Читать книгу La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia - Lourdes Velazquez González - Страница 12
¿Por qué Toltecáyotl?
ОглавлениеLa civilización del Anáhuac y las culturas que de ella surgieron, en particular la náhuatl, encuentran en la toltecáyotl las condiciones necesarias para darle sentido a su existencia.
La flor y el canto, arte y poesía, son las herramientas para conocer las cosas esenciales de la vida en el camino espiritual, el camino del conocimiento. Este conocimiento lleva a tener una vida en equilibrio, que es el fin de la toltecáyotl “el arte de vivir en equilibrio”. La toltecáyotl es la mayor y más valiosa herencia que nos legaron nuestros ancestros, fundadores de la milenaria civilización denominada Anáhuac.
Por medio de la flor y el canto (in xochitl in cuicatl, arte y poesía) el gran guerrero, no un soldado, mantenía su guerra florida contra su yo interno, Necoc Yaotl, es decir, eran sus armas contra su ego e importancia personal. Ella le brinda los recursos necesarios al ser humano para lograr la plenitud existencial, la sabiduría, la experiencia individual y colectiva indispensables para solucionar los problemas de orden material, y una vez resueltos, valerse de la sabiduría milenaria, para resolver el desafío existencial de trascender la vida en el plano espiritual.
Las culturas surgidas en el Anáhuac proclamaron ser buscadoras de la ciencia espiritual. Su objetivo era que las personas llegaran a ser integrales. Para ello crearon escuelas en las que se enseñaba astronomía, herbolaria, matemáticas, artes marciales y danza; además la educación era obligatoria, gratuita y estaba a cargo del Estado. También era universal, ya que estaba abierta a todas las maneras de concebir el mundo. Crear seres humanos dueños de un rostro (in ixtli) y de un corazón (in yollotl) –una personalidad y una espiritualidad– por medio de un sistema educativo que contemplaba todos los aspectos de la mente, el cuerpo y el espíritu.
La Toltecáyotl es la mayor y más valiosa herencia que nos han legado, quienes son los padres fundadores de nuestra milenaria civilización. El Patrimonio Cultural que han producido a través de la sabiduría producida por la investigación y sistematización del conocimiento a lo largo de ocho mil años.
Si la India tiene a Buda y China al Tao, nosotros, la civilización del Cem Anáhuac, –tan antigua como ellas–, tenemos la Toltecáyotl. Sabiduría humana que nos ha permitido satisfacer las necesidades y desafíos materiales de la vida. Pero también, dar respuesta al desafío de trascender la limitada y efímera existencia humana en el plano material.[5]
Los mexicas lo llamaron nawi ollin teotl, que significa “energía que gira en cuatro puntos”: del instinto a la inteligencia y de la voluntad a la conciencia. A sus escuelas las llamaron casa de jóvenes y atado de casas (telpochcali y calmecac).
Además nuestros ancestros consideraban la existencia de cinco elementos principales en la naturaleza:
Tletl, fuego.
Atl, agua.
Ehecatl, viento.
Tlalli, tierra.
Ollin, que era considerado como el principio o elemento integrador de los otros cuatro, el movimiento.
Todas las culturas de la civilización del Anáhuac reconocieron al término ollin como el elemento integrador; esta es una demostración de lo profundo de la toltecáyotl, un reconocimiento de que el movimiento es lo que le da sentido a las cosas, es lo que crea la ilusión del tiempo, es lo que da forma al universo tal y como es, pues en un inicio todo estaba quieto, y ahora no hay nada fijo en el microcosmos ni en el macrocosmos, todo está en movimiento.
Consideramos que la toltecáyotl, la gran cultura del pueblo anahuaca era superior en todo a las naciones europeas excepto en armamento. Con la Conquista muchos templos de energía (teocalli) situados en puntos geomagnéticos abiertos para el trabajo mental y espiritual fueron destruidos y en su lugar se edificaron iglesias situadas estratégicamente a modo de fuertes militares, conventos tipo fortalezas, típicos del siglo xvi.
Se destruyeron los observatorios astronómicos donde se practicaba un deporte cósmico –el juego de pelota u olama o tlachtli– y también se demolieron las casas de danza y canto, así como los recintos de conocimiento integral (científico espiritual), y pronto se construyeron las universidades, cuya misión era llevar la pauta de un nuevo sistema educativo laico, pero aún así lavacerebros, alejado del conocimiento indígena, que fue de mal en peor hasta la situación que vivimos actualmente.
En la Facultad de Medicina no se enseña medicina totonaca. En la Facultad de Arquitectura no se enseñan los modelos cósmicos de las grandes ciudades precuauhtémicas. En la Facultad de Ciencias Políticas no se enseña la organización política de los pueblos del Anáhuac. En ciencias no se enseñan matemáticas mayas. En la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea no se enseña la danza azteca. En la Escuela Nacional de Artes Plásticas no se enseñan los modelos toltecas. Luego, entonces, lo universal de las universidades es un mito.
Porque dentro del conjunto de lo universal está incluido lo propio: ¡En la realidad está excluido!
Todas las teorías, formas, deportes, artes, técnicas y saberes que se enseñan en las universidades provienen de Europa y Estados Unidos. La unam, las demás universidades y, en general, todo el sistema educativo de nuestro país se basan en un modelo de educación importado en el cual no quedan huellas de nuestras raíces culturales, de nuestra toltecáyotl.
Nos cambiaron las escuelas de ciencia integral por fábricas de burócratas (¡empleados y desempleados!), ignorantes de su propio origen, apáticos, carentes de amor a la naturaleza y a su cultura (toltecáyotl).
Muchos se convierten en zombis con título, con profesión, orgullosos de haber logrado ser alguien en la vida. Otros se vuelven ladrones de tesis, profesores con la misma cantaleta ensayada mil veces, preocupados por obtener un mísero ascenso en lugar de formar seres íntegros y capaces. Se han convertido en fabricantes de “pseudolíderes”, con una formación profesional técnica especializada, quienes a la primera oportunidad huyen de su nación sólo para insertarse magistral (o doctoralmente) en la burocracia de otro país.
Otros estudian con un método impecable a nuestros indígenas como si fueran simples objetos con el fin de escribir un artículo más para la gran antropología nacional y obtener un grado más en la larga cadena de burócratas aferrados y así poder presumir (¡a quien sea!) su gran conocimiento. Por supuesto, conozco excepciones, alumnos y maestros con un corazón de jade y turquesa, pero ellos también son engañados o utilizados y algunos otros tienen que soportarlo por necesidad.
En este libro no cometeré el error de estudiar a mis hermanos como si fueran cosas para añadir un renglón más a mi currículum. Prefiero ser “india” para conocer mi origen, mi herencia y mi destino. No quiero estudiar “ruinas arqueológicas”, quiero danzar en ellas. Los universitarios técnicos en restauración arqueológica son muy necesarios y agradecemos su invaluable trabajo, pero no son los dueños de las zonas sagradas. Éstas pertenecen a los pueblos indígenas y a todo aquel que se asuma como indígena de alguna nación y, en general, a todo el pueblo de México.
Todos los universitarios y aún más los anahuacas, que quieran transformarse y transformar el sistema educativo deberán indagar mucho su origen más antiguo, el que ha estado en la tierra por miles de años, el endémico. Para crear mexicanos orgullosos de su cultura amantes de la toltecáyotl, en la cual se encuentra la raíz latente y la esencia de su existencia. Recordemos que nadie ama lo que no conoce y sólo quien conoce su origen puede saber su destino.
Es importante señalar, que en este libro se mencionarán palabras de la lengua náhuatl con cierta frecuencia y, por consiguiente, se presenta el problema de su correcta escritura. Este problema es común a todos los estudios en los que se debe transliterar en el idioma del expositor las palabras de otro idioma y los lingüistas han elaborado ciertas convenciones bastante complejas acerca de la fonética y la ortografía. Otra dificultad similar es la determinación de la sílaba sobre la cual cae el acento tónico. La solución de este problema en el caso de las lenguas no escritas es relativamente incierta, aunque se presente también para lenguas escritas (basta pensar en el latín y el inglés). ¿Deben acentuarse las palabras de origen náhuatl? Podemos decir que las formas acentuadas y no acentuadas de las voces nahuas son correctas. Las variantes escritas de buena parte de los nahuatlismos se deben al hecho de que, al incorporarse al idioma español se adaptaron a sus reglas ortográficas y la acentuación de algunas cambió. En nuestro caso, siendo el náhuatl una lengua no escrita, utilizaremos la transcripción de sus palabras según las reglas fonéticas y ortográficas de la lengua española, así como se utilizan en los estudios redactados en este idioma, añadiendo también los acentos tónicos que algunos autores prefieren no utilizar, a mí me parece correcto hacerlo de acuerdo con las reglas del español, ya que esta solución práctica es adecuada para los fines de este libro y facilita su lectura. Además considero que si escribimos en español y usamos palabras del náhuatl, debemos usar las reglas establecidas por la Real Academia Española, todo esto sin pretensión alguna de constituir una autoridad.
[1] Guillermo Marín, Los viejos abuelos: nuestra raíz indígena, México, Universidad José Vasconcelos de Oaxaca, 2000, pp. 30-31.
[2] Marc Thouvenot, Diccionario náhuatl-español, colaboración de Javier Manríquez, prólogo de Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México / Instituto de Investigaciones Históricas / Fideicomiso Felipe Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor, 2014, p. 484.
[3] Paul Kirchhoff, “Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales”, en revista Tlatoani, suplemento núm. 3, México, 1967, p. 12. Disponible en: <http://alfinliebre.blogspot.com/>. Consultada el 2 de febrero de 2019.
[4] Guillermo Marín, “Rubén Bonifaz Nuño, biografía”, en Toltecáyotl, publicada el 16 de agosto de 2009, disponible en: <https://bit.ly/2stRI8o>. Consultada el 24 de noviembre de 2018.
[5] Guillermo Marín, op. cit., disponible en: <https://bit.ly/2stRI8o>.