Читать книгу Veintiún días Alexa - Lola Toro - Страница 6
CAPÍTULO 2
ОглавлениеVolvió a mirar al cielo, lamentándose del inclemente sol que la hacía sudar y que le había pegado la camiseta a la espalda donde llevaba apoyada la mochila, que comenzaba a pesarle mucho más de los kilos que pesaba.
“¿Cuánto serían?, ¿20 Kilos? ¿15Kg? Parecía llena de piedras en vez de muda de ropa y productos de aseo”
Iba caminando detrás de Izan y de Luis, que miraba hacia atrás de vez en cuando, lanzándole miradas de aliento. Hubiese preferido ir de las últimas en la fila porque así podría ir a un ritmo más cómodo como veía con envidia que hacían los demás, que caminaban sin importarles alargar la fila y descolgarse un poco unos de otros. También iban hablando entre ellos. Se les oía reírse de vez en cuando.
Pero Izan sabía perfectamente lo que hacía cuando le había dicho que ella fuese tras ellos. Así la obligaba a llevar un paso, que, aunque no llegaba a ser rápido, sí lo era bastante más del que ella hubiese preferido llevar.
El maldito sol, la estaba matando.
Se lamentó de no haberse acordado de echarse la crema protectora, cosa que solventaría en cuanto se parasen a descansar. Llevaban ya casi 10 km, porque en el km 5 se habían encontrado a un grupo del campamento esperándolos a un lado del camino de tierra por el que iban, para renovarles el agua, pero como habían salido con retraso, gracias a ella, como Izan se encargó de recordarles a todos de nuevo, no permitió que nadie se sentara. Por lo que supuso que iban a llegar al km 10 de un momento a otro.
La posición que llevaba le permitía observar a los dos hombres por detrás sin que ellos se percataran de ello. Los dos tenían constituciones parecidas, eran altos y delgados, aunque Izan tenía la espalda algo más ancha que Luis y el pelo más corto y con bastante menos canas, debía tener unos quince años menos o así.
Conocía a Luis de toda la vida. Era un amigo de soltera de su madre, así que estaba más que acostumbrada de verlo en su casa y compartir con él muchos de sus éxitos laborales y su gran fracaso matrimonial… También fue una gran ayuda cuando ocurrió lo de su secuestro. Fue la única persona que consiguió que ella le hablase del tema. Pero como recordarlo le dolía tanto, al final se dio por vencido y dejó de insistirle. También fue el que animó a su madre a que la apuntase a ese Campamento, prometiéndole que le vendría muy bien… Ella lo dudaba, pero era cierto que tenía que hacer algo con su vida y por no discutir con su madre…
Oyó a los dos hombres reírse y volvió a centrar su atención en Izan. Llevaba botas de montaña y pantalón corto multi bolsillo, por encima de las rodillas, casi igual que todos ellos. Camiseta negra y mochila a la espalda. Llevaba un tatuaje muy sexi en el gemelo derecho, de lo que parecía ser un árbol de la vida. Estaba moreno por el sol. Se fijó en sus antebrazos y notó los músculos que se adivinaban bajo la camiseta. Era un hombre alto, de 1,85 o así y sabía que había sido militar. Se preguntó si su pelo corto era un recordatorio de esos días. Era un hombre al que las mujeres se volverían a mirar por la calle ya que sus ojos grises destacaban en su cara seria casi tanto como esos labios llenos y sexis que parecían que no sabían sonreír nunca, pero cuando lo hacía, se curvaban de tal manera que su rostro se transformaba de una manera increíble. Sí, sin duda esos ojos de mirada fría de perdonavidas y esa sonrisa perezosa conseguirían a todas las mujeres que se propusiera. En ese momento se volvió a mirarla, como si hubiese notado el escrutinio al que lo había sometido durante los últimos minutos.
—¿Todo bien?
—Cómo si te importara—refunfuñó malhumorada.
El calor la ponía de mal humor.
Él soltó una carcajada, ¡Dios, era una mujer preciosa!, aun estando evidentemente sofocada por el calor, sus ojos azules parecían echar chispas y esa boca de labios gruesos que parecían demasiado grandes para esa cara, solían hacer un mohín divertidísimo cuando se frustraba y él no podía evitar provocarla.
La iba a echar de menos cuando abandonara, porque no le cabía ninguna duda de que lo haría más pronto que tarde.
—¿Quieres dejar de mirarme el culo? —¡Este Marcos era un gilipollas, pero total!, ella se volvió hacia él dispuesta a enfrentársele cuando lo pilló literalmente babeando mientras le miraba el culo.
—Barbie, tienes un culito que sería un delito no mirarlo —y le sonrió cómo si le estuviese haciendo un favor por tener toda su atención.
—¿Barbie? —dijo enfadándose aún más con él— ¡Serás gilipollas!
—¡Eh, eh! —terció rápidamente Izan, poniéndose entre los dos— ¡Esa boquita! —la miró otra vez molesto con ella, “¿es que esta mujer no tenía filtros?”
—Desde luego, Barbie —esta vez Marcos puso aún más énfasis en el apodo, al ver que le molestaba, ¡eso por haberlo dejado en ridículo!— Qué carácter. Vamos a tener que llamarte Barbie gruñona, porque tienes más pullas que un rosal.
—Ya basta Marcos, no seas grosero y tú no hace falta que seas tan borde.
—¿Qué yo soy borde?, y él, ¿qué?
Izan evitó reírse por todos los medios, ya estaba el ambiente bastante caldeado. Marcos la miraba con aire ofendido, por no sentirse halagada por sus miraditas lascivas y ella lo miraba pensando si darle un buen mordisco y arrancarle la cabeza por ser tan baboso.
—Ya basta, Marcos vete atrás con Raúl y Ana, tú, pásate delante con nosotros… —y en voz baja susurró— Esto es surrealista, ¿cuántos años tenéis, doce?
—¿Delante para qué, para que me lo puedas mirar tú?
Izan se quedó tan asombrado que por un momento no contestó, diversas risitas sofocadas se oyeron por la retaguarda.
—No seas ridícula —le contestó él y en voz más baja para que los demás no lo oyeran añadió—, me gustan las mujeres con un poco más de carne en los huesos, los esqueletos andantes no son lo mío. Tu culo estará a salvo conmigo y te daré un consejo —la miró con frialdad—, cuidado con esa boca que te traerá más de un disgusto —y se volvió donde Luis lo esperaba.
—Mi boca y mi culo son problemas míos —añadió dolida. Se dio la vuelta y comenzó a andar de nuevo. No sabía por qué había reaccionado así, pero cuando vio como el hombre la estaba mirando, saltaron todas sus alarmas y no se pudo refrenar.
No se sentaron hasta el km 15 y hacía un calor sofocante. En ese avituallamiento, había fruta cortada y bebidas energéticas. Ella se bebió varios vasos de bebida energética y luego se sentó junto a su mochila que había colocado con cuidado en el suelo. Abrió la mochila y sacó un bote de crema protectora para el sol. Vio como el resto de las mujeres la miraban, un poco sorprendidas, suponía que porque se hubiese acordado de algo así.
—Este sol me achicharrará si no me cuido, podéis poneros crema —ofreció con timidez. Ana se levantó con rapidez y se sentó junto a ella mientras se ponían la crema con cuidado en la cara y los brazos, principalmente. Sara la ignoró directamente.
—El ogro tiene corazoncito —indicó Luis a Izan, que miraba como Ana hablaba con ella mientras se ponían la crema. Se sorprendió aún más cuando se quitó las botas y los calcetines y comenzó a ponerse una crema que supuso que sería para las rozaduras—, y no es tan descerebrada como pensabas.
—Ya veremos —indicó sin querer dar su brazo a torcer.
—Vámonos —gritó poniéndose en pie y colocándose su mochila. No miró si lo seguían porque los murmullos de queja que oía le indicaban que todos se estaban preparando para marcharse.
—¡Alex! —gritó, volviéndose para mirar cómo se ponía las botas y se ataba los cordones con rapidez.
—¿Sí? —ella gritó desde donde estaba, intentando así poder ganar un poco más de tiempo mientras cogía su mochila y hacía una mueca de disgusto al notar el peso que tenía.
Sonrió a su pesar.
Tenía que empezar a estar cansada. Primero porque no parecía una persona que hiciese largas distancias a menudo y segundo por el peso extra de la mochila. Veía las miradas de compasión que le dirigían los hermanos y Samuel, parecía que aún con sus malas contestaciones, su gesto como poco heroico, le hacía ganar adeptos.
—Vente donde pueda verte y donde no puedas descargar tu ira sobre nadie más —murmuró medio en broma.
—Siempre puedo descargarla sobre ti —indicó ella con sonrisa torcida.
—Me arriesgaré.
—Un chico valiente.
Risas sofocadas.
¿Es que esta mujer no callaba nunca? Hacía que mantener una tregua con ella fuese imposible.
—Deberías saber cuándo es mejor callarse —la amenaza velada no surtió efecto.
—Nunca es mejor callarse.
—Puedes provocarme tanto como quieras, las pelirrojas con mal humor no me impresionan.
—No tengo mal humor, lo que pasa es que me provocas.
—Claro, eso será…
Ella comenzó a andar tras él y Samuel lo hizo tras ella, le agradeció con una sonrisa el detalle.
—¿Ves?, lo haces todo el tiempo.
—Cállate un poco —indicó él, sin acritud
—¿Y si no quiero?
—Alex, ¡ya está bien!
Ella miró a Luis sorprendida de que la recriminara a ella. Pensó en contestarle, pero al ver como la miraba Izan decidió ignorarlos a ambos. Cogió su iPod y se puso música. Se abstrajo por completo de las miradas que todos le echaron.
—¿Qué se supone que tenemos que hacer con eso?
Izan la miraba como iba totalmente concentrada con la música que llevaba.
Se habían parado a comer, ella había cogido su sándwich y su bebida energética y se había sentado sola, mientras comía con ganas, pero totalmente absorta en lo que oía.
—Bueno, oficialmente no es ni un teléfono ni una Tablet. —Izan miró a Luis que sonreía mientras miraba a la chica, que seguía absorta de los comentarios que estaba provocando.
—Traerá problemas —sentenció Izan mirando de reojo como Sara comentaba con los demás, mientras la señalaba a ella apartada en un extremo.
—Y aquí viene el primer problema —susurró Luis al ver a Sara acercarse.
—Oye, Izan, ¿no se supone que no podemos traer ningún objeto tecnológico?
—Es un iPod, de eso no se dice nada. Creo que me superan las nuevas tecnologías —dijo para suavizar un poco el problema que veía venir—, tendré que revisar las normas para el año que viene.
Sara no se dio por vencida y se sentó frente a ellos en el suelo, como estaban todos.
—Ya, bueno, pero se sobreentiende.
—Sara, escuchar música no es lo mismo que hablar por teléfono —indicó Doc, que no conseguía que en los dos años que la conocía, le gustase esa mujer. La había visto ser una mujer increíblemente melosa y sexi con los hombres que le interesaban y totalmente fría y despectiva con todos los demás. El año anterior la había visto sacar sus armas de mujer con Izan y aún seguía mostrando esa cara falsa e interesada con él y sabía que Izan la tenía calada desde el primer día.
—Bueno Doc, no será lo mismo, pero también la aísla de los demás y la ayuda a evadirse. Nosotros no tenemos esa opción. Creo que las normas deben ser para todos igual.
Y eso era lo que Izan temía que pasara. Cuando todos supieran que Luis la conocía de antemano, podían pensar que la favorecía, aunque no fuese cierto.
—Sara, hablaré con ella. Pero te recuerdo que las normas no dicen nada al respecto. De todas formas, dado que la situación de Alex hoy es tan inusual, sé que tú eres capaz de ponerte en su situación y dejárselo al menos por lo que resta de día.
Sara lo miró sorprendida. El tono de voz de Izan le había sonado de manera más suave, cosa que nunca había oído antes y sus ojos, ¡Dios! ¿esos ojos la habían mirado sin esa frialdad que solía ver en ellos? El campamento volvía a resultar todo un reto ahora que él parecía estar receptivo a sus encantos.
Tragó saliva y le acarició la mano sin importarle que Luis estuviese delante.
—Claro, por hoy haremos la vista gorda. Yo hablo con los demás, no te preocupes. Pero házselo saber ¿vale?
—Hablaré con ella… y tú me debes una —le dijo a Doc en voz baja —y la Barbie gruñona también —añadió cuando la otra se alejó.
No sabía bien por qué, pero había preferido engatusar un poco a Sara para que se olvidara del tema, que darle el gusto y quitarle el iPod a Alex, que era lo que tenía que haber hecho. Algo le decía que seguramente se arrepentiría más adelante de haberle concedido ese pequeño detalle.
—Bien, vámonos —anunció poniéndose de pie. Ella se levantó también y se estaba poniendo la mochila de espaldas a él. Izan se acercó, dispuesto a contarle que tenía que entregarle esa noche el iPod y se dispuso a enfrentarse a su mal humor cuando se lo dijese. Pero no se esperaba para nada su reacción cuando le puso la mano en el hombro para llamar su atención.
Se volvió tan rápido, que él no se dio cuenta hasta que ella le propinó un certero puñetazo en la boca y cuando le iba a propinar un segundo, atinó a cogerla la mano y apretársela.
—¿Pero qué demonios?, ¡mierda, mierda! —murmuró cuando sintió la sangre en su boca. Le retorció el brazo en venganza y entonces vio sus ojos totalmente aterrados y la sintió retorcerse para que la soltara —¡está bien, soy yo, soy yo! —y la soltó levantando las manos en actitud de rendición. Ella lo miró y vio como sus ojos aterrados poco a poco se iban enfocando en él hasta reconocerlo.
—¡Lo siento, lo siento, me has dado un susto de muerte! —lo miró consternada al verle la sangre en la comisura de la boca.
—Ya me he dado cuenta. —Él la miraba aún confundido por la reacción de ella. Le quitó los cascos que llevaba y los nocturnos de Chopin, alto y claro, llegó a sus oídos. ¿Quién demonios se ponía música clásica en un iPod? Había visto en sus ojos la mirada de un animal aterrado y había reaccionado como uno acorralado, dándole un buen derechazo, por cierto. Por un momento se preguntó qué le podía haber ocurrido para reaccionar así—. Venía a decirte que nos vamos y que ese maldito aparato me lo tienes que entregar esta noche, para evitar, entre otras cosas, que vuelva a suceder lo mismo con otra persona.
—Claro. —Ella se apresuró a apagarlo y a guardarlo y él supuso que era por su sentimiento de culpa por lo que había accedido sin discutir. Fuere cual fuere el motivo, había solucionado un problema con tan sólo un labio partido.
—Déjame que te ponga hielo en la boca. —Ella intentó tocarlo y él se echó hacia atrás no sabiendo bien porqué— ¡Lo siento mucho, de verdad! —se sonrojó y él pudo apreciar que tenía varias pecas dispersas sobre el puente de la nariz que la hacía aún más hermosa de lo que era.
—No importa, ya cojo yo el hielo. Por cierto, tienes que mirarte ese problema con la agresividad que tienes. —Él le sostuvo su mirada hasta que supo que lo había entendido— Cuando creas que estás preparada, habla conmigo, yo podré ayudarte —y se alejó de ella y se reunió con Doc, que lo esperaba con un trozo de hielo envuelto y se lo puso en la boca sin decir palabra.
35 km y ya no podía más.
¿A quién quería engañar? No estaba preparada para eso. Sólo habían pasado unas pocas horas y ya quería tirar la maldita mochila y marcharse a su casa. No podía más con sus pies. Aunque pensaba que no le habían salido ampollas, cada vez le costaba más seguir andando. Culpaba al exceso de peso, lo que hacía que apoyar los pies fuese un calvario. ¡Ardiendo, los puentes de sus pies los llevaba ardiendo y no se veía con fuerzas de seguir los 15 km que le faltaban! Sus riñones le iban dando latigazos desde hacía varias horas y los músculos de sus piernas estaban rígidos. ¡Se moría por estirarlos un poco!
Miró de reojo a los otros del equipo que no parecían ir mejor que ella, ¡y eso que no llevaban la puta mochila!; pensó en tirarla por el barranco y la sola idea de librarse de ese peso la animó un poco.
Luis se rezagó un poco y se puso a su altura para caminar con ella. Izan ni siquiera se inmutó.
—Lo estás haciendo muy bien, debes sentirte muy orgullosa de ti. Mírate, seguro que nadie daba un duro por ti esta mañana y ahora todos te miran asombrados. Esto debe indicarte que eres mucho más fuerte de lo que crees.
—¡Ay, Doc, ya no puedo más! —y para poner más énfasis se paró en medio del camino e intentó agacharse para aliviar su dolor de riñones. Evidentemente el peso de la mochila se lo impidió.
—Claro que puedes. En la siguiente parada comeremos un poco y podrás descansar.
—¿Has decidido abandonarnos, ya?
Ni siquiera le había visto acercarse. Se tensó ante su tono divertido. ¡Le avergonzaba tener que darle la razón a él! Pero no encontraba fuerzas de poder seguir soportando tantas molestias físicas.
Izan, viendo que no le contestaba, decidió pincharla un poco más. Sabía que no soportaría los 50 km. De hecho, no esperaba que hubiese llegado tan lejos y debía admitir que tenía mucha más fuerza de voluntad de lo que pensaba y también mucha más ira. No había podido quitarse de la cabeza su cara cuando la asustó y la manera extrema de reaccionar. Todo eso había despertado su curiosidad.
Ese coraje podía usarlo en su contra, de todos modos, poco más tenía ella que perder.
—Ya te dije que te ahorraras el esfuerzo que has hecho, las mujeres como tú no necesitan sufrir tanto para conseguir lo que quieren. Les basta con llamar a su papaíto.
—Izan, cállate.
Ignoró a Luis que lo miraba enfadado.
—¿Qué sabrás tú de las mujeres como yo? —repuso con furia, pero no se movió del sitio y eso le dijo a Izan que no la había provocado lo suficiente.
—Que sois todas unas cobardes y cuando tienen que enfrentarse a algún reto que suponga un mínimo esfuerzo, se rinden sin haber intentado luchar siquiera.
—¿Es eso lo que hizo la persona que te importaba, rendirse sin haber luchado? ¿Por ese motivo odias tanto a la gente que dices ser como yo?
Izan se sorprendió de esa deducción tan certera. Nadie, excepto Luis, por qué él se lo había contado hacía tiempo, sabía lo que había pasado con su mujer. Lo miró sorprendido y él negó con la cabeza,
¡No, no se lo habría contado, ni a ella ni a nadie! Ninguna otra persona había sido capaz de asociar su odio con un hecho así. En ese momento la odió aún más por ser capaz de leer en él tan fácilmente.
—Márchate si quieres, al final nos estás retrasando —y esas fueron las palabras que la obligaron a continuar.
Izan siguió subiendo sin importarle lo que hiciera ella.
—Avisaré para que vengan a por ti —añadió sin volverse.
—No hace falta, seguiré.
—Vamos Alex —la animaron los dos hermanos al pasar junto a ella—, ya ha pasado lo peor —y todos juntos siguieron subiendo la montaña.
No recordaba cómo había terminado de subir al campamento base. Sólo sintió una inmensa alegría y un gran orgullo cuando se quitó la mochila y la tiró al suelo, sentándose ella allí, respirando hondo y sintiéndose más cansada de lo que se había sentido nunca. De hecho, pensó que no le importaría hacerse un ovillo y dormir en el suelo.
—No os tiréis al suelo —dijo Izan, indicándoles que se levantaran, todos sin excepción había seguido a Alex y se habían tirado al suelo soltando las mochilas junto a ellos— si os enfriáis, luego no habrá quién os levante. Sobre todo, a ti, Alex. Os enseñaré el campamento. —Comenzó a caminar despacio, esperando a que todos lo siguieran para comenzar a enseñarles los distintos espacios que había en el recinto cerrado que era el campamento base.
—Esa es la cocina abierta. Siempre habrá comida preparada y caliente. Ese es el comedor —añadió señalando una tienda enorme abierta por los laterales para ventilarla y poder ver a los que se encontraran allí. En su interior, había una mesa donde cabían todos sin problema de espacio—. Ese es el dominio de Doc, la enfermería. Ese es el pabellón cubierto —indicó una nave enorme que estaba cerrada— con la piscina y el gimnasio, esa la pista de carreras —señaló a la espalda de donde estaban todos, indicando unas enormes jaibas de rayas—. Esas son vuestras tiendas con baños individuales, ¿qué pensabas, Marcos?, ¿Qué os traería a un cuchitril? —le gustó la mirada alucinada con que lo estaba contemplándolo todo—Tú mismo señalaste antes lo que pagáis por veintiún días de campamento. Lo mínimo que puedo hacer por vosotros es ofreceros lo mejor —añadió con orgullo en la voz. No podía evitarlo, se sentía muy orgulloso de poder ofrecerles todas las comodidades—. No encontraréis nada igual en ningún sitio. Ahora a las duchas, comeremos en treinta minutos y os quiero aquí a todos sin excepción —miró a Raúl—, quiero que te compruebes el nivel de azúcar y se lo digas a Doc, ¿OK? —el chico asintió — Y antes de indicaros las habitaciones, creo que todos os merecéis un fuerte aplauso y en especial Alex por el enorme esfuerzo realizado. Tengo que reconocer que me has sorprendido, nunca pensé que lo conseguirías.
Ella no pudo evitar sonrojarse y sentirse tontamente satisfecha por las palabras de él, mientras aplaudía como todos los demás.
—Así se hace, Barbie —gritó Raúl haciendo reír a todos.
Ella estaba tan cansada que ni siquiera le importó que la llamaran por ese estúpido mote.
Se sentía como si estuviese dentro de un cuento de las mil y una noches. Las habitaciones eran enormes jaibas con techos preparados por si llovía. Los baños estaban en un anexo a la tienda y la bañera en la que estaba sumergida hasta el cuello, estaba dentro de la habitación, separado de la cama por una especie de biombo gigante… era una preciosidad y no tenía nada que envidiar de esas cabañitas de lujo y eran muchísimo más originales. Pensó en la cama enorme que había visto cuando entró y suspiró pensando en tumbarse en ella y dormir los veintiún días que estarían allí. Se obligó a salir de la bañera y quitarle el tapón para evitar la tentación. Cogió una enorme toalla y, envolviéndose en ella, se obligó a caminar hacia la cama para vestirse… Se puso unos vaqueros cortos y una camiseta de manga larga; no se olvidaba que estaban entre montañas y que, en el mes de mayo, las noches aún eran frescas, aunque el día hubiese sido muy caluroso. Cogió el bote de crema hidratante cuando Ana entró en su tienda.
—¡Toc , toc! —dijo divertida desde la puerta y corrió la cortina para entrar— ¿Puedo entrar? ¡Dios! ¿no te encanta este sitio? ¡Ay, cremita! —añadió al verla con el bote en la mano. Lo cogió cuando Alex se lo tendió y se dispuso a echársela sobre los brazos que llevaba algo quemados del sol— A mí no se me ha ocurrido echarla —se acercó a ver lo que ella había sacado de la mochila grande y había dejado sobre lo que se suponía que era el mueble que haría de tocador. Se sentó ante el enorme espejo que tenía el mueble—, con todo esto —dijo haciendo un gesto para abarcar lo máximo posible—. Me resulta muy difícil pensar en que a partir de hoy llegaremos tan cansadas que no tendremos tiempo ni de mirar donde dormiremos. ¿Puedo preguntarte qué esperas encontrar aquí?
Alex la miró en silencio y pensó qué le podía contestar. La chica le caía bien. No la miraba como lo hacía Sara, como si fuese un insecto que no se mereciese un minuto de su atención.
—Para serte sincera, espero poder encontrarme a mí misma… —y ante la mirada extrañada de la otra mujer, añadió:— Digamos que necesito encontrar un camino que seguir, últimamente he estado un poco perdida.
La otra asintió, dando su respuesta como nueva.
—Tú eres militar ¿no? —preguntó a su vez, recordando algunos retazos de lo que Doc le había contado sobre los integrantes del equipo de ese año.
—Legionaria —miró el reloj y dijo:— vamos tarde. Si no salimos ya, vendrá la caballería a por nosotras. Me encanta que seas tan borde y ver cómo provocas a Izan —le susurró como si fuese un secreto—, parece que no está acostumbrado a que le cuestionen la autoridad y creo que va a ser muy divertido veros con las lanzas levantadas.
—Bueno, me alegro de que te vaya a servir de entretenimiento —y añadió para cambiar de tema—. No me has dicho por qué estás tú aquí.
Ambas mujeres se levantaron para salir
—¡Oh!, lo mío es más sencillo. Es un reto personal y una apuesta con mi hermano. No hay motivos ocultos en nosotros.
—Chicas, vais tarde, os estamos esperando.
Raúl iba a asomar la cabeza en la tienda cuando se encontró con ellas que salían.
—Barbie, me encanta tu pelo.
Ella lo miró sin saber si enfadarse con él o no, por llamarla de esa manera. Le caía bien el hermano. Le caían bien los dos hermanos para ser unos desconocidos… ya que no le gustaban los desconocidos. ¡Dios, ya no le gustaba nadie! Se dijo para sí ¡Ni siquiera se soportaba a sí misma la mitad de las veces! Se tocó su pelo que, al habérselo lavado, aún lo llevaba mojado y suelto sobre su espalda. Era totalmente ajena a las miradas masculinas que atrajo su largo pelo suelto del color del bronce fundido y a la de envidia que le dirigió Sara cuando vio que incluso Izan la seguía con la vista.
Ya había caído la noche y una brisa fresca hacía que las ramas de los árboles, que había en el recinto, se balancearan. Ella miró el cielo, donde las estrellas comenzaban a asomar tímidamente. Se oían grillos cantar y una lechuza ululó no demasiado lejos de allí.
¡Este sitio es precioso!, no le importaría salir a pasear por los alrededores, aunque sus piernas se quejaban en voz alta.
Entraron en la tienda que hacía de comedor donde todos estaban ya sentados a la mesa. Ella se sentó junto a Luis, que le sonrió orgulloso al verla. Los dos hermanos se sentaron a continuación. Izan estaba sentado conversando con Sara, que la miró con fastidio por hacer que este desviara la vista hacia ella
“¡Todo para ti, gilipollas!”
Marcos estaba sentado a continuación de Izan y la miró con ojos de lobo hambriento.
“¡Cómo la Mata Hari pasa de ti cuando tiene a Izan cerca, vienes a echar las redes aquí!”, pensó con hastío.
—Lo tuyo ha sido una gran sorpresa —Samuel la miró con ojos amistosos. Estaba sentado junto a Marcos y decidió que ese hombre parecía ser buena persona—, creo que nadie apostaba por ti esta mañana.
—Eso indica, pequeña Barbie, que las apariencias engañan.
Ella miró a Marcos con ojos asesinos.
—¡No me llames así! —”Ya estamos otra vez”.
—¡Oh, venga ya!, el chico lo ha hecho todo el tiempo y de él no te has quejado.
—Pues no me gusta que me llames así, ya te lo he dicho, ¿te llamo yo gilipollas a ver si te gusta?
—Desde luego que borde eres.
¡Ya empezamos! Izan vio como los ojos de ella se iban oscureciendo según aumentaba su nivel de enfado. Decidió intervenir antes de que la liaran más.
—Basta ya ¿podemos cenar en paz?
Marcos levantó las manos, indicando que la conversación había terminado por su parte.
—No me gusta ese estúpido apodo, estoy cansada de decirlo.
—Es un piropo, Alex —añadió Raúl disculpándose —, eres una mujer muy bonita y tu aspecto físico parece el de una muñequita. Nunca hemos querido burlarnos de ti—añadió algo turbado—, aunque hoy nos has sorprendido a todos. No eres tan débil como pareces.
—Bueno, tampoco es para tanto —intervino Sara, que no le gustaba nada no ser el centro de la conversación—, esto es una carrera de fondo, aún quedan veinte días de sufrimiento.
—Lo conseguido por ella hoy no lo hace todo el mundo —añadió Doc, sonriéndole orgulloso.
—Claro, ¿tú que vas a decir?, es amiga tuya. Harás lo que sea por ayudarla.
Doc fue a replicar, pero Izan le indicó que callara.
—Escucha Sara, aquí jamás se ha beneficiado a nadie siendo conocido o sin serlo. Ofendes a Doc por pensar algo así, aun sabiendo como sabes que eso no es cierto. Te pido que te disculpes con él.
—No hace falta Izan, según pasen los días ella misma comprobará que aquí nunca se ha beneficiado a nadie.
Sara asintió con la cabeza y Alex se sorprendió al comprobar que era cierto que allí la palabra de Izan era la ley y que ninguno se atrevía a cuestionarlo. De todos modos, entre tanta y tan diversa gente, era normal que pusiera orden para conseguir que todos se llevaran más o menos bien o sería una guerra. Vio como Sara la miraba con mala cara por haber sido reprendida como una niña
“¡Eso te pasa por mala persona!”
Alex no pudo evitar sonreírle divertida, pero su sonrisa se borró cuando comprobó que Izan la había pillado mirándola. ¡Dios, ese hombre era capaz de acojonar al más valiente con sólo una mirada de esos fríos ojos grises, que ya estaba empezando a conocer! Por unos segundos estuvo a punto de gritarle “¡ha empezado ella!”
Cenaron pasta y ensalada y Alex se retiró a dormir según terminó porque se dio cuenta que comenzaba a dormirse sentada en la silla. No vio que los ojos de Izan la seguían hasta cerrarse el frontal de su tienda, ni el suspiro que dio antes de volverse y seguir hablando con Doc.
—Tu pequeña Barbie nos va a dar más de un quebradero de cabeza —Y no sabía en ese momento cuanta verdad había en sus palabras.