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Capítulo 6

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PERO Amber –dijo Azure por el teléfono–, te dije que…

–Todavía no me he casado –tergiversación–. Primero voy a ir a Venezuela para conocer a su familia y ver qué tal me va con él. Es un país interesante y el rancho de Marco debe de ser fascinante. Al parecer, hay toda clase de aves en su hacienda: loros, flamencos y cientos de pájaros diferentes. Lo he mirado en Internet.

Eso sí era cierto. El hato de la familia Salzano aparecía en numerosos blogs de viajes, y en una página web se hablaba de la historia de la familia. En otra, se enteró de que Marco era miembro de la junta directiva de una organización dedicada a la ayuda de la población nativa. Al parecer, había concedido una parte de sus tierras para dicha población y había construido una escuela y un centro médico, lo que le había ganado críticas por parte de otros grandes terratenientes e incluso de miembros de su familia.

–¡No es posible que se te pase por la cabeza casarte con él! –dijo Azure con inseguridad.

–Sí. Por el bien de Benny.

–Marco acabaría siendo un miembro de nuestra familia –dijo Azure presa del pánico–. ¿Y si…?

–¿Se te ocurre una idea mejor? –preguntó Amber exasperada–. Yo tampoco quiero ver a Benny como objeto de una lucha por su custodia.

Entonces, calmándose, añadió:

–No te preocupes, será una aventura para mí.

A sus padres les había dicho que se le había presentado la oportunidad de trabajar en una reserva natural en Venezuela, que se iba a la semana siguiente y que no sabía cuánto tiempo estaría fuera.

Mentir se había convertido en una constante en su vida.

En el trabajo había dicho lo mismo. Respecto a su casa, había decidido mantenerla, sin alquilarla, por lo que pudiera pasar. Le había pedido a su hermana que fuera a la casa de vez en cuando para comprobar que todo estuviera bien.

El vuelo a Venezuela fue largo y pesado, a pesar de la comodidad de viajar en primera.

En el avión, medio adormilada, repasó mentalmente los acontecimientos de los últimos días: la despedida con sus padres, el adiós a su hermana, el abrazo a Benny…

Su boda había sido breve. Había llovido y ella había pasado mucho frío con el vestido verde y la fina chaqueta que, tras mucho pensar, había decidido ponerse.

Marco había llevado un clavel en el ojal de la chaqueta del traje y le había dado un ramo de capullos de rosas color crema.

Al recibir las flores, sin saber por qué, ella había sacudido la cabeza y luego había hundido el rostro en el ramo de flores, presa de la emoción. Marco le había agarrado la mano, se la había besado y le había dicho:

–Estás nerviosa, pero pronto acabará esto.

¿Acabar? Sólo era el principio.

En Caracas, un coche con chófer les esperaba y les llevó a un hotel. Amber recordaba que Marco tenía un piso en la ciudad, el lugar al que había llevado a Azure. Quizá fuese un gesto de delicadeza por parte de él, pensó con los ojos fijos en las camas gemelas de la habitación a la que les habían conducido.

–Necesitas descansar antes de que te presente a mi familia –dijo Marco–. Por otra parte, yo tengo que atender unos asuntos hoy por la mañana. Intentaré tardar lo menos posible, espero que no te importe quedarte sola unas horas. ¿Qué cama prefieres?

Amber dejó el bolso en la cama que tenía más cerca y dijo:

–¿Quieres utilizar el baño?

–Tenemos dos –Marco le indicó la puerta más cercana de las dos que había.

Amber se dio una ducha y salió del baño cubierta con un camisón de satén sintético. Cuando Marco salió del otro cuarto de baño, ella estaba en la cama y dormida.

Amber se despertó a plena luz del día y le vio de pie delante de la ventana, vestido con camisa blanca y unos pantalones deportivos color tierra. Cuando ella se incorporó hasta sentarse, Marco debió de oír el roce de las sábanas porque dijo:

–Buenos días. ¿Te encuentas mejor ya?

–¿Qué hora es? –preguntó Amber–. ¿Y qué día?

–Son las once de la mañana. Es miércoles.

¿Miércoles todavía? Habían salido de Nueva Zelanda el miércoles. El viaje les había hecho ganar un día.

–Deberías haberme despertado.

–Como ya te había dicho, tenía que atender a unos asuntos en Caracas y tú… estabas dormida como un ángel.

Desconcertada, Amber preguntó:

–Ya has ido y has vuelto.

–Sí. Ahora, soy todo tuyo.

¿Suyo? Si de algo estaba segura, era de que Marco Salzano no pertenecía a nadie sino a sí mismo.

Amber apartó la ropa de la cama, no sin notar el interés de la mirada de Marco fija en sus piernas mientras se levantaba. Rápidamente, agarró una ropa de la maleta y fue directamente al cuarto de baño.

Cuando salió, Marco estaba tumbado en la otra cama con los brazos debajo de la cabeza. Ella se había puesto unos pantalones de algodón y una camisa sin mangas con un tejido estampado en flores.

–Si quieres, podemos quedarnos en Caracas uno o dos días. Te enseñaré la capital.

–Creía que tenías prisa en volver a tu casa comentó ella.

–Sí –respondió Marco levantándose de la cama. Entonces, acercándose a ella, le puso las manos en la cintura, haciendo que el pulso se le acelerara–. Pero soy consciente de que esto debe de ser difícil para ti, dadas las circunstancias. Quizá te vinieran bien un par de días de adaptación antes de ir a El Paraíso, mi finca.

–Una visita turística por Caracas no me va a ayudar a adaptarme al hecho de que me has obligado a casarme contigo.

Marco le soltó la cintura y, dando un paso atrás, dijo con voz fría:

–Muy bien. Tengo que hacer unas llamas; después, almorzaremos y a continuación nos pondremos en camino a mi casa.

El almuerzo fue tenso. Amber le dejó elegir el menú y él pidió empanada de pollo, una especialidad de la zona.

–¿Sabe tu familia que voy? –le preguntó ella–. ¿Se lo has dicho? ¿Quién vive en tu hacienda?

Amber se estaba poniendo muy nerviosa, no dejaba de preguntarse qué pensaría la familia de Marco respecto a que él apareciera casado con una desconocida procedente de la otra punta del mundo.

–Mi madre, mi hermana pequeña, Ana María, mi prima Elena, que lleva la rama turística de nuestro negocio y hace de guía turística. Otro primo, Diego, que también trabaja como guía turístico. Diego es zoólogo y su contribución es muy valiosa cuando vienen científicos y ecologistas al hato.

–¿Tu padre…? –preguntó ella con incertidumbre.

–Mi padre murió hace unos años –respondió Marco–. He hablado por teléfono con mi madre esta mañana y ella le va a decir a mi otra hermana que voy a ir con mi esposa. Paloma está casada y tiene dos hijas encantadoras. No me sorprendería que Paloma apareciera en El Paraíso con su marido y sus hijas para conocerte. Vive en Barinhas, la ciudad más cercana a nuestra casa.

Marco hizo una pausa antes de añadir:

–Por favor, no te quejes de tu marido delante de mi familia. Ellos no son responsables de mis acciones.

–¿Crees que voy a decirles que me has obligado a casarme contigo?

–Yo no te he obligado a nada –respondió él con voz queda–. La elección ha sido tuya.

–¡Como si hubiera tenido alternativa! –exclamó Amber, lanzándole una mirada hostil.

Y Marco se echó a reír.

Fueron a Barinhas en avión. Al poco de despegar, tras dejar la ciudad, Amber divisó unas montañas con sus cumbres nevadas y pueblos desperdigados. Una espesa vegetación cubría la parte baja de las montañas y a Amber le sorprendió ver palmeras entre otros árboles. Marco le señaló diversos sitios de interés según iba cambiando el panorama.

Después de aterrizar, fueron en coche a un extremo del aeropuerto, donde un pequeño avión les esperaba.

Amber vio el logotipo del avión: un jaguar dando un salto, debajo del jaguar estaban escritas las palabras «Hato El Paraíso».

–¿Tienes un avión? –preguntó ella sorprendida.

–Sí, lo utilizamos para transportar a nuestros clientes. Y también para cuando nosotros tenemos que ir de un sitio a otro dentro de nuestras tierras. Además tenemos un helicóptero.

Marco pilotó el pequeño avión. Volaron sobre un extenso pastizal, que fue cambiando de azul verdoso a color pajizo, salpicado de árboles; de vez en cuando aparecía a la vista una manada de ganado pastando. Unos fangosos ríos serpenteaban la zona, sus riveras ocupadas por árboles de aspecto selvático y arbustos.

Por fin, el avión sobrevoló lo que parecía una aldea, dominada por un edificio en forma de herradura y tejado de teja, antes de aterrizar a unos cientos de metros de allí.

Mientras Marco la ayudaba a desembarcar, una camioneta salió de una de las construcciones cerca de la hacienda y rodó hacia ellos, deteniéndose a unos metros del avión.

Un hombre de piel morena y rostro arrugado bajo el sombrero saltó de la furgoneta y, después de intercambiar unas palabras con Marco en español, éste le presentó como José.

José la saludó con una inclinación de cabeza y comenzó a trasladar el equipaje del avión a la furgoneta.

Después, los tres se subieron a la cabina de la furgoneta y, en cuestión de minutos, llegaron a la casa. Un impresionante pórtico con columnas daba sombra a la ancha escalinata que conducía a una terraza enlosada y a una enorme puerta de madera tallada en la blanca fachada de la casa.

De inmediato aparecieron dos mujeres: una de mediana edad, con oscuro cabello canoso recogido en un elegante moño, exquisitamente maquillada, profundos ojos castaños y labios pronunciados; la otra era joven y también iba bien maquillada, su cabello era ondulado y largo, y vestía unos pantalones vaqueros ceñidos y un suéter de punto color rojo.

–Buenas tardes, madre –dijo Marco a la mujer de mediana edad, con la mano en la espalda de su esposa.

–Buenas tardes, señora Salzano –dijo Amber tímidamente.

La sonrisa de la madre de Marco parecía tensa cuando la saludó y le dio un beso en la mejilla.

Ana María la miró fijamente antes de, sonriéndole, darle la mano.

–¿Hablas español? –preguntó Ana María en inglés.

–No mucho, lo siento –confesó Amber–. Pero tendré que ponerme a estudiar.

–Ana María, tú podrías ayudarla con su español y Amber, a cambio, podría ayudarte con el inglés –sugirió Marco.

Cuando entraron en la casa, a Amber le sorprendió lo fresca y oscura que estaba. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio un ancho corredor, su alto techo sujetado por unas oscuras vigas de madera. En él había una consola de patas de madera tallada, encima de la consola había un teléfono y un gran florero de terracota con unas flores.

Tras consultar con la señora Salzano, José empezó a ascender las escaleras con el equipaje y Marco, con su ordenador portátil colgado al hombro y el de Amber en la mano, la instó a acompañarle en pos de José, tras decir a su hermana y a su madre que se reunirían con ellas en unos momentos.

La habitación a la que Marco la llevó era muy espaciosa y tenía una inmensa cama de madera tallada cubierta con una colcha bordada y almohadones de satén en diversos tonos de rojo y dorado.

El mobiliario era antiguo y en el suelo había una gran alfombra. Dos altas ventanas con persianas dejaban penetrar el aire y la luz, y una suave brisa mecía las cortinas que las adornaban.

Después de que José dejara las maletas y se marchara, Amber se acercó a una de las ventanas que daban a un patio rodeado de tiestos. Más allá del patio había una piscina cuyas aguas azuladas brillaban bajo el sol.

–¿Quieres ir al baño? –preguntó Marco, indicando una puerta en la que ella no se había fijado.

–Luego.

Marco asintió, sacó una camisa de uno de dos armarios, y entró en el baño. «Las paredes deben de tener al menos treinta centímetros de espesor», pensó Amber notando la profundidad de la puerta y los nichos de las ventanas.

Cuando Marco salió del baño, Amber entró con artículos de tocador y ropa limpia. Después de ver el aspecto de las dos venezolanas, decidió arreglarse.

Cuando Amber salió del cuarto de baño, Marco lanzó una mirada de satisfacción a su camisa verde jade, a la falda color bronce y a las sandalias de tacón doradas. También pareció aprobar que se hubiera maquillado y peinado.

Se reunieron con la madre y la hermana de Marco en el cuarto de estar, en el piso de abajo. Allí conoció a una mujer de su edad, Elena, la prima de Marco.

El peinado de Elena, una complicada trenza, era exquisito. Un vivo carmín de labios enfatizaba su bonita boca y su delicada piel. Elena llevaba una blusa blanca y una falda color burdeos sujeta a la cintura por un ancho cinturón de cuero con una hebilla de bronce que resaltaba su extraordinaria figura y su estrecha cintura.

Elena le lanzó una fría sonrisa antes de volverse a Marco y hablarle rápidamente en español.

–Elena, vamos a hablar en inglés –le dijo él–. Amber no habla español.

Elena arqueó sus delicadas cejas.

–¿Qué? ¿Nada de español?

–Unas pocas palabras, pero espero aprender –dijo Amber.

–Yo hablo francés, inglés, alemán y algo de japonés –le informó Elena–. Además de español, naturalmente.

Amber no estaba dispuesta a competir con tanto talento, por lo que se limitó a decir:

–Tu trabajo debe de ser muy importante aquí. Marco me ha dicho que te encargas de la rama turística del negocio.

–Ayudo en lo que puedo –contestó Elena, tomando el halago con cauteloso placer–. Marco está haciendo un trabajo maravilloso al frente de nuestros intereses económicos, a pesar de que algunos de nuestros viejos tíos no hacen más que ponerle obstáculos.

–¿Y eso? –Amber estaba interesada.

–Están anclados en el pasado y no comprenden que debemos modernizarnos si no queremos irnos a pique –Elena lanzó una queda carcajada–. Pero claro, tú no estás al tanto de la economía y la política de nuestro país.

¿Cómo podía Elena estar tan segura de ello? Aunque, por supuesto, Amber era consciente de su falta de conocimiento al respecto.

Marco la condujo a un sofá de cuero, la hizo sentarse y se sentó a su lado.

Una joven, Filipa, les llevó una bandeja con café. La señora Salzano les sirvió antes de empezar a preguntarle a Amber sobre su familia en inglés; pero al poco, dirigiéndose a su hijo, volvió a hablar en español.

–¿Te gusta la televisión? –le preguntó Ana María al sorprenderla con los ojos fijos en la pantalla del televisor–. A mí me encantan las telenovelas.

–Me gustan los programas que tratan sobre relaciones –contestó Amber sonriendo a su cuñada.

–Amber trabajaba en televisión –dijo Marco.

Ana María agrandó visiblemente los ojos y, aunque pareció ligeramente desilusionada cuando Amber le explicó que no era actriz, que trabajaba detrás de las cámaras, se puso a hablar animadamente con ella de la televisión, la moda y las estrellas de cine americanas.

Más tarde llegó la otra hermana con su esposo y sus hijos, tal y como había supuesto Marco. Paloma presentaba el mismo aspecto impecable que su madre y su hermana.

Las niñas, de siete y cinco años, corrieron hacia su tío Marco, que levantó a ambas en sus brazos, las besó y las abrazó y bromeó con ellas.

A Amber no le sorprendió. El deseo de tener un hijo era el motivo por el que Marco la había llevado allí. Era capaz de querer a los niños y también era obvio que quería a sus hermanas y a su madre.

Algún día, quizá, la quisiera a ella también.

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