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PRELUDIO HERACLES

Acerca de la relación entre esta prolaliá y Dioniso, cf. Introducción a esta última. El anciano sofista reaparece ante su público como el viejo Heracles de los celtas (Ogmio), dispuesto a arrastrar en pos de sí a una gran masa de oyentes. Todo parece indicar, según TOVAR (Luciano, Barcelona, 1949, pág. 54), que lo mejor de la representación alegórica de la Elocuencia es fruto de la imaginación lucianesca, y no responde a una realidad vivida en su viaje a las Galias. A la fuerza oratoria del viejo Luciano-Heracles se suma, cual colofón, la del Ulises anciano y mendigo en apariencia, mas con hermosos muslos.

Según Tovar, el Hércules gálico de la Biblioteca de El Escorial corresponde a la pintura que describe aquí Luciano (cf. l. cit.).

[1] A Heracles los celtas lo llaman Ogmio, usando una voz del país, y la imagen del dios la pintan muy rara. Para ellos es un viejo en las últimas, calvo por delante, enteramente canoso en los pelos que le quedan, llena su piel de arrugas y tostada hasta la completa negrura, como los viejos lobos de mar. Antes lo tomarías por un Caronte o un Jápeto del Tártaro1 que por Heracles. Pero, a pesar de sus trazas, tiene la indumentaria de Heracles: lleva ceñida la piel del león, tiene la maza en la diestra, porta el carcaj en bandolera y su mano izquierda muestra el arco tenso. En todos estos detalles es plenamente Heracles, sin duda.

Yo creía, por consiguiente, que los celtas cometían [2] estas arbitrariedades en la figura de Heracles para irrisión de los dioses griegos, vengándose de él en las representaciones, porque una vez recorrió su territorio saqueándolo, cuando, en busca de los rebaños de Gerión, corrió la mayor parte de los pueblos de Occidente.

Pero aún no he dicho lo más sorprendente de su imagen. [3] Ese Heracles viejo arrastra una enorme masa de hombres, atados todos de las orejas. Sus lazos son finas cadenas de oro y ámbar, artísticas, semejantes a los más bellos collares. Y, pese a ir conducidos por elementos tan débiles, no intentan la huida —que lograrían fácilmente—, ni siquiera resisten o hacen fuerza con los pies, revolviéndose en sentido contrario al de la marcha, sino que prosiguen serenos y contentos, vitoreando a su guía, apresurándose todos con la cadena tensa al querer adelantarse; al parecer, se ofenderían si se les soltara. Pero lo que me resultó más extraño de todo no vacilaré en relatarlo: no teniendo el pintor punto al que ligar los extremos de las cadenas, pues en la diestra llevaba ya la maza y en la izquierda tenía el arco, perforó la punta de la lengua del dios y representó a todos arrastrados desde ella, ya que se vuelve sonriendo a sus prisioneros.

Permanecí en pie mucho tiempo contemplando el [4] cuadro, lleno de admiración, extrañeza e ira. Y un celta que estaba a mi lado, no ignorante de nuestra cultura, como demostró en su magnífico dominio del griego —un filósofo, al parecer, de las costumbres patrias—, dijo: «Yo te descifraré, extranjero, el enigma de la pintura, pues pareces muy desconcertado ante ella. Nosotros, los celtas, no creemos como vosotros, los griegos, que Hermes sea la Elocuencia, sino que identificamos a Heracles con ella, porque éste es mucho más fuerte que Hermes. Y no te extrañes de que se le represente como a un viejo, pues sólo la elocuencia gusta de mostrar su pleno vigor en la vejez, si dicen verdad vuestros poetas al afirmar que “las mientes de los jóvenes son errantes”2, mientras que la vejez “tiene algo por decir más sensato que los jóvenes”3. Por eso la miel fluye de la lengua de vuestro Néstor4, y los oradores troyanos tienen una voz florida5. Lirios se llaman, si bien recuerdo, sus flores.

[5] »De modo que, si ese viejo Heracles [—es decir, la Elocuencia—]6 arrastra a los hombres atados de las orejas a su lengua, no te extrañes de ello, pues conoces la afinidad entre los oídos y la lengua. Y no es un agravio contra él que la tenga perforada, pues recuerdo —añadió— unos versos cómicos en yambos que aprendí entre vosotros: quienes hablan en extremo “la lengua tienen todos perforada”7.

[6] »En una palabra: nosotros creemos que Heracles lo consiguió todo gracias a la palabra por ser sabio, y mediante la persuasión dominó casi siempre. Y sus flechas son las palabras —creo yo—, agudas, certeras, rápidas, que hieren las almas. Aladas decís vosotros también que son las palabras»8.

Eso dijo el celta. Y yo, mientras consideraba para mis [7] adentros esta aparición aquí, pensando si estaría bien, a mis años, después de tanto tiempo sin pronunciar conferencias, someterme al veredicto de un jurado tan amplio, oportunamente vino a mi memoria este cuadro. Hasta ese momento había temido dar la impresión a alguno de vosotros de actuar de modo sencillamente pueril y alardear de joven, y además un jovenzuelo homérico me desconcertaba con decirme «tu fuerza se ha disuelto» y «la ardua vejez te ha domeñado», «débil es tu síervo y lentos tus corceles»9, burlándose así de mis pies. Mas, cuando me acuerdo de aquel anciano Heracles, me siento impulsado a cualquier empresa, y no hallo reparos en acometerla como ésta, aun teniendo la edad de la pintura.

Por tanto, váyanse en buena hora la fuerza, la agilidad, [8] la belleza y todos los bienes físicos, y tu Eros, oh poeta de Teos10, al contemplarme, haga volar, si quiere, mi barba canosa con el remar de sus alas de dorados destellos, e Hipoclides11 no se inquietará. Con elocuencia ahora sería posible rejuvenecer, volver a la flor y a la plenitud de la vida, y arrastrar de las orejas a cuantos se quiera, y lanzar flechas con profusión, que no hay miedo de que su carcaj quede vacío.

Ya veis cómo me consuelo de mi edad y mi vejez, y por ello he osado botar mi esquife, tanto tiempo varado, tras aparejarlo con lo que tenía a mano, y lanzarlo de nuevo a alta mar. Ojalá, oh dioses, me sean favorables vuestros vientos, que ahora es cuando más necesitamos de una brisa «que hinche las velas, noble y amiga»12; y, si nos mostramos dignos, que alguien nos declame aquel verso homérico:

¡qué hermoso muslo muestra el viejo al correr sus harapos!13.


1 Caudillo de los Titanes, que lucharon contra Zeus y tras su derrota fueron arrojados al lugar de castigo del Hades denominado Tártaro.

2 Ilíada III 108.

3 EURÍPIDES, Fenicias 530.

4 Ilíada I 249.

5 Ilíada III 152.

6 Secluso por los mejores editores, presente en los manuscritos.

7 Fuente desconocida.

8 Epíteto homérico aplicado a las palabras.

9 Ilíada VIII 103 ss., aplicado a Néstor.

10 ANACREONTE (fr. 23 BERGK, poema perdido).

11 Dicho proverbial, equivalente a nuestro «agua pasada no mueve molino». La historia del proverbio (cf. HERÓDOTO, VI 126-131) se remonta al matrimonio de Hipoclides de Atenas con la hija del tirano Clístenes de Sición: el yerno del tirano manifestó, el día de la boda, no importarle ya la opinión de su suegro una vez conseguido su objetivo de casarse.

12 Odisea XI 7; XII 149.

13 Odisea XVIII 74.

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