferiores a mí en [11] prosapia. Reconozco que traigo a colación, y con frecuencia, a mi abuelo y a mi bisabuelo, y los recuerdo no por esto, sino porque uno, entre otras cualidades, llegó a dominar el arte de la mántica, gracias a la cual conocería de antemano que sus florecientes hijos perecerían de muerte violenta10. Del otro he descrito muchas veces su desvelo por sus hijos. Por ello, se presentó personalmente en Apamea y se granjeó el talento de un sofista persuadiéndolo con mucho dinero. Así fue como sacó a la luz las admirables cualidades de los que engendró, los hermanos de mi madre11. Y hacía estas referencias no por simple alabanza, sino para que cualquier padre imitase su ejemplo al escucharme.

[12] En mi juventud, rehuía yo placeres que no son muy fáciles de evitar. De ello son testigos, además de los dioses, que todo lo conocen, mis coetáneos que todavía viven, hoy marchitos, aunque entonces estábamos en la flor de la vida. ¿He causado enojo con el recuerdo de mi prudencia? ¿Dije que por ello merezco honores? ¿Acaso cité a los testigos que [13] podía invocar? Pero, si no se trata de eso, ¿entonces hice alusión a mis esfuerzos por la retórica, ora los de aquí, ora los de otro lugar? ¿O acaso me referí a cómo cuando, obligado por el gobernador, se me enviaba a Atenas a ocuparme de la cátedra, la rechacé12? ¿Mencioné esto sin necesidad para glorificarme vanamente a mí mismo? En absoluto, a no ser a los alumnos en muchas ocasiones para animarlos a imitar esta conducta, y a alguien así en modo alguno le encajaría el apodo de «insolente». «Pero —se dirá— los discursos [14] de los demás, sean dignos o no, los rechazo para aplaudirme a mí mismo: que si vencí a tal sofista, amordacé a otro, abatí a fulano, triunfé sobre mengano, a zutano lo obligué a huir, y aterroricé al grupo de Egipto y a los tres de Atenas cuando fui llamado por la curia de ambas ciudades». ¿Pero no es cierto que os habéis enterado de esto porque [15] otros os lo han referido? Si no os lo hubieran contado, por lo que a mí respecta, desconoceríais mis victorias. Porque hasta el día de hoy ni siquiera habéis oído hablar de las estatuas y las resoluciones que sobre éstas han dictado no pocas ni pequeñas ciudades. Tal vez os enteraréis algún día, pero no porque os lo vaya a decir yo.

Sin embargo, ¿qué hubiera ocurrido si yo hubiese sido el [16] hombre que éstos afirman que soy? Pues que habría llenado cualquier lugar y circunstancia de frases como éstas todos los días, antes y después del mediodía. En verdad, todo [17] aquel que presta un servicio y recuerda constantemente el favor es un insolente, ya que con esta actitud prácticamente está echando en cara el beneficio, que se convierte en motivo de pesar. Por tanto, analicemos si no le he prestado un servicio a mi ciudad rompiendo el fuerte vínculo con el que me sujetaba un decreto del Emperador, que todos conocéis, aquella vez que recorrí, para estar con vosotros, un camino no exento de riesgos y contrario a la voluntad del monarca, produciendo con ello un brillante progreso a vuestra retórica13. Por tanto, no debería haber dejado escapar ninguna ocasión de echarle en cara este favor a la ciudad. ¿Y quién podría ser tan desvergonzado que osara decir tal cosa?

[18] «Pero tu forma de caminar es grosera». ¿De cuál se trata, como no sea que se refiera alguien a la que me causa mi enfermedad14? «¿Y esa mirada, esas cejas y esa voz?» ¿Pero no es cierto que acostumbráis a llamarme «el encantador»? ¿Es posible que esos apelativos sean compatibles y que la misma persona pueda, en justicia, recibir ese nombre y el de [19] insolente? En efecto, hay algunos que se han ganado ese apelativo por evitar reírse ni una sola vez en su vida. ¿Cuándo, pues, impedí a nadie reírse o cubrí el gozo con una nube? ¿Cuántas veces hasta yo mismo no me convertí en promotor de la chanza, cuando las circunstancias lo permitían? Porque, cuando la seriedad y el cuidado de nuestros asuntos nos obligan a prestarles atención, sería una vileza reírse imo [20] mismo o hacer reír a los otros. Tanta es la distancia que me separa de esta acusación, que incluso con mis alumnos no suelo ser así, sino que acostumbro a mezclar el estudio con un cierto agrado que proviene de mi amabilidad, gracias a la cual no me hacen falta los golpes, ya que todo lo hacen de buen grado15. Sin embargo, conocemos a otros que han partido infinidad de varas y, ni han conseguido un control tan grande de la clase, ni han sido llamados lo que yo ahora.

¿Entonces, qué? ¿Se puede decir que, cuando me hallaba [21] enfermo, reclamaba que los demás vinieran a verme cada día, que algunos se quedaran hasta por la noche y que unos cuantos ni siquiera se separasen de mi lecho, pero yo entendía que hacía algo justo si desatendía este deber, por pensar ricamente que a los demás les correspondía esta liturgia, y sólo a mí la exención de este tipo de cargas16? Es verdad [22] que otrora se me veía acudir corriendo a las puertas y escaleras de los que se hallaban enfermos, pero ahora se me transporta unas veces a caballo y otras en manos de mis siervos17. Y, sin embargo, ¿quién no creería tener excusa suficiente en el mal de mis pies y en mi vejez para ahorrarse esta fatiga? Mas nunca hice este reproche a quienes no me vinieron a visitar cuando me encontraba enfermo. Sin embargo, muchas veces yo mismo fui a hacer visitas más allá de mis fuerzas.

¿Qué es lo que queda? ¿Acaso soy insolente en mis recitaciones [23] públicas porque me quejo de que las ovaciones que siempre surgen, por muy intensas que sean, son menores de lo debido, o porque pido que se sumen a las acostumbradas formas de aplaudir otras no vistas, ya que acojo frío como el mármol las alabanzas y no doy muestras de consideración a mis admiradores, ni con la mirada, ni con un [24] gesto de mi mano, ni con una sonrisa? Yo sé bien que hasta he tenido que contener a éstos con mis palabras y pedirles que no se tomaran tantas molestias, ni se fatigaran con sus elogios hacia mí. Y creo que todos saben cuántas veces tuve que enfadarme para defender a Platón y a Demóstenes18 cada vez que eran ultrajados por los espectadores que, con sus gritos, pretendían equiparar cosas a las que separa un abismo. Hasta con un prólogo19 tuve que poner fin a esta actitud o, más bien, ese fue mi deseo, pues todavía hay ocasiones [25] en las que esa misma audacia sale a relucir. Es más, cuando me di cuenta de que algunos se sentían molestos por la propia cantidad de mis recitaciones públicas, puesto que, necio de mí, me creía que les hacía un servicio con mi prolijidad, puse fin a esa práctica. Así es que los discursos que antes daba en público, ahora los doy entre mis alumnos. Hasta tal punto temo dar la impresión de ser insolente.

Pero, por Zeus, nada de esto se me está reprochando, sino [26] el hecho de que sienta nostalgia por los tiempos pasados y que hable bien de ellos, y que, por el contrario, denuncie la situación presente y vaya diciendo que, en aquel tiempo, las ciudades eran afortunadas, mientras que ahora la fortuna les es adversa, y que esta cantilena la repita todos los días, en todo momento y en todo lugar. Hay algunos que me hacen [27] este reproche y se sienten molestos por estas palabras mías, los mismos a quienes beneficia la situación actual. Pero los que se ven perjudicados son los que me elogian. Éstos, de ilustres han pasado a ser humildes, de acomodados a menesterosos, en tanto que aquéllos, por el contrario, se ven en la fama, la riqueza y el poder, cosas de las que tanto distaban en sus esperanzas como de adquirir la facultad de volar. No hay duda de que para quienes triunfan de forma inmerecida [28] soy antipático e insolente cuando hago estas afirmaciones, pero que estoy lleno de encanto para los que han sido despojados de su anterior prosperidad, en la medida en que participo de su aflicción y me veo conmovido por sus desgracias. Por consiguiente, ¿por qué, cuando me llaman insolente, no matizan su acusación haciendo un pequeño añadido: «para ellos»? Pues, sin duda, no soy insolente para todos, sino para la gente a la que las desdichas de la mayoría les son beneficiosas. Ya que, si resultara ser insolente a juicio de todo el mundo, me sentiría avergonzado por estas afirmaciones, pero, si es a juicio de cuantos gozan de tal clase de fortuna, lo que siento es orgullo.

Me gustaría preguntar a esa gente si sostienen que yo [29] miento en mis elogios y vituperios o no. Pues si dicen que miento, entonces que demuestren que la situación de antaño no era mejor para las ciudades. Pero si reconocen que digo la verdad, entonces ¿por qué muestran esa hostilidad? ¿Por qué no llaman insolente a la verdad en vez de llamárselo a quien se somete a ella? Porque no es mi discurso el que modela la realidad, sino que torna ese cariz con arreglo a los hechos.

[30] He dicho que antiguamente había frecuentes sacrificios, que los templos estaban repletos de oferentes, que había también banquetes, música de flauta, canciones, coronas y riqueza en cada templo, y que todo ello, en su conjunto, servía para auxiliar a los necesitados20. ¿En qué he mentido entonces? ¿Acaso también hoy pueden verse los templos de tal manera? Mejor dicho, ¿se podría ver tanta pobreza en algún [31] otro sitio? Hay quienes con gran placer dedicarían exvotos en honor a los dioses, pero saben que, si los llevan allí, pasan a ser propiedad de otros, puesto que el extenso terreno que es propiedad de cada uno de los dioses, los labran otros y de las ganancias no participan en absoluto los altares. [32] Dije que los que trabajaban la tierra tenían antiguamente sus cofres, ropa, estateras, y que sus matrimonios tenían dote. Hoy, en cambio, podrás recorrer amplias extensiones de campo yermo que dejó vacías la opresión de las exacciones fiscales21. Aunque un mal aún mayor se ha añadido: ésos que suelen llenar con su presencia las cuevas y cuya moderación se limita a sus mantos22. Por eso, todos los que aún permanecen en sus campos no necesitan cerrar las puertas, ya que no puede tener miedo alguno a los ladrones quien nada posee.

[33] Tal vez desees hablar de las curias municipales. Pero si es que, aun en el caso de que ninguna otra cosa estuviera en mala situación, sólo este punto me impulsaría a hablar como lo hago. En lugar de los seiscientos decuriones de entonces, hoy no llegan a sesenta. ¿Sesenta dije? Ni siquiera seis en algunos lugares23. Incluso hay ciudades en las que la misma [34] persona tiene el cometido de recaudar los impuestos, se hace cargo de los baños y, al mismo tiempo, los atiende. ¿Qué significa este enigma? Se ocupa de los baños porque ejerce la prestación de la leña y, a la vez, cogiendo la hidria, el encargado de la liturgia se transforma en bañero24. Y si uno le pide agua caliente y otro fría, él, como no se puede dividir en dos, tiene que soportar la ira de ambos.

[35] «Mas esto no pasa entre nosotros». Y que no suceda, por Zeus. Pero no hay que tener en cuenta dónde no acontece, sino que haya sitios donde pasa. Y ciertamente, las curias cuya tierra es mala se arruinan por el volumen de las cargas fiscales, dado que nadie se interesa por tierras como ésas ni siente deseos de comprarlas. Por otro lado, aquellas en las que es mejor, en lugar de quienes las han heredado, tienen por dueños a quienes pueden comprarlas. En consecuencia, los curiales son humildes y escasos; no sólo pobres, sino mendigos, mientras que otros arribistas, venidos de no sé dónde, pagando el precio —la verdad sea dicha—, llevan una vida muelle rodeados de los bienes de aquéllos, después de haber adquirido, unos sus casas, otros sus campos y algunos [36] ambas cosas25. La dignidad de la curia no se ve por ninguna parte, sino que son los extranjeros quienes se pavonean por las calles y consiguen matrimonios. Mientras tanto, nosotros los vemos, los acompañamos en las comidas y nos deseamos larga vida, pero nadie entregaría a su propia hija a un decurión, ya que ninguno la odia tanto. Un mes necesitaría quien deseara hacer una descripción exacta de las desgracias que sufren los miembros de la curia.

[37] Sé que también me he lamentado por los soldados como hago ahora con los curiales, y tal vez tampoco injustamente en este caso, porque pasan hambre, soportan el frío y no tienen ni siquiera un óbolo, por culpa del concepto de justicia que tienen sus centuriones y generales, que hacen a los soldados más desgraciados y a sí mismos más ricos26. También pasan penurias los corceles de la caballería, hambre que se convierte en oro para los mismos; por no hablar del dinero que manda el Emperador. Éste, a través de las manos de los soldados, va a parar a las de ellos. Por si fuera poco, se considera [38] glorioso vomitar, emborracharse, así como enlazar comida con comida y bebida con bebida. En cambio, son vergonzosos los ejercicios y el adiestrarmiento en el llano con las tareas oportunas. Por eso en las batallas a los enemigos les basta con gritar para que éstos se den a la fuga. Y el que permaneciera en su puesto lo haría para morir. Tienen un espíritu pusilánime y sus cuerpos poco difieren de sombras. También el suelo, por la carencia de calzado, les es áspero [39] a sus pies, ya que deben gastarse el dinero en mujer e hijos, pues cada uno suele tener ambas cosas. Ni les impiden casarse, ni se buscan la manera de alimentar a las madres y a sus vástagos27. Por tanto, si la comida del soldado sufre tantos recortes, ¿cómo va a poder saciarse? Y el perjuicio que por esto sufre se convierte en desventaja en la guerra.

Pero esto no sucedía en aquellos tiempos que yo tanto [40] elogio, sino que los jefes del ejército anhelaban la gloria en lugar del dinero, y no había nadie que tuviera la intención de despojar de lo suyo a los soldados. Éstos eran fuertes, valientes y expertos en la guerra, y no se casaban, sino que se había hallado la forma de que no sintieran la necesidad de casarse. Bello espectáculo para los nuestros eran los caballos transportando a sus jinetes y terrible para los adversarios, y había paz, porque los bárbaros se exhortaban entre sí a permanecer tranquilos.

[41] Si hay que hablar de los gobernadores que administran las provincias, por aquel entonces gobernaban los que eran considerados los mejores y cuantos de éstos conservaban la misma forma de ser, envejecían en sus puestos, en tanto que aquellos que degeneraban eran condenados a muerte y no había intercesión alguna. Esto hacía que las leyes mantuvieran [42] su vigor. Sin embargo, hoy en día se apresura hacia el cargo quien puede comprarlo y se da la vuelta para mirar en derredor, no sea que el sucesor no se encuentre a muchos estadios de distancia. Y reconoce de entrada que ha venido para obtener ganancias. Y esto no es más que el preámbulo de su gobierno. A la vista de todo el mundo, se atreve a llevar a cabo lo que antes sólo sucedía en las sombras y, aun cuando salga del cargo, por más que vomite una pequeña parte del total, la mayor parte ya la habrá digerido28. En ese caso, ¿es insolente quien siente aversión por esto y admiración por aquello?

Sea. Supongamos que todo lo demás me hiciera amigo [43] de los tiempos presentes, ¿no es cierto que tal vez sólo me bastaría la situación actual de la retórica para declararles la guerra? Antaño ésta resplandecía y ahora está ensombrecida. Antaño arrastraba a jóvenes de todas partes, mientras que hoy prevalece la opinión de que no tiene importancia. Muy al contrario: los jóvenes piensan que es árida como las [44] piedras y que hay que estar loco para cultivarla, pues en vano se perderá la semilla. Que, en cambio, los frutos vienen de otro lado, de la lengua itálica, ¡oh soberana Atenea!, y del estudio de las leyes, cuando antiguamente los que las conocían tenían que llevarlas y aguardar de pie mirando al rétor esperando la orden: «tú, lee». Ahora, hasta los secretarios ocupan las más altas magistraturas, y el que aprende la elocuencia en lugar de esos estudios sufre la burla de esta gente y no le queda más remedio que lamentarse29.

[45] Se da el caso de que muchos, después de haber salvado con su defensa jurídica los bienes de mucha gente, escapan de los tribunales de un salto y se hacen soldados, no porque sientan el deseo de ganar fama con sus manos, sino porque son conscientes de que, al tomar la lanza, de inmediato podrán casarse y engullir la dote de su esposa. Y cuando el enemigo avance en el momento decisivo de la batalla, fácil les será servirse de los pies en lugar de las manos, ya que no habrá [46] luego rendición de cuentas. Por tanto, ahora que los llamados signos30 han puesto en fuga a Hermes, han derrotado a las Musas y se han llevado a su terreno la dicha que estaba reservada a quienes se dedicaban a ellas, cuando unos se ven postrados de humillación y los otros tienen henchidas las mejillas de orgullo, ¿puede alguien irritarse si me lamento porque mi arte ha terminado por ser inútil?

[47] «Sin embargo —se dirá— no sólo te dueles por la retórica, sino que atacas en su conjunto los tiempos presentes y cantas alabanzas del pasado, con lo que te excedes en tu cometido». ¿Qué ley, excelentes amigos, estoy transgrediendo? ¿Qué límites me estoy saltando con mi aflicción por tales asuntos? ¿Cómo va a resultar una ofensa solidarizarse con el dolor de los que lo pasan mal? Porque yo considero que es un gesto de misericordia no sólo acongojarse por las desgracias personales, sino también sentir lo mismo cuando [48] les suceden a otros. Yo sé que muchos sienten compasión no sólo por su contemporáneos si les ocurre alguna desgracia, sino que hasta vierten lágrimas sobre sus libros cuando leen las tragedias. En ese caso, ¿por qué no les hacéis reproches también a ellos? Porque es fácil decirles: «¿Qué os importan [49] a vosotros los hijos de Níobe31 o si alguna hija de Cadmo32 mató a su propio hijo? ¿ Acaso es Layo vuestro padre? ¿Edipo33 vuestro hermano? ¿Hécuba34 vuestra madre? ¿Creonte el corintio vuestro tío? ¿Glauce35 vuestra prima?». ¿No me pareció hace poco que Hipólito36 merecía mis llantos, tantos como si hubiera estado presente y hubiera asistido a su sufrimiento? ¿Por qué, pues, no se me echa en cara que me vea afectado por desgracias anteriores a la guerra de Troya? Y vosotros ¡por Zeus!, cuando son [50] transportados los cuerpos sin vida de jóvenes y sus padres los escoltan, ¿acaso no lloráis cuando vais acompañando el cortejo fúnebre, aunque no os obligue a ello ningún lazo de parentesco? Sin duda podríais tener a quienes os lo reprocharan con razón. Sin embargo, los padres por quienes hayáis mostrado esta deferencia os contarán entre sus benefactores.

Así es que, si nada malo hay en gemir por un muerto [51] que no está emparentado con nosotros, ¿cómo va a serlo lamentarse por los que pasan su vida entre pesares, lo que es más amargo que la muerte? Y si es adecuado estar descorazonado por una ciudad que se encuentra en una mala situación, ¿por qué no también por las provincias? Y si nos afligimos por una sola, ¿por qué no también por un número [52] mayor? Yo aprecio a cuantos tornan parte de mi aflicción, aunque no tengan nada que ver con la retórica. ¿Es que no iba yo a cometer una injusticia si no juzgara dignos de los mismos privilegios a los que dedican su vida a otros menesteres? No somos chipriotas ni —digámoslo con el beneplácito de Adrastea37— hemos visto nuestra ciudad derribada por el seísmo38 y, sin embargo, aquí había lamentos y gemidos, y se podía oír cómo muchos decían: «¡Oh ciudades!, ¿dónde estáis ahora?». No obstante, nadie nos reprendía porque considerábamos que nos incumbía la desgracia de esta isla, a pesar de que entre nosotros se interpone tan anchuroso mar.

[53] Por tanto, ¿qué quiere decir para ellos eso de mi intromisión? Yo no he sido jefe de vuestras fuerzas armadas ni he tomado parte en los combates de Tracia39, ni como estratego ni como soldado; pero es que ni siquiera desde un alto árbol hubiera podido soportar el espectáculo de aquella gran batalla. Con todo, al escuchar el resultado de la refriega, me golpeé la frente, me mesé los cabellos y me pregunté a mí mismo las causas de aquella desgracia, de la cual hice mención al día siguiente a otros. ¿De modo que cometía una falta por ello? ¿Y quién es el que va a sostener esa afirmación? No ejerzo como curial, sino que me exoneran mis [54] desvelos por la retórica, pero me es lícito afligirme por la pobreza de los curiales y quejarme de la riqueza de esos que asisten a los magistrados, algunos de los cuales, aunque en otro tiempo vendían carne, panes u hortalizas, hoy llegan a ser importantes gracias a que poseen las propiedades de aquéllos, sin haber regateado en absoluto por el precio. Tal es la cantidad de oro que tienen.

Algunos llegan a molestar con el tamaño de su casa a [55] los vecinos, al no dejarles disfrutar de la luz del día con claridad. ¿Y, a pesar de todo, se creen que no nos causan perjuicio alguno con esta transformación y con su manera de socavar la situación social, pero, si alguien es incapaz de guardar silencio ante estas injusticias, entonces ése es fastidioso e insolente? ¿Pero es que si alguno de tus parientes [56] llegase a igualarte en riqueza y tú te sofocases de rabia por ello, porque te parece intolerable, y con sumo gusto le incoarías un proceso a la Fortuna, te parecería adecuado que entonces yo colmara de alabanzas a la diosa objetando que se ha comportado con justicia, a pesar de haber cometido una enorme injusticia contra el género humano en ambos sentidos: por haber negado sus dones a aquellos a los que era menester tratar bien y por habérselos entregado a la escoria? ¿O es que también debo encarecer la riqueza de los [57] aurigas o la que obtienen otros por hacer reír, o deberé elogiar el que sea fácil conseguir el cinturón40 o que los jovencitos no tengan vergüenza y que sus padres, aunque se percatan de ello, lo toleren, o que aquéllos duerman la mayor parte del día, mientras que por la noche pierden todo el tiempo a la espera del baño? Y eso que me callo lo que hacen mientras aguardan y dónde41.

[58] Cuatro eran los secretarios que tenía aquel soberano sobre el cual sé que os molestaría que dijera algo positivo42. Diecisiete eran los que le traían los mensajes, y el que estaba al frente de éstos recibió, como premio por sus muchos años de servicio, el mando sobre el bronce43, mientras que el resto daba esplendor a las ciudades44. Pero, hoy en día, los primeros son quinientos veinte y los segundos más de diez mil, y el que se encarga de ellos puede convertirse en prefecto cuando le venga en gana.

Esto es lo que fustiga mi alma y sobre este asunto no [59] puedo dejar de decir lo que es justo. Y por lo menos tengo a quienes me dan la razón, del mismo modo que vosotros los tenéis en vuestros magníficos banquetes, en los que abunda la nieve45 y la insolencia, donde vergonzosas son las pendencias y malignos vuestros triunfos y, en lugar de los dioses, reciben cantos de alabanza los causantes de los males que estamos padeciendo46.

[60] «Precisamente —diga tal vez alguno— eres insolente por repetir muchas veces este reproche». ¿Pero es que repetir muchas veces lo que está bien decir podría acarrear un justo reproche a quien habla? ¿Y cómo es eso? Porque del mismo modo que no es justo afirmar lo que no es menester, hay que reiterar en repetidas ocasiones lo que corresponde [61] decir. Puedes ver que cada día nos saludamos con las mismas expresiones y no somos insolentes a causa de nuestras palabras, ni nos sentimos molestos, sino que nos hacernos más estimados y, a la inversa, el que no saluda nos hace un desprecio. Los muchachos que cantan en torno a vuestras mesas y al ritmo de cuyo cántico bebéis, ¿no acompañan con las mismas canciones los cálices y os son más agradables que la propia bebida47? Entonces, cómo es que aquello es una insolencia y esto no? Porque si una cosa vale para la [62] bebida, también la otra para las desventuras. Yo sé que muchos se consumieron en su llanto después de sufrir alguna desgracia, pero nadie los censuró por no haber cesado de llorar antes de morir, sino que incluso se pensó de ellos que habían comprendido la extensión de sus desgracias precisamente por haber vivido hasta el final con su dolor.

[63] Pon fin a la ruina que sufre cada uno y acabarás con mis comentarios sobre ella. Pero si, en cambio, se extiende, ¿por qué quieres obstruir mi lengua? Son los propios acontecimientos los que me empujan a hablar. Lo que tú haces es como si un médico, que no sabe curar una herida, exigiera [64] al enfermo que no se lamentara. Devuelve su antiguo vigor y lozanía a las ciudades y me oirás cantar la palinodia. Restituye a la retórica el lugar que antaño le correspondía y reclámame entonces la alabanza del momento presente. Si, en cambio, la epidemia sigue propagándose y el mal se hace cada vez mayor y pequeñas son las desgracias de antes en comparación con las de ahora, mientras que las cosas más viles son las más veneradas y las mejores las más deshonradas, ¿por qué pretendes obligarme a hacer el encomio de este azote?

En efecto, tengo por míos los asuntos del mundo entero, [65] lo mejor y lo peor, y soy tal cual me forjan sus contingencias. Así es que no merece ser odiado quien siente amor por el mundo. Pero si se me forzara a preocuparme sólo por la [66] tierra que me dio el ser, mi opinión es que es desgraciada por causa de las inmigraciones de muchos que, tras haber abandonado sus ciudades y casas, si es que las tenían, y que ni en sueños desearían contemplar el lugar donde nacieron, se creen con derecho a imponerse a los ciudadanos, aunque son extranjeros, por más que tiemblen ante la idea de que el Emperador establezca la ley de que se rindan cuentas por las fortunas dudosas. A éstos no les basta con poseer lo nuestro, [67] sino que hasta se encolerizan si uno le echa la culpa a la Fortuna. Y, encima, el censurador es insolente. Porque, el que vosotros hayáis llegado a tal grado de libertad de expresión, aunque seáis de la calaña que sois, ¿cómo no va a ser el colmo de la desgracia? Si fuera yo un labrador que siembra [68] continuamente sin recibir ganancias y maldijera a gritos los años que recibieron la semilla sin haber dado fruto, ¿sería entonces molesto para quienes cada año oyeran de mí esta queja? ¿Y cómo sería posible que no derramase lágrimas en los tiempos de sequía e inundaciones, y cuando llegasen las restantes plagas y perdiera la propia cosecha? ¿Es [69] que tenemos que llorar cuando la madre que nos engendró sufre una larga enfermedad, pero cuando la patria, que debería estar incluso antes que nuestra madre, se encuentra en una lamentable situación, entonces debemos festejarlo? Yo me daba cuenta de que con mi actitud estaba complaciendo a los dioses encargados de su tutela48, y tenía la certeza de que eso era justo. Por consiguiente, al actuar con justicia no podía cometer una falta.

[70] Y éste es el gran motivo que me impulsaba a hablar, además de otro no baladí. Confiaba en que mi queja tendría algún efecto, proporcionaría algún remedio y podría dar lugar a enmienda, en el caso de que unos a otros la transmitieran [71] hasta que llegara a oídos de los emperadores. Mas vano ha resultado mi afán y de nada sirve que alimente en balde esta esperanza. Puesto que aquellos a los que les está permitido conversan con los monarcas sobre cualquier cosa antes que sobre estos asuntos tan importantes y, omitiendo las cuestiones de utilidad, dicen sólo aquello que les reporte [72] el favor imperial. ¿Y por qué hay que censurar a los demás? Ni al propio prefecto49 conseguí mover a preocuparse por las curias aunque le dije (¿y a quién no me habría ganado con un argumento semejante?) que esa clase desaparecería al no tener hijos los curiales, dado que no les salen ofertas de matrimonio y porque ser decurión es considerado el peor de [73] los males. Él no podía refutar mi argumento y, con hablar de mala manera en un gran arrebato de cólera a tres o cuatro curiales, pensó que ya había cumplido con su deber, así es que de nuevo se entregó a sus escritos50.

En suma, ¿qué es lo que queda? Suplicar a los dioses [74] que extiendan su mano protectora sobre los templos, los campesinos, los soldados, las curias, la lengua de los helenos; que reduzcan lo que ha crecido contra justicia y recobren sus fueros las que injustamente sufren desprecio, y que me den motivos de gozo en lugar de mi actual aflicción.


1 Algunos autores, como G. R. SIEVERS, Das Leben des Libanius, Berlín, 1868, pág. 149, y P. PETIT, «Recherches…», 494, han relacionado esta acusación de «insolente» (barýs) con la Ep. 12, dirigida a Heorcio, donde Libanio censura a su amigo por permitir que digan de él impunemente que es arrogante y afirma que ya ha castigado a una ciudad entera por haberle lanzado injurias semejantes. J. MARTIN, Libanios…, págs. 11-13 contradice esta versión alegando que el grupo de cartas 10-16 de Libanio corresponde a los años 353-354. Además, en la Ep. 12 se dice que el orador castigó a una ciudad entera, no a un grupo de personas, como en el presente discurso.

2 No se trata de Andrómaco 3, prefecto de las Galias en el 401. Sin embargo, parece poco probable que el Andrómaco de este discurso sea el amigo egipcio de la Ep. 1537, del año 365. Consúltese J. MARTIN, Libanios…, pág. 245.

3 El término utilizado es hetaîros, vocablo que Libanio reserva para referirse a paganos militantes. Véase al respecto P. PETIT, Les étudiants de Libanius, París, 1957, págs. 36-40.

4 La mayoría de los traductores han entendido la expresión tàs emàs synousías en el sentido de que los calumniadores de Libanio evitan el trato con el sofista. Coincido con J. MARTIN, Libanios…, págs. 63 y 246, quien traduce synousía como «reunión literaria», uso atestiguado en otros pasajes de la obra del orador. A. J. FESTUGIÈRE, «L’Autobiographie de Libanius», Rev. des Ét. Grec. 78 (1965), 633, la incluye en el vocabulario escolar de Libanio con el sentido de «clase» o «conferencia». Por tanto, el fondo de la cuestión, según Libanio, es que sus detractores recurren a este infundio para justificar su ausencia en las recitaciones públicas del sofista, lo que supone un gesto de descortesía hacia él.

5 Libanio nos informa en Disc. I 68; 87 y LI 10 de que tiendas y talleres eran utilizados como lugar de tertulia, por lo que no es extraño que tuviera cierta familiaridad con comerciantes y artesanos.

6 En el original philoûsi. Lo hemos traducido como «besar», siguiendo a Martin. No era extraño que, en algunas fiestas, el gobernador besara a destacados personajes de la ciudad (cf. Disc. XXVII 12). Para poner de relieve su humildad, Libanio presenta su relación con los altos funcionarios como distante y formal, aunque no siempre era así.

7 ¿A qué se refiere este grammateîon que Libanio dice haber rechazado? En su biografía de Libanio, Eunapio (Vit. Soph. 494) nos ofrece una valiosa noticia. Tras referirse a Juliano, afirma que «los emperadores que vinieron después (tôn dé metà taûta basiléōn)» le ofrecieron el cargo de prefecto del pretorio honorífico (tòn gàr tês aulês éparchon méchri prosēgorías), pero no lo aceptó argumentando que el de sofista era más importante. Parece claro que los emperadores eran Valentiniano I y Valente y que el nombramiento tuvo lugar entre la usurpación de Procopio, en la primavera del 366, y la conspiración de Teodoro del 371. Cf. T. M. BANCHICH, «Eunapius on Libanius’ Refusal of a Prefecture», Phoenix 39 (1985), 384-386. Según este autor, Libanio contaba en esta época con buenas amistades en la administración imperial, que pudieron haberle conseguido esta distinción. Por tanto, este nombramiento y el de quaestor sacri palatii que el emperador Juliano le había ofrecido serían los honores (timaí) que Libanio afirma haber rechazado en Disc. I 204. Sin embargo, según O. SEECK, Geschichte des Untergangs der Antiken Welt, 2.a ed., Berlín, 1967, tomo V, pág. 527, Libanio habría ostentado un título importante sólo a partir del 388, fecha que P. PETIT («Sur la date du Pro templis de Libanius», Byzantium [1951], 285-294) rebaja al 383-384. J. MARTIN, Libanios…, págs. 248-250 retorna esta idea y hace una reconstrucción de los hechos. En primer lugar, pone en duda que Juliano hubiera ofrecido el título de quaestor a Libanio, pues no hay rastro de ello en la Autobiografía. Sin embargo, este título ha quedado vinculado al nombre de nuestro sofista, como se aprecia en el Vaticanus Graecus 83, que viene encabezado con el título Cartas del sirio Libanio, sofista y cuestor. Concluye Martin afirmando que el nombramiento que Teodosio dio a nuestro orador fue el de cuestor honorífico, título que aceptó, por lo que Libanio entró en la clase de los honorati, lo que le permitía tener un acceso más directo al emperador, cosa que no parece ocurrir en el presente discurso. Además, entre 363 y 380, Libanio habría recibido la propuesta de aceptar una prefectura honorífica, que en ese caso sí rechazó. De ahí habría venido la confusión de Eunapio.

8 Arquelao I fue, según SEECK (Die Briefe…, págs. 83-84), comes Orientis en 335. Era cristiano y en el año 372, ya anciano, fue a visitar a Libanio, lo que éste le impidió, según consta en nuestro pasaje y en Disc. I 166. Su sobrino, Arquelao II fue comes sacrarum largitionum en el año 369. En cuanto a Domnico, no disponemos de otros datos que los que nos ofrece Libanio. Con respecto a Sapores, ostentó el cargo de magister militum bajo Graciano. G. R. SIEVERS, Das Leben…, pág. 149 identifica a Julio con el conocido personaje de AMIANO, XXXI 16, 8 y ZÓSIMO, IV 26, opinión que comparten O. Seeck y los autores de The Prosopography of the Later Roman Empire. Se trataría de Julio 2, comes et magister equitum et peditum per Orientem entre 371 y 378, quien, tras la derrota de Valente en Adrianópolis, masacró, valiéndose de un engaño, a los godos recién enrolados en el ejército romano. J. MARTIN, Libanios…, pág. 251 discute esta identificación y plantea la posibilidad de que se trate de un palestino llamado Julo, destinatario de las epístolas 935 y 1038, del 390 y 392 respectivamente. Debió de ser consularis Syriae o comes Orientis antes del 392 y tal vez fue discípulo de Libanio. Cf. P. PETIT, Les étudiants…, pág. 39. El último personaje aludido es Víctor 4, de origen sármata. Fue nombrado magister peditum por Juliano (cf. ZÓSIMO, III 13) y participó en la campaña persa. Más tarde, Joviano le dio el nombramiento de magister equitum, cargo que siguió ocupando bajo Valente. Martin pretende que este sea el mismo que Víctor 3, tribuno entregado como rehén a Sapor II tras la muerte de Juliano.

9 En la entrada de la curia (bouleutḗrion) se podían contemplar los retratos de las personas más importantes de la ciudad, entre los que se encontraba el del propio Libanio. Entre las liturgias (leitourgíai) de la familia de Libanio figura la organización de los Juegos Olímpicos de Antioquía del año 328 por parte de su tío Panolbio y la ampliación del Pletrio de la ciudad por su tío Fasganio.

10 Cf. Disc. I 3.

11 Panolbio y Fasganio, de los que Libanio habla con respeto y admiración en su Autobiografía.

12 Cf. Disc. I 81-85 y XI 185.

13 Libanio puso un gran empeño en conseguir un puesto oficial en su ciudad natal, pese a ocupar la cátedra de Constantinopla, ciudad en la que nunca se encontró realmente cómodo. Sólo tras arduas gestiones en la corte consiguió de Constancio el permiso para trasladarse definitivamente a Antioquía en el año 356, precisamente en el momento en que la ciudad vivía una tensa situación de enfrentamiento con el césar Galo. Cf. Disc. I 94-97.

14 Libanio sufría de gota desde los cincuenta años, coincidiendo con la celebración de los Juegos Olímpicos de Antioquía del 364. Cf. Disc. I 139-140.

15 Aunque Libanio no era por lo general un profesor violento y prefería la persuasión a los golpes (cf. Disc. LVIII 1), a veces recurría a la violencia física. Por ejemplo, en la Ep. 555 cuenta a su amigo Olimpio 4 cómo un alumno suyo, cansado de los golpes que él le propinaba, se pasó a la escuela de su rival Acacio 6. Cf. A. J. FESTUGIÈRE, Antioche païenne et chrétienne. Libanius, Chrysostome et les moines de Syrie, París, 1959, págs. 111-113.

16 Libanio usa términos propios de la administración local; la visita a los enfermos es concebida como un servicio público (leitourgía), y la exención como una atéleia, vocablo aplicado a la inmunidad de cargas curiales.

17 Debido a sus ataques de gota.

18 Se refiere a que el público, presa del delirio que le causan sus discursos, tiene la osadía de compararlo a los dos gigantes áticos. Sobre la influencia de Demóstenes y Platón en Libanio véase B. SCHOULER, La tradition hellénique chez Libanios, París, Les Belles Lettres, 1984, págs. 542-561 y 563-569.

19 Sabemos por el propio Libanio que, en sus recitaciones públicas, podía anteponer al discurso un prólogos. Cf. Ep. 405, del año 355, donde le explica a su amigo Aristéneto que, en el discurso inaugural del curso académico, comenzó con un prólogo y una réplica a un pasaje de Demóstenes (metà prológou kaí tinos hamíllēs prós ti tôn Dēmosthénous), pero nada nos autoriza a pensar que este prólogo sea el mencionado aquí. Véase J. MARTIN, Libanios…, pág. 256 y G. FATOUROS, T. KRISCHER, Libanios. Briefe, Múnich, 1980, pág. 319.

20 Sobre la caridad que dispensaban los templos paganos en época de Libanio, véase infra, Disc. XXX 20 y la nota ad loc.

21 En el Disc. XLVII, por el contrario, Libanio asume la defensa de los recaudadores, ahora víctimas de los campesinos.

22 Los monjes, a los que Libanio suele aludir despectivamente por sus hábitos y costumbres. Vid. infra, Disc. XXX.

23 En Disc. XLIX 2, Libanio culpa de la decadencia de las curias municipales a Constantino, sobre todo por la fundación de Constantinopla. Sobre las causas del empobrecimiento de los curiales, véase P. PETIT, Libanius et la vie municipale à Antioche au IVe siècle après J.-C., París, 1955, págs. 335-338. Los momentos felices de la curia aquí aludidos corresponden al reinado de Diocleciano. En Disc. XLVIII 3, el Antioqueno insiste sobre este punto: «Hubo un tiempo en que nuestra curia era muy numerosa, de seiscientos miembros. Estos pagaban sus contribuciones (eleitoúrgoun) con sus bienes. Otros tantos cumplían lo que se les ordenaba con sus personas». P. PETIT, Libanius et la vie…, págs. 54-55 interpreta este pasaje en el sentido de que, tras la reforma de Diocleciano, la curia antioquena quedó dividida en dos grupos, seiscientos miembros ricos, que se harían cargo de los munera patrimonii, es decir, cumplirían con sus correspondientes liturgias aportando dinero, y otros seiscientos, que tomarían a su cargo los munera personalia, por lo que su contribución se limitaría al simple trabajo personal. Sin embargo, Constantino simplificó el sistema, de manera que el mismo curial debía ocuparse tanto de los gastos como del trabajo de la liturgia correspondiente. Ello hizo imposible la permanencia de miembros pobres en la curia, lo que influyó en la progresiva disminución de su número. P. PETIT, Libanius et la vie…, 322-324, hace un cálculo del número de miembros de la curia de Antioquía durante el s. IV y llega a la conclusión de que su número máximo, doscientos curiales, se alcanzó bajo el reinado de Juliano, mientras que en tiempos de Teodosio sólo contaría con 60, cifra que coincide con la que nos ofrece aquí Libanio.

24 La prestación (chorēgía) de la leña es la calefactio o subvención de los gastos de mantenimiento de los baños públicos, y recaía forzosamente en un miembro de la curia municipal. Por el contrario, el servicio dentro de los baños entraba en la categoría de los munera extraordinaria, que eran asignados por las autoridades imperiales a cualquier possessor, curial o no. Por tanto, este personaje al que alude Libanio se estaría haciendo cargo al mismo tiempo de una liturgia imperial, una chorēgía y un servicio extraordinario que no tenía que recaer forzosamente en un curial.

25 Libanio omite que la venta de las propiedades de los curiales a menudo no era sino una estratagema para escapar a las obligaciones de la curia. Por esa razón, una ley de 386 (Cod. Theod. XII, 3, 1) puso por vez primera obstáculos a la venta de bienes curiales.

26 Más tarde, en Disc. XLVII 31-33, Libanio insistirá, en términos muy parecidos, en la denuncia de la situación de la soldadesca. ZÓSIMO, IV 27, nos habla de una situación similar bajo Teodosio, pero no debemos dejar de lado el antiteodosianismo de este autor. Consúltese la nota de J. M. CANDAU, a este pasaje en ZÓSIMO, Nueva Historia, Madrid, Gredos, 1992, pág. 363.

27 A partir de Septimio Severo (año 197), los soldados podían casarse y llevar consigo a su familia.

28 El prefecto del pretorio de Oriente solía ser el encargado de nombrar a los gobernadores provinciales, casi siempre por recomendación de influyentes miembros de la corte. Por tanto, no era infrecuente que el suffragium se obtuviese mediante la entrega de cuantiosas sumas de dinero. Incluso algunos vendían sus tierras y bienes curiales para comprar un puesto en la administración imperial (cf. Disc. XLVIII 11). El beneficio era doble, pues el cargo daba pie a un rápido enriquecimiento personal y, terminado su mandato, el antiguo gobernador entraba en el selecto grupo de los honorati. De ahí que los gobernadores provinciales fuesen tan inexpertos y durasen tan poco tiempo en el cargo. Cf. W. LIEBESCHUETZ, Antioch: city and imperial administration in the Later Roman Empire, Oxford, 1972, págs. 110-114.

29 La decadencia de la retórica es un motivo recurrente en la obra de Libanio. Nuestro orador identifica retórica (hoi lógoi) y paganismo (tà hierá), que son los pilares del helenismo. Cf. A. J. FESTUGIÈRE, Antioche païenne…, págs. 229-240, y W. LIEBESCHUETZ, Antioch…, págs. 15-16. Libanio deplora en repetidas ocasiones que los jóvenes prefieran seguir el estudio del derecho y del latín, indispensables para entrar en la administración imperial, en detrimento del estudio de la retórica (cf. Disc. I 154; 234). Eran muchos los jóvenes que se embarcaban rumbo a Italia para aprender el latín (cf. Disc. I 214). Sin embargo, no le preocupaba tanto el ascenso del estudio del derecho, reservado a los jóvenes de familias pudientes, como el que Constancio II facilitara el acceso a altos cargos de la administración a los secretarios (notarii o hypographeîs), surgidos de clases humildes, a los que ataca violentamente en el Disc. LXII. A pesar de las quejas de nuestro rétor, los emperadores del s. IV dieron gran importancia a los estudios de retórica y a la cultura literaria, como lo demuestra el prestigio del propio Libanio, si bien es cierto que, a partir de la muerte de Juliano, quien dio prioridad en su administración a personas con formación retórica, van ganando terreno los estudios de las leyes y el latín. Véase L. CRACCO RUOGINI, Simboli di battaglia ideologica nel tardo ellenismo. Pisa, 1972, págs. 24-28.

30 Nueva alusión a la taquigrafía. Hermes es patrón de los rétores, mientras que las Musas simbolizan aquí la formación literaria que está en la base de los estudios retóricos.

31 Ártemis y Apolo mataron a los hijos de Niobe por los insultos que ésta profirió contra su madre Leto.

32 Se trata de Agave, que mató a su hijo, Penteo, poseída del furor báquico.

33 Alusión a la famosa leyenda de Edipo, involuntario asesino de su padre, Layo, rey de Tebas.

34 Es la esposa de Príamo, rey de Troya, cuyos sufrimientos pone en escena Eurípides en su Hécuba.

35 Creonte, rey de Corinto, y su hija Glauce murieron por el veneno de la hechicera Medea. Cf. EURÍPIDES, Medea, vv. 1136-1221.

36 La tragedia Hipólito de Eurípides nos narra cómo la maldición de Teseo acaba con la vida de su casto hijo, Hipólito.

37 Libanio suele invocar a Adrastea (sobrenombre de Némesis) para rechazar la envidia de los dioses. Cf. Disc. I 1; 158.

38 Ignoramos a qué terremoto se refiere Libanio en este pasaje. Sin embargo, parece poco probable que, como afirma Norman (Selected works…, pág. 39), se trate del terremoto que menciona Zósimo (IV 18) y que afectó en el 374-375 a Grecia y Creta, excepto a Atenas. Como señala MARTIN correctamente (Libanios…, págs. 268-269), Zósimo no alude en ningún momento a Chipre. El terremoto más reciente del que nos habla Libanio es el que afectó en 365 a Siria-Palestina (cf. Disc. I 134 y XVIII 292). Consúltese el artículo de F. JACQUES, B. BOUSQUET, «Le raz de marée du 21 juillet 365», Mélanges de l’École Française de Rome 96 (1984), 423-462.

39 Alusión a la batalla de Adrianópolis. El Antioqueno se refiere con fines propagandísticos a esta desastrosa batalla, dirigida por un emperador cristiano.

40 Los aurigas son los de las carreras del circo, que gozaban de enorme popularidad en Antioquía. Los supuestos payasos son los actores de mimo, género teatral que escandalizó por igual a moralistas cristianos y paganos (Cf. W. LIEBESCHUETZ, Antioch…, págs. 144-149 y C. MILLON, B. SCHOULER, «Les Jeux Olympiques d’Antioche», Pallas 34 (1988), 61-76). El cinturón simboliza el poder de los oficiales del ejército (cf. Disc. LXII 14).

41 Libanio alude a la vida sexual de los estudiantes. En Disc. XXXVIII 6-12 ofrece más detalles: uno de sus alumnos se prostituye a la vez que ejerce de proxeneta y se lucra enviando a otros estudiantes a adultos pederastas. Juan Crisóstomo, en su homilía Contra los detractores de la vida monástica, confirma que los jóvenes se solían entregar a prácticas homosexuales. Crisóstomo propone a los padres la vida monástica como medio de escapar de estos peligros de la vida urbana. Sobre esta cuestión puede consultarse A. J. FESTUGIÈRE, Antioche…, págs. 192-210.

42 Se refiere a la reducción del personal de la corte llevada a cabo por Juliano. Los notarii, que tanta influencia ejercieron en la corte de Constancio II, son destinados a su función original, la de tomar nota de los dictados del emperador. Los correos (agentes in rebus o curiosi), temidos en época de Constancio II por su función de espías imperiales, regresaron con Juliano a su tarea original en la posta pública. Vid. A. CHASTAGNOL, L’évolution politique, sociale et économique du monde romain de Dioclétien à Julien, París, 1982, págs. 202-205, y A. H. M. JONES, The Later Roman Empire. 284-602, Oxford, 1964, págs. 572-582. Sobre la reforma de la corte por Juliano véase J. BIDEZ, La vie de l’empereur Julien, 2.a ed. París, Les Belles Lettres, 1965, págs. 213-218.

43 El jefe de los agentes in rebus era el curiosus praesentalis (cf. A. H. M. JONES, The Later…, pág. 579). No está clara la naturaleza del cargo que Juliano le otorga al curiosus praesentalis de Constancio, pero parece tener relación con fraguas imperiales o fábricas de armas, que eran monopolios estatales. El puesto no era muy codiciado, a juzgar por la Ep. 197 de Libanio.

44 Libanio se refiere con ironía a que los curiales que eludieron las cargas municipales entrando en la administración de Constancio se veían ahora en la necesidad de volver a sus ciudades de origen para cumplir con sus obligaciones.

45 La nieve es la que se emplea para enfriar el vino.

46 Alusión a los cristianos, cuya más baja expresión viene representada por el monaquismo. Libanio, a diferencia de Juliano y Temistio, parece saber muy poco acerca de la doctrina cristiana. Su conocimiento se reduce a una serie de tópicos: monoteísmo —que para él es sinónimo de ateísmo—, culto a los mártires, incultura de los cristianos y carácter antisocial de los monjes. Véanse G. DAGRON, «L’empire romain d’Orient au IVe siècle et les traditions politiques de l’hellénisme. Le témoignage de Thémistios», Travaux et mémoires 3 (1968), 150; L. CRACCO RUGGINI, Simboli…, pág. 115, A. J. FESTUGIÈRE, Antioche…, pág. 237, y A. GONZÁLEZ, «Paganos en Antioquía bajo el emperador Teodosio: el discurso II de Libanio», en J. GONZÁLEZ (ed.), El Mundo Mediterráneo, Madrid, 1999, págs. 75-80.

47 Nueva referencia sarcástica a la eucaristía, rito del que formaban parte el vino y los cánticos. Cf. Disc. XXX 8.

48 Las divinidades tutelares de Antioquía eran Apolo, la musa Calíope y Artemis.

49 Puede tratarse de Domicio Modesto, prefecto del pretorio de Oriente desde 369 hasta 377 y cónsul en 372, con quien Libanio mantenía buenas relaciones, o, como postula Norman (Selected…, págs. 48-49), Flavio Neoterio, prefecto en 380-1.

50 Sigo a Martin, que mantiene la lectura de los manuscritos gráphein y desecha la conjetura de Reiske, seguida por Foerster, que sustituye este verbo por tryphân.

Discursos II

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