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CAPÍTULO 1 DIA 1

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Izan volvió a mirar al grupo que formaba un círculo a su alrededor esperando que les dijera qué hacer.

Algunos ya se conocían de otros años anteriores, entre ellos Samuel, su ejecutivo con problemas de obesidad. Seguía pesando unos 110 kg, igual que el año anterior.

Tuvo que retirarse a tan solo dos días de terminar el campamento por haberse roto un pie en una mala caída de un ejercicio.

Lo miró con afecto. Era un buen tipo.

Esperaba que este año tuviese más suerte.

También estaba Sara, directora ejecutiva de una gran empresa internacional, que se derrumbó psicológicamente una semana antes de terminar el campamento.

No le gustó cómo lo miraba, como si fuese su siguiente plato en el menú del día. Hablaría con ella como hizo el año anterior, para dejarle claro que no estaba interesado y que fuese a tirar sus redes a otro lado. Seguro que encontraba a otro rápidamente.

Era una mujer espectacular. Tenía que concederle eso.

Tenía un cuerpo proporcionado y lleno de curvas. Cintura estrecha, piernas largas, busto perfecto y era consciente del efecto que tenía en los hombres. Tenía cara con forma de corazón, con boca de labios carnosos y sonrisa fácil, ojos del color del chocolate caliente y pelo largo, negro como la noche, recogido en una cola de caballo alta, que le ayudaba a resaltar sus bellos rasgos.

¡Sí, debía concederle que era una mujer hermosa!

Como pensaba Marcos, el tiburón de la bolsa, que no le quitaba el ojo de encima e intentaba por todos los medios llamar su atención. También estaban los gemelos, Ana y Raúl, de veintipocos años, ambos militares, que apenas habían hablado con nadie desde que llegaron y que en ese momento susurraban entre ellos. Ana soltó una carcajada y pegó un empujón cariñoso a su hermano. El resto del equipo se volvieron a mirarlos y sonriero.

Izan pensó que le gustaba el equipo de ese año. Los que habían llegado, por lo menos. Bastante variopinto como a él le gustaba. Que hubiese gente de todo tipo solía darle más vida al equipo y hacerlo más competitivo.

Volvió a mirar su reloj intentando controlar su mal humor que empeoraba por momentos… llegaba tarde … ¡¡Alex Quiroga se atrevía a llegar tarde!! y su socio Luis, o Doc, como todo el mundo lo llamaba por ser el médico del equipo, le había avisado que debía quedarse a esperarlo.

Miró el camino de entrada como si pudiese así conseguir que se materializara la persona que hacía, por una vez en la vida, que se retrasara el comienzo de su X Campamento de Resistencia Extrema.

—¿Esperamos a alguien, Izan?

Miró a Samuel que era quién le preguntaba.

—Nos falta una persona —aclaró, sin querer entrar en más detalles.

—Entonces somos ocho contando con Doc y contigo —añadió Marcos.

—Mis grupos suelen ser de diez personas. Este año he aceptado a menos gente. Prefiero daros así un trato más personal —explicó a Marcos.

—¡Guau, no está nada mal!, contando con el precio que tiene por persona este campamento, se va a llevar un buen pellizco por tan solo veintiún días de trabajo. Espero que merezca la pena.

Izan lo miró con frialdad, ¡menudo idiota! No esperaba que dijese eso en voz alta, aunque fuese verdad.

—Puedo garantizarte que te valdrá la pena… Si aguantas hasta el final, claro está. —Lo miró evaluando su reacción.

—Jamás me rindo. Esa palabra no entra en mi vocabulario —declaró orgulloso—, tendrás que esforzarte mucho si esperas a que yo renuncie… —Le miró con cara de suficiencia—. Puedo tutearte, supongo.

Izan asintió y sonrió mientras lo escudriñaba con ojos fríos.

—Ya veremos cuanto aguantas… Mi misión aquí es encontrar vuestros límites, tanto físicos como mentales, y llevaros allí para que los enfrentéis… Créeme cuando te digo que no todo el mundo es capaz de soportarlo.

—Te repito que nunca en mi vida me he retirado de nada… Ya he estado en campamentos como este —le recordó por si no lo sabía, cosa que ya había leído en su dosier—. Izan, no podrás conmigo… de hecho —añadió retador—, tengo que aclararte que he venido a este campamento porque me han dicho que era el mejor. En el anterior que estuve no tuve ningún problema en acabarlo casi sin haberme cansado.

—Entonces estoy seguro de que conseguiremos cumplir tus expectativas.

O eso esperaba.

Izan recordó el dossier que tenía de este hombre. Poner sus motivaciones personales, objetivos a conseguir y miedos a superar, era de obligado cumplimiento cuando rellenaban la hoja de solicitud para su campamento. Por experiencia propia, sabía que todos, sin excepción, mentían, y ahí estaba él para averiguar dónde habían mentido y sobre todo el por qué. Por eso era tan bueno en su trabajo, porque era capaz de averiguar lo que cada uno escondía, incluidos sus más profundos miedos y secretos.

Marcos era bróker profesional. Un hombre exitoso, con una carrera meteórica. Todo un triunfador al que le gustaban los deportes de aventura, esos en los que se buscaba la adrenalina… Puénting, vuelo sin motor, paracaidismo. Un hombre seguro de sí mismo… Y si estaba allí, era porque necesitaba superar sus límites que él mismo decía no saber si los tenía, ni cuáles eran.

¡Te los encontraré! ¡A ver si eres tan duro como quieres hacerme creer!

Una nube de polvo apareció de repente por el camino de entrada, lo que indicaba que un coche se acercaba a toda velocidad.

¡Por fin! Esa sería su oveja perdida.

El coche que venía a una velocidad excesiva dio un frenazo, parando entre una inmensa nube de polvo que levantó en el recinto de tierra donde estaban. Eso hizo que el mal humor de Izan escalara otro grado más…

El grupo que esperaba se quedó mirando el coche de alta gama del que rápidamente se bajó un chofer uniformado y abrió la puerta trasera para ayudar a su ocupante a bajarse.

Izan miraba furioso el coche y al chófer y esperaba impaciente al descerebrado que en ese momento se bajaba del coche para poder decirle lo que pensaba de él por tener la poca delicadeza de llegar tarde; y encima era un niño de papá, con chófer, que estaría acostumbrado a conseguirlo todo en la vida a golpe de talonario o por la influencia de su papaíto… Dios, ¡¡¡como odiaba a la gente así!!! Tampoco tendría ningún reparo en pedirle que se marchara por donde mismo había llegado. Ya que, por experiencia, sabía que ese tipo de personas se derrumbaban en cuanto comenzaran a sudar un poquito. Sonrió al pensar que se quitaría al niñato de en medio de inmediato, así que su enfado también bajó.

Del coche bajó una bota de montaña y una pierna, larga y torneada, que al momento reconoció que pertenecía a una mujer. Abrió los ojos por la sorpresa.

Ella bajó del coche y dijo algo al chófer, que se apresuró a sacar del maletero la gigantesca mochila reglamentaria del campamento, dejarla junto a ella, montarse de nuevo y salir a toda velocidad por donde mismo acababa de entrar sin mirar ni decir una palabra a ninguno de los que allí aguardaban.

Alex enderezó la espalda y se dio la vuelta mirando al grupo que estaba junto a ella con la misma intensidad con la que se sabía observada. Su manera de levantar la cabeza, con orgullo, le pareció a Izan que se estaba dando fuerzas para enfrentarse a ellos. Los miró uno a uno, dándose cuenta de la expectación que había despertado llegando con el coche y el chófer.

“¡Espero no arrepentirme de esto!”, se dijo mentalmente. ¿Cuándo aprendería a decirle que no a su madre?

Paseó la mirada por cada uno de ellos intentando devolverles un poco de la incomodidad suya por ser el centro de atención. Cuando miró a Izan, vio el desagrado en sus ojos y levantó una ceja inquisitiva… Izan le sostuvo la mirada y durante unos minutos ella se negó a dejarse intimidar.

“¡Dios, que no sea este el grupo al que voy!”. No se sentía preparada para enfrentarse a un hombre que la miraba con tanto desprecio

Miró agradecida a un monitor que pasaba junto a ella y se acercó rápidamente a preguntarle algo… lo que fuera para no tener que acercarse al hombre de ojos grises que no le quitaba la vista de encima haciendo que se pusiese aún más nerviosa de lo que ya estaba.

Izan suspiró aliviado cuando vio que le indicaba el edificio de recepción y ella se alejaba de allí con paso rápido. Se volvió a concentrar en su grupo, que aún la miraban alejarse.

—Acabo de enamorarme de esa diosa pelirroja —dijo Marcos, suspirando de forma dramática.

—Por Dios, ¡si es una Barbie! —contestó Sara, que no estaba dispuesta a dejar que ninguna otra le hiciese sombra.

—¿Por casualidad no será la persona que esperamos?

El tono de anhelo hizo sonreír a Izan.

—Creo que no. —“Menos mal”, pensó para sí… Su rechazo inmediato hacia ella le sorprendió. No solía juzgar a la gente tan a la ligera ni dejar que su mal carácter le aconsejara.

—¿Has visto el tamaño de sus piernas? —Marcos no estaba dispuesto a cambiar de tema y esta vez se lo preguntó a Samuel esperando que él lo apoyara— Creo que le llegaban a las orejas.

—¿Cómo puede gustarte ese saco de huesos? —insistió Sara.

—Las Barbies acaban de subir a mis muñecas preferidas —terció Raúl—. Esta es un bombón, aunque algo delgada para mi gusto.

Sara bufó dando a entender a todos lo que pensaba al respecto.

—Chicos y señoritas, ya está bien —Izan los miró a todos intentando zanjar el tema—, cambiemos de tema, ¿vale?

—Vuelve la Barbie —susurró Ana que estaba colocada frente a la entrada del edificio y la vio salir.

Todos se volvieron a mirar. Incluido Izan, que miró como Doc acompañaba a la mujer mientras hablaba con ella y señalaba a Izan con la mano.

Izan los miró con frialdad, ¡no podía ser lo que estaba pensando! Ella no podía ser… la persona que esperaban.

—Izan, te presento a Alex Quiroga… tu oveja descarriada.

Izan miró a Doc con frialdad. Lo conocía de hacía unos diez años. Habían estado juntos en el ejército y después trabajando juntos en ese campamento y no se dejaba engañar por su tono de disculpa.

Le lanzó una mirada que hizo dudar al otro hombre de acercarse más a él y lo miró con recelo. Pensó rápidamente lo que poder decirle para aplacar la furia que su mirada gris como los cielos de tormenta reflejaban en ese momento.

—Señorita Quiroga —saludó con frialdad sin acercarse a ella.

Si ella notó la entonación que usó en la manera de llamarla señorita, no se inmutó, pero sí notó el desagrado de su mirada, otra vez

—Discúlpeme un momento que tengo que hablar con mi socio.

—Claro.

Doc lo siguió sin inmutarse ante su mirada asesina, aunque pensaba rápidamente qué decirle para que el enfado de Izan se disipara. Por los años que llevaban trabajando juntos, sabía que el humor de Izan cuando se enfadaba era terrible y en ese momento no hacía nada por evitar que su mal humor saliera a flote.

—Izan, escúchame —pidió cuando estaban suficientemente lejos del grupo que los miraba con atención.

—Y una mierda, ¿por qué no me dijiste que Alex era una mujer?

—¿Qué más da que sea mujer? Eso nunca te ha importado —replicó molesto, dando un tirón del brazo que Izan le había cogido para casi arrastrarlo hacía donde estaban hablando. Izan lo soltó y lo miró de manera tan fría, que Luis estuvo a punto de dar un paso atrás. Cuando Izan miraba así, sabía que muchos hombres se habían acobardado. Conocerlo de muchos años le daba la garantía de estar a salvo con él.

O eso pensaba.

—Me importa que me hayas mentido.

—Yo no te he mentido —se defendió su socio.

—Ah, ¿no? ¡Alex!

—Que tu pensaras que Alex era un hombre no me convierte en mentiroso.

Izan volvió a mirarlo con frialdad, Doc no se amilanó.

—¿Dónde está el problema? —le preguntó suspirando cansado

—El problema es que me has engañado con ella y lo sabes. No voy a llevarla con nosotros.

Esta vez fue Doc el que lo cogió por el brazo sin importarle que lo mirara entrecerrando los ojos.

—No puedes hacer eso, ella ha pagado como todos los demás.

—Devuélvele su dinero.

—No podemos hacer eso y lo sabes. Puede demandarnos.

—Mírala —le gritó furioso Izan, volviendo a Doc hacia ella

—Ya lo hago ¿cuál es el problema? —la miró junto con Izan desde la distancia que los separaba y luego se volvió a enfrentarse a Izan de nuevo— ¿Por qué no te gusta, Izan?, ¿por qué no tienes un dosier que te diga lo que espera ella de este campamento?, te creía más inteligente.

—No pareces haberla mirado bien —le soltó Izan, dándole un ligero empujón que hizo que Doc resoplara, aguantándose su propio mal humor—, Esa mujer no aguantará ni un solo día. ¿Es que no lo ves? Se la llevará la primera ráfaga de viento que pase.

—Puede que te sorprenda, y si no es así —añadió Doc con rapidez—, pues ya te la quitas de encima. Pero tiene el mismo derecho a intentarlo que todos los demás.

—¿Por qué?

—Por qué, ¿qué? —dijo Doc, haciéndose el desentendido.

—¿Por qué está ella aquí, saltándose todos los procedimientos y todas las normas? —lo miró entrecerrando los ojos mientras especulaba con rapidez— ¿Quién es?

—Ya sabes quién es.

—¿Quién es para ti?

Doc evitó su mirada.

—No sé qué quieres decir.

—¡Doc!, no me tomes por tonto.

Silencio.

—No vendrá conmigo hasta que no me contestes y lo sabes. Podemos jugar a esto todo el día.

—Te recuerdo que no eres precisamente un hombre paciente —le soltó Doc divertido—. Y ya vamos tarde.

Izan levantó una ceja en respuesta.

—Sólo puedo decirte que alguien muy querido para mí me pidió este favor. Ella necesita esta oportunidad y te pido por nuestra amistad que la dejes salir con el grupo y que llegue hasta donde ella pueda llegar. No te pido un trato de favor —se apresuró a aclararle Doc, al ver que Izan se quedaba mirándola—, solo que le des la oportunidad.

—¿Por qué no tengo su dosier?

“Y la burra al trigo”.

Doc había ensayado mentalmente lo que tenía que decirle sobre ella, para despertar su curiosidad sin revelarle demasiado.

—Su historia personal es complicada. Esa chica necesita que no se la conozca, ni siquiera tú y sabes que aquí más tarde o más temprano los datos del dosier salen a la luz. Ella necesita anonimato… mírala Izan —le cortó Doc—, y dime, ¿qué ves?

El hombre la analizó con ojos críticos.

—Veo una mujer con dinero, tiene unas botas de 600 pavos —le señaló Izan—, ha venido en el coche de papa y se retirará antes de que oscurezca porque las malditas botas que lleva, a estrenar, por cierto. ¡hay que ser inconsciente! Le destrozarán sus preciosos pies. ¿Tienes suficiente?

Se volvió divertido a su socio y espantó con la mano una avispa curiosa que se había acercado a ellos sobrevolando entre la cara de los dos hombres.

—Eso puede verlo cualquiera, pero no has estado tres años trabajando para el FBI, creando perfiles psicológicos, para decir hasta lo que un niño vería. Quiero que la mires y me digas que ve Izan Sandoval, el prestigioso psicólogo del FBI.

Izan suspiró y se pasó las manos por el corto pelo moreno poniéndoselo de punta como un puercoespín.

—No vas a camelarme haciéndome la pelota —pero sonrió derrotado sin poder seguir enfadado más tiempo con Doc. Su socio respiró aliviado y también sonrió sabiéndose ganador de esta disputa.

Izan sabía que evidentemente tendría sus razones y ya tenían que ser poderosas para saltarse el procedimiento habitual. No le gustaba ella; Alex Quiroga parecía ser todo lo que odiaba en una persona. Niña de papá, con privilegios y sin necesidad de luchar por nada en la vida porque podía conseguirlo con las influencias o el dinero de su padre… Esas personas le daban asco. Despertaban un rechazo en él que pensaba que los años ya habrían mitigado, pero al verla se dio cuenta de que seguía tan arraigado como el primer día. La observó unos minutos en silencio. Ella lo miró a su vez, sintiéndose observada por los dos hombres.

Izan comenzó a hablar casi sin darse cuenta.

—Mujer de unos treinta años y de 1,70 de estatura. Pelo pelirrojo natural, por el blanco de su piel —por un momento deseó verla de cerca y comprobar si tendría algunas pecas en la cara típica de los pelirrojos—, de clase alta por la ropa de marca y sus botas de seiscientos pavos ¡a estrenar! —dijo mirando a Doc con sorna— ¡No le quedaran pies al final del día! Está extremadamente delgada, ¿o ha estado enferma? —siguió analizándola con atención— Ahora no lo parece, ¿o ha pasado por una situación de estrés?, alguna pérdida o algo parecido —Izan entrecerró los ojos como si centrándose más en ella pudiese adivinar lo que le había sucedido.

Podía verlo en su actitud. En la manera en que lo observaba todo con ojos nerviosos

—Tiene un alto nivel de estrés. Está tiesa como las cuerdas de un violín y ha estado observándolo todo. —No pudo evitar la sorpresa de su voz— Juraría que ya tiene hecho un mapa con las vías de escape por si tuviese que salir corriendo… y eso, Doc, sólo lo hacen los asesinos o las víctimas que tienen que huir —miró a su socio con seriedad—. Dime ¿en qué situación está ella.?

Doc también la miraba en silencio, luego miró a Izan

—¿Te parece que tiene pinta de haber matado a alguien?

“No”, pensó Izan. Ella parecía haber aguantado bien su escrutinio, para ojos menos observadores que los suyos. Pero se había cogido sus manos y se las apretaba de manera nerviosa, ajena a las miradas curiosas de sus compañeros, que estaba claro que especulaban sobre la pelirroja que esperaba el veredicto de los dos hombres que seguían con los ojos puestos en ella.

—Bien, ¿podemos salir ya?

No tenía sentido alargar más la conversación cuando se había dado por vencido. Doc sabía muy bien cómo conseguir algo de él.

—Cuando quieras, recojo mi mochila. —Se volvió de nuevo al acordarse de algo— ¿Qué pasará con su mochila? —dijo, refiriéndose a la gran mochila que estaba junto a sus pies.

—Si la quiere, tendrá que llevársela. —Los ojos de Izan brillaban divertidos. Parecía que aún conseguiría una pequeña venganza— Los camiones con las otras mochilas salieron ya, y lo sabes. ¡Eso les pasa a quienes tienen la poca delicadeza de llegar tarde!

—Pero…

—Sin peros —le cortó Izan con rapidez—, las normas son las normas. Sin privilegios, ¿recuerdas?

—Izan, sé razonable. Esa mochila pesará unos 30 kg y hay que andar 50 km…

—Lo sé. Ya tiene su primera misión a superar…

—No es justo —dijo Doc alejándose pesaroso al edificio principal. Sabía que Izan no entendería de razones, pero sintió la necesidad de quejarse de todas formas.

“Es posible que al final me deshaga de ella antes de lo que pensaba”, pensó Izan acercándose al grupo, sonriendo sin poder evitarlo. Notó como ella respiraba hondo y se erguía, como preparándose para la batalla.

“Vamos a comprobar de que pasta estás hecha, pequeña Barbie”.

—Bien, parece ser que ya estamos todos. Ella es Alex Quiroga, la persona que faltaba— les presentó al resto de los integrantes del grupo y no le pasó inadvertido la mirada que le dirigió Marcos, ni el gesto de disgusto que le dirigió ella a su vez ¡más problemas! —Os recordaré rápidamente las normas básicas. Esto es un campamento de Resistencia Extrema, y ustedes vienen por voluntad propia, ¡no entiendo por qué! —Todos rieron como él pretendía— Aquí mi voluntad es la ley.

Todos comenzaron a hacer bromas, pero escuchó el resoplido que Alex dio.

—¿Algún problema al respecto? —se sorprendió mucho al oírla contestarle.

—Espero que no —dijo mirándolo a los ojos, que observó él que eran de un azul muy oscuro.

—¿Le importaría explicarse? Si tiene algún problema con las normas, aún puede marcharse.

—Que espero que sea un hombre justo —Izan levantó una ceja de manera interrogativa, ella continuó—, ha dejado muy claro que no le gusto. No se crea que me importa. No vengo aquí para gustarle a usted ni a ninguno. Pero me han contado lo duro que puede ser esto y no quisiera pensar que estaré en desventaja por el malestar que parezco provocarle. Dígame, ¿me odia a mí por llegar tarde o a las mujeres en general?

Se hizo un silencio absoluto al oír las palabras de ella.

Todos lo miraron esperando su reacción. Los que lo conocían de años anteriores sabían que Izan era un hombre justo y estaba allí para indicarles el camino y ayudarles a conseguir las metas individuales que tuviesen cada uno. Pero también tenía un genio temible. Todos intentaban no estar en su camino cuando afloraba su mal humor. El color gris humo de sus ojos cambió a un gris tormentoso y esa mirada podía conseguir que muchos hombres se amilanaran sin necesidad de tener que decir nada. Se sorprendió de que en los ojos de ella no había miedo, “¡una chica valiente!”

—Escuche, usted no me gusta porque ha hecho que todo mi equipo se retrase en su salida. Tenemos un día muy duro sin tener que ir contra reloj porque una niña mimada no ha tenido la consideración de llegar en hora. No me conoce para hacer acusaciones tan desafortunadas —su tono casi consigue que ella se avergonzara, casi…—, no tengo nada contra las mujeres, pero ya que lo ha preguntado, se lo diré abiertamente, es cierto que usted no me gusta.

—Siento haber llegado tarde —dijo ella, mirando a los integrantes del grupo—, pero eso no justifica su mirada recriminatoria de todo este tiempo. Le pediré a Luis que me cambie de grupo —decidió pensando que eso solucionaría el problema— no pienso tolerarlo por más tiempo. No me gusta estar donde no se me quiere.

—No hay ningún otro equipo —explicó Izan sonriendo—, y ya que nuestro desagrado es mutuo, quizás quiera volver a llamar a su chófer y librarnos de su caprichosa presencia.

Se lo quedó mirando en silencio, procesando toda la información.

Estaba claro que a él le desagradaba su presencia, pero no pensaba darse por vencida y retirarse antes siquiera de haberlo intentado.

—Ya le gustaría —dijo ella sonriéndole con desagrado para molestarlo un poco más, “¡Jódete!”— he pagado por este campamento y aunque tenga que soportarlo no pienso dar marcha atrás. Me quedo. Solo espero no tener que tratarlo mucho estos días.

Ella pensó por un momento que deseaba golpearla. No sabía qué la obligaba a ser tan borde, pero él la había mirado con desagrado desde el primer momento en que llegó, como si fuese un insecto al que quitar de en medio y la había puesto tan nerviosa que quería hacerle sentir tan mal como se sentía ella. Solía pasarle cuando se asustaba. Y los ojos de ese hombre le decían que podía ser peligroso.

Doc se acercó a ellos con rapidez. La tensión entre los dos era más que palpable y aunque sabía que él no había hecho nada por disimular lo poco que le gustaba Alex, podía decir a su favor que era un hombre íntegro y un gran psicólogo, además del mejor en el campo de crear perfiles psicológicos. Caía bien a todos los que participaban en los campamentos, todos los años, y era un jefe muy respetado y querido, además de un amigo irreemplazable. Ella no estaba siendo justa por juzgarle tan mal, pero en su favor diría que él tampoco le había dado a ella un respiro desde que llegó.

—Alex, puedo asegurarte de que Izan es un hombre más que justo y que llegado el momento lo necesitarás. Está siendo una mañana de locos y como bien ha dicho antes, empezando el campamento, él es la ley y todos los que vienen aquí lo saben. Puedes ponerte en sus manos, yo pondría mi vida en sus manos, sin dudarlo un segundo —Lo miró unos segundos pidiéndole que dejase de atosigarla—. Él es el especialista en esto. Ni siquiera yo puedo hacerle sombra. En lo suyo, es el mejor —“Y hacerle esperar dos horas no ha sido lo más conveniente esta mañana…” añadió para sí mismo—, así que, creo por el bien de todos que deberías disculparte con él e intentar empezar de nuevo con mejor pie.

Ella lo miró un largo rato, antes de murmurar un “¡lo siento, puede que no hay sido justa con usted!”

El aceptó su disculpa con un ligero asentimiento de cabeza.

“¡Maldita seas, pelirroja, por conseguir sacarme de mis casillas con tanta facilidad!”, pensó. Hacía mucho que nadie lo conseguía. Se jactaba de ser un hombre con nervios de acero, bastante difícil de impresionar. Esa pequeña pelirroja lo había conseguido con unas palabras bien dirigidas. Aunque, para ser sincero, jamás lo habían acusado de no ser un hombre justo con todo el mundo. Rara vez sacaba a relucir el odio visceral que sentía por el tipo de personas que veía reflejadas en ella. Aceptó su disculpa, aunque sabía que entre ellos la guerra estaba declarada.

—Izan, continúa, por favor.

—Aquí soy la ley, les diré cuándo comer, qué comer y cuándo dormir. Cuando salgamos de aquí estarán en mis manos por propia voluntad. Esto es un campamento de resistencia extrema por lo que vienen aquí a superar sus límites, sus miedos y a conocerse mejor de lo que lo han hecho hasta el día de hoy. Os aseguro que sólo terminarán estos veintiún días quiénes sean capaces de controlar sus mentes, porque, créanme, físicamente en unos días todos estaréis deseando volver a casa. No importa la forma física que creáis que tenéis, sólo importará la fuerza de voluntad y vuestro amor propio. Estoy aquí para ayudaros, aunque no lo creáis —la miró a ella de manera rápida en claro aviso—, podéis hablar conmigo de todo lo que necesitéis a cualquier hora del día y de la noche. El dosier que habéis entregado hace unas semanas me ayuda a conoceros mejor, qué esperáis de esta aventura y cuáles son vuestros límites, que ya os advierto que todos los tenemos. Ahora entregaréis vuestros móviles y tablets si los tenéis aquí, en las normas generales está bien claro —indicó cuando vio que ella iba a protestar.

—¡Oh, venga ya! Izan —protestó Marcos al ver que, a una señal suya, un hombre con una camiseta con el logo del campamento se acercaba a recogerle los móviles a todos.

—Aquí no se viene a estar pendiente del teléfono.

—¿Y si tenemos una emergencia? —anotó Ana no muy convencida.

—Si ocurre una emergencia, tenemos los teléfonos de contacto de vuestros familiares, que nos habéis dado vosotros y ellos saben dónde encontraros porque les habéis dado el teléfono de nuestra centralita, que estará operativa las veinticuatro horas del día.

Todos los años se sorprendía de que esta fuese la norma que más les costaba acatar a todos, con diferencia. No se percataban de lo pendiente que estaban de las tecnologías y de lo poco importante que eran, fuera de una emergencia propiamente dicha.

—Espero que entregaran todos los medicamentos que pudiesen necesitar en estos días, Doc, anota para qué los necesitáis y cada cuanto tiempo. Sé que tenemos a un diabético y por eso la insulina la tendrás tú, aunque siempre tenemos de reserva en nuestra farmacia, tenlo siempre en cuenta —miró a Raúl, que asintió rápidamente.

—Doc, por favor.

Izan miró a Alex que hablaba en susurros con el médico cuando lo tuvo delante. Él negó con la cabeza. Ella comenzó a sacar algunas cosas de su mochila y se las quedó mirando cuando él las cogió y las apuntó en el informe de cada uno, que tenía en una carpeta.

—Por favor —susurró nerviosa

Izan se acercó a ellos con curiosidad

—¿Hay algún problema?

—No —se apresuró a negar Luis—, me preguntaba si podía quedarse con las pastillas que tiene para los dolores de cabeza por la tensión, las necesita para dormir.

—Es un medicamento que se te dará si se considera necesario que los tomes, ya te digo que el estrés va a ser el menor de tus problemas.

—Por favor —susurró ella en voz baja—, tú no lo entiendes.

Izan la miró curioso porque ella hubiese pasado a tutearlo y dejar ver su debilidad ante él y vio tal angustia en sus ojos que se preguntó por el motivo que tenía para tomarlas.

—Te las daré si las necesitas, Alex, confía en nosotros, todo irá bien —Doc le apretó un brazo en gesto de consuelo.

Ella se quedó mirando su espalda con esa mirada desolada aún en sus ojos.

—Os aclaro que nos quedamos con los medicamentos porque hubo muchas sugerencias de que os ayudáramos a desengancharos tanto de los teléfonos como de muchos medicamentos. Resulta que, cuando cambiamos de rutina por unos días, no los necesitamos. Los guardamos nosotros y os los daremos si de verdad los necesitáis. Creedme que al final de mes muchos de vosotros nos lo agradeceréis.

—Otras norma básica e inquebrantable es que sois un equipo y se trabajará muchos días por el bien común y, aunque al final todo se basará en el aguante individual de cada uno, no toleraré ninguna falta de respeto para con los demás —miró uno a uno mientras hablaba—. No permitiré que se pise a nadie para beneficiarse uno mismo. No se tomarán drogas de ningún tipo y se beberá el alcohol necesario, sólo en las comidas y una copa por noche. El tabaco es algo personal y mientras no se fumen en las zonas comunes, donde se pueda molestar a los demás, cada uno que haga lo que quiera. No habrá donde comprar tabaco en estos veintiún días, así que espero que llevéis el suficiente para vuestro consumo. Sara, ¿has conseguido dejarlo? —miró a la mujer que estaba a su derecha y que recordaba en su dosier que seguía fumando, igual que el año anterior.

—No cariño, estoy en ello, es posible que vuelva a intentarlo estos días.

—Puedes hablar conmigo si lo necesitas —“y decirte que no me llames así”, anotó mentalmente Izan.

—Lo sé —Sara no disimuló su gesto de placer porque Izan recordara ese detalle de ella.

—Cada uno llevará su mochila pequeña con lo que habéis querido meter en ella. Las grandes, con el resto de vuestras cosas, se las han llevado los camiones que se dirigen al campamento base que está, como todos sabéis, a 50 km de aquí. Y eso nos deja un gran problema, señorita Quiroga —dijo volviéndose hacia ella y mirándola a los ojos—, ¿qué va a hacer con su mochila grande?, porque lo que deje aquí se quedará aquí hasta su regreso. Llegar tarde le ha privado de haber podido mandar sus cosas en los camiones como han hecho sus compañeros.

Ella abrió los ojos por la sorpresa y miró a su enorme mochila donde llevaba todo lo que a su madre se le había ido ocurriendo, aparte de lo que ella pensaba que podía necesitar.

—¿Entonces…? —preguntó confundida

—Tendrá que cargar con su mochila los 50 km hasta el campamento base.

Una risita de Sara se oyó con claridad, los demás susurraron entre ellos sobre lo difícil de la hazaña

—Acepte mi consejo y márchese a casa —Izan no pudo disimular el alivio en su tono de voz— Esto no es para usted.

Ella lo miró al entender su tono de voz. Estaba claro que ese hombre no la quería allí. Pensó en que quizás tuviese razón y debiera volverse. Entonces pensó que había accedido a ir allí porque ya no podía seguir con su vida tal y como estaba. Necesitaba probarse a sí misma, que podía empezar de nuevo y dejar el pasado atrás. Sintió el calor de las lágrimas en sus ojos, había recogido lo poco que quedaba de ella y se había apuntado a esa mierda de Campamento porque pensaba probarse a sí misma, que podía rehacerse de sus propios pedazos rotos y probárselo a sus padres y a sus amigos y ahora… no pensaba darse por vencida.

Se irguió y se pasó una mano por los ojos para aclararse la cabeza y miró a Izan, que no se había perdido detalle de la batalla interna que había tenido con ella misma. Se sorprendió que tuviese aún los ojos llorosos. ¡Fascinante batalla interna! ¡Estaba claro que no se rendía con facilidad!

—No voy a marcharme, ya se lo he dicho. Doc, ¿puedo dejar aquí lo que no necesito de la mochila?

—Claro —le dijo Luis con la voz llena de sorpresa y orgullo —traeré una bolsa donde podrás dejar todo lo que no vayas a necesitar. Y lo tendrás aquí cuando regreses.

Él se apresuró a marcharse y ella abrió la mochila, que, para sorpresa de todos, estaba increíblemente ordenada, por lo que ella pudo ir sacando todo lo que pensaba que no iba a necesitar. Lo metió en la bolsa que acababan de darle y, tras repasar lo que le quedaba en la mochila que se llevaría, miró el sol que hacía, se recogió el pelo en una cola, se puso una gorra, unas gafas de sol, cerró la mochila, que se había quedado casi con la mitad del peso inicial y se la colgó sobre los hombros abrochándosela sobre el pecho para llevarla bien sujeta. Después de adaptársela sobre los hombros, se volvió hacia Izan, que como todos los demás, no había despegado sus ojos de ella.

—Estoy lista, podemos irnos cuando quiera.

Él sonrió entre divertido y asombrado.

—¿En serio cree que podrá llevarla durante 50 km?

—Sí.

No pudo evitar sonreír.

—No diga tonterías… mírese.

—¿Qué me pasa? —exclamó furiosa.

—Aunque pueda hacer la marcha con esa mochila, que no podrá, ¿ha visto sus botas?

—¿Qué pasa con ellas? —se las miró sorprendida— Me dijeron que son las mejores.

—No lo dudo, ¿alguien sabe qué pasa con ellas? —preguntó al grupo.

—¡Que son nuevas! —dijeron varios a la vez.

—Exacto. La primera regla de un marchador es que nunca te pongas botas nuevas en una larga distancia. ¡Te saldrán ampollas antes de mediodía!, y te garantizo que, si acabas la marcha de hoy, convertirán el resto de tus días en un infierno.

—¿Se está preocupando por mis pies? —estaba cansada de que se riera a su costa, el comentario consiguió lo que se proponía, borrar su sonrisa de golpe —¡Qué ilusión!

Él la miró con frialdad.

—Por mí, como si se le caen a pedazos, pero sólo conseguirá retrasarnos. No voy a parar por usted, está avisada.

Ella se estremeció por el tono glacial de su voz.

—No se preocupe, no los retrasaré.

—Bien, luego no diga que no la he avisado, Doc, reparte las botellas de agua que nos vamos.

Y el grupo se puso en marcha, con Izan a la cabeza y con Alex pensando que no los retrasaría, aunque se le fuese la vida en ello; total, sólo serían 50 km.

Veintiún días Alexa

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