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CAPÍTULO 3 DIA 2

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Izan despertó con el presentimiento de que algo iba mal. Aguzó el oído pensando que algún animal había podido traspasar el perímetro del campamento, aunque era bastante improbable. Volvió a oírlo, esta vez algo más alto.

Se levantó y se puso los vaqueros cortos que se había quitado hacía solo un momento, aunque no se molestó en abrochárselos. Se dejó la camiseta que llevaba cuando dormía y salió descalzo, atento por si volvía a oír el sonido, que aún no había logrado identificar. Volvió a oírlo, ¿eran gemidos de mujer? Se preguntó si Sara había encontrado acompañante para esa noche. “¡Así me borrará de su lista!”, pensó agradecido, y entonces oyó con claridad que los sonidos venían de la jaiba de Alex y frunció el ceño pensando rápidamente quién sería el afortunado; ¿Doc?, no pensaba que la relación entre ellos fuese de ese tipo ni parecía sexualmente atraído por ella. ¡Casi podía ser su padre! Se dijo que tenía que preguntarle qué relación era la que tenía con ella y con su madre, porque de pronto le picó la curiosidad. Decidió volverse a la cama, ¡Dios, estaba muerto!, con todo el trabajo de organizarlo todo, llevaba semanas durmiendo poco y el estrés de intentar llevar controlada a Alex le estaba pasando factura. ¡Esa mujer era una bomba de relojería! Si aún le quedaban esa noche ganas de sexo, demostraba tener pilas alcalinas.

Y la mujer en cuestión lo arrolló literalmente cuando salió como una tromba de la jaiba y se chocó con él, que estaba aún parado delante de su tienda. La abrazó para evitar que cayera al suelo.

—Alex ¿qué pasa? ¿estás bien?

—No puedo respirar —susurró, aferrándose a sus brazos con fuerza, intentando llevar aire a sus maltrechos pulmones.

Él oyó el sonido que hacían cuando intentaba respirar y pensó que estaba teniendo un ataque de asma.

Ella cayó de rodillas cuando sus piernas le fallaron y él se arrodilló frente a ella. Estaba pálida como una muerta y un sudor frío le bañaba la cara y las manos; al ver sus ojos de pánico y su respiración acelerada y superficial lo entendió.

—¡Mírame, Alex, mírame! —le cogió la cara para obligarla a centrarse en él.

—No puedo respirar, no puedo…

—Alex, estás teniendo un ataque de pánico, sí puedes respirar —la zarandeó un poco para que le prestara atención. Ella lo miró con los ojos más aterrados aún, al notar como sus costillas se contraían con fuerza y no dejaban pasar el aire—, tienes que respirar más despacio, si sigues hiperventilando te puedes desmayar. ¡Más despacio, Alex! —ella no le hacía caso y siguió intentando llevar aire a sus pulmones sin demasiado éxito. Volvió a zarandearla por los brazos para que lo mirara. Cuando consiguió su atención, le indicó cómo debía respirar— Respira conmigo, inspira, espira… otra vez, inspira… ¡más despacio, joder! Espira… así, otra vez… inspira, lo estás haciendo muy bien, espira…

Sintió como comenzaba a relajarse y dejó de oír esos lastimosos jadeos que hacían sus pulmones para coger aire. Poco a poco, el pánico abandono sus ojos y el color comenzó a volver a su cara. Aún estaba arrodillado con ella en el suelo, donde había caído y la sujetaba por los antebrazos. Miraba sus ojos azul noche y se sorprendió al notar motitas doradas en su iris, como pequeñas estrellas en el firmamento. En ese momento se dio cuenta de que olía a melocotón.

—Tus manos están muy calientes —comentó ella en voz baja

—Las mías no están calientes Alex. Son las tuyas que están heladas.

Ella siguió intentando llevar aire a sus pulmones. Había dejado de ver puntitos rojos delante de sus ojos y podía ver a Izan mirándola con preocupación. ¡Tiene unos ojos preciosos!

—¿Estás mejor? —le levantó el mentón con el dedo para echarle un último vistazo antes de atreverse a soltarla.

—Sí, gracias —ella se soltó y se levantó con cuidado.

—¿Sueles tener ataques de pánico muy a menudo?

Por la manera de mirarle, él supo que estaba pensando en mentirle por lo que ya tenía la respuesta que buscaba.

—A veces.

—¿Y pesadillas?

Silencio.

—Sé que has tenido una pesadilla porque te oí desde mi tienda—ella levantó una ceja sorprendida—, tengo un sueño muy ligero. Por unos segundos he pensado que te habías buscado compañía esta noche.

La carcajada de ella le sorprendió. No se reía muy a menudo y tenía una risa clara y rica en matices. Le encantó. Sonrió con ella.

—Estoy demasiado cansada para pensar en eso… y algo desentrenada.

Se sorprendió casi tanto como él por hacerle esa revelación.

—No lo creo en una mujer como tú —y evitó recorrer su cuerpo con la mirada, sabiendo que podía llevarse un mordisco.

—Demasiadas espinas, ¿recuerdas? —queriendo cambiar de tema, miró la tienda con aprensión.

—Vuelve a la cama—la animó él, viendo el cansancio reflejado en su cara.

—No podré volver a dormirme. Creo que me sentaré un rato a ver las estrellas —se dio la vuelta para dirigirse a dónde antes habían encendido un fuego en una especie de bidón y aún se veían algunas llamas encendidas.

—Hablar de las pesadillas te hará bien.

—Quizás otro día —se excusó ella sin volverse. Ni loca iba a contarle a él nada de lo que le sucedía.

—No te quedes hasta tarde, que mañana tendremos un día duro.

—¿No hay posibilidades de tenerlo de descanso? —preguntó mirándolo esperanzada.

—No, Alex, no lo hay.

Y sin más se dirigió a su tienda con un “¡Buenas noches!” de despedida.

Fue a la cocina a por una botella de agua y cuando Izan volvió sobre sus pasos para acostarse la vio aún sentada junto al fuego, sola. Parecía triste y desvalida, nada que ver con la imagen de mujer dura y valiente que se empañaba en mostrar a todos.

—¿Qué pasa contigo, pequeña Barbie?

Cuando se levantaron por la mañana, aún estaba sentada en el mismo sitio.

Mientras desayunaban, Doc lo apartó para poder hablar sin oídos indiscretos.

—¿Qué ocurrió anoche? Os oí desde mi tienda

A Izan no le pasó desapercibido la preocupación en su voz

—Tubo un ataque de pánico… que no se molestó en negar que le pasaban a menudo. Y pesadillas… pero supongo que tú ya lo sabías.

Doc asintió.

—Tú eres el médico aquí…

—Y tú, el psicólogo —indicó Doc con rapidez.

—¿Y qué se supone que puedo hacer al respecto?... Ella no me soporta y difícilmente hablará conmigo. Y yo ni siquiera tengo claro que me guste —añadió en voz baja, más para convencerse a sí mismo que a su amigo.

—Nadie ha podido hacer que hable desde lo que le sucedió, ni psiquiatras, ni psicólogos, ni familia, ni amigos… entre los que me incluyo.

Eso despertó la curiosidad de Izan. Intuía que algo le pasaba y que su aparente fachada de mujer borde y en constante estado de alerta sólo era un método de defensa que su mente activaba para mantener a sus monstruos controlados.

—¿Qué le pasó?

Silencio.

Doc la miró cuando salió de su tienda, donde había entrado para cambiarse de ropa y ponerse el traje de baño, para el día que acababa de comenzar. Izan siguió su mirada y la posó en ella divertido. Apenas podía andar. Debía tener unas agujetas horrorosas y parecía abatida. Debía estar agotada sí se había pasado casi toda la noche sin dormir… su humor también debía ser terrible, aún peor que el que normalmente tenía.

—Doc, no puedo ayudarla si no me lo cuentas… y no está en el mejor sitio para el tratamiento psicológico que esperas que tenga con ella. Su vida va a ser un infierno estos días sin necesidad de tenerme a mí hurgándole en unos recuerdos que con tanta intensidad intenta olvidar. Además, debería preocuparte mi integridad física —añadió divertido—, si por un momento imagina lo que tramamos, me arrancará la cabeza de un mordisco y a ti también —le vinieron a la mente sus ataques de ira con Marcos y sonrió divertido.

—No sé qué más hacer por ella —se sirvió otra taza de café, mientras esperaba que llegaran los demás—, su humor ha cambiado mucho. No solía ser tan borde antes —ante su mirada de incredulidad, añadió:— Te aseguro que, aunque tiene mal genio, está empeorando mucho y cambiando su carácter. Apenas duerme. Ya has visto lo estresada que está, el peso que ha perdido, si sigue así…

—Se romperá —añadió Izan— y cuando pase, que pasará, necesitará de alguien que recoja sus pedazos y la ayude a comenzar de cero.

—Eres el mejor en este campo, Izan. Ella te necesita.

Por unos momentos recordó su cara de pánico de la noche anterior y su aire desvalido luego, junto al fuego, y supo que esa pelirroja gruñona convertiría su vida en un infierno en las siguientes semanas. Pero como profesional, no podía hacer la vista gorda aunque, como persona, no le gustara.

—Si quieres que la ayude, tienes que contarme qué le pasó. Secreto profesional, ya lo sabes.

—Si te digo que su nombre no es Alexandra… —dejó la frase sin terminar — Se llama Alexia...

—Y es concertista de piano —añadió él sorprendido, al recordar la música de su iPod. Ese nombre no lo olvidaría nunca —y estuvo secuestrada casi una semana. Ahora lo recuerdo. No seguí el caso porque entonces no estaba en España, estaba en el FBI y coincidió con un caso en Nueva Orleans, pero sí recuerdo lo básico ¿Pagaron rescate? —intentaba recuperar de su recuerdo lo que había oído esos días, pero no conseguía hacerlo.

—Nunca se pidió rescate, no fue por dinero. La familia lo hubiese pagado encantados. Ella es una mujer muy rica —dio un sorbo a su café antes de continuar—, da conciertos de piano desde los 15 años —aclaró para ponerlo en antecedentes.

—Entonces, ¿qué…?

—Alguien se obsesionó con ella. Comenzaron a llegarle anónimos hablándole de amor. Le mandaban poesías, flores, ese tipo de cosas. Ella se sintió halagada al principio, y eso fue todo por un tiempo. Luego ella se casó y lo que en principio fueron flores y poesías...

—Se convirtieron en amenazas —terminó Izan. Había visto muchos casos en el FBI. Sabía cómo debió sentirse. Acosada, vigilada y poco a poco la tensión comenzaría a pasarle factura.

—La policía nunca encontró al autor de los anónimos —continuó Doc— y nunca encontraron al secuestrador, o secuestradores —lo miró con seriedad—, pero parece que fue uno solo.

—¿Qué le hicieron? —se sorprendió de su propio tono de voz. Una ira fría bullía en su interior y una mirada asesina se instaló en sus ojos.

—Nadie lo sabe. Ella jamás ha contado nada. Ni quienes eran, ni donde la tuvieron, nada ... y ese mutismo es lo que hace todo mucho más frustrante. La imposibilidad de poder ayudarla.

—¿Por qué la soltaron?, si no hubo pago de rescate…

—Escapó, y para resumirlo todo te diré que su carácter cambió, su marido la dejó y no ha vuelto a tocar el piano desde entonces y ahora cambia esa mirada que vienen hacía aquí… recuerda que tú no sabes nada.

“¿Su marido la dejó?”, “¿cómo podía ser alguien tan miserable?”. Pensó cómo debió sentirse ella por esos días. Había hablado con gente que había sido secuestrada y todos decían haber necesitado mucha ayuda, tanto psicológica, como de sus familiares y gente más cercana. Ella se encontró sin el apoyo del que tenía que haber sido su pilar más firme y sin querer hablar con nadie… Se preguntó como una persona podía vivir con todo eso dentro sin haberse derrumbado todavía. No le extrañaba los síntomas que padecía, lo que le extrañaba era que siguiera aguantando.

La miró mientras se acercaba, junto con los demás. Parecía cansada y no era de extrañar puesto que sólo había descansado unas horas después del día agotador que tuvieron ayer. Alex sonrió por algo que le dijo Ana, con la que parecía haber congeniado.

—Venimos a pedirte que tengas piedad de nosotros —soltó Raúl, cuando todos estaban ante él—, Alex tiene tantas agujetas que apenas puede andar.

—Eh —dijo ella mirándolo reprobatoriamente—, habla por ti.

—Es cierto —añadió Ana—, sólo hay que mirarte.

—Dejad de escudaros en ella, que tiene boca y voz propia —la miró con detenimiento. Tenía ojeras marcadas y los ojos cansados por la falta de sueño. Evitaba su mirada como si se avergonzara de que él la hubiese descubierto la noche anterior.

—¿Servirá de algo si me quejo? —preguntó esperanzada. No le gustaba como la miraba, como si pudiese leer sus más oscuros secretos. Se estremeció como si una descarga eléctrica la hubiese recorrido.

—No, pero tengo algo que os alegrará. Cuando terminemos luego en la piscina, pasaréis todos por los fisios. Intentaremos recuperaros a ver si así dejáis de quejaros como nenazas.

—Nenazas no sé —terció Marcos divertido—, pero tenemos una Barbie, por si eso sirve de algo.

Consiguió que todos se echaran a reír. Alex se encaró con él sin que a Izan le diese tiempo a poner orden.

—Y también tenemos un capullo cursi y bocazas, por si también sirve de algo.

Todos dejaron de reír al presagiar tormenta.

—Seguiré llamándote así cada vez que me dé la gana, porque eres una arpía grosera y maleducada. No aceptas una broma, ¿cómo piensa Izan que vamos a hacer un equipo con una borde como tú?

Izan se puso en medio para intermediar. No había manera de conseguir que esos dos se llevaran bien y ambos tenían razón. Ellos necesitaban formar un equipo sólido, pero entendía que a ella no le gustase el apodo, aunque reconocía que su manera de hacérselo notar era bastante exagerada.

—Vosotros dos tenéis que encontrar la manera de llevaros bien por el bien del equipo. Hoy trabajaréis juntos todo el día y si tú te empeñas en llamarla así, te aguantas si ella se te revuelve. No quiero tener que tomar medidas más drásticas.

—¡Oh, perfecto!, es lo que me faltaba hoy. ¿Esa es tu idea genial? —su mirada enfadada pasó de Marcos a Izan, que no se inmutó.

Ya se lo esperaba.

—Sí —le dijo muy serio—, ¿no te gusta?

—No, por supuesto que no me gusta, ya es bastante malo soportarlo sin tener que trabajar con él.

—Pues pon una queja.

Ella se lo quedó mirando perpleja. Izan notó como la rabia crecía en su interior, como un volcán a punto de estallar, calentándose poco a poco.

—Eres, eres…

—Cuidado, Alex —la advertencia dicha en voz baja surtió efecto. Ella lo miró y se guardó lo que pensaba de él. El ambiente entre ellos se cargó de energía, como una tormenta a punto de estallar—. Te recuerdo que aquí se hace lo que yo digo, sin rechistar.

—A esto lo llamo tensión sexual no resuelta —murmuró Ana a su hermano en voz baja, aunque todos lo oyeron perfectamente.

—No te preocupes, Ana —le dijo con una sonrisa—, no me gustan los hombres arrogantes y pretenciosos, que necesitan tener mando para que alguien les haga caso.

—Ni a mí las mujeres caprichosas y maleducadas con mal genio. Así que eso tira por tierra tu teoría —y echó a andar para evitar sonreír. Tenía que reconocer que, aunque lo sacaba de sus casillas con bastante facilidad, sus batallas verbales le divertían—. Nos vamos a la piscina. Moveos.

Era muy fácil. Iban a hacer competiciones de relevos por parejas, cinco largos de ida y vuelta cada uno. Izan había pensado en la piscina porque la natación les ayudaría un poco a estirar la espalda, que llevarían cargadas del día anterior y no se machacarían más los cansados músculos de las piernas.

Barbie en bañador era un espectáculo, todo piernas que parecían excesivamente largas. Su glorioso pelo rojo se lo había recogido en una cola alta. Sara, sabiéndose admirada por todos, se contoneó hasta la piscina y se lanzó al agua en una ejecución tan perfecta que apenas salpicó agua. Los hombres le silbaron, admirados, y Ana puso los ojos en blanco, en un gesto bastante elocuente. Al final habían quedado tres equipos mixtos de chicos y chicas. Alex con Marcos, equipo que a ninguno contentaba, Ana con su hermano y Samuel con Sara, a la que el arreglo no parecía contentarle demasiado por las miradas despectivas que le lanzaba al hombre de vez en cuando

“¡Pero serás zorra!”, pensó Alex, que ya se encontraba metida en la piscina, pues habían decidido que las mujeres harían la primera ronda.

—Recordad —les dijo Izan desde el borde. Tenía el silbato colgado del cuello, pero lo llevaba en la mano, listo para dar la salida—, serán cinco largos para cada uno, ida y vuelta y aunque al principio parezca fácil, es una distancia bastante considerable. Os aseguro que los dos últimos largos se os harán eternos, nadad con cabeza y guardaros las fuerzas para el final. Todos sabéis que todas las pruebas que se organizan aquí hay que terminarlas para poder continuar en el campamento, así que no me importará cuanto tiempo necesitéis, acabadlas. ¿De acuerdo?

Tocó el silbato y Alex se zambulló y se puso a bucear bajo el agua como las nadadoras profesionales. Parecía una sirena desplazándose con agilidad. Todos los hombres que esperaban su turno vieron cómo, avanzando bajo el agua, adelantaba a las otras chicas que iban nadando por encima. Cuando salió del agua, les había sacado ya más de un cuerpo de ventaja. Los hombres les gritaron animándolas desde fuera.

—Barbie parece una sirena, quizás le moleste menos si la llamamos Ariel.

—Deberías dejar de molestarla —le dijo Izan a Marcos, que era el que había hablado.

—¿Por qué? Es divertido.

—A ella le molesta —añadió Samuel—, quizás deberías tener eso en cuenta.

—A ella le va la marcha —añadió Marcos—. Me toca —y se tiró a la piscina cuando vio que Alex tocaba el borde con la mano. Les seguía sacando a las otras chicas casi un cuerpo de ventaja.

En el grupo de los chicos, la primera vuelta estuvo más reñida. Samuel se defendía bastante bien en el agua y la juventud de Raúl hizo que los tres llegaran casi a la vez. La segunda vuelta de las chicas fue como la primera, aunque esta vez las tres se tomaron algo más de tiempo en completar la vuelta. En la segunda vuelta les fue a los tres más o menos igual. Las chicas los animaban desde los bordes. Izan los observaba a todos con atención. Ellos parecían llevarlo bien. En la tercera vuelta de las chicas, Alex comenzó a sentir el cansancio. Sus brazos se le comenzaban a cansar. Siempre había sido buena nadadora, pero tenía que reconocer que no estaba en su mejor forma física. Intentando no descolgarse de las otras chicas, llegó a la par que ellas, pero sabía que las otras dos vueltas le iban a costar. Y bajo ningún concepto le daría a Marcos la satisfacción de decirle que habían perdido por su culpa, aunque a decir verdad tampoco se jugaban nada, excepto permanecer los veinte días que faltaba. En la tercera vuelta de los chicos, Marcos se demarcó con facilidad, lo que a ella le vino bien, porque consiguió así salir con algo de ventaja sobre las otras dos, pero el cansancio le podía y Sara la adelantó cuando estaba llegando a la meta y Ana llegó también con ella.

—Barbie, no te quedes la última —le gritó Marcos antes de lanzarse al agua a hacer su cuarta vuelta.

Ella vio a los chicos alejarse mientras intentaba recuperarse un poco del esfuerzo. Estaba agotada. Los brazos le dolían y sentía sus piernas temblando por el esfuerzo. Su respiración acelerada indicaba el enorme esfuerzo que estaba realizando.

—Preparaos chicas, última vuelta. Recordad que lo importante es acabarla. Alex tómatelo con calma que vas muy pasada de vueltas.

La oía jadear desde el agua y sabía el esfuerzo físico que estaba realizando, ¡lo de ella era puro nervio!

—Vamos Barbie, no me dejes en mal lugar —le gritó Marcos cuando le dio el último relevo. Apenas le sacaba una cabeza a Raúl, pero Samuel había cedido terreno, nadando más relajado, lo que hizo que Sara saliera la última.

Esta vez, Ana la adelantó con facilidad y veía como se le acercaba Sara y se ponía a su altura, cuando llegaron a la mitad de la piscina, su vuelta bajo el agua siempre le daba ventaja y esta vez salió a la misma altura que Ana, que ya había bajado el ritmo porque tampoco podía más. Alex pensó si alguien se podía desmayar por agotamiento, porque los últimos metros los nadó viendo motitas en sus ojos y sintiéndose desfallecer. No supo cómo había llegado hasta el final, pero pasados unos minutos vio que estaba sujetándose al borde de la piscina y unos ojos grises la miraban preocupados desde su misma altura, pues se había arrodillado para poder verla de cerca.

—¿Estás bien?

Ni siquiera pudo contestarle. Oía los gritos de las chicas animando, por lo que dedujo que la carrera aún no había terminado.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién ha ganado? —se dio la vuelta en el agua para ver como Marcos llegaba en primer lugar.

—Has estado a punto de desmayarte por el esfuerzo. ¿Qué necesidad había de llegar primera? Te dije que sólo tenías que llegar, sin importar el tiempo.

—Eso díselo al macho alfa—repuso cansada.

—Barbie, eres la mejor.

Esta vez estaba tan cansada que sólo asintió, sin quejarse de Marcos, que era quién le apretaba el brazo felicitándola y llamándola por ese apodo, que pensó que tendría que aceptar, aunque no le gustase.

—Vamos Samuel, que ya lo tienes

Ana intentaba desde la orilla dar ánimos a Samuel, que apenas avanzaba en el agua, parecía dolerle un brazo porque estaba intentando nadar con uno sólo.

—Por tu culpa vamos a quedar los últimos —le gritaba Sara sin compasión.

Y era cierto. Los otros hombres habían llegado ya y estaban intentando recuperarse del esfuerzo, apoyando las manos sobre el borde para sostenerse en el agua, mientras veían el esfuerzo que hacía Samuel para llegar al final.

—Vamos Samuel, no te queda ya nada, un último esfuerzo.

Izan veía a Alex animando a Samuel y se sorprendió de que la pequeña bruja gruñona tuviese corazón. Él sabía que ella pensaba que, si fuese al revés, nadie la animaría y se dijo que posiblemente fuese cierto.

—Date prisa, maldita sea, me estás haciendo quedar mal.

—Serás mala persona —le gritó Alex enfrentándose a la otra mujer—, ¿no ves que no puede nadar más deprisa?

—Si no está más preparado que no venga a un campamento como este.

Si algo no soportaba en la vida Alex, eran las personas altaneras que se creían el ombligo del mundo y se comportaban como si todos los demás le debieran pleitesía. Sara era de ese tipo, sin compasión con nadie que ella creyese que era inferior en estatus que ella, o con los que considerase más débiles, como era el caso de Samuel. Este llegó por fin, agotado pero feliz de haber terminado.

—Creo que me ha dado un tirón —se disculpó, haciendo una mueca cuando intentó estirar el brazo.

—Ahora iremos al fisio, que os lo habéis ganado. Lo has hecho muy bien —felicitó a Samuel mientras lo ayudaba a salir de la piscina —todos lo habéis hecho muy bien. ¡Felicidades!

—¿Él?, ¿bien? ¡Pero si ha llegado el último!

Cómo no, Sara era la que tenía que quejarse.

—No había que llegar primero, Sara, sino terminar —le aclaró Alexia.

—Tú mejor no te metas —le recriminó mirándola con desprecio.

Alex se sorprendió por el tono de su voz.

—¿Y eso por qué? —De verdad sentía curiosidad por la animadversión que esa mujer parecía sentir hacía ella. No podían ser celos, no con un cuerpo así. Tenía que saber que todos los del grupo, e incluso algunos de personal interno, la seguían con la mirada. Ella no tenía nada que nadie pudiese envidiarle.

—Porque no respetas nada, ni a nadie, eres una persona horrible.

—¿Yo soy horrible? —miró a Ana, haciéndose la sorprendida, esta negó divertida, sabía que Sara no tenía nada que hacer con ella. Pero esa estúpida snob se llevaría su merecido— ¿porque me apiado de una persona que, en un momento dado, necesitaba un poco de apoyo? ¿o porque no me da la gana de rendirme a tus pies? Como quieres hacer con todos los que te rodean.

—Alex, no hace falta que me defiendas —murmuró Samuel, algo avergonzado por saberse centro de atención de las dos mujeres.

—Claro, ve a esconderte tras esta macarra borde y mal hablada —se burló Sara.

—Cuidado con lo que dices.

El tono de frialdad que usó puso sobre aviso a Izan, que observaba a Alex, sin perderse palabra. Su tono suave no lo engañaba en absoluto y sabía que Sara no solía tener demasiado tacto con la gente que no le interesaba, como tan bien acababa Alex de hacérselo notar.

—Salid del agua, las dos —debía separarlas antes de que ocurriese algo más que palabras.

Ninguna le hizo caso.

—¿O qué? ¿Vas a pegarme? Es lo que se esperaría de una mujer como tú.

—Las mujeres como yo solemos tener más clase.

Y cogiéndola por sorpresa se abalanzó sobre ella y poniéndole la mano en la cabeza la hundió sin compasión. Sara, al no estar prevenida, gritó por la sorpresa tragando agua, que escupió tosiendo cuando Alex la soltó.

Los demás comenzaron a reír, lo que hizo que Sara se sintiese mucho más avergonzada. Miró a Alex con ojos hirviendo de furia y como no le había dado tiempo a alejarse, no pudo evitar la bofetada que Sara le dio con tanta fuerza, que le echó la cabeza hacia atrás.

—¡Fuera!, salid del agua ahora mismo.

Izan decidió tirarse a la piscina para poder poner distancia entre ellas, pero llegó demasiado tarde. Esta vez Alex la cogió sin miramientos del pelo y la volvió a meter bajo el agua. Tras la bofetada, una neblina roja de furia se apoderó de ella y sólo sintió que Izan la obligaba a sacar a la otra mujer del agua tirando él de su propio brazo.

Sara emergió tosiendo agua y lloriqueando, más asustada que verdaderamente perjudicada porque sólo había estado bajo el agua unos segundos.

—Todos lo habéis visto —lloriqueó angustiada—, ha intentado ahogarme.

—No seas exagerada —le soltó Alex, bullendo de furia—, te merecías mucho más que eso.

—¿Izan?

—¿Estás bien? —Él le cogió la cara y la miró con intensidad para comprobar que no estaba herida— Sal con ellos y ve a cambiarte para comer, luego te veo.

—Eso, ve a lloriquearle a él a ver si consigues llamar su atención, ya que no lo consigues de otra manera.

“Cállate Alexia, no es asunto tuyo”.

—Cállate de una vez, ¿es que no has tenido bastante por hoy? —Alex lo miró dolida —Salid todos fuera. Cambiaros de ropa y preparaos para ir a comer, luego pasaremos todos por la sala de masajes.

Un silencio sepulcral se hizo en la piscina. Sólo se oían los sollozos de Sara que se alejaba con el grupo y que echaban furtivas miradas a los dos que aún estaban en la piscina.

—Tú te quedas —le indicó a Alex con furia, cuando vio que se proponía salir del agua también.

Alex lo miró preocupada. Aunque ya lo había visto otras veces enfadado, sus gestos indicaban que esta vez estaba dominado por una furia extrema. Sus ojos la miraban de tal manera que ella temió que pensase en golpearla después de todo. No supo si estaba enfadado porque nunca le hacía caso o porque había asustado un poco a Sara. Sus ojos se encendieron de nuevo por la rabia que aún sentía.

—Se merecía mucho más que eso y lo sabes —le soltó, sin importarle que él apretase aún más los dientes y cerrase los puños, quizás para evitar golpearla a ella —¿Puedo salir del agua? Tengo frío —añadió ante su silencio.

—¡¡Te aguantas!! —su grito la sobresaltó. Él se pasó las manos por el pelo para quitarse las gotas que le caían por la cara y se le metían en los ojos

—Ha empezado ella y te recuerdo que a la que han golpeado es a mí —”y de eso no te preocupas”, dijo para sí. Deseaba irse a dormir. Un cansancio extremo se había adueñado de su cuerpo después de haberle abandonado la adrenalina del momento anterior,

—¿Te ha merecido la pena? Asustarla como has hecho —le aclaró al ver la duda en sus ojos.

—Ella me ha golpeado.

—Y tú has intentado ahogarla.

—No es cierto. Sólo quería darle su merecido y asustarla un poco. Era eso o devolverle el golpe. No me gusta la violencia física.

—Pues nadie lo diría —añadió él, pasándose las manos por la cara con frustración —Tienes un problema de agresividad —le soltó de pronto—, y la pregunta que te hago es ¿qué vas a hacer al respecto? No aceptaré peleas en mi campamento. Es la regla número uno, claro —añadió sarcástico—, como llegaste tarde, todo eso te lo perdiste.

—Ella ha sido la que me ha golpeado. Para ser sinceros, yo no me meto nunca con nadie, ¿por qué no le recuerdas tus estúpidas reglas a la snob llorona, que es la que golpea y azuza a los más débiles?

—No me digas cómo tengo que hacer mi trabajo —le aconsejó mirándola con frialdad—. Luego hablaré con ella. Ahora estoy hablando contigo, ¿por qué tienes que estar atosigando e insultando siempre a la gente, Alex?

Cómo la miraba con esos ojos grises que parecían preocupados por ella, tuvo que bajar la vista, desconcertada.

—No lo sé —añadió ella finalmente después de pensar un rato lo que poder contestarle.

Él si lo sabía. Solía pasar cuando en un grupo alguno se las daba de duro. Los demás tenían siempre la idea de ponerlo a prueba a ver si era cierto. En el caso de ella, nadie sabía que era sólo fachada. Que en el fondo estaba asustada y sentía que su mundo se desmoronaba sin saber cómo hacerle frente.

—Podías intentar contener un poco ese genio que tienes.

—Lo intentaré —prometió dócilmente.

Él estudió su reacción. Ya no parecía estar tan enfadada. De hecho, parecía cansada y vulnerable. Algo se agitó dentro de Izan que hizo que bajase unos grados su mal humor “¡esta mujer acabará conmigo!”

—¿Qué voy a hacer contigo? —susurró él mirando como ella empezaba a tiritar. Era cierto que nunca empezaba un conflicto y esta vez Sara se merecía lo que Alex le había hecho. Ella ya se sentía suficientemente culpable e incluso asustada por su propia reacción.

—Podías dejar que saliera del agua, me estoy muriendo de frío.

Él se apiadó de ella y asintió.

—Un minuto.

—Me disculparé con ella si quieres —añadió en silencio.

—Como para ser justos, ha sido ella quién ha empezado, hablaré yo con ella. ¿Qué tal el pómulo?

Se acercó para mirárselo de cerca y le movió la cara con un dedo bajo su barbilla, para observársela con mejor luz. Parecía que Sara la había golpeado con un anillo que llevaba porque su pómulo se empezaba a hinchar lentamente.

—Sobreviviré —susurró, deseando que la soltara. Sentía que el dedo con el que le sujetaba la barbilla la quemaba, allí donde la estaba tocando y sus ojos mirándola de cerca la estaban poniendo nerviosa. Como si pudiese ver lo que su alma escondía. ¡Después de todo, también se había preocupado por ella!

—Sí, eso creo —vio la desconfianza en sus ojos y su cuerpo se fue tensando a medida que su inspección se alargaba más de lo necesario. ¡Interesante reacción!, estaba claro que su cercanía no le gustaba, no era eso lo que las mujeres le decían constantemente, ¡se moría por saber el motivo de su rechazo! No sabía si era él, porque no le gustaba, como tan a menudo se lo recordaba, o tenía relación directa con todos los síntomas que presentaba desde su secuestro. Supuso que un poco de todo.

Suspiró, la soltó e hizo como si no se diese cuenta del suspiro de alivio de ella y la ayudó a salir del agua

—Cámbiate de ropa y ve a comer. Nos vemos allí.

Salió del gimnasio, casi corriendo.

Izan se quedó allí, lleno de preguntas.

Veintiún días Alexa

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