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EL LENGUAJE QUE USAMOS
ОглавлениеCuando Meghan Markle, la Duquesa de Sussex, anunció su embarazo, todo el mundo estaba encantado. Es como si su bebé ya hubiese nacido: la prensa debatía cómo se llamaría y a qué escuela iría. Si le hubiese pasado algo a Archie durante el embarazo, el dolor nacional e internacional hubiese sido enorme. Ya era un niño.
En la clínica prenatal, asumen lo mismo. Los padres, absortos en las imágenes de la ecografía, se maravillan al ver los dedos de la mano y del pie de su bebé. ¿Es un niño o es una niña? ¿Qué nombre le pondrán? ¿Qué harán? Hay una sensación de anticipación y celebración.
Sin embargo, esto no es lo que ocurre en la clínica de abortos. Allí también les harán una ecografía a las madres, pero en este caso la pantalla mira hacia el otro lado. Al no verlo es más fácil suprimir la verdad de lo que está ocurriendo y evitar parte del dolor. Por razones parecidas, se refieren al bebé como un “embarazo” cuando hablan, y al acto del aborto como a “vaciar el útero” o “interrumpir el embarazo”. La realidad de la situación no ha cambiado, pero el efecto de transformar la terminología es que han suavizado el procedimiento y han deshumanizado al niño —lo que hace que sea más fácil llevar a cabo el aborto—.
A veces, el lenguaje se cambia por compasión (incluso si es erróneo y a corto plazo). En ocasiones, se altera para manipular. Sea cual sea la razón, debemos reconocer que las palabras que usamos tienen poder. Cuando las repetimos una y otra vez, pueden producir de manera sutil grandes cambios en la manera en la que pensamos. Debemos ser conscientes de esto y tener cuidado con el lenguaje que usamos.