Читать книгу Ladrones de Sueños - Lucía Irene López Ripoll - Страница 11

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3. EXTRAÑAS CONFIANZAS

A donde el corazón se inclina, el pie camina.

— ¡Papá, la cena se enfría!

— Ya voy Wyn.

Wyn y su padre no siempre se reunían para cenar, a veces él llegaba tan tarde a casa que Wyn ya dormía desde hacía horas.

El señor Emerson se dedicaba al negocio de la exportación de vino. Enviaba vino francés a España, negocio que había empezado su padre, huyendo de España en la guerra civil. La luz de la bombilla hacía que las canas que le empezaban a salir por las patillas se notaran más de lo habitual, y al hablar se le empezaban a formar arrugas alrededor de los labios y los ojos, que se notaban cansados detrás de las finas gafas que llevaba habitualmente.

— ¿Qué tal hoy Wyn? ¿Has aprendido algo nuevo?

— La verdad es que no, el profesor me dijo que no podía venir, tenía asuntos importantes.

— A este paso nunca mejorarás hija.

— Pero he hecho un amigo –le dijo emocionada.

— Me alegro Wyn, ¿Quién es? — dijo cautelosamente.

— Walter, es nuestro nuevo vecino. — El semblante del señor Emerson se oscureció levemente.

— Wyn no me parece correcto que seas amiga de ese chico.

— ¿Por qué no? Parece buena gente.

— Exacto, parece. Conozco a su familia, no quiero que te juntes con él.

— No. Siempre estás diciendo que me relacione con la gente, y no entiendo por qué no puedo ver a este chico. Es simpático, y me cae bien.

— Harás lo que yo te diga. — Wyn apretó con fuerza los puños a los costados, y la lámpara que estaba detrás de ellos empezó a arder.

— ¡Ya basta Wyn! Contrólate.

Subió corriendo a su habitación, con una sensación de miedo y rabia por lo que acababa de suceder. Con lágrimas asomándole en los ojos, cerró la puerta de un portazo. Las cosas a su alrededor empezaban a romperse y a resquebrajarse. Un libro cruzó volando la habitación y chocó contra su espejo, que cayó al suelo roto en mil pedazos. Uno de sus cojines estalló, dejando plumas por todas partes, y su escritorio empezó a moverse tanto que las montañas de vasos de batido se derrumbaron hacia el suelo. Sus poderes estaban fuera de control, y ni ella ni nadie podían hacer nada.

Cayó al suelo inconsciente por el gasto de energía, y su brazo se deslizó por encima del suelo recubierto de cristales. Antes de perder la consciencia totalmente, dos ojos oscuros como la noche se le aparecieron delante como en un sueño, pero se fueron haciendo más pequeños y borrosos a medida que le susurraban cosas con una voz familiar y seductora. << Wyn, cálmate, yo sé que puedes, relájate...>>

A la mañana siguiente, se despertó con un dolor de cabeza terrible. Su padre había subido, le había vendado el brazo, recogido la habitación y metido en la cama. Puede que no estuviera mucho en casa, pero ella sabía que esos detalles eran la forma de demostrarle su cariño. Sabía que sus reacciones eran exageradas, sin embargo era incapaz de controlarlas. Se levantó lentamente, se puso como pudo unas mallas y un jersey, y se dirigió a trompicones hacia la puerta.

En el exterior de la casa no parecía que hubiese sucedido nada. Se sentó en el balancín del porche y cerró los ojos, dejando que los rayos del sol le alcanzaran y le despejaran.

***

Walter estaba al otro lado de la calle apoyado sobre la barandilla de la entrada de su casa. Admiraba el modo en que los rayos del sol daban contra el pelo de Wyn, y lanzaba pequeños destellos dorados que casi lo hipnotizaban. Estaba tan ensimismado que casi no se dio cuenta de que su mejor amigo se le acercaba por detrás.

— Es guapa ¿eh? — le dijo susurrando.

— Sí, parece un ángel — respondió Walter.

— Los dos sabemos que no lo es.

— Ya, pero…

— ¿Por qué no te acercas a saludarla? Si tanto interés tienes... — le dijo retándole. Walter puso cara de desaprobación y miró a su amigo.

— Bueno, pues ya voy yo — le respondió con una mirada pícara. Walter le siguió maldiciendo en voz baja.

***

Sobresaltada por el ruido de unos pasos en su porche, Wyn abrió los ojos. Vio que Walter y un desconocido se acercaban hacia ella, se desperezó y se enderezó. El chico que acompañaba a Walter era muy diferente a él. Este tenía el pelo color negro azulado, seguramente teñido, y se le rizaba ligeramente en las puntas, donde el azul era más visible. Sus ojos eran prácticamente del mismo color que su pelo. A Wyn le recordaron al auge de una tormenta. Su piel contrastaba visiblemente con sus otros rasgos, ya que era tan clara que parecía de porcelana, exceptuando varias pecas que le salpicaban la nariz y las mejillas. El desconocido se dirigió hacia ella hablándole con soltura y suavidad.

— Buenos días, bella durmiente — dijo, e intentó imitar una reverencia sin mucho éxito.

— ¿Nos conocemos? — le respondió mientras se estiraba.

— Permíteme que me presente señorita, soy Bosco, el mejor amigo del rubiales que viene hacia aquí.

— Wyn reconoció en él la misma picardía que descubrió en Walter al conocerle.

— Hola, Wyn — le dijo Walter con timidez, lo que le sorprendió bastante viniendo de él. Recordando la discusión con su padre, Wyn decidió que era mejor meditar sobre el tema antes de seguir viendo a Walter.

— Buenos días. Lo siento, pero tengo que entrar, ya nos veremos.

Al apoyar el brazo para levantarse, este le falló y cayó, pero Walter la sujetó antes de que llegara a tocar el suelo. Se quedó sin palabras por un segundo hasta que oyó que Walter le estaba hablando.

— ¡Wyn! ¡Estás sangrando!

— ¿Qué? No, no es nada... — Al mirarse el vendaje vio que la sangre del corte de anoche lo había traspasado.

— Mierda, se te está abriendo la herida. Ven por aquí.

Antes de que pudiera replicar, le arrastró a una caseta que había detrás de su casa, le sentó en un taburete y empezó a rebuscar entre los estantes. Wyn se levantó apresuradamente confundida por lo que acababa de pasar.

— Walter, puedo curarme en mi casa, yo…

Y tropezó a la vez que Walter se giraba. Él soltó el botiquín y la recogió entre sus brazos al tiempo que quedaron frente a frente. Sus ojos se quedaron mirando los de Wyn; tan diferentes, e indescifrables. Acto seguido se inclinó sobre ella y la besó delicadamente, como si temiera hacerle daño. Por el contrario, todas las barreras que Wyn había estado alzando a su alrededor se derrumbaron, sumergiéndose en su aroma y sin sentir ya dolor alguno. Pero de repente, él se apartó desconcertado.

— Esto no está bien –dijo preocupado –, debes irte.

La empujó fuera y cerró la puerta. Y todas las barreras volvieron a alzarse.

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