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CAPÍTULO 6 DIA 4

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Alex despertó de la pesadilla de golpe, aterrada y aún confusa por el sueño. Recordó donde se encontraba y se obligó a respirar con lentitud, para poder controlar su mente y no dejarse llevar por el pánico. Se sentó en la cama, sintiéndose aún bastante temblorosa y se retiró el pelo de su cara sudada. Se miró las manos vendadas y no se sorprendió de que se le hubiese pasado el efecto del calmante que se tomó con la cena. Le palpitaban casi tan fuerte como oía a su corazón y como le palpitaba la cabeza, con un dolor sordo y constante.

Miró la hora sabiendo que no podría volver a dormirse. Eran las cuatro y media y decidió levantarse a tomarse un café. Quizás el aire fresco la ayudaría a calmarse un poco y si su dolor de cabeza no mejoraba hablaría con Doc por la mañana. Sentía el pecho cargado y no se sorprendió cuando le dio un ataque de tos que salió de lo más profundo de sus bronquios. ¡Genial, coger una bronquitis era lo que le faltaba! ¡Y todo por la maldita lluvia y el odioso hombre al que no parecía afectarle nada en absoluto! ¡o al menos no le afectaban sus pullas y mira que ella se las tiraba continuamente! No entendía que le pasaba con él. Estaba claro que se desagradaban mutuamente y ninguno de los dos lo disimulaba. Era cierto que físicamente le atraía como hacía mucho que no le atraía un hombre, pero debería estar muerta si no lo hiciera. Tenía unos ojos preciosos, era guapo como el demonio y estaba para hacerle un favor durante un par de días seguidos. Además, era arrogante y parecía ser un hombre peligroso, con el que había que tener un especial cuidado. Todo eso lo hacía irresistible. ¡Qué se lo digan a Sara! Esa mujer babeaba por él, sin hacer absolutamente nada por disimularlo y él parecía totalmente inmune a sus encantos, lo que la divertía sin saber bien por qué. ¡Ver a esa mujer arrastrarse le producía un perverso placer! ¡Aguanta un poco más, Izan! Y pensó que cada vez que ella se le insinuaba y él parecía no darse cuenta, el hombre ganaba puntos a sus ojos. Se sentiría muy decepcionada si al final se acostaba con ella.

Y con esa idea en la cabeza, salió de su tienda y se encontró cara a cara con la mujer en la que había estado pensando segundos antes, que salía precisamente de la tienda de él.

No supo cuál de las dos se quedó más sorprendida al verse descubierta en una situación que era, como mínimo, embarazosa para Sara. Y la destrozó totalmente cuando miró a Alex con suficiencia y sonrió, dando a entender que, por fin, había conseguido lo que llevaba buscando tiempo. Acostarse con Izan.

Siguió su camino con la sonrisa en la cara y entró en su tienda con rapidez, sin pronunciar palabra alguna.

Alex miró la entrada de la tienda de Izan con un absurdo sentimiento de desilusión. Y posteriormente con una ira, que ni siquiera quiso analizar.

¡Que le aprovechara a ese patán mujeriego! ¡Eran tal para cual!

Se fue a la cocina a por un café y siguió rumiando su mal humor, mientras se sentaba junto a la hoguera que todas las noches encendían en el campamento y que, entre otras cosas, daba claridad suficiente para andar por él sin tener que encender luz alguna y no interrumpir el descanso, ni del personal interno, que había un pequeño enjambre, que se ocupaba de que todo marchase bien bajo las órdenes de Izan y la supervisión directa de Doc, ni de los participantes, que tanto descanso necesitaban.

Alex volvió a toser insistentemente y eso fue lo que despertó de nuevo a Izan, que apenas había vuelto a dormirse, después de la inesperada visita de Sara. Decidió salir a investigar cuál de sus polluelos estaba levantado a tan tempranas horas y tosía de esa manera tan escandalosa.

Cuando salió de la tienda con paso decidido, no se extrañó de encontrársela sentada junto al fuego.

¿Cómo no iba a ser su oveja negra?

La contempló unos minutos en silencio, allí sola, bajo las estrellas, y se dijo que le hubiese encantado que su inesperada visita de esa noche hubiese sido ella en vez de Sara. ¡Esa mujer no se cansaba de atosigarlo! Aunque esperaba que le hubiese quedado claro, de una vez por todas, que no estaba interesado en ella.

Lo había sorprendido en plena noche mientras dormía y eso era lo que ella esperaba, sorprenderlo y pillarlo con la guardia baja. Durante unos segundos, cuando despertó en la cama sintiendo que alguien lo besaba, estuvo a punto de ceder, antes de ver que, quién lo besaba, no tenía el pelo rojo ni más huesos que carne y no tenía los ojos del color de la medianoche con motitas doradas como si fuesen estrellas. Al final le pidió a Sara que se marchara y que no se le ocurriese volver a entrar en su tienda ni de día ni de noche sin ser invitada.

Se pasó las manos por la cara con frustración y suspiró.

Alex oyó el suspiro y se volvió con rapidez. Cambió el gesto al comprobar que era él.

Izan lo notó aún desde los metros que los separaban y sonrió. Decidió ir a por un café y acompañarla a ver si podía llegar a ella de alguna manera. Quizás la pillase con la guardia baja, aunque, observando sus gestos corporales, lo dudaba.

Estuvo siguiéndolo con la mirada cuando fue a la cocina y cuando volvió, como haría un animal que pensara salir huyendo.

Él se sentó frente a ella para poder leer en su cara sus emociones. Le resultaba muy fácil leerlas, quizás porque ella nunca las disimulaba. Odiaba con la misma pasión con la que, estaba seguro, haría todo lo demás.

—Buenas noches. ¿Cómo van tus manos? ¿Te duelen?

Ella lo observó y no pudo discernir en él nada diferente a la noche anterior, antes de saber que se había acostado con Sara. ¡Maldita sea si le importaba!

Se encogió de hombros con indiferencia.

Él se sorprendió por el odio que sus ojos mostraban, sin reservas.

“¿Y ahora qué demonios le he hecho a esta mujer?”

—¿Algún problema conmigo? —decidió ir al grano, al fin y al cabo, ella no tenía pelos en la lengua y no disimulaba su odio la mayoría de las veces—Si tanto te molesta mi compañía, me voy.

—No eres el ombligo del mundo.

Ahí estaba, sin disimulos ni falsedades.

—Gracias a Dios que no. Entonces, ¿qué se supone que te he hecho ahora, para que me mires como si fuese un insecto?

—Quizás porque lo eres.

No pensaba decirle que lo sabía. Ni que él pensase que a ella le importaba con quién se acostaba. Y se enfadaba con ella misma por dejar que la noticia la molestase, sin saber siquiera el por qué.

—Si vas a insultarme, al menos me gustaría saber qué es lo que te he hecho… hoy.

Silencio.

—Vamos… con lo que te gusta poder echarme en cara lo mal que hago las cosas, o los pocos escrúpulos que dices que tengo.

No pensaba decirle nada.

Bastante ego tenía ya como para saber que le había molestado ver a Sara presumiendo ante ella por haber podido llevárselo a su cama.

¡Cómo si a ella le importase!¡Qué se fueran al infierno los dos!

Podía oír los engranajes de su cerebro pensando y decidió cambiar de tema, a ver si conseguía enterarse por otros medios.

—¿Has vuelto a tener pesadillas?

Lo miró sorprendida por su cambio de tema. Estaba tan acostumbrada a que él insistiese en un tema, como un perro con un hueso, que no se esperaba ese giro en la conversación.

—Sobreviviré.

—¿De qué tratan?

Ella se tensó y entrecerró los ojos mirándolo con atención.

Silencio.

—¿Sueñas con la persona que te secuestró? ¿Con seguir encerrada todavía? Es muy normal tener pesadillas después de pasar por un trauma como ese.

—Lo sé—intentó alejar su mente de los recuerdos que él intentaba que evocase.

—Lo que no es normal es no querer hablar de ello.

La miró con intensidad, intentando leer en sus ojos. Su cara estaba pálida a la luz del fuego y no mostraban nada de lo que podía estar pensando en ese momento.

—Alex, no desaparecerán nunca si no hablas de ello. No te vale el negarte a ti misma lo que pasó. Pasó. Eres una superviviente y una mujer increíblemente valiente y con una entereza envidiable. Pero esos fantasmas serán reales hasta que los dejes salir. Y te estarán atormentando mientras tanto. ¿Piensas seguir encerrada en esa habitación siempre?

Ella lo miró en silencio. ¿Podría contárselo a él? ¿Qué pensaría de ella si lo hacía? ¿La juzgaría? No se lo había podido contar a Doc porque pensaba que cambiaría la idea que tenía de ella y no soportaría ver pena en sus ojos. No quería mezclarlo con toda esa mierda. ¡Vergüenza, era lo que sentía y no la dejaba contarlo para que nadie tuviese que saber por lo que había tenido que pasar!

Negó con la cabeza en silencio y se volvió a mirar el fuego apartando sus ojos de él.

Izan pensó que se lo contaría, o al menos supo por su expresión que se lo estaba pensando. Aunque luego negó con la cabeza y supo que ese momento había pasado.

Siguió con la mirada algo que captó su atención y que había devuelto el desagrado a su cara. Cuando vio a Sara y la mirada que le dirigió, supo que ella la había visto salir de su habitación y se supuso lo que la otra le había dicho, para que ella lo odiara aún más de lo que lo hacía normalmente.

Sonrió con satisfacción. Estaba claro lo que Alex pensaba que había pasado entre ellos. Pero le sorprendió que a ella le importase tanto. Podía aclarárselo en un segundo, negándolo, pero decidió aprovecharlo para ver a donde lo llevaba eso.

¡No podía ser que ella estuviese celosa!

—Creo que tu amiguita te busca —le soltó agria

Izan sonrió aún más.

—Mi amiguita ya ha tenido suficiente por esta noche.

Y así era, aunque no tenía nada que ver con lo que Alex pensaba. ¿De verdad creía que podía liarse con una mujer como Sara? No sabía bien si sentirse halagado u ofendido por pensar eso de él.

—Estoy segura de que sí.

No pudo evitar soltárselo

—¿Estás celosa?

—¿De dónde demonios sacas esa idea?

—Todo ese odio contenido hacia mí me hace pensar que quizás no sea sólo desagrado.

—Más quisieras.

—Bueno, no quiero herir tu orgullo, pero ya te dije que me gustan las mujeres con curvas generosas.

—Claro.

No le gustó nada que menospreciara así su cuerpo.

Izan siguió con su burla.

—También me gustan las mujeres de carácter dulce y apasionados.

—Como ella —susurró Alex entre dientes.

—Exacto.

Se negó a reírse y siguió atormentándola un poquito más. Arrastrarla por el fango un poco le valdría para intentar apaciguar ese maldito carácter que tenía.

—Y me encanta el pelo negro y sedoso y no ese color rojo y escandaloso que tú tienes.

—Por supuesto —¡será idiota el tío!

—Y además…

—Ya basta…

Su ego no soportaba más que lo pisotease y sin saber bien lo que hacía, se levantó, se sentó a horcajadas sobre él en su misma silla y se abalanzó sobre su boca que la recibió más con sorpresa que otra cosa.

Le dio un beso que chisporroteó entre los dos, como el fuego que los calentaba. Ella le mordisqueó el labio inferior y luego se lo lamió con la lengua. Él gimió, la abrazó con fuerza y la cogió del pelo con brusquedad, para colocarle la cabeza en un ángulo más ventajoso para asolar su boca con la lengua. Ella sabía a pecado y levísimamente a café, y olía a melocotones maduros. Ante eso, él sólo podía aferrarse a ella y sentir en sus oídos el rugido de su sangre, como si fuese una moto a toda velocidad.

Ella, por su parte, no sabía cómo había perdido la razón para provocarlo como lo había hecho. En esos momentos se abrazó a su cuello y se restregó sobre su sexo, sin ningún reparo, intentando calmar un poco el fuego de su interior y de su entrepierna. Sintió su sexo crecer aún más, si fuera posible, y logró que Izan gruñera de frustración aún más alto y la abrazara más fuerte, pegándola aún más a su cuerpo.

Ella sentía que se derretía entre sus brazos y pensó absurdamente que ya formaba parte de su cuerpo. Sentía el sabor de Izan, potente y sexi en la boca, como si fuese parte de su propio sabor y sus respiraciones se acompasaron como si fuesen una sola.

Pensó, con el poco control que le quedaba, que tenía que poner distancia entre ellos. No pensaba llegar tan lejos. Sólo atormentarlo un poco por haberla menospreciado así. Y casi sin respiración, se retiró de él con la misma brusquedad con la que se había acercado. Se quedaron mirándose en silencio, frente a frente, mientras intentaban apaciguar su respiración y recuperar la sensibilidad de sus piernas.

Los ojos de Izan estaban oscuros, reflejando la tormenta interior que ella había provocado y ya no parecían serenos, sino peligrosos.

Los de ella estaban suaves y soñadores.

“¡Así que esto es lo que provoca el deseo en ella!”, pensó Izan fascinado. Acababa de comprobar otra cosa que ella hacía con la misma pasión. Besarlo sin pudor y sin barreras.

Y la deseaba con desesperación.

—Esto es lo que hago yo con mi pelo horrible, mi mal genio y mi cuerpo con pocas curvas.

Cuando notó que Izan iba a volver a besarla, se levantó con rapidez y entró en su tienda sin mirar atrás.

¿Qué demonios había pasado?

Izan se quedó mirando la entrada de la tienda totalmente noqueado.

Suspirando, se levantó y se fue a su tienda, antes de caer en la tentación de seguirla y reclamar lo que su cuerpo tan dolorosamente le pedía.

—¿Qué le has hecho al gran amo?

Alex torció el gesto ante la pregunta, lo que le confirmó a Ana la idea de que efectivamente algo había pasado entre ellos, por la mirada que Izan le lanzó, nada más salir de su tienda por la mañana y verla en el mismo sitio que la noche anterior. Si hubiese podido comprobarse la teoría de la combustión espontánea, Izan la hubiese provocado por la mirada que le había lanzado.

Las mujeres estaban sentadas ante los restos del fuego de la noche anterior, que era donde Ana la había visto, sentada sola, cuando se había levantado hacía ya un rato.

Alex la miró sonriendo. Le gustaba esa chica, sincera y divertida. Era lo más parecido a una amiga que tenía en el campamento y le encantaba. Había perdido a casi todas sus amigas cuando pasó lo de su secuestro, porque no soportaba cómo la miraban. Porque ni ella soportaba en lo que se había convertido.

—¿Por qué? —Ella se negó a mirarlo y a contarle nada al respecto.

—Por una vez, te mira como normalmente lo haces tú —Ana lo miraba a él y le iba narrando las sensaciones que le provocaba—. Y como anoche eso no pasaba, supongo que esta noche ha pasado algo entre vosotros, que ha conseguido que se inviertan vuestros papeles de odio mutuo que os empeñáis en hacernos creer a los demás. Yo sé que es tensión sexual y por cómo te ha mirado, ya te digo yo que la tensión parece haber subido varios grados.

Alex soltó una carcajada y por lo extraño que era oírla reír así, llamó la atención de todos. Izan las observó con intensidad, pensando de qué estarían hablando para hacerla carcajearse así. Tenía una risa preciosa, profunda y cristalina; a continuación, le dio un ataque de tos, que hizo que todos la miraran, esta vez preocupados.

—Está gestando una bronquitis. Suelen darle cuando pasa frío o cambia bruscamente la temperatura.

Doc se lo comunicó a Izan mientras miraba a Alex preocupado.

—Tengo su medicación, aunque debería haber empezado a tomársela antes.

—Dásela cuando desayune.

Doc miró a Izan atentamente. Parecía cansado. No se había afeitado y parecía estar malhumorado.

—¿Una mala noche? —se arriesgó a preguntar por curiosidad.

—Ni te la imaginas, mejor no preguntes.

Izan se preguntó lo qué diría Doc si le contase lo sucedido por la noche con su gruñona amiga.

—¿Tiene algo que ver con nuestra Mata Hari?

Se sorprendió de lo perspicaz que podía ser su socio.

—¿No me digas que se intentó colar en tu cama? —y leyó su cara como un libro abierto—¿En serio? ¿Y qué hiciste?

Lo miró intentando parecer ofendido, aunque no funcionó.

—Sé que no te la has tirado, porque no te miraría como lo está haciendo ahora.

—Se le pasará.

—Bueno, es el segundo año que no estás interesado, aunque este año parece haber tenido más agallas y se ha lanzado. El año pasado se contentó con lanzarte alguna que otra indirecta. Es demasiado orgullosa para que nadie la rechace… dos veces.

No le pasó desapercibida la mirada que Alex le lanzó a la morena.

—¿Tiene algo que ver Alex en este tema?

—¿Por qué preguntas eso? —no podía ser tan perspicaz.

Izan lo miró asombrado del instinto que tenía su amigo. No quería hablarle del beso, aunque hubiese sido ella quién se lo diera. No quería hablar del tema cuando ni siquiera él tenía claro lo que había pasado.

—Por Dios, déjalo ya.

—¿Izan?

—Está bien, creo que la vio salir de la tienda y sacó sus propias conclusiones, o tal vez Sara le contara algo, no sé.

—¿Y por qué debería importarle a ella con quién te acuestas tú? —intentó no dejar entrever la diversión que todo el tema le provocaba.

—Pregúntaselo a tu amiga si quieres. Ahora por favor, ¿podemos cambiar de tema?

Las mujeres continuaron con su conversación.

—Anoche, Sara se acostó con Izan

Ana la miró sorprendida. Entre ellos dos había mucho más de lo que aparentaban, pero se contentaría con los cotilleos. Ya se enteraría de lo que pasaba. Le encantaba Alex, le resultaba una mujer fresca y sincera. No se parecía en nada a la altiva y egocéntrica Sara. Por eso parecían llevarse tan mal.

—Creo que te equivocas.

—Yo misma la vi salir de su tienda anoche. Sobre las cuatro y media o así.

Ana la miró mientras procesaba ese dato. Los ojos de Alex reflejaban pesar, cosa que también era muy revelador.

¡A ella le importaba! y por eso decidió ayudarle para animarla un poco. Entre ellos es posible que aún no hubiese nada, de ahí la frustración que emanaban los dos, simulando odio.

—Que saliera de su tienda no quiere decir que se lo haya follado —Y añadió a continuación— ¿Por qué la gente de este campamento se dedica a pasarse las noches campeando de tienda en tienda en vez de dormir, como es lo normal?

—Yo no suelo dormir demasiado.

—Mira, si pudieses verlo en este momento, Izan no parece un hombre satisfecho. De hecho, hoy es la viva imagen de la frustración sexual y no con Sara; me apostaría un mes de sueldo que él con quién está frustrado es contigo y no con ella.

Alex la miró sobresaltada, eso sí que no se lo esperaba.

—De hecho, nuestra Mata Hari particular tiene una cara de mala leche, que difícilmente es la de una mujer satisfecha.

—No entiendo nada… anoche ella me miró y sonrió dando a entender…

—Ahí lo tienes —exclamó Ana contenta, como si hubiese descubierto un gran enigma—, está claro que fue a por él y parece ser que nuestro apuesto Izan no estaba interesado en ella. Así que cuando salió de la tienda y se encontró contigo, te hizo ver que sí había tenido sexo, por el mero hecho de molestarte. Y porque su orgullo no le permitirá que nadie sepa que él la había rechazado.

Alex lo procesó todo en silencio y no pudo evitar sonreír divertida y mirar a Sara. Le provocó un escalofrío el odio con el que la miraba ella en ese momento.

—Esa mujer me odia.

—Claro que te odia. Le has quitado, sin proponértelo, al hombre que ella quiere. No es una rival fácil y menos cuando se siente rechazada como mujer. Deberías tener cuidado con ella —miró a Alex con atención antes de continuar—, lo que no termino de entender el por qué él parece enfadado hoy contigo. ¿Por casualidad pasó algo más anoche que no me has contado?

Ella se levantó con rapidez.

—No, ahora vamos a desayunar que ya están todos.

Ese día tenían que hacer una prueba de velocidad. 15 km en 1.20 horas como muy tarde, para las chicas, y en 1.10 horas los chicos. Quién no entrara en ese tiempo, estaba fuera.

Ella se había tomado la medicación para la bronquitis después del desayuno y eso le había aliviado un poco la tos. Pero sabía que sus pulmones estaban tocados.

Tenía problemas de alergia desde hacía años y era bastante sensible a los cambios de tiempo, o a pasar frío, como le había pasado el día de la lluvia. Así que sabía que no se encontraba al cien por cien. Aunque también sabía que mejor hacer la velocidad ahora, cuando aún no estaban sus pulmones demasiados jodidos, que unos días después, que su capacidad pulmonar podía verse reducida casi a la mitad, como le había sucedido otras veces.

Se encontraba calentando los músculos de las piernas a conciencia. Había sido runner mucho tiempo y era bastante rápida gracias a sus largas piernas y a una constitución que siempre había sido delgada.

Pero no se encontraba en su mejor forma física.

Además, estaba cansada porque no dormía suficiente.

Y saber que tenía una conversación pendiente con Izan no ayudaba a relajar sus nervios, ya tensos de por sí.

—Quiero que bebáis agua, mínimo dos veces en el recorrido. No hace calor todavía, pero es importante. Guardaros fuerzas para el final. Os puedo ir cantando los tiempos en cada vuelta, si queréis. Y avisaré a quien se empiece a pasar del tiempo.

Los fue mirando uno a uno mientras hablaba.

—No os confiéis, que no es un recorrido cómodo, 15 km a 4,66 el km para vosotros, y a 5.33 para vosotras es muy exigente y no está al alcance de cualquiera.

Miró a los dos hermanos con atención.

—Debería ser pan comido para vosotros, pero controlad bien los tiempos, ¿de acuerdo?

—Después voy a querer una cerveza bien fría.

—Yo también —Marcos se sumó a la petición de Raúl

—Ya veremos —pero les sonrió a los hombres, dándolo por hecho —Preparaos. Recordad, coged agua en la vuelta dos y cuatro. Os recuerdo que son cinco vueltas de 3 km.

Miró a Alex, preocupado. Estaba algo pálida y parecía cansada. Se hubiese alegrado de que pasara tan mala noche como había pasado él, después de ese beso que le dio. Pero la verdad es que era un mal día para no encontrarse al cien por cien. Era una carrera de tiempos muy exigente, que de verdad dudaba que ella pudiese superar. Pero si algo sabía de Alex, era su capacidad de sorprenderlo continuamente.

Miró el cronómetro y dio la salida.

Allá iban.

Alex decidió coger un ritmo cómodo que no hiciera sufrir a sus pulmones desde la salida. Vio como los hombres se adelantaban en los primeros metros y pensó en seguirle el ritmo a la chica que se quedara justo delante de ella que le hiciese de liebre. Comprobó que Ana, que se había descolgado también algo del resto de chicas, llevaba un ritmo bastante parejo al de los hombres. Sólo le quedaba Sara justo delante y, al no tener referencia de tiempo hasta que diese la primera vuelta, se adecuó al ritmo de ella.

—Veinticuatro minutos, ritmo de menos de 5, vais bastante bien. Alex puedes ajustarlo más, frena un poco.

“¿Frenar más? ¡Y una mierda!”. Si se descolgaba mucho de ella, perdería la referencia totalmente y se arriesgaba a pasarse de tiempo. Pensaba sacrificarse un poco en las primeras vueltas y aflojar algo más cuando lo necesitara. Aunque comenzaba casi a jadear y aún le quedaban más de tres vueltas.

Dio la segunda vuelta al mismo ritmo que la primera, pisándole los talones a Sara, que intentaba cambiar de ritmo para descolgarla. Se dijo que, si tenía que subir aún más el ritmo, se desfondaría por completo y tendría que sacrificar los minutos ganados antes de lo que pensaba.

Se comenzaban a acercar a Samuel, que se había descolgado por entero del resto de los hombres y de Ana, que iba al mismo ritmo que su hermano, lo que indicaba que solían correr juntos a menudo.

Sara adelantó a Samuel y este la dejó pasar, pegándose a ella para controlar su propio tiempo y Alex decidió seguirle a él. Al menos el ritmo había vuelto a ser constante y algo más bajo que el que llevaba antes.

“¡No te librarás de nosotros, maldita bruja!”

—Tercera vuelta, Samuel vas bien todavía, pero no te relajes. Alex, vas bastante por encima, baja un poco y dales un respiro a esos pulmones.

Alex cogió una botella de agua ya abierta y bebió sin bajar el ritmo, lo que le provocó un acceso de tos, que le dejó los ojos llorosos. Pero apretó los dientes y continuó siguiendo a Samuel, que parecía estar llevándolo bastante mejor que ella. Volvieron a dar caza a Sara, que parecía empezar a resentirse de su cambio de ritmo, para descolgar a Alex.

La mujer se pegó a Samuel para evitarse quedar descolgada, pero estaba claro que no podía seguirle el ritmo y se puso a la altura de Alex, a la que miró con cara de pocos amigos.

¡Bueno, esto se pone interesante!, la arpía está sufriendo para mantener el ritmo. Pero para ser sinceros, ella ya no podía más. Miró a Izan angustiada cuando pasó por su lado.

—Última vuelta chicas, habéis perdido parte de la ventaja ganada, así que si os relajáis demasiado estaréis fuera las dos. Ánimo y mantener el ritmo.

Los hermanos habían llegado ya y estaban tirados a un lado de la pista, recuperando el aliento perdido.

—Vamos Barbie, última vuelta —la animó Ana, levantando la cabeza con cansancio.

Comenzó a toser antes de terminar la vuelta y pensó que tendría que pararse porque apenas podía respirar.

Sara la adelantó con cara de felicidad, pensando que por fin se podía librar de ella y Alex intentó por todos los medios poder seguirle el ritmo, aunque la tos apenas la dejaba respirar. Comenzó a dolerle el costado derecho y sabía que era por falta de oxígeno. Necesitaba pararse un momento desesperadamente, pero obligó a sus maltrechos pulmones a un esfuerzo titánico y llegó tras Sara, tambaleándose y a punto de desplomarse, ante los aplausos de todos.

Se desvió a un lado de la pista, apartándose de los demás, se inclinó y vomitó entre la hierba mientras intentaba recuperar el aliento.

Le ofrecieron una botellita de agua, ya destapada, cuando hubo terminado. Supo quién era sin necesidad de mirarlo. Se enjuagó la boca y escupió, para luego beberse la mitad de un solo trago. Se dejó caer en el suelo y se tumbó de espaldas, cerrando los ojos. Sus pulmones aún hacían un gran esfuerzo intentando recuperarse.

—¿Estás bien?

Ni siquiera lo miró, sólo asintió con la cabeza agotada.

—No deberías estar así tumbada, vas a coger frío y tus músculos necesitan que los estires.

—Dame un minuto, por favor.

Abrió los ojos para comprobar que la miraba con intensidad. No pudo descifrar su mirada en ese momento.

—Un minuto más y te levantas a estirar. —Después, se volvió para añadir —Has hecho una gran carrera. Felicidades.

Veintiún días Alexa

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