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CAPÍTULO 5 Dia 3

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El día siguiente amaneció triste y amenazando tormenta. Un viento frío soplaba del norte, lo que había hecho bajar las temperaturas casi diez grados, por lo que parecía más un frío día de marzo que de finales de mayo. Izan y Doc estaban tomando café mientras esperaba que aparecieran los integrantes del equipo para desayunar todos juntos, como hacían todos los días.

Izan esperaba a Alex con curiosidad para ver cómo se comportaba ella ante él tras lo sucedido el día anterior, ya que ni siquiera salió para cenar. Doc había entrado a comprobar varias veces cómo se encontraba y se la encontró todas ellas profundamente dormida. Izan se cayó que también se acercó de madrugada, para comprobar que dormía, no tan plácidamente como debería, por el estado en que vio las sábanas de su cama, pero dormía, al fin y al cabo, que era lo que más necesitaba para reponerse, tanto física como mentalmente.

—Dios, Izan, no esperaba que pudieses avanzar tanto en tan sólo unos días.

Él pensó bien lo que decirle, ya que había estado dándole vueltas la mayor parte de la noche.

—Creo que todo se debió a que cuando baja la guardia sus fantasmas escapan a su control y ya no sabe cómo controlarlos. Doc, ¡es una bomba de relojería!, no sé qué hubiese pasado si en vez de sucederle conmigo le hubiese pasado con cualquier otro.

—¿No pensarás en echarla del campamento? —le sujetó la mano, alarmado— Izan, no tendremos otra oportunidad como esta. Sólo necesitamos tenerla vigilada.

—Lo sé.

Miró a Doc, cansado. Se había pasado la mayor parte de la noche pensándolo y aunque por una parte pensaba que sacarla de allí era lo correcto, una parte de él se negaba a perderla de vista y no seguir su caso hasta el final. Sabía que podía ayudarla, aunque comenzaba a costarle dañarla, ya fuera psicológicamente, o de alguna otra manera. Se negó a pensar en el por qué. ¡Ella ni siquiera le gustaba como persona! Estaba llena de aristas y era mal hablada y desconsiderada. Siempre le habían gustado las mujeres suaves, con carácter menos hosco y curvas generosas. Pero cuando pensaba en sus ojos azules y ese pelo de un rojo encendido… ¡tenía que estar loco!

Y el motivo de su locura acababa de salir de su tienda y se dirigía a ellos con cara de pocos amigos.

—¡La mejor defensa siempre es un buen ataque! —murmuró Izan, divertido. Y sonrió con la única intención de molestarla.

—¿Desde cuándo lo sabes?

Ella puso las manos sobre la mesa con fuerza y se agachó para que sus ojos se encontrasen al mismo nivel.

—Buenos días para ti también, Barbie.

Añadió el apodo por el placer de molestarla un poco más y ver sus ojos echando chispas.

—Vete a la mierda —susurró en un siseo.

—Esa boca—simuló reñirla para no reírse por la situación.

—A ti te mataré por bocazas —miró rápidamente a Doc para decírselo y volvió sus enfadados ojos otra vez sobre Izan.

—No te atrevas a dudar de su profesionalidad —Izan la cogió por uno de sus antebrazos con fuerza. Ella se sorprendió de la furia que demostraba y lo rápido que salió a defender a su socio—. Debería darte vergüenza pensar eso de tu amigo.

Izan pensó que, del pequeño secreto entre ellos, no tenía por qué enterarse.

Ella miró a Doc, y, al ver dolor en sus ojos, se arrepintió de inmediato.

—Lo siento, Doc. Pero me gustaría saber cómo se enteró, si no fue por ti.

—No te mereces ninguna explicación por desagradecida, pero te diré que estuve en el FBI unos años. No fue difícil rastrear un nombre falso y sumar dos más dos —cosa que sí era verdad que había hecho, una vez que su socio le contó todo sobre ella.

La mujer en cuestión pareció dar por buena la explicación y se apiadó de Doc, que no había abierto la boca todavía. Le cogió la mano con cariño.

—Por favor, perdóname. Ya sabes cómo soy.

El hombre le apretó la mano y le sonrió, demostrándole que la había perdonado.

—Ahora aparca ese mal humor que es muy temprano y siéntate a desayunar. Vienen los demás.

Ella se sentó frente a Doc y esperó al resto, que se sentaron rápidamente a su alrededor.

—Buenos días, Barbie.

Marcos sonrió ante el gesto de ella al oír el odioso apodo.

—Estoy hambriento, ¿Izan, qué vamos a hacer hoy? Parece que va a llover.

—Eso parece. —Izan analizó el cielo unos minutos y volvió sus ojos a Raúl—. Hoy haremos pista americana.

—¿Lloviendo? —Sara también miró fuera, donde gruesos goterones comenzaron a caer de manera perezosa, cómo si no tuviesen decidido lo que hacer aún— No seas perverso Izan, podíamos hacer algo en el interior

Alex se imaginó por su tono de voz lo que le gustaría a ella hacer en el interior con él. Pero Izan no pareció darse por aludido, en ningún aspecto.

—Sólo es un poco de agua… Creo que no encogeréis… Coged fuerzas. Sobre todo, los que anoche no os dignasteis a salir de la jaiba para cenar, que, por cierto, ya sabéis que no quiero que os saltéis ninguna comida, sobre todo tú, Raúl.

—Dios, me acosté después del masaje y no he dado señales de vida hasta esta mañana. No sabía que estaba tan cansado.

—Pues excepto Samuel y yo, los demás estaban como tú.

Marcos apuró su café y miró fuera, pesaroso.

—Si esta lluvia aprieta un poco más, esa pista americana se convertirá en un lodazal antes de la primera vuelta.

—Pues que ilusión.

Alex no pudo evitar murmurarlo mirando a Izan con toda la intención y, al no recibir respuesta, añadió.

—No sabía que fueras un sádico. —Seguro que eso sí lo haría reaccionar, pensó molesta ¡Dios, se había levantado de un humor de perros!, comenzaba a dolerle la cabeza por no descansar bien. Se había pasado la noche en un inquieto duermevela que la había dejado cansada y con ganas de pelea.

—No tienes ni idea, pequeña Barbie —y la sonrisa lobuna que le dirigió no la tranquilizó en absoluto.

Marcos tenía razón en que la pista se convirtió en un lodazal con el agua que comenzó a caer con fuerza.

No tardó ni quince minutos en estar calados y helados hasta los huesos.

El ejercicio era un circuito circular donde había primero que correr 5 Km en la pista que lo rodeaba. Se suponía que para calentar las articulaciones antes de hacer los ejercicios específicos de la pista americana, que consistía en correr pisando entre neumáticos de coche 1 km. Luego tenía que pasar sobre un tronco suspendido, que atravesaba un enorme lodazal. Luego había que trepar por una pared casi vertical de unos cinco metros de altura, agarrado a una cuerda, que te ayudaba a trepar por ella. Volvías arrastrándote por una pista llena de alambres a la altura de las rodillas y acababas trepando con una barra sujeta a dos palos, que tenían una especie de escalones para poder trepar por ella, sólo ayudándote por el impulso de tus brazos. Por la enorme complejidad de ese ejercicio había una alternativa, que era subir por una cuerda deslizada de manera vertical, que tenía unos nudos cada metro aproximadamente, para ayudarte a trepar por ella. Alex dudaba mucho que sus brazos aguantaran para realizar ninguno de los dos últimos ejercicios.

Contempló a Izan que estaba con ellos, explicándole los ejercicios y se sorprendió al verlo tan tranquilo. Aunque estaba tan mojado como cualquiera de ellos, parecía encontrarse en su elemento. El agua no parecía molestarle en absoluto.

Ella contempló su camiseta, que, al estar mojada, se ceñía a su pecho como si no llevase nada puesto. Al perfilar todos esos músculos marcados, no pudo evitar que su boca se le hiciese agua. ¡Estaba para mojar pan! Y lo peor de todo era que él lo sabía y parecía totalmente inmune a las miradas lascivas que le lanzaba Sara y ella misma, lo que lo hacía mucho más sexi.

Izan agradeció el agua fría que lo enfriara de las miradas que Alex le lanzaba de vez en cuanto, cuando pensaba que no lo advertía. De las de Sara ya estaba acostumbrado. No era de extrañar en ella. ¡Umm! ¿pero de Alex? Era deseo puro lo que podía ver en sus ojos, no se imaginaba que ella lo pudiese desear. De hecho, estaba seguro de que, si se lo hiciese ver, ella lo negaría, ya que apenas lo soportaba y el sentimiento era mutuo. Pero estaba claro que el deseo tenía sus propias reglas y no tenía nada que ver con el sentido común. Lo de desearse era un rompecabezas que encajaría en su momento. Pero que estaba dispuesto a comprobar hasta donde los llevaría más adelante. Primero tenía que solucionar sus problemas más urgentes y luego se dedicaría a ella. ¡Dios, le apetecía tanto poder catarla como si fuese un helado, con largos lametazos lentos! ¡O zampársela de un rápido mordisco! Pero primero era lo primero.

—Si no tenéis más dudas, adelante. Primero son los 5 km a la pista y luego empezáis el circuito, no hace falta deciros que hay que acabar todos los ejercicios.

—¿Qué pasa en el caso de no poder terminar el último?

—Quién no acaba una prueba se queda fuera, esas son las reglas Alex, ya lo sabes.

—Pero no lo veo justo. Mira lo que está cayendo.

—Pues pon una queja.

—Eso es un maldito lodazal, ¿cómo crees que podremos arrastrarnos por ahí?

Izan la miró divertido antes de replicar.

—Sólo es barro, Alex.

—Pues entonces arrástrate tú, ¿no te jode?

La sonrisa de Izan se borró.

—Alex no voy a discutir contigo, cuanto antes acabéis, antes nos iremos todos a las duchas y nos pondremos ropa seca.

—No pienso arrastrarme por el barro, como si fuese un cerdo.

Y cruzó los brazos para dar más énfasis a sus palabras.

—Estás en tu derecho de hacer lo que quieras. Si no lo vas a hacer, coge tus cosas y lárgate —le espetó, molesto—. Resulta que la marquesita no puede mancharse con un poco de barro.

Lo dijo para provocarla. Estaba claro que su mal humor había empeorado bastante, probablemente por la incomodidad de la lluvia, pero no iba a concederle deferencia alguna. Las cosas eran así. Las normas estaban claras. Los ejercicios había que terminarlos con el tiempo atmosférico que hiciese. ¡Una pena después de todo! ¡Pensaba que tendría más aguante!

—Eres un arrogante, incapaz de ver más allá de tu maldito ombligo. Empecemos de una vez que pueda perderte de vista.

Izan sonrió, pensando en cómo iba a disfrutar haciéndola embadurnarse de barro.

—Gracias a nuestra querida Barbie, estáis todos penalizados con veinticinco flexiones que tendréis que hacer una vez terminado el circuito.

Ella abrió los ojos sorprendida y continuó con sus quejas.

—Eres una alimaña de la peor clase.

Izan volvió a sonreír, ¡esa mujer era increíble! Lo miraba con ojos furiosos. Le caía el agua de la cara, formando surcos mientras bajaba por su cuello, como pequeños ríos desbocados. Estaba tan furiosa que él pensaba que podría evaporar el agua de su rostro, por el calor que transmitía.

—Acabas de sumarle al equipo veinticinco flexiones más.

—Eres… eres…

Izan podía ver como su cerebro buscaba un insulto suficientemente malo, para poder gritárselo.

—Adelante Barbie, me muero por oír tu siguiente insulto.

—¡Barbie, por Dios, cállate de una vez!

Ella miró a Samuel entre sorprendida y apenada y entendió que no podría ganar esa batalla con Izan, lo que le provocaba más frustración que otra cosa.

¡Odiaba esa sonrisa arrogante y esa mirada de perdonavidas que con tanta frecuencia le dirigía!

—¿Qué, ya no hay más insultos? ¡Lástima! Necesitas aprender qué batallas puedes ganar y cuáles no. Así te ahorrarás muchas frustraciones en el futuro.

Se mordió literalmente la lengua y salió a correr antes de lanzarse sobre él y golpearlo, que era lo que deseaba.

Aún estaba maldiciéndole en silencio cuando se dio cuenta que estaba arrastrándose por el barro, intentando no engancharse en los alambres de espinos que veía sobre su cabeza. Apretó los dientes y evitó pensar en el barro frío y pegajoso que se pegaba a su cuerpo sin piedad. Se imaginó poder estampar la arrogante cara de Izan en el barro y eso le causó una gloriosa visión, que hizo que mostrara una gran sonrisa.

Cruzar el tronco haciendo equilibrio no le causó ningún problema.

Se encontró peleando con la cuerda que había para poder escalar la pared vertical que tenía delante. Al tener poca fuerza en los brazos, se encontró resbalando hacia abajo por la cuerda, quemándose las manos en el proceso.

—Escucha Alex, te será más fácil si coges carrera y das un salto. Así te encontrarás con menos recorrido. Debes intentarlo como si hicieses rafting. Intenta andar por la pared, en vez de forzar tus brazos.

Miró a Samuel que estaba detrás de ella esperando su turno.

Tanto Marcos como Sara habían trepado por la pared sin esfuerzo. Se sorprendió de que los hermanos estaban escalando la cuerda final, con bastante estilo y sin ningún esfuerzo físico. ¡Malditos legionarios!

Ella cogió aire y se concentró mentalmente en lo que debía hacer para superar la pared.

Se dio cuenta de que estaba helada. Llevaba calada hasta la ropa interior, y sus zapatillas dejaban charcos por donde pisaba. Sus manos le ardían. Se las miró y vio los surcos rojos que las cuerdas le habían dejado. Sólo era la piel levantada, pero el agua que le chorreaba por ellas le hacía escocer mucho las heridas.

Cogió carrera y saltó en el último momento agarrándose a la cuerda y plantando los pies con fuerza sobre la pared. Cerró los ojos ante el dolor que sintió en las manos, al pelárselas aún más con el roce de la cuerda.

—Aguanta ahí —la animó Samuel desde abajo— e intenta subir caminando despacio por la pared.

Ella lo intentó y consiguió avanzar unos pocos pasos.

—Ya lo tienes, sigue así un poco más.

Los que habían terminado estaban a su lado animándola desde abajo, colocados todos junto a Samuel.

—Tira con los brazos y camina otro poco.

—No puedo tirar con los brazos —gimió pensando que, si soltaba la cuerda y volvía a caer, no le quedarían fuerzas para volver a subir.

—Tira un poco más y verás como sí subes.

—Vamos Alex, ya lo tienes.

Izan la observaba en silencio junto a los demás. Sabía el esfuerzo que necesitaban hacer las personas que disponían de buen nivel físico y veía el que estaba haciendo ella. Pensó nuevamente que, si caía, difícilmente podría volver a subir.

—Vamos Barbie, un último esfuerzo. No puedes rendirte ahora.

Ella lo oyó desde lo alto. Sentía los músculos de sus brazos empezar a temblarle por el esfuerzo de soportar su peso durante tanto tiempo. Y le vino a la mente la idea de que no quería marcharse. Estaba disfrutando con ese grupo que no le exigía nada. Le gustaba el sitio donde estaba y se sentía bien por no tener que estar en su casa encerrada y poder estar haciendo cosas nuevas, en un momento, en que lo daba todo por perdido. No quería volver al agujero en el que había estado metida en los últimos meses, así que sacó la poca fuerza que le quedaba y, cuando se dio cuenta, estaba sentada a horcajadas, en el borde superior de la pared, respirando con dificultad y mirándose las arañadas manos.

Miró hacia abajo y sonrió cuando todos comenzaron a vitorearla.

—Ahora tú.

Animó a Samuel que hizo lo mismo que ella y, al coger impulso, sobrepasó casi la mitad de la pared. Ella lo animaba desde arriba y le dio la mano cuando lo tuvo a su alcance para ayudarlo a terminar de subir lo que le faltaba. Casi la tiró de la pared al sujetarse a ella, lo que hizo reír a todos.

—Bueno —le dijo cuando se sentó junto a ella encima de la pared—, sólo nos queda la cuerda vertical y no tengo ni idea de cómo voy a subirla.

—No va a desaparecer ni a subirse sola por más que la mires. Alex, vamos, no tenemos todo el día. Los compañeros están cansados.

—Calla de una vez. Yo también estoy cansada —le murmuró enfurruñada, y volvió a concentrarse en la cuerda, como si fuese un jeroglífico que pudiese resolver si lo miraba con atención.

Izan intentaba animarla a subir.

Ella lo había intentado ya dos veces y apenas había logrado subir un metro

—¿Te puede sujetar alguien la cuerda desde abajo?

—Ya sabes que no.

Lo miró molesta de nuevo. Él levantó una ceja divertido, invitándola a que lo insultase de nuevo. Ella resopló y él soltó una carcajada.

—Vamos pequeña, tú puedes hacerlo, hasta yo he podido.

Miró a Samuel que había podido subir la cuerda, no sin esfuerzo, en el primer intento.

—Alla voy —saltó agarrándose a la cuerda con las manos, pero al no encontrar el apoyo del nudo, se resbaló quemándose las manos de nuevo.

¡Qué dolor! ¡Qué dolor! ¡Dios! Se cubrió las manos bajo las axilas mientras daba vueltas sobre sí misma intentando que se le pasase un poco el dolor.

—Eso ha tenido que dolerle —susurró Ana apenada.

—Déjame verlas —intentó apartarse de él—, estate quietecita.

Izan se las cogió sin contemplaciones y miró las heridas hechas con la cuerda. La mayoría era sólo la piel levantada, pero había algunas más, donde la cuerda le había quemado con más intensidad que comenzaban a sangrarle un poco. La miró a los ojos sin decir palabra, quizás intentando adivinar cómo se sentía. Miraba las manos y sus ojos de manera alternativa hasta que suspirando la soltó.

—Difícilmente podrás subir con las manos en esas condiciones.

Ella lo miró asustada.

—¿Tendré que irme?

—Lo siento Barbie, pero son las normas.

Ella vio pesar en sus ojos. Se sorprendió al comprobar que no parecía que quisiese que se fuera y ella no quería irse.

—¿Puedo usar guantes?

Izan la miró confundido

—Podrías, si tuviéramos.

—Bien.

Y sin pensárselo dos veces, se quitó su camiseta mojada, ante la cara de sorpresa de todos. Era como si su hubiese puesto una diana en el pecho, ya que al llevar la camiseta antes, esa zona no la llevaba manchada de barro como llevaba todo lo demás, incluida parte de su cara y su pelo.

—Alex, ¿qué demonios estás haciendo?

—Tirad de ahí —les dijo a Marcos y a Samuel, que entendieron lo que ella quería hacer con la camiseta.

Con dos tirones la rompieron por la mitad y ella se envolvió cada mano en un trozo, improvisando unos guantes. Saltó a la cuerda y esta vez se sujetó con sus largas piernas a los nudos existentes y empezó a subir con lentitud, pero subía.

Izan no sabía bien lo que hacer. Se sobresaltó cuando ella se quitó la camiseta y se quedó con el sujetador deportivo y tuvo la loca idea de golpear a los compañeros que se la comían con la vista. ¡Esa mujer estaba loca y lo iba a volver loco a él!

No podía decirles que dejasen de mirarla. En ese momento sólo se podía ver su espalda y sus piernas sujetándose como un pequeño mono a la cuerda. Y seguía subiendo ante los silbidos divertidos de los demás.

—Barbie, hemos podido vislumbrar el tamaño de tus tetas. No estás tan delgada después de todo

—Ya te digo —Samuel la miraba sorprendido, como si de golpe le hubiesen salido dos cabezas.

—No seáis borde —recriminó Raúl a sus compañeros, aunque también la miraba desde abajo, sin apartar la vista de su espalda.

—Esta mujer es una caja de sorpresas —continuó Marcos, mientras la veía subir a lo más alto y comenzar a bajar.

Sara observaba a su vez a Izan, que no le quitaba ojo a la mujer que lentamente bajaba por la cuerda.

—Alex, intenta no resbalar, esos guantes no te servirán de mucho si te caes —y añadió mirando a Marcos—, cierra la boca de una vez.

El hombre lo miró extrañado por el tono de voz de Izan. Curiosamente parecía estar enfadado con ella por quitarse la camiseta, en vez de estar contemplando el bonito espectáculo que tenía delante.

Sara pensó que tenía que hacer algo rápido con Izan. No le gustaba nada las miradas que veía que él le lanzaba a esa maldita pelirroja, raquítica y malhablada.

Se encargaría de él esa misma noche, decidió con una sonrisa.

—Por Dios, tápate un poco —le pidió Izan cuando bajó de la cuerda.

—No puedo taparme con la camiseta —le señaló ella, quitándose los improvisados guantes y enseñándole los dos trozos de tela, algo manchados de sangre.

—Toma, ponte la mía.

Izan se quitó su camiseta, que estaba igual de mojada que la de todos, y se la pasó a ella por la cabeza con rapidez. Le estaba enorme.

“¡Huele a él!”, pensó un poco azorada y miró su pecho desnudo con disimulo.

Tenía un pecho moreno y algo musculoso, con los abdominales marcados. Estaba visto que se cuidaba. Una línea de vello negro rodeaba sus pequeños pezones para bajar por su abdomen y perderse bajo la costura de sus pantalones cortos.

Alex se obligó a apartar la mirada.

—Bien, vistas las circunstancias y que no deja de llover, nos saltaremos por hoy vuestro castigo y daremos por terminado el entrenamiento del tercer día. Lo habéis hecho muy bien. Me debéis cincuenta flexiones.

Alex estornudó con fuerza en ese momento. Los demás rieron por la sincronización.

Izan también sonrió.

—Y Alex acaba de indicarme que todos necesitamos un baño caliente y cambiarnos de ropa. Volvamos al campamento. Y tú pasa por la enfermería que Doc te cure esas manos.

Ella asintió y se fue con los demás, al sentir el olor de la camiseta, tenía la incómoda sensación de estar entre los brazos de Izan. Miró su impresionante espalda desnuda con un nudo en el estómago. ¡Demasiada sequía sexual!

Ese hombre le hacía sentir mariposas en el estómago, y no tenía claro que le gustase.

Veintiún días Alexa

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