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III. A LOS ALUMNOS, SOBRE EL DISCURSO

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A vosotros, jóvenes que anheláis tener buena reputación, [1] no se os podría censurar que reclaméis el discurso de costumbre. Pero, en lo que a mí respecta, creo que mi silencio tiene una razón con la que estaréis de acuerdo, una vez la hayáis escuchado. No se me oculta que contra los que me han llevado a esta necesidad invocaréis a los dioses a los que agrada de modo especial que se compongan y pronuncien discursos1.

Me asombra que no hayáis reflexionado por vuestra [2] propia cuenta sobre cuál es el motivo que me ha impulsado a suprimir esta costumbre, o que, tras haber reflexionado, no os hayáis percatado de lo que ocurre. Aún más, me sorprende que, si os habéis dado cuenta, en lugar de conformaros o de enfrentaros a los responsables de esta situación, hayáis osado recordarme el discurso. Por tanto, si no habéis buscado [3] la causa o no la habéis encontrado, y os pasan desapercibidas las acciones de quienes nos ofenden, tampoco os es posible evitar que se os acuse de cometer las mismas ofensas, porque, cuando tenéis que velar, dormís y, cuando debéis conocer a cada uno de los que nos rodean, éstos os son desconocidos. Y eso que convivís en el mismo lugar, tenéis trato y conversáis unos con otros cada día. Así es que lo normal sería que cada cual conociera a su vecino no menos que a sí mismo. Pues esta apatía se explicaría más como un gesto de indiferencia hacia mí que de pereza.

[4] ¿Es que tengo que conversar con vosotros como si no os hubieseis dado cuenta de nada? ¿Quién lo creería? Si a mí se me reprochara callar por pereza e indolencia, me avergonzaría por considerar que ésta es una enfermedad propia de un vil esclavo, para el cual estar tumbado y moverse poco [5] o nada constituye la mayor de las fiestas. Pero, en realidad, ¿quién ignora que tengo problemas con mis amigos por los trabajos que me doy en mi vejez, porque considero más dulce que la miel estar siempre dando forma a una idea y componer un discurso, y que lo más terrible de mi artrosis es precisamente que me impide escribir2? Por tanto, ¿por qué motivo, si puedo cumplir lo estipulado aportando numerosos discursos, no he querido hacerlo, sino que éstos existen pero yo no los saco a la luz?

[6] Es posible que alguno crea que me voy a referir al perjuicio que sufro con mis honorarios3. Y bastante motivo es éste para encolerizar a una persona y hacer que guarde silencio. Pues, cuando un joven recibe dinero de su padre para llevárselo al sofista, una parte la destina a sus bebidas, otra parte a los dados y el resto lo entrega para placeres sexuales4 en ocasiones más audaces de lo que es costumbre. Acto seguido, tras exhortarse a sí mismo a mostrar su desvergüenza5, entra dando saltos, vocifera, amenaza, golpea, considera a todo el mundo como escoria y pretende que su sola entrada sea considerada como salario6. Para el pobre hay [7] tantos motivos de excusa como de censura, porque si no paga es porque no puede7. Pero, ¿cómo se va a tolerar que compartan fila con los demás y se comporten de un modo [8] ofensivo en clase? Incluso, hay quienes tienen un comportamiento más alocado que aquéllos, como si de ese modo tuvieran la intención de ocultar que no han pagado nada. Luego caen a los pies de los pudientes y pierden el tiempo en esa «gloriosa» adulación8. Así es que, cuando abandonan la escuela, algunos ni siquiera conocen a su sofista y otros [9] hasta le hacen todo el daño de que son capaces. De modo que otro hubiera considerado este hecho como una causa para no hablar, no dudando en proclamar que castigaba a este tipo de alumnos con no concederles todo. Mas, en mi caso, como estoy acostumbrado desde antiguo a no recibir la paga, es posible que así castigara a ambas partes, al que no da y al que no cobra. Así pues, éste es un problema antiguo y por eso me muestro indulgente. Por tanto, la cuestión del dinero no es la responsable de que las clases de este año no sean clausuradas con un discurso.

[10] Entonces, ¿cuál es la razón, si no es ésta? Pues que no veo que todos los jóvenes sientan pasión por mis disertaciones, ni que sean conscientes de la importancia que tenemos. Clara prueba de ello dieron en primavera y en invierno, en [11] los respectivos discursos de ambas estaciones. Examinad la situación. Doy orden a mi esclavo de que convoque a mis alumnos a una audición y él cumple mi mandato a la carrera. Sin embargo, ellos no emulan la prisa de éste, a pesar de que su obligación era superarla, sino que unos perseveran en sus canciones, que todos conocen, otros en sus fruslerías y en sus bromas. Y cuando su negligencia en este asunto es objeto de la censura de quienes los están viendo, si es que se deciden a entrar, lo hacen como las novias, o más exactamente, como los funámbulos, hasta que cruzan la puerta e incluso después de haber entrado. De forma que aquellos que ya están sentados terminan por enojarse por tener que esperar a los jóvenes que tal desidia muestran.

Y éstos son los incidentes que suceden antes del discurso. [12] Pero cuando empiezo a hablar y a hacer mi exposición, se producen frecuentes intercambios de señales sobre aurigas, actores, caballos y bailarines, y otros muchos también sobre el combate que ha tenido o va a tener lugar9. Algunos [13] hasta llegan más lejos y permanecen de pie, como estatuas de mármol, con una muñeca apoyada sobre la otra. Otros no paran de molestarse las narices con una y otra mano. Aquí unos se quedan sentados pese a que son tantos los que se ponen de pie10. Allá otros hacen sentar por la fuerza a quien se levanta o se dedican a contar a los que van entrando. No faltan quienes tienen bastante con mirar las plantas o con charlar de lo que se les antoje, pues ello les resulta más agradable que prestarle atención al orador. Y he aquí lo más [14] audaz de todo: que utilicen aplausos fingidos para eclipsar los genuinos e impidan que prosperen los gritos de entusiasmo11. O que atraviesen toda la gradería para apartar del discurso a cuantos les sea posible, ya por medio de noticias falsas, ya con invitaciones a acudir al baño antes del almuerzo. Es cierto que hay quienes se gastan el dinero en invitaciones como éstas. Así pues, vosotros, malos estudiantes, no sacáis beneficio alguno, como si estuvierais ausentes, ni tampoco el orador obtiene lo que os corresponde a vosotros darle, toda vez que no recibe la única paga que hay para sus declamaciones.

[15] Y nadie podrá sostener que lanzo calumnias y que hago acusaciones que no son reales, en la idea de que tenía que haber montado en cólera en el mismo momento en que se produjeron los hechos y que, cuando me dominaba la ira, debía haber increpado a quienes me causaban estos agravios. Sabéis muy bien que lo he hecho en muchas ocasiones y que no pocas veces he dado a gritos la orden de que agarraran por el cuello al que hacía el vago para echarlo fuera y que, si no se ha llegado a cumplir, ha sido porque vosotros [16] me suplicabais que no lo hiciera. De que habéis cometido una falta contra mí es prueba lo que acabo de contar, y que éstos no se dignaban prestarme atención cuando asistían como oyentes lo demuestra el que no conserven en su mente ni una sola cosa de las que se dijeron.

[17] Lo contrario a esto ocurría cuando ocupaban estos mismos asientos los que os precedían. Cada imo se marchaba guardando en su memoria una parte diferente. Acto seguido, se reunían y trataban de ensamblarlas y de reconstruir el discurso. Y se atribulaban por aquello que se les escapaba, que no era mucho. Y lo que yo había dicho constituía para ellos la única tarea en tres y hasta cuatro días en casa, a la vista de sus padres, y mucho más tiempo dedicaban aquí12. Vosotros, en cambio, al momento os dedicáis a vuestras [18] canciones, que os sabéis perfectamente de memoria, y entregáis al olvido a Demóstenes13, igual da que esté escrito al final que al principio. Y si alguno os pregunta si he hablado en público y qué es lo que he dicho, podrá escuchar en respuesta que hablé, pero no qué es lo que dije.

«Por Zeus, sin duda soy peor ahora y mis obras ya no [19] son lo que eran». Sin embargo, no es esto lo que afirman ésos de ahí, tanto los que aún no son ancianos como los que ya lo son. Los primeros ejercen aún la abogacía y los segundos han llegado a los trabajos de las magistraturas tras haber pasado por los de esa profesión14. A todos ellos casi no les deja permanecer sentados cada una de mis palabras. Se les puede oír gritar que me he superado a mí mismo, puesto que, si hermosos eran mis anteriores discursos, algo más grande hay en los de ahora, y que la vejez no supone obstáculo alguno. De modo que no podéis refugiaros en semejante [20] argumento, porque el encomio de aquellas personas, al testimoniar la opinión de quien es superior, os cierra la posibilidad de censurar mis discursos. Pues, a no dudarlo, no se os ocurriría sostener que sois más diestros para juzgar una composición que ellos, a quienes manifiestamente también insultáis por la calma que mostráis cuando ellos se conmueven. Y hasta sería necesario que, aun en el caso de que fuerais unos ciegos en lo referente a la oratoria, los utilizarais a ellos a modo de lazarillos y tomaseis parte en su delirio báquico.

[21] Pero vosotros no poseéis espíritus de jóvenes que sepan lo que significa su sofista, para los cuales es loable hasta no mostrarse moderados en acciones en su defensa. En efecto, el que a esta clase de alumnos les reprocha su locura en ese aspecto, a aquél lo consideran un amigo, no un enemigo, y [22] piensan les ha hecho un cumplido, no una calumnia. Jóvenes así hemos visto en muchos lugares, no sólo yo, sino mucha gente. Les daban tanta importancia a sus sofistas como a sus padres, y algunos incluso más, sin que sus progenitores lo ignorasen, sino que más bien se complacían por ello. Y eso a pesar de que veían en los cuerpos de sus hijos la prueba de las guerras en defensa de sus maestros: cicatrices en la cabeza, cicatrices en el rostro, cicatrices en las manos, cicatrices por doquier15. Y, pese a haber sufrido estos daños, han conservado hasta la vejez este amor tan fuerte y tan vehemente.

[23] ¿Cuál de vosotros podría decir que ha cumplido por mí un servicio así? ¿Qué combate? ¿Qué peligro? ¿Qué golpe? O mejor: ¿Qué frase? ¿Qué palabra? ¿Qué amenaza? ¿Qué mirada? Vosotros habéis distanciado vuestra forma de pensar [24] de vuestro sofista, repartiéndoos entre otras cátedras y otros títulos, y llevándoles el dinero que me debéis. A mí me causáis agravios y, en cambio, a los otros los protegéis diciendo en su favor cualquier cosa, haciendo lo que sea, complaciéndoles en todo, obligados a colocar en primer lugar lo que es secundario, y dándole gran importancia a las defecciones de otros muchachos que se producen por mediación vuestra, y a aumentar el prestigio de aquél bajo cuyas órdenes os hayáis puesto para perjuicio de los demás16. Tan lejos estáis de soportar alguna fatiga en defensa de mis [25] intereses, que ni siquiera os dignaríais a pedirle a los dioses por mí. Y ni siquiera os conformáis con eso, sino que ya hasta me deseáis el mal. ¿De dónde me viene esta creencia? [26] De los dos mayores indicios: la aflicción que os causa lo que me favorece y vuestro deleite por lo que me perjudica. ¿O no es eso lo que hacéis cuando algunos muchachos se unen a mi clase y cuando otros, en cambio, ponen rumbo a otros lugares17? ¿Acaso como pago a esta actitud debo pronunciar yo el discurso?

«¿Luego todos —alguno dirá— son malintencionados y [27] ningún estudiante es bueno ni justo?». Claro que sí, pero los tales son fáciles de contar y, en cambio, el elemento perverso es numeroso. Si eso es así, más lógico es no hablar por culpa de los segundos que hacerlo por deferencia a los primeros. Pues si estuviera en mis manos hacerles a éstos el favor en privado, lo consideraría muy digno de hacerse. Sin embargo, dado que es imposible, que me disculpen los mejores [28] si no puedo complacerlos como yo desearía. ¿Voy a darles acaso nueva ocasión para hacer algo semejante a esa gente execrable por cuya culpa me vi, poco ha, envuelto en terribles reproches ¡Zeus!, hasta el extremo de que tuve que oír comentarios sobre la falta de compostura de mis alumnos a personas cuyo gozo supremo es poder decir algo contra nosotros18? Y si sus acusaciones están o no acompañadas de verdad, no podría decirlo. No obstante, con un comportamiento intachable de todos no debería haber lugar ni a una sombra de censura.

[29] Gran necesidad había de mis recitaciones cuando se produjeron acusaciones contra nosotros aquella vez en que nuestro bondadoso Emperador tenía que recibir justas excusas de nuestra parte19. Entonces los padres tenían que saber que estábamos manos a la obra y que no permanecíamos en [30] silencio abrumados por el volumen de las desgracias. Mas ahora no veo qué justifica la recitación. Pues hay que tener en cuenta lo siguiente: si no invito a los que suelo invitar, molestaría a personas a las que no debo, pero si los invito, les haría conocer mejor vuestra infamia y, al marcharse, no se callarían. ¿Qué necesidad hay, por tanto, de hacer más evidente lo que hay aquí?

«No obstante —se podría decir—, también algunos de [31] ellos, junto con los más moderados, reclamaban el discurso». Es cierto que lo reclamaban, pero sólo de palabra, porque en su interior no lo deseaban. Y yo no soy tan necio como para concederle más importancia a este juego que al largo tiempo que llevan conmigo y a sus numerosas acciones. «¿Qué postura tomarás en este particular —se dirá— si [32] algún dios te lleva a vivir otro año?». En el caso de que mejore la situación y la fortuna sea más favorable, estaré en consonancia con los hechos. Mas, si persiste lo de ahora, tomaré sin dudarlo las mismas medidas, estudiando no obstante la manera en que a los alumnos aplicados les sea posible sacar provecho por otra vía.

En consecuencia, alguien se asombrará si, teniendo la [33] posibilidad de librarme de semejantes alumnos, prefiero vivir en el desánimo y entre tales desgracias. ¿Y qué puedo hacer? ¿Debo expulsarlos y reducir mi contingente20? ¿Y qué placer mayor que éste podrían tener Príamo y sus hijos21? Ellos están apostados frente a mí deseando ver eso: que tenga a mi cargo pocos alumnos y que mi autoridad sufra menoscabo. Yo he visto a un estratego que mandaba sobre soldados holgazanes concienciarse de que tenía que aguantarse y cuidarse de que no se pasaran al bando de los enemigos. Hay algo en mi naturaleza que la hace extraordinariamente [34] perezosa para la sanción y que la tiene educada más para soportar que para castigar22. Y he aquí el mayor obstáculo: mi amistad con los padres de éstos y con sus ciudades. Temo que, al enterarse de la expulsión, reaccionen como si hubieran fallecido o peor aún, por considerar la deshonra más espantosa que la muerte, conscientes de que una mancha como ésa va a ser más terrible que la de una [35] sentencia judicial. Porque, si ésta podría borrarse, aquélla necesariamente perdura para siempre y acompaña al hombre desde la juventud hasta la muerte, arrebatándole la libertad de palabra para toda la vida: «¡Desvergonzado, que tienes ojos de perro23! ¿No fuiste tú expulsado de los templos de la [36] elocuencia por contaminar el feudo de las Musas?». Por tanto, por consideración al padre, a la madre, a las ciudades y a los hijos venideros, a quienes alcanzaría la infamia, no he actuado de esta manera, sino que me he decidido a tomar esta resolución, porque estoy convencido de que es justa.

[37] En vuestras manos está que algo así no vuelva a ocurrir. Porque, si mejoráis, y fácil es si así lo deseáis, también veréis que, por nuestra parte, se cumplirán todos nuestros compromisos y que yo os invitaré a vosotros a escuchar ese discurso antes de que vosotros me lo pidáis a mí.


1 Hermes y las Musas. Cf. supra, Disc. II 46.

2 Libanio sufría de gota desde los 50 años, pero ni siquiera este ataque, acompañado de una terrible agorafobia, le apartaba de su trabajo (cf. Disc. I 139-142). Nuestro autor se jacta con frecuencia de su capacidad de trabajo y de su ánimo para soportar las fatigas (pónoi) de la retórica. Cf. Disc. I 109, donde explica cómo sacaba tiempo del sueño para escribir.

3 Los honorarios (misthós) que los padres de sus estudiantes le pagaban a comienzos de año constituían una pequeña parte de sus enormes ingresos, lo cual le permitía cierta flexibilidad con los alumnos morosos o los que, simplemente, no pagaban. Algunos, cuando se acercaba la fecha del pago, dejaban de asistir a clase para regresar más tarde (cf. Disc. XLIII). El salario (basilikḗ trophḗ) de un sofista oficial era muy superior al que cobraban los altos mandos del ejército, si hemos de dar crédito al edicto de Graciano (Cod. Theod. XIII 3, 11), que fijaba la paga de los profesores de la diócesis de Tréveris. Por otro lado, Libanio explotaba sus importantes propiedades raíces, que, de no ser por su exención como sofista, le habrían valido su ingreso en la curia. Además, él y su primo Espectato heredaron la fortuna de su tío Fasganio, que murió sin descendencia. Sus quejas en el Disc. XXXI por la mala situación de los docentes no se refiere a su caso particular, sino a los profesores ayudantes (hypodidáskaloi). Cf. S. F. BONNER, «The Edict of Gratian on the Remuneration of Teachers», Amer. Journ. of Philol. 86 (1965), 113-137; P. PETIT, Libanius et la vie…, págs. 407-411; Les étudiants…, págs. 144-147, y A. KASTER, «The Salaries of Libanius», Chiron 13 (1983), 37-59.

4 En época de Libanio no se consideraba moralmente censurable que los jóvenes acudieran a las prostitutas, pero sí había una desaprobación clara de las prácticas homosexuales. Consúltense al respecto A. J. FESTUGIÈRE, Antioche…, pág. 154, y P. PETIT, Les étudiants…, pág. 148. Como señala Foerster, este pasaje (tà dè aidoíois édōke) es una paráfrasis de Od. XV, 373 donde Eumeo dice a Ulises: «Comí, bebí y aidoíoisin édōka». Libanio emplea magistralmente las citas homéricas como motivo ornamental. Véase el artículo de A. LÓPEZ EIRE, «Las citas homéricas en las epístolas de Libanio», Habis 24 (1993), 159-177.

5 Este pasaje ha sido discutido. Los manuscritos dan mayoritariamente la lectura pròs hautòn anaidésas tḕn anaídeian, lo que revela un error en la copia del participio por influencia del sustantivo. Los distintos editores han tratado de solucionar de diferentes maneras la cuestión. Acepto, sin demasiada convicción, la propuesta de Martin, que corrige: pròs hautòn anakalésas tḕn anaídeian.

6 Libanio terminó por aceptar gratis en su clase no sólo a los hijos de los pobres, sino incluso a los de los principales, quienes consideraban la presencia de sus vástagos en clase un honor para el profesor (cf. Disc. XXXVI 9). En Disc. LXII 19-20 se lamenta de que la gratuidad de su enseñanza sea causa de la falta de interés de sus estudiantes.

7 Sobre las ayudas que recibían los estudiantes cuyos padres habían venido a menos por parte de los ciudadanos ricos y por el propio Libanio, véase P. PETIT, Les étudiants…, págs. 146-147.

8 Los estudiantes pobres dependían para su alojamiento y gastos de los compañeros más ricos, por lo que se veían obligados a agasajarlos.

9 Estos espectáculos eran muy atractivos para jóvenes de provincias que venían a cursar sus estudios a la gran ciudad. Cf. P. PETIT, Les étudiants…, págs. 150-151. En cuanto a los combates que comentan los alumnos, debe de tratarse de los de fieras, las venationes, ya que las luchas de gladiadores eran poco corrientes desde que fueron prohibidas por Constantino.

10 Los que se levantan para aplaudir con estusiasmo al orador.

11 En Disc. I 41, Libanio reconoce jocosamente que empleó este mismo procedimiento para causar confusión en una recitación pública de Bemarquio, su rival de Constantinopla.

12 En el aprendizaje de la retórica, la memorización de modelos de discurso jugaba un papel primordial (cf. Disc. I 8). En las Ep. 316 y 894, vemos cómo Libanio recomendaba a sus estudiantes que aprovecharan las vacaciones de verano para aprender sus propios discursos y los de los clásicos. Consúltese al respecto H. I. MARROU, Histoire de l’éducation dans l’Antiquité, 2.a ed., París, 1953 = Historia de la educación en la antigüedad [trad. Y. BARJA DE QUIROGA], Madrid, Akal Editor, 1985, pág. 368.

13 Aquí Demóstenes es, por metonimia, el propio Libanio.

14 La carrera de abogado (sýndikos) es una de las vías más seguras para el acceso a magistraturas imperiales, razón por la que muchos curiales enviaban a sus hijos a la escuela de derecho de Beirut. Cf. W. LNSBESCHUETZ, Antioch…, págs. 242-255.

15 En su Autobiografía, Libanio nos habla con detalle de los combates de los chóroi de alumnos en defensa de su sofista, sobre todo cuando narra sus comienzos como estudiante en Atenas, ciudad famosa por la violencia de los enfrentamientos estudiantiles (cf. Disc. I 19). Libanio muestra cierta indulgencia respecto a este comportamiento de los jóvenes que, sin duda, halaga su vanidad.

16 Lo secundario, para nuestro sofista, es el estudio del latín y el derecho. Había una cátedra de latín en Antioquía por lo menos desde el año 356. La deserción de los alumnos era un problema que preocupaba vivamente a Libanio. Por ello, en el 385 escribe su Disc. XLIII, Sobre los acuerdos, donde propone a sus colegas un pacto (synthḗkē) para evitar que los estudiantes cambiasen de escuela. Cf. P. PETIT, Les étudiants…, págs. 106-107.

17 Como puede verse, los términos de los pactos arriba mencionados no eran respetados ni por Libanio ni por sus rivales.

18 Acepto la conjetura de Martin y traduzco este período en modalidad interrogativa. El escándalo aludido podría ser el asunto del Disc. LVIII: unos alumnos de Libanio, que compatibilizan los estudios de retórica con los de latín, mantean a un pedagogo que causaba molestias al profesor de latín.

19 Se trata de Teodosio y de la célebre Revuelta de las Estatuas, del 387. Vid. infra. Disc. XIX.

20 Libanio siempre estuvo preocupado por el número de sus estudiantes y se tomaba grandes molestias para reclutar nuevos alumnos. Por otro lado, consideraba una afrenta intolerable que un padre retirase a su hijo de su escuela, pues el prestigio del profesor radicaba sobre todo en el número de sus estudiantes.

21 Nueva cita homérica, Il. I 255. Obviamente, Priamo y sus hijos son los rivales de Libanio.

22 Como ya vimos en Disc. II 20, nuestro autor no era partidario de los castigos corporales, pero, por otro lado, su edad tampoco le permitía moverse con agilidad. No se olvide que con frecuencia debía ser transportado a clase en litera.

23 Son las palabras que, ciego de ira, le dirige Aquiles a Agamenón en Il. I 225.

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