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CAPÍTULO 4

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Alex se sorprendió cuando, tras salir de la ducha de su tienda aún con la toalla alrededor de su cuerpo, se encontró allí con Doc, que parecía esperarla impaciente.

—¿Estás bien? ¡Oh, mira tú pómulo! —Se apresuró a sentarla en la cama e inspeccionarle la cara como minutos antes había hecho Izan, sólo que Doc no la ponía nerviosa. Le puso una bolsa de hielo seco que llevaba envuelto en una venda, para no ponérselo directamente sobre la cara y quemársela con él. Ella gimió con el contacto.

—¿Quién te lo ha contado? Estoy bien Doc, es sólo un golpe.

—Te saldrá un buen morado —sentenció, queriendo quitarle importancia al comprobar que realmente se encontraba bien—, te hará juego con el pelo.

Ella no pudo evitar reírse, que era lo que él pretendía.

—Aquí las noticias vuelan. Me he enterado por dos personas diferentes, pero en este caso, Izan ha sido quién me ha informado de todo y pedido que viniese con el hielo, que te iba a hacer falta.

—¡Qué considerado!

—No seas sarcástica, jovencita —le regañó con seriedad—, lo que ha pasado hoy difícilmente dejará Izan que vuelva a pasar. Tenéis suerte las dos de que no os haya mandado ya a casa sin contemplaciones.

—Esa mujer me odia y ni siquiera he hablado dos palabras seguidas con ella.

—Bueno, en eso os parecéis bastante. Tú odias a todo el mundo, no puedes negarlo Alex, nos conocemos demasiados años ya.

—Jamás he golpeado a nadie nunca, sabes que no me ha hecho falta. Normalmente sabes que soy tan borde que llevo colgado un cartel que dice “prohibido el paso”, pero esa mujer ha conseguido sacarme de mis casillas. Por un momento la furia me ha nublado la razón y no me hubiese importado dejarla más tiempo bajo el agua; de hecho, ¡se lo merecía!

—Me das miedo, Alex, de verdad —le acarició el pelo mojado con ternura—. Debes hablar con Izan de tu agresividad.

Ella comenzó a negar con la cabeza

—Él te ayudará.

—No necesito su ayuda.

—Bien sabe Dios que sí, la necesitas. Es el mejor psicólogo para casos como el tuyo —le indicó para intentar convencerla—, estuvo unos años en el FBI —se acercó a ella y le cogió una mano para que lo mirara—. Lo hemos intentado a tu manera, ahora tocará hacerlo de la manera correcta. Está pudiendo contigo, Alex ¿es qué no lo ves?

Claro que lo veía. Llevaba tiempo sabiendo que tenía que hacer algo, pero la aterraba tanto enfrentarse a ello que se decía una y otra vez que todo cambiaría y que terminaría superándolo.

—No pude contártelo a ti entonces y no quiero volver a recordarlo. ¡por favor, déjalo estar! Sólo intento olvidarlo.

Doc la miró ofendido por su tono de voz. No pensaba volver a insistirle. Sabía que era inútil. Sólo esperaba que Izan supiese como conseguir que se abriera a él y contara a alguien lo que había pasado.

—Me llevaré el hielo —Se levantó y se lo quitó de la cara—. Vístete y sal a comer algo. Luego tendréis fisio que te ayudará un poco con las agujetas. Así no tendrás que andar como un robot más tiempo.

—Doc, por favor, no te enfades.

Él se volvió desde la puerta, y le sonrió con tristeza.

—Vístete que vas a coger frío.

Y se fue, dejándola más sola que nunca.

¡Ojalá pudiese contentarle y poder contarle lo que pasó, pero sabía que no pudo hacerlo entonces y tampoco podría hacerlo ahora!, se sentía tan cansada y sola, ¡si tan solo pudiese llorar y dejar que las lágrimas se llevasen toda la angustia y la desesperación que sentía!, como si fuese lluvia que borraba las huellas en la arena. ¡Ojalá fuese tan fácil! Sintió que su muro de contención, que tan cuidadosamente había fabricado a su alrededor para proteger en el rincón más oscuro todo el miedo, la angustia y la desesperación que llevaba dentro, se tambaleaba, amenazando con romperse y dejarla de nuevo desesperada y perdida. Se concentró en respirar, ahogando un gemido y cerrando los ojos para intentar recomponerse. Sólo con su fuerza de voluntad, que cada vez sentía más debilitada, había podido controlarse y volver a aparentar calma. Deseaba acostarse y poder dormir… ¡estaba tan cansada! No le apetecía salir a comer nada y aparentar que todo estaba bien, pero sabía que, si no lo hacía, Doc, o mucho peor, Izan, irían a por ella y tendría que dar unas explicaciones que no estaba preparada para dar.

Pensó en Izan, tan alto, tan moreno, con esa aura de hombre duro que lo rodeaba. Tan seguro de sí mismo, tan implacable. Estaba segura de que no tendría piedad para conseguir lo que deseaba, por lo tanto, era peligroso y lo quería bien lejos de ella y de su, últimamente, bajo autocontrol. Así que respiró hondo, para asegurarse que todo estaba como debía y se dispuso a vestirse con pantalones cortos y camiseta y salió a comer, donde estaba segura volvería a llegar la última.

Intentó dibujar una sonrisa para aparentar que todo iba bien, pero sus ojos estaban apagados y tristes, aún más de lo normal, y eso fue lo primero que Izan observó cuando ella se sentó a la mesa frente a él.

—Pequeña Barbie, eres increíble.

Marcos la saludó aún eufórico por haber acabado primeros en la piscina. Ella decidió que no se quejaría más por ese mote ridículo, ¿Para qué iba a gastar más energía, si va a llamarme así cada vez que quiera?

—Ese cuerpo delgado tiene una energía que no parece posible… ¡oh, venga no te enfades!, debes reconocer que el apodo te viene como anillo al dedo.

—Llámame como quieras, de todas formas, vas a hacerlo —repuso cansada. Ni siquiera hizo caso de la mirada de escepticismo que Izan le dedicó, ante su pasividad.

“¡Piensa lo que quieras! sólo quiero acostarme y dormir”.

Izan se preguntó qué había pasado desde el episodio de la piscina. Antes era todo carácter y todo nervio, a la pasividad y ojos tristes que mostraba en ese momento. Miró a Doc de manera interrogativa porque sabía que había hablado con ella cuando le llevó el hielo, pero él no había podido apagar la luz de sus ojos, ¿o sí?

Doc le indicó con un gesto que luego le contaba e Izan se dedicó a observar el grupo y se le ocurrió una idea que quizás pudiese funcionar.

—Alex, antes no me dio tiempo a darte las gracias por tu apoyo —Samuel se sintió algo avergonzado cuando continuó—, y siento mucho como acabó todo luego. ¿Qué tal tu ojo?

—Según Doc, se me pondrá de un precioso tono morado que hará juego con mi pelo —eso los hizo a todos reír—. ¿Qué tal está tu brazo?

—Bastante mejor, estuve en el fisio antes y me encuentro como nuevo.

—Bueno, me alegro, eso es lo importante.

—Izan, ¿y Sara?

Izan miró a Ana, que era quién le había preguntado. Estaba como siempre, junto a su hermano, que parecía algo cansado.

—Ahí viene —señaló Marcos, haciendo que Izan se abstuviese de contestar—, haciendo una entrada triunfal, muy típico de nuestra Mata-Hari.

Alex se tensó y la miró de reojo, pensando por un momento que pasaría entre ellas después de lo sucedido en la piscina. No quería discutir con nadie más, de verdad que no. Estaba agotada y sólo quería irse a dormir. Sabía que eran síntomas de principio de depresión, ya que no era la primera vez que le pasaba, pero de verdad que estaba físicamente agotada, de todo y de todos.

—Quiero disculparme contigo —soltó Sara cuando llegó frente a Alex—, no tengo excusa para tan exagerada reacción y te pido por favor que me perdones.

Por la manera en que a continuación miro a Izan, Alex supo que había sido obligada a disculparse, de ahí su tono tan poco sincero. Con ganas de que todo volviese a estar como antes, se disculpó a su vez.

—Yo también siento haberme excedido contigo. Estás disculpada.

—Perfecto —añadió Marcos, feliz, dejándole un sitio a Sara junto a él ¡Dios, le encantaba esa mujer! Fría y sin sentimientos, exactamente como él. Y con una cara y un cuerpo de infarto —creo que hay pulpo asado para comer y lasaña.

Comieron entre risas, en un ambiente relajado quizás porque sabían que ese día ya no tenían más nada que hacer, excepto pasar a descargar piernas y dormir el resto de la tarde si quisieran.

—Alex ¿ya no comes más?

Ella miró a Izan sorprendida de que ese hombre, que parecía estar manteniendo una conversación profunda con Ana, pudiese darse cuenta de que ella apenas había comido pulpo y que llevaba un rato jugando con la lasaña de su plato.

—Estoy demasiado cansada para comer —explicó apresuradamente y era verdad,

—Necesitas ir reponiendo las calorías que quemas todos los días, o tus reservas de energía, que en este caso son pocas —señaló con brusquedad, refiriéndose a su bajo peso— se acabarán del todo y ahí terminará tu paso por el campamento. Serás como un coche sin gasolina.

—Lo sé —contestó con cansancio y se quedó observando fijamente el impresionante color gris humo de sus ojos, que podían mirarte con infinita frialdad, hasta volverse de un gris tormentoso cuando se enfadaba, que, con ella, parecía ser bastante a menudo. Miró su rostro de pómulos prominentes y nariz recta, grandes huesos elegantes, para un hombre elegante y bastante seguro de sí mismo, pensó distraída. Estaba sin afeitar, lo que daba más masculinidad a su ya bastante atractivo rostro. Él levantó una ceja en muda interrogación y ella se sonrojó, apartando la mirada, culpable y avergonzada de que la hubiese pillado mirándole. Él solo sonrió y se volvió al resto del grupo.

—He decidido que tendremos una sesión grupal para afianzar lazos. Para justo antes de la cena, eso os dejará unas horas libres después del masaje.

Todos lo miraron con interés.

Las alarmas de Alex se dispararon.

—¿En qué consiste una sesión grupal para afianzar lazos?

Y ahí estaba la cautela en sus ojos y la tensión en su cuerpo, como esperaba Izan que Alex reaccionara

—Justo lo que has oído.

—¿Pero en qué consiste? —insistió ella, cada vez más nerviosa. No le gustaba como sonaba. Preguntas incómodas y confesiones era lo que menos le apetecía en ese momento.

—Luego lo verás, Barbie, ahora ve a darte ese masaje que tus músculos lo están pidiendo a gritos. Deberías aprender a relajarte más y no ser un manojo de nervios andante.

Ella lo miró mientras se alejaba con los demás y no le contestó.

Izan pasó parte de la tarde hablando con Doc sobre la programación de los próximos días y solucionando algunos problemas con el personal que requerían su atención. Doc le contó la conversación que había tenido con ella en su tienda, cuando le llevó el hielo y le confirmó a Izan que también había visto los claros síntomas de depresión que comenzaba a mostrar.

—No tengo claro que tu idea de una sesión grupal esta tarde le venga bien.

—Parece que se comienza a adaptar bien al grupo, contra todo pronóstico —aclaró Izan— y está físicamente más fuerte de lo que parecía. Si queremos que haga progresos, tenemos que empezar a presionarla. Veremos que tal nos va hoy en grupo. No te preocupes que no la presionaré demasiado. Tampoco tiene demasiada confianza en mí, bueno, ninguna, para ser sinceros —añadió divertido—, pero tengo que conseguir que baje sus defensas y para eso hay que conseguir que se relaje. Se sentirá menos amenazada estando en grupo que si lo intento individualmente. Ya te contaré como me va. Ahora voy a ver si han acabado con los masajes.

—De acuerdo Izan, luego me cuentas. Solucionaré el problema con el del hielo y hablaré de nuevo con el del agua, luego nos vemos.

Izan se dirigió a la enfermería donde estaban colocadas las camillas de los fisios, separadas unas de otras por cortinas como si fuesen probadores de las tiendas, para dar intimidad a sus ocupantes cuando la necesitaran. Ahora todas las cortinas tenían los frontales abiertos, ya que sólo estaban masajeando las piernas de sus ocupantes. Se oían algunos gruñidos ocasionales y muchos suspiros de satisfacción.

—Esto sí que es vida, Izan —susurró Marcos, que se estaba calzando las zapatillas porque al parecer ya había acabado— deberíamos pasar por aquí todos los días.

—Podéis solicitarlos cada vez que los necesitéis y obligatoriamente siempre después de una sesión especialmente dura, o una larga marcha.

—Debo reconocer que el año pasado que no teníamos esta oportunidad, se echó de menos. Recuerda que tuvimos una baja exactamente por esto. El gemelo del tipo ese se rompió y no pudo dar ni un paso más… Una pena cuando sólo le quedaban ya una semana escasa —Samuel habló desde dentro de su box, ya que él y Sara eran los dos únicos que repetían la experiencia ese año, por no poder terminarla el año anterior.

—Bueno, ese fue uno de los motivos con los que incluir este año a los fisios, aunque te recuerdo que se supone que debéis venir en buena forma física.

—Tendrás que esforzarte más si quieres acabar con nosotros.

Raúl se reunió con ellos cuando terminó su masaje

—Te aconsejo que guardes tus fuerzas, legionario. Esto no acaba hasta el día veintiuno. Y la suerte también está incluida —habló más alto para asegurarse de que lo oían con claridad —yo tuve que retirarme a sólo dos días por una rotura de tobillo en una mala caída. Esta vez no me retiraré por ningún motivo —Samuel se unió a ellos cuando terminó.

Los fisios se fueron marchando según iban terminando, ya sólo quedaban las chicas.

—¿Qué tal va tu brazo?

Samuel lo estiró para comprobarlo

—Ahora perfecto Izan, esta mañana de verdad que me acojoné cuando pensé que no podría acabar la prueba.

—Tu actitud este año es bastante mejor que la del año pasado —le indicó Izan—, estaré muy orgulloso de poder acreditarte como superviviente el último día.

—La verdad es que, si la pequeña Barbie lo aguanta, será una vergüenza no aguantarlo también.

¡Será toda una proeza si esa mujer lo aguantaba, con el montón de problemas añadidos que arrastraba!

—Os estoy oyendo —gritó ella medio en broma desde el último box.

Todos rieron.

—Pareces un pequeño pajarito capaz de llevarte el viento en cualquier momento, Barbie —le dijo Marcos para provocarla un poco—. Sólo hay que azuzarte un poco para que aparezcas una leona capaz de comerse el mundo de un mordisco.

“¡Si tú supieras!”, pensó Izan, pero se sorprendió de la verdad que había en esa definición. Solo esperaba que esa leona saliera a relucir cuando de verdad lo necesitara.

—Cuídate tu cabeza por si acaso.

Más risas.

—Barbie cuenta con mi devoción más absoluta —susurró Samuel algo avergonzado.

—¡Vaya, vaya! —Izan lo miró con ojos entornados, ¿le había salido un enamorado a la pequeña Barbie?

—Eres un encanto.

La voz de ella sonó más enternecida que otra cosa. No, ella no lo sintió como un enamorado, ¡más como quién descubre un nuevo amigo! Izan se sintió bastante sorprendido por el alivio que acababa de sentir.

—Chicas, ya que tardáis, estaremos fuera tomándonos un café.

—O durmiendo —añadió Raúl cansado.

—Yo estoy ya, pero me voy a dormir —Ana pasó junto a ellos sin pararse.

Sara salió también y le dijo a Marcos

—Anda, invítame a ese café.

—Creo que paga Izan —susurró divertido, porque era sabido por todos que todo lo que comiesen y bebiesen durante el campamento corría a cargo de la organización.

—Pues vayamos a hacerle gasto entonces.

Y se fueron dejando sólo a Izan que se preguntó qué hacía Alex que tardaba tanto. Y como la curiosidad le pudo se acercó a su box y vio que estaba tendida desnuda de cintura para arriba, boca abajo, mientras Fran le masajeaba la espalda y ella dejaba oír leves suspiros de placer, que a Izan le sonaron de lo más eróticos. Se sorprendió cuando en unos minutos se sintió duro como una piedra.

“¡Joder con la pelirroja!”

—Fran, yo terminaré con ella.

El hombre lo miró un momento y asintió sin decir palabra.

Ella levantó la cabeza y fue a quejarse cuando sintió sus manos firmes y frías sobre su espalda, inmediatamente se tensó.

—Relájate, sé muy bien lo que hago.

—Tienes las manos frías —Alex decidió poner esa excusa para no decirle que no quería que él la tocase y poder así avergonzarla con cualquier comentario jocoso.

—En un momento se calentarán —“como yo”, pensó algo avergonzado

—Eres un hombre bastante versátil —y como no podía levantarse así sin más, se obligó a dejar que él terminara para poder irse.

—No tienes ni idea —esa voz tan erótica y sensual, susurrándole en voz baja, le puso la piel de gallina, él no pudo más que notarlo y sonreír—. Relájate y disfruta. Mira que nudos tienes en los trapecios. Se puso a trabajar en ellos haciendo que ella ronronease de placer —¡Dios ese hombre tenía unas manos increíbles, algo ásperas, lo que indicaba que hacía trabajo manual, e increíblemente firmes!— Tienes que aprender a relajarte más, estás totalmente contracturada —encontró otro nudo y se centró en él haciéndola suspirar otra vez—, pareces un gato satisfecho —ella sonrió ante su tono divertido.

—Tengo que reconocer que tienes unas manos mágicas. —En ese momento se quejó cuando él encontró un punto especialmente doloroso —¡Izan, por Dios! —se tensó, pero esta vez de dolor.

—Aguanta un poco —le dijo sin soltar el punto tan doloroso—, todo no es placer, pequeña Barbie, ya casi está. Ya deberías saber que todo masaje deportivo tiene más de dolor que de placer.

Ella cogió aire para no gritar y no le importó suplicarle.

—¡Por favor, por favor!

—Un poco más, mañana me lo agradecerás.

Y ella soltó el aire aliviada, cuando ese punto doloroso se le relajó bastante.

—Ya está, ¿ves?, mucho mejor ¿verdad?

Ella asintió y volvió a suspirar satisfecha, no supo si fue el masaje, el cansancio acumulado o las manos de él que parecían muy bien saber lo que hacía, que ella comenzó a relajarse y a disfrutar de verdad del masaje.

—Más, por favor —le pidió a Izan medio dormida, cuando sintió sus manos en la cabeza masajeándole el cuero cabelludo.

Él sonrió complacido. Tenía que reconocer que hacía mucho que no disfrutaba tanto dando un masaje. Había aprendido por pura necesidad, ya que se lesionó estando en el ejército y que luego decidió hacer un curso complementario. Se sorprendió de que ella confiase tanto en él, como para relajarse hasta casi quedarse dormida. Tenía los músculos largos y la piel extremadamente suave y, aunque podía sentir todos sus huesos por la poca grasa corporal que tenía, reconocía que tenía un cuerpo muy sexi. Todo lleno de músculos, ángulos y piel suave. Su pelo seguía oliendo a melocotón, supuso que sería su champú y, entre ese olor que lo envolvía, su piel suave y esos gemidos de placer que soltaba de vez en cuando, le estaba calentando la sangre como hacía mucho que no le pasaba. Ella ni siquiera le gustaba. Pero parecía que su cuerpo no pensaba lo mismo. Supuso que era debido a su falta de sexo de los últimos meses. Hacía tiempo que había roto con su última conquista y después de los problemas que ella le puso para admitir la ruptura, había estado un tiempo sin ganas de buscarse más problemas. Pensaba que lo estaba llevando bien, pero el pellizco que sentía en las tripas, al verla así, semidesnuda y pudiendo tocarla casi sin reservas lo estaba matando. Decidió terminar con su tortura y pasar a zonas más seguras.

—Me paso a tus pies, ¿de acuerdo?

—Mmm…

—Lo tomaré por un sí—murmuró él divertido.

Le quitó uno de los calcetines y después de echarse crema en las manos, comenzó a masajearle los pies con firmeza. Le miró el color de sus uñas, de un rojo muy oscuro y se sorprendió comparándolas con las uñas de sus manos, bien cortadas y sin pintar. ¡Manos de pianista!

Sus suspiros se reanudaron y él se puso aún más duro si era posible. ¡Piensa en otra cosa, maldita sea! ¡Si ella por un momento se imaginara lo que está pasando, te merendaría de un solo bocado! Aunque la verdad es que le gustaría ver cuál sería su reacción si se diese cuenta de que él la deseaba. Terminó con un pie y comenzó con el otro y, al no percibir movimiento alguno de ella, la contempló con curiosidad y se sorprendió al comprobar que estaba dormida. La contempló un momento de perfil, así como estaba en la camilla, y sólo pudo apreciar su pequeña nariz respingona y su generosa boca relajada. Contó las pecas que tenía sobre el puente de la nariz, cinco en total. Cogió un mechón de su pelo suelto y lo acarició entre dos de sus dedos para comprobar su suavidad y maravillarse de los tonos cobrizos que las luces del techo reflejaban en él. Era una mujer preciosa y, sabiendo lo que le había pasado, tenía que cambiar la primera impresión que tuvo de ella de niña de papá, mimada y consentida, que no sería capaz de luchar por nada que tuviese que hacer un mínimo esfuerzo por conseguir.

Terminó con el masaje y se pensó en dejarla allí, dormida sobre la camilla, pero decidió que no era buena idea porque cogería frío y no descansaría tan bien como en la cama. Así que decidió despertarla con suavidad. O eso pensaba él.

Ella sintió que alguien la tocaba para despertarla y, al sentirse semidesnuda y no conocer el sitio donde estaba, hizo que su mente se retrajese y la llevase a otra habitación, otro día que quería olvidar y enfrentarse a una persona a quién odiaba con todas sus fuerzas. Se levantó con tanta rapidez que pilló a Izan totalmente desprevino, de hecho, pensó que jamás había visto a una persona pasar con tanta rapidez de estar totalmente dormido a moverse a la velocidad en que ella lo hizo. Cogió en su trayectoria unas tijeras que parecía que Fran había utilizado para algo y había dejado en una pequeña mesa auxiliar que estaba junto a la camilla y acurrucarse en el rincón más alejado de la sala, para amenazarlo con las tijeras abiertas sobre su cabeza, con la intención de defenderse si se sentía atacada. Se había llevado consigo la sábana sobre la que había estado tendida e intentaba taparse su pecho desnudo, mientras lo observaba a él analizando con ojos de animal acorralado, la estancia, buscando una vía de escape.

Por la expresión vacía de sus ojos, él supo que ella tenía un momento de flashback, y que ni sabía quién era ni dónde estaba.

—Alex, suelta las tijeras —se situó frente a ella a una distancia suficientemente lejos, por si le atacaba, pero lo suficientemente cerca para que pudiese verlo con claridad. No tendría ningún problema en desarmarla en cinco segundos, pero le preocupaba que se pudiese herir en el proceso.

—Suelta las putas tijeras, Alex —esta vez se lo dijo casi gritando ya que ella seguía sin dar señales de conocerlo.

—Alex, soy Izan, mírame, me conoces, ¿recuerdas?

Ella lo miró y poco a poco fue volviendo a la realidad.

—Izan, ¿qué sucede?

Doc los miró desde la puerta totalmente asombrado de la imagen que veía de ella intentando taparse con la sábana y defendiéndose con las tijeras y a Izan frente a ella mirándola con aire autoritario.

—¡Fuera! —fue lo único que le ladró sin volverse a mirarlo.

—Izan, ¿qué pasa? —insistió preocupado —Se te oye desde fuera.

—Ahora no, vete.

Doc, no demasiado convencido, salió, obligándose a recordar que tenía plena confianza en él.

Volvió a hablarle a ella con voz autoritaria.

—Alejandra, tira las tijeras.

Entonces ella si lo reconoció. Lo miró algo aturdida y cuando se dio cuenta de que llevaba unas tijeras para defenderse, las soltó directamente y se acurrucó en el suelo, presa de unos temblores que sacudían su cuerpo y que le impedían mantenerse sobre sus propias piernas.

Izan apartó las tijeras con los pies y se acercó a ella aliviado.

—¿Qué ha ocurrido? —él le apartó el pelo de la cara para poder mirarla a los ojos. Ella se encogió aún más en el suelo, intentando alejarse de él— Alejandra, dime que ha ocurrido —le insistió obligándose a hablarle con firmeza, pero con algo más de suavidad.

—No lo sé.

Izan le cogió la cara poniéndole los dedos bajo la barbilla, ella rehuyó su mirada.

—Yo no soy Doc, no voy a dejarte en paz hasta que me contestes. Quiero saber qué te ha ocurrido, ¿qué has visto? ¿quién creías que era, para necesitar protegerte de mí? —la estaba bombardeando con preguntas intentando obligarla a que le contestase y así obligarla a recordar y a que se enfrentase con el pasado, que tanto la estaba atormentando— Alejandra, contéstame. ¿Quién era?

Y contestó con lo que menos se imaginaba.

—No me llamo Alejandra, no soy Alejandra…

Izan la miró sorprendido

—Alexia, mi nombre es Alexia.

Y se refugió en sus brazos mientras seguía repitiendo su nombre como una letanía, ¡me llamo Alexia. ¡Alexia, Alexia!

—¡Lo sé… ya está… estás a salvo! —la abrazó con fuerza, dándole el apoyo que en ese momento necesitaba.

Entonces ella se zafó de él empujándolo con fuerza. Se sujetó la sábana sobre el cuerpo y salió corriendo hacia su tienda.

Izan se puso de pie y se pasó las manos temblorosas sobre la cara, y suspiró.

Veintiún días Alexa

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