Читать книгу Obras I - Luciano - Страница 5

Оглавление

3

HIPIAS O EL BAÑO

Este brevísimo ensayo lucianesco incluye pinceladas retóricas de gran belleza formal e imaginativa. Dentro de los preludios a obras de mayor entidad, es un discurso epidíctico o demostrativo, una exhibición de habilidad en las descripciones sobre no importa qué objeto o tema. En el caso que nos ocupa, se trata de presentar y representar en la imaginación del lector la belleza de un balneario, obra de Hipias, personaje contemporáneo, formado en la oratoria como su homónimo sofista del siglo V a. C., y, tan hábil como aquél (defensor de la autárkeia o «autosuficiencia» y capaz de construir sus vestidos y enseres necesarios), diestro ingeniero y buen geómetra, con grandes conocimientos en óptica —según se desprende del relato lucianesco— y en música.

En este encendido elogio del saber práctico de Hipias (situado aquende la frontera, en el mundo de la retórica y las ciencias empíricas), es imposible no apreciar un mudo reproche de Luciano contra los filósofos y su «vana ciencia», su inútil, confuso y perturbador saber teórico que a nada conduce.

Entre los sabios, yo estimo que hay que elogiar especialmente [1] a quienes no sólo aportaron teorías válidas para cada cuestión, sino que avalaron también con hechos equivalentes sus afirmaciones teóricas. Citemos, por ejemplo, el caso de los médicos: el hombre sensato, cuando cae enfermo, no manda llamar a quienes saben expresarse mejor acerca de su profesión, sino a los experimentados en su práctica. Mejor es, asimismo, el músico capaz de tocar la lira y la cítara que quien se limita a captar el ritmo y la armonía. ¿Y qué decirte de aquellos generales, considerados justamente los mejores, que no sólo eran buenos por colocar y arengar a sus tropas, sino también por luchar al frente de todos y mostrar proezas personales? Así sabemos que eran en el pasado Agamenón y Aquiles, y más recientemente Alejandro y Pirro.

[2] ¿Por qué digo todo esto? No lo he recordado simplemente por deseo de exponer historia, sino porque merecen nuestra admiración, de igual modo, aquellos ingenieros, ilustres por sus teorías, que al tiempo dejaron testimonios y pruebas de su arte a las generaciones que les siguieron, mientras que los ejercitados sólo en las palabras deberían llamarse sin duda «eruditos» mejor que «sabios»1. Como los primeros sabemos que fue Arquímedes y también Sóstrato de Cnido: éste tomó Menfis para Tolomeo sin asedio, desviando y diviendo el río; aquél quemó las naves enemigas valiéndose de su ciencia. Ya antes que ellos, Tales de Mileto, tras prometer a Creso que su ejército cruzaría el Halis sin mojarse, gracias a su ingenio, hizo en una noche que el río pasara por detrás del campamento; y no era ingeniero, sino sabio, y muy capaz de trazar planes y resolver problemas. En cuanto a la historia de Epeo, es ésta muy antigua: no sólo construyó el caballo para los aqueos, sino que se introdujo con ellos en su interior.

[3] Entre éstos merece mención Hipias, nuestro conocido contemporáneo, hombre formado en la oratoria, tanto como cualquiera de sus predecesores, ágil de comprensión y muy claro en sus exposiciones, pero mucho mejor en la acción que en las palabras y cumplidor de sus compromisos profesionales, no exclusivamente en aquellas empresas en que ya habían triunfado sus predecesores, sino que, empleando la expresión geométrica, sabía construir exactamente un triángulo dada la base2. Además, mientras todos los otros sabios delimitaron un campo de la ciencia para adquirir fama en él, pese a su concreción, él, en cambio, ostentó el liderazgo en ingeniería y geometría tanto como en armonía y música, y, sin embargo, demostró tanta perfección en cada una de estas actividades como si sólo conociera una de ellas. No podría ser breve el elogio de su teoría de los rayos, reflexiones y espejos, así como de su dominio de la astronomía, en la que demostró que sus predecesores eran unos niños.

Pero no vacilaré en hablar de una de sus realizaciones [4] que recientemente contemplé con admiración: aun cuando el fundamento es de común dominio y es muy frecuente en nuestra forma de vida actual —se trata de la construcción de un balneario—, su habilidad e inteligencia en una empresa tan común son sorprendentes. El emplazamiento no era plano, sino muy pendiente y escarpado: al principio, de un lado era extremadamente bajo, pero consiguió nivelarlo, estableciendo una base muy sólida para toda la construcción; dotando de seguridad a la superestructura con la cimentación y fortaleciendo el edificio con contrafuertes muy elevados y compactos para mayor firmeza. El edificio era proporcional a la magnitud del emplazamiento, muy ajustado a las dimensiones propias de su estructura, y respetaba el principio de la iluminación.

El pórtico era elevado, con ancha escalinata, más [5] plana que empinada, para comodidad de los usuarios. Al entrar, nos aguarda una sala pública de amplias dimensiones, espera adecuada para criados y acompañantes; a la izquierda están los salones de recreo, muy convenientes, por cierto, para un balneario, con reservados acogedores y rebosantes de luz; a continuación de éstos se encuentra una sala, desmesurada para el baño, pero necesaria para la recepción de los ricos; tras ésta, a ambos lados, hay vestuarios suficientes para desnudarse, y en el centro una sala de gran altura y enorme claridad, con tres piscinas de agua fría, revestida de mármol de Laconia, con dos estatuas de mármol blanco, de factura arcaica, una de la Salud, y la otra de Asclepio.

[6] Al salir nos aguarda otra sala suavemente caldeada, para no encontrar bruscamente la caliente, oblonga y redondeada3; sigue a la derecha una sala muy bien iluminada, agradablemente preparada para los masajes, que tiene a ambos lados puertas embellecidas con mármol frigio, para recibir a quienes llegan de la palestra. A continuación se encuentra otra sala, la más bella de cuantas existen, confortabilísima para permanecer en ella, de pie o sentado, en extremo tranquilo para detenerse a reposar, muy adecuada para vagar por ella, resplandeciente también de mármol frigio en su techumbre. Luego nos aguarda el pasillo caliente, revestido de mármol númida, y la sala contigua es bellísima, llena de luz abundante, y diríase teñida de púrpura4, dotada de tres baños calientes.

[7] Tras el baño, no tienes por qué regresar por las mismas habitaciones, sino que pasas directamente a la sala fría a través de una estancia suavemente templada, todo ello bajo una gran iluminación y abundante entrada de luz solar. Además, la altura de cada habitación es la adecuada, la anchura guarda proporción con la longitud, y por doquier brota la gracia y el encanto de Afrodita5. Para decirlo con el noble Píndaro, «iniciada la obra, hay que dotarla de un rostro fulgurante»6. Ello puede lograrse sobre todo gracias a la luz, el resplandor y los ventanales, pues Hipias, que era verdaderamente sabio, construyó la sala de baños fríos cara al Norte, mas sin prescindir tampoco de los aires del Mediodía; en cambio, las que requerían mucho calor las orientó al Sur, Este y Oeste.

¿Para qué continuar hablándote de las palestras [8] e instalaciones generales de guardarropas, con rápido e inmediato acceso a las salas de baño, por razones tanto utilitarias como de seguridad?

Y que nadie interprete que yo me he propuesto embellecer un pequeño edificio con mi elocuencia. Pues aportar nuevas manifestaciones de belleza en empresas tan comunes lo considero yo propio de una sabiduría nada desdeñable, como nos demostró nuestro maravilloso Hipias en esta obra, que reunía todas las cualidades de un buen balneario —utilidad, adecuación, luz, proporciones, adaptación al medio ambiente, seguridad en el uso—, y además estaba embellecido con otras muestras de habilidad —dos cuartos de aseo, muchas salidas y dos indicadores del tiempo: uno de agua, que emitía como mugidos, y otro de sol.

Ver esto y no rendir el elogio merecido por su obra no sólo es necio, sino también ingrato, e incluso maligno, en mi opinión. En cuanto de mí dependía, pues, he prestado mi elocuencia a la obra y a quien la concibió y llevó a término. Y, si la divinidad os permite bañaros allí algún día, sé que tendré muchos que compartirán mis elogios.


1 Distinción entre eruditos (griego sophistaí) y sabios (sophoí). El contexto es interesante para una sociología de la ciencia de la época. Véase, por lo demás, el prurito retórico en el uso correcto de aparentes sinónimos, desde los tiempos de Pródico.

2 Es decir, era capaz de aplicar creatividad e inventiva propias.

3 En forma elíptica.

4 El color natural de los materiales recuerda el rojo de la púrpura.

5 Los balnearios están presentes en la lírica romana y son un tópico cortés, como lugares propicios para el amor.

6 Olímpicas VI 3.

Obras I

Подняться наверх