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Capítulo 6

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—¿Tu sobrina? No me habías comentado que tuvieses una sobrina aquí, en San Francisco —repuso Frank sorprendido. Dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y puso el altavoz para sacar mientras una copa de uno de los muebles altos. La colocó junto a la botella que había elegido de entre las muchas que tenía su amiga Stone, en la bodega.

—Es sobrina segunda por parte de mi primo Norman. No suelo hablar de esa rama de la familia —repuso Ingrid al otro lado de la línea en tono acelerado y vago.

—¿Pero la conoces?

—¡Claro que la conozco! ¿Acaso crees que te mandaría a una extraña? Es un encanto y está sobradamente preparada.

—¿En qué trabaja? —la cortó su jefe y ella apretó los dientes. Se había preparado todo el discurso, incluida la respuesta para algo así, pero le fastidiaba que él intentase ir dos pasos siempre por delante.

—Estudió Literatura en Dartmouth, y trabaja en la biblioteca pública central, la más grande de la ciudad. Está acostumbrada a tratar con escritos, archivos, documentación y demás. Es una chica muy responsable y trabajadora. También discreta y con mucha iniciativa, con lo que no creo que tengas ningún problema con ella.

—Eso ya lo veremos.

—¿Qué significa eso, Frank? —preguntó resoplando—. Hicimos un trato…

—Un trato que me vi forzado a firmar bajo coacción —dijo, sirviéndose una copa de Opus one, un vino exquisito y carísimo. Y tras reconocer las notas olfativas de frutos negros, casis y flores silvestres, lo acercó a sus labios para degustarlo como el manjar que era.

—Bajo presión ha sido como he tenido que trabajar yo contigo estos meses. Y esta es la única opción que te queda. Procura portarte bien con ella, porque no tiene obligación de aguantar tus desplantes y malos modos, ¿entendido?

Frank podía imaginarla con claridad, con un dedo alzado, riñéndole como una madre.

—¿Qué crees que voy a hacer, comérmela cruda? —sonrió con pereza.

—Creo que vas a volverla loca. Y solo está para ayudarte. Todo lo que haga será para ayudarte, quiero que tengas eso muy presente, en todo momento. Es más, grabado a fuego en tu mente. Este no es su trabajo, estará allí para hacerme y hacerte un favor.

—Para hacerte un favor a ti, que me abandonas cuando más te necesito —le dijo pretendiendo ablandar su corazón. Tenía mucho que pensar y no quería hacerlo con una extraña revoloteando a su alrededor. No le hacía la menor gracia compartir su espacio con alguien a quien no conocía, mucho menos su obra, su mundo interior. Ingrid lo entendía tan bien que en muchas ocasiones no necesitaban ni palabras para comunicarse. Y eso era para él irremplazable. Las próximas semanas iban a ser una auténtica pesadilla, y ella no quería entenderlo.

La risa grave y ácida de su asistente lo conmocionó al otro lado de la línea. ¿Desde cuándo había perdido su toque con Ingrid, que ahora parecía impasible a sus encantos?

—Si no te portas bien con ella, te aseguro que cuando regrese será para recoger mis cosas de la mesa y lanzarme de cabeza a la prejubilación. Dios sabe que necesito mucho más que cuatro semanas de descanso.

Frank resopló. No podía ser tan horrible trabajar con él que, a fin de cuentas, se pasaba la mayor parte del día en sus mundos. Pero no quería seguir discutiendo con ella. La necesitaba y él ya había decidido que haría el esfuerzo de comportarse esas cuatro semanas.

—¿A dónde vais a ir tu marido y tú de vacaciones, a mi costa? —le preguntó para cambiar de tema, mientras llevaba la copa hasta el elegante salón, decorado casi todo en blanco, de la casa que le había prestado para esos días su amiga y compañera escritora.

—¡A España! —gritó ella con entusiasmo—. Estoy como loca, va a ser fantástico. Gracias por estas maravillosas vacaciones, jefe —dijo emocionada, pero a Frank no se le escapó el tonito travieso de su voz.

—Ha sido un placer, supongo —dijo él, y dio un gran sorbo a su copa.

—¿Y vosotros, os vais a quedar allí en la ciudad? —quiso averiguar ella, porque Frank no le había dado ningún detalle de sus planes. Hasta el punto de no haber podido preparar bien a Penélope para lo que le esperaba.

—Aún no lo he decidido. ¿Por qué? ¿Va a ser un problema para tu sobrina viajar conmigo?

Por el tono que usó, Ingrid se dio cuenta de que buscaba una excusa para hacer fracasar el plan antes de que este empezara.

—Por supuesto que no. Es una profesional y aparecerá en tu puerta con su maleta, una sonrisa y dispuesta a hacer un estupendo trabajo.

—A ver si me va a gustar tanto que no voy a querer que regreses —le lanzó el comentario, para chincharla, pero Ingrid no cayó en la trampa.

—¡Quién sabe! ¿Te imaginas? —dijo divertida.

Frank fue a fruncir los labios en una mueca, cuando el timbre de la puerta de la verja de la entrada, que daba a la finca, sonó desagradable. Ingrid, que lo escuchó, no perdió la oportunidad de comentar.

—Parece que estás a punto de averiguarlo. Mucha suerte, jefe. Y pórtate bien. No te molestes en llamarme, que no tendré cobertura.

Antes de que pudiese darle una ácida respuesta, esta colgó. Un nuevo timbrazo lo sacudió, haciéndolo mirar hacia la puerta con el ceño fruncido. Por lo visto, sí estaba a punto de averiguarlo, estuviese preparado o no.

Penélope, ¿pececilla o tiburón?

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