Читать книгу A merced de un hombre arrogante - Venganza entre las sábanas - Lucy Gordon - Страница 7

Capítulo 3

Оглавление

AL DÍA siguiente, en vez de ir directamente a su casa después del trabajo, Amber se dirigió a casa de su hermana.

La casa de Azure y de su marido Rickie, construida en los años setenta y que el matrimonio estaba restaurando con la ayuda de ella, se encontraba en una zona de las afueras no tan extraordinariamente cara como la mayoría de las zonas de moda.

Sentada a la enorme mesa de la cocina, Amber bebió un sorbo del vino barato que su hermana le había servido. Azure iba por su segunda copa y, en esos momentos, estaba sonriendo a su bebé de mejillas rosadas. Pero el bebé, a quien no parecía impresionarle la sonrisa de su madre, arrugó la nariz y lloriqueó.

Azure le pasó el bebé a su tía antes de echar leche en un biberón.

Amber besó la suave sien del bebé y luego observó los enormes ojos oscuros del niño.

Rickie también tenía los ojos oscuros, herencia maorí de su abuelo, igual que cabello negro ondulado, cosa que el poco pelo de Benny prometía duplicar en el futuro.

Al ver a su madre acercarse con el biberón en la mano, el niño se revolvió hasta que su tía lo dejó en el suelo y exclamó:

–¡Ma!

–En la mesa –dijo Azure tomándole de nuevo en sus brazos y sentándolo en sus piernas.

–Azure, ¿estás segura de que no hay posibilidad de que sea el hijo del señor Salzano? –preguntó Amber.

Con angustia, notó el brillo de temor que asomó a los ojos de su hermana, a pesar de que ésta contestó en tono desafiante:

–Ya te lo he dicho, no comprendió bien lo que le decía en la carta. ¡Yo no le dije que era su hijo!

–Pero te acostaste con él.

–Una vez. ¡Y no me lo recuerdes! –gritó Azure.

Benny dejó de beber y comenzó a gritar también.

Azure tranquilizó a su hijo y el niño se calmó.

–Dejé de tomar la píldora después de esa noche. Una vez que Rickie y yo, cuando volvimos, decidimos casarnos, fue cuando dejé de tomarla. Y sólo me acosté con un hombre que no fuera Rickie esa sola vez.

–¿Utilizasteis preservativos aquella noche? –algo que Amber había asumido cuando, el día anterior, logró hablar con su hermana.

Azure se encogió de hombros.

–¿Qué importancia tiene eso? –murmuró Azure con los ojos fijos en su hijo.

Amber no ocultó su horror.

–¡Corriste un gran riesgo con un desconocido!

–Habíamos bebido demasiado. Él se quedó muy preocupado cuando se dio cuenta… En fin, da igual, todo está bien. Me hicieron toda clase de pruebas cuando me quedé embarazada y no quiero seguir hablando del asunto. No le dijiste a Marco nada del niño, ¿verdad? ¡Me lo prometiste!

Amber le había prometido, después de que su hermana le asegurase de que era completamente imposible que Benny no fuera el hijo de Rickie.

–No, no se lo he dicho. Pero si existiera la posibilidad de que Benny fuera de ese hombre…

–Todo el mundo dice que Benny se parece a su padre. ¡Tú misma lo dijiste!

Y lo había dicho… antes de que un hombre de cabello y ojos oscuros se presentara en su casa con esa asombrosa revelación.

–En ese caso, ¿por qué le pediste dinero a Marco Salzano?

–Como te he dicho ya, el dinero no significa nada para la gente como él –contestó Azure–. Su familia amasó una fortuna con las minas de oro y diamantes; y, después, con el petróleo.

–¿Eso te lo dijo él?

–Más o menos. Le daba tan poca importancia que fue cuando me di cuenta de que debía ser verdad. Además, luego, preguntando, recogí información sobre su familia. Son terratenientes, muy conocidos y sumamente ricos. Deberías haber visto el sitio al que me llevó, y eso que era sólo un sitio que tenía para cuando iba ocasionalmente a la ciudad.

No, no lo había visto, a pesar de que Marco Salzano estaba convencido de lo contrario.

Aunque su hermana y ella se llevaban tres años, la gente seguía confundiéndolas.

–Ha sido una suerte que no le dijeras quién eres –dijo Azure–. Siento que te veas metida en esto, ya sé que no te gusta nada.

Quizá debería haberse negado a participar en el engaño, como había hecho inicialmente, pero Azure se había mostrado muy convincente y, además, desde pequeñas, Amber ejercía el papel de hermana mayor y de protectora de Azure. Una costumbre difícil de superar.

–En serio, Ammie, no sabes cuánto te agradezco que hayas hecho que se marche –añadió Azure.

El niño, que había estado jugando con el pelo de su madre, volvió el rostro hacia su tía y le sonrió con un hoyuelo que la derritió.

De repente, sintió un súbito temor, la clase de temor que su hermana Azure debió de sentir cuando se enteró de la visita de Marco Salzano.

–Podrías recurrir a una prueba de ADN –sugirió Amber.

Azure se negó en redondo.

–Rickie y yo acabamos de reconciliarnos, no quiero hacer nada que ponga en peligro nuestra reconciliación. Se pondría hecho una fiera si se enterase de que Marco ha estado aquí. ¡Ahora no puedo pedirle que se haga una prueba de ADN!

Amber tuvo que reconocer que las consecuencias podrían ser horribles. Al fin y al cabo, lo más importante era el bienestar de Benny.

–¿No se te olvidó tomar ninguna píldora antes de…?

Azure no contestó; al parecer, estaba absorta mirando a su hijo y dándole besos.

–Azzie… –dijo Amber para llamar su atención.

Azure alzó el rostro con expresión de impaciencia.

–Es difícil llevar la cuenta cuando se viaja. ¡Déjalo estar, Amber!

Amber se mordió la lengua y, negándose a aceptar una segunda copa de vino, estaba a punto de marcharse cuando el marido de Azure entró por la puerta, su bello rostro iluminándose al ver a su hijo. Al ver a su padre, el niño alzó las manos para que su padre le tomara en brazos.

Padre e hijo eran muy parecidos, Azure debía de estar en lo cierto al mostrarse segura de que Benny era el hijo de Rickie. Y con un poco de suerte, Marco Salzano ya estaría de camino de vuelta a Venezuela.

En realidad, Marco estaba en el bar del hotel tomándose una copa y repasando mentalmente lo ocurrido la noche anterior.

Después de salir de casa de Amber, había estado a punto de sacarse un billete de avión para volver a su casa. Pero algo le había retenido, algo que no sabía exactamente lo que era.

Había tratado de ignorar la insistente imagen de unos ojos grandes cerrándose cuando su boca encontró esos femeninos labios y el recuerdo de su suavidad.

Esa mujer le había mentido la primera noche y se había mostrado evasiva la segunda. ¿Y por qué, después de enviarle esa carta, se había negado rotundamente a aceptar el dinero que le había ofrecido? Nada encajaba. En su experiencia, dos y dos eran cuatro; y si no era así, quería saber por qué.

Había dicho en la recepción del hotel que iba a prolongar su estancia y, después de pasar la mañana haciendo llamadas telefónicas y viendo su correo electrónico, había agarrado una guía telefónica y, más tarde, había entrevistado a un investigador privado.

Marco había dado al investigador la información necesaria para indagar en la vida de Azure Odell, sugiriendo vagamente ser sospechosa de fraude.

–No podré hacer mucho hoy, pero me dedicaré a ello por entero mañana –le prometió el detective–, ya que dice que es urgente.

Después de haberle dado una generosa cantidad de dinero a modo de depósito, ahora lo único que podía hacer era esperar a los resultados de la investigación.

A la mañana siguiente, desayunó temprano antes de volver a su habitación. Pasó el tiempo viendo el correo electrónico y examinando a través de Internet la industria del ganado vacuno en Nueva Zelanda, haciendo anotaciones de posibles contactos en caso de tener que pasar allí unos días más.

Era mediodía cuando el investigador le llamó.

–La inquilina de la dirección que usted me ha dado es una tal Amber Odell. Soltera, veintisiete años, trabaja en una productora de cine y televisión. Al parecer, tiene una hermana, Azure, pero…

–¿Una hermana? –preguntó Marco agudamente.

–Sí. Pero la hermana no vive con ella.

–¿Hermana gemela?

–No, no creo. Podría indagar y averiguar su dirección. Puede que me lleve algo de tiempo si está casada y ha cambiado su apellido por el de su marido, pero… ¿en cuál de las dos está usted interesado? ¿O en las dos?

–Sí… No –había una forma más rápida–. ¿Tiene la dirección del trabajo de Amber?

Después de colgar el teléfono, Marco lanzó una maldición, se levantó del asiento, empezó a pasearse por la habitación, abrió el frigorífico y luego volvió a cerrarlo. Tenía que pensar.

Tenía que controlar su genio y asegurarse de que ella pagara por lo que había hecho.

Nadie le tomaba el pelo a Marco Salzano sin recibir su merecido.

Consultó el plano de la ciudad y encontró la calle donde el investigador privado le había dicho que se encontraba la empresa donde trabajaba Amber. Sonrió. ¿No era famosa la industria cinematográfica por su actitud liberal respecto al sexo? Al igual que su hermana, Amber Odell debía de haber tenido docenas de amantes.

Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Por qué iba a importarle a él con cuántos hombres se había acostado esa mujer? Sobre todo, ahora que estaba seguro de que él no era uno de ellos. La única razón por la que tenía que verla era porque quería encontrar a su hijo. Que debía existir. Evidentemente, las dos hermanas habían tramado juntas la trampa en la que le habían hecho caer.

Al salir del trabajo en un edificio del centro de Auckland, Amber se paró en seco al encontrarse delante a Marco Salzano. En sus ojos vio la misma ira que había visto en ellos en su primer encuentro.

–Hola, Amber –dijo él en tono burlón.

–¿Qué está haciendo aquí? –preguntó Amber casi sin aliento y con el corazón encogido–. ¿Cómo me ha encontrado?

La expresión de él cambió ligeramente, como si ella le hubiera satisfecho en algún modo.

–Tenemos que hablar.

Marco la agarró del brazo, pero ella se soltó.

–Yo no tengo nada que hablar con usted –dijo Amber tratando de esquivarle.

Sin embargo, Marco volvió a agarrarle el brazo, esta vez con fuerza, haciéndola caminar a su lado.

–Vamos, aquí no podemos hablar.

–Yo no voy a ir a ninguna parte con usted. Suélteme o me pondré a gritar. Alguien llamará a la policía y les diré que me está acosando.

Amber abrió la boca para gritar y él le soltó el brazo, aunque su expresión mostraba divertimento más que otra cosa.

–Y yo los diré que usted está intentando privarme de mis derechos mediante el fraude y el engaño. No la estoy acosando, lo único que quiero es hablar con su hermana.

¿Su hermana? Claro, él la había llamado por su propio nombre y ella no se había dado cuenta. No la había llamado Azure. ¿Qué era lo que sabía él?

–¿Cómo se ha enterado de dónde trabajo?

–He contratado a un investigador privado –respondió él con calma.

–¿Que ha…? –durante un segundo, Amber sintió tanta sorpresa como enfado de saber que un desconocido hubiera estado investigando su vida–. ¡Cómo se atreve!

–¿Cómo si no hubiera descubierto la verdad? Me mintió.

–No, no le mentí –protestó ella con falta de convicción–. Le dije una y otra vez que me estaba confundiendo con otra persona.

–Sí, lo hizo la primera noche que fui a su casa. Pero al día siguiente no negó haberse acostado conmigo ni haberme escrito.

–¿De qué me habría servido? –preguntó Amber, ignorando la imagen de Marco y ella en la cama–. Supuse que no lograría convencerle, que no creería nada de lo que le dijera.

–No dijo: «Fue mi hermana quien se acostó con usted en Caracas y tuvo un hijo».

–¿Cómo sabe que tiene un hijo? –preguntó ella asustada.

–¿Por qué si no iba a haber tratado de engañarme? –preguntó Marco a su vez.

–Azure está casada.

–Sí, con el hombre que la abandonó en una ciudad extraña llena de hombres borrachos, ¿no es así?

–Hubo un malentendido entre ellos –contestó Amber, conteniendo las ganas de decirle que él había sido uno de esos hombres.

«El carnaval en Caracas es una locura», le había contado Azure. «La gente baila en la calle sin parar, y bebe. Estábamos en la terraza de un bar y una mujer completamente desnuda, a excepción de unas plumas, tiró de Rickie y se puso a bailar con él. Rickie no se resistió, le estaba gustando demasiado. Tuvimos una pelea y él se marchó, pero yo estaba convencida de que, una vez que se calmara, volvería. Me quedé ahí sola, sentada con una botella de vino por compañía, y un tipo disfrazado de demonio se me acercó y no me dejaba. En eso, apareció Marco e hizo que se fuera. Yo me di cuenta de que Marco debía de ser una persona importante porque los empleados del establecimiento le trataron con suma deferencia. Y… empezamos a hablar».

Y mucho más, pensó Amber.

–Su novio la dejó un rato, se había ido para calmarse –le dijo ella a Marco–. Pero luego se perdió y no sabía cómo volver.

Ni se acordaba del nombre del bar, según le había contado a Azure cuando se reunieron de nuevo en el hotel.

–Entre los dos tenían un solo teléfono móvil, por lo que no podían llamarse –añadió Amber.

«Yo llevaba dos horas esperando a Rickie y estaba muy enfadada», le había explicado Azure. «Marco era un hombre muy atractivo y, después de tomarnos otras dos botellas de vino… En fin, una cosa llevó a la otra».

–Azure cometió una equivocación, eso es todo –le dijo Amber.

–Y usted también –dijo él en tono acusatorio–. No piense ni por un momento que va a volver a engañarme tan fácilmente.

–Por favor… Mi hermana está feliz con su vida y el niño también.

–Y yo lo estaré si ella demuestra que el niño no es mío.

–¡Ha dicho que, con toda seguridad, el niño no es suyo!

–¿Y usted le ha creído?

–Claro, ¿por qué no? –respondió Amber, no sin vacilar unos segundos antes de contestar.

Dos mujeres jóvenes salieron del edificio.

–Hola, Amber –dijo una de ellas, acercándose en espera de que le presentara a aquel hombre–. Vamos a ir a Cringles a tomar una copa con el grupo de siempre. ¿Quieres venir con tu amigo?

Con una deslumbrante sonrisa, Marco se dirigió a la joven que había hecho la pregunta.

–Es usted muy amable, pero Amber y yo tenemos que hablar en privado de unos asuntos.

Las dos jóvenes parecieron desilusionadas; no obstante, se dieron la vuelta y se marcharon.

Marco agarró el brazo de Amber y dijo rápidamente:

–Su hermana no puede seguir evitándome. Y usted, lo quiera o no, va a decirme la verdad.

Amber se puso muy rígida, pero no dijo nada.

–Si lo prefiere, hablaremos en un lugar público. Mi hotel está cerca de aquí, tiene un bar pequeño que no está muy lleno a estas horas.

Amber se permitió que la condujera hasta allí porque, de una forma u otra, tenía que convencerle de que dejara a Azure en paz.

–De acuerdo –dijo Amber por fin.

En el hotel, Marco la llevó directamente al bar y allí se sentaron en un discreto rincón.

Amber pidió una copa de vino blanco y bebió con cautela, Marco prefirió vino tinto. Marco también pidió un aperitivo de nachos con salsa para acompañar.

Mientras picaban y bebían, él la observó con expresión ilegible. Amber recordó la sonrisa que le había dedicado a sus amigas, comparándola con la expresión hostil que mostraba hacia ella.

–Mi hermana no ha dicho que el niño fuera suyo –declaró Amber. No era posible que Azure le hubiera mentido al respecto.

Los labios de Marco se curvaron.

–En ese caso, ¿por qué me pidió miles de dólares para ayudar a la crianza del niño?

Amber se estremeció. Azure tenía la tendencia a hacer las cosas sin pensar. La familia albergaba la esperanza de que el matrimonio y la maternidad la hicieran madurar.

–Por desesperación.

–¿Y eso? –dijo él en tono burlón.

–Ella le contó a su marido lo que había ocurrido en Caracas y él estaba muy… enfadado.

En su opinión, pensaba que su hermana y su marido se parecían mucho. En varias ocasiones, después de una pelea, se habían separado temporalmente.

Marco frunció el ceño.

–¿Es violento él?

–¡No, no! Lo que pasa es que, cuando Rickie la dejó, ella se asustó mucho.

«Rickie me dijo que Benny podría ser de cualquiera», le había contado su hermana sollozando cuando, por fin, le confesó el motivo por el que Rickie se había separado de ella durante un tiempo. «Dijo que no iba a volver. Su familia tampoco sabe dónde está. Incluso ha dejado el trabajo».

–Entonces, ¿se han separado? ¿El niño está sin un padre? –preguntó Marco.

–No, no. Rickie está con ellos, les echaba mucho de menos. Rickie les quiere mucho a los dos. A los dos meses de que volviera con ellos, Azure le preguntó si quería que hicieran una prueba de ADN y Rickie contestó que no.

Amber vio una expresión de incredulidad asomar al rostro de Marco y añadió apasionadamente:

–Es el padre del niño, los dos son buenos padres. Sería muy cruel quitarles a Benny. Sería también muy cruel para Benny. Eso destrozaría a mi hermana –Amber no pudo evitar que le temblara la voz al hablar.

El temor mayor de Azure no era volver a perder a su marido, sino que Marco Salzano le quitara a su hijo. «La gente con tanto dinero puede hacer lo que quiere», le había dicho Azure. «Pueden pagar a cualquier abogado, por caro que sea. Incluso pueden raptar a los niños».

Amber también quería mucho a Benny y la idea de perderlo le resultaba insoportable.

–El niño es muy pequeño. Yo tengo derecho…

–¡Él también tiene sus derechos! Y usted ni siquiera le conoce.

–Para eso es para lo que he venido, para conocerle. Y si fuera mi hijo…

–¡No es su hijo! Si Azure no le hubiera escrito esa estúpida carta, usted no sabría de su existencia.

–Y si ella no quería que lo supiera, ¿por qué me escribió?

Amber cerró los ojos momentáneamente.

–Su marido la había dejado y ella creía que era para siempre, tenía que afrontar sola el pago de una hipoteca… Mis padres habían avalado la hipoteca; por lo que, si ella no podía pagarla, mis padres podían perder su propia casa.

–Una tontería por parte de ellos avalar la hipoteca.

–Los padres hacen cualquier cosa por sus hijos –contestó Amber a la defensiva. Su padre, después de un infarto, había vendido la granja, se había jubilado y se había ido a vivir a la ciudad, a una pequeña casa que le había costado casi todo el dinero después de la venta–. Usted no sabe lo que es no tener mucho dinero ni lo que sería perder un hijo, como podría pasarle a mi hermana si usted se llevara a Benny.

Una sombra de dolor asomó al semblante de Marco.

–Se equivoca –dijo él con voz perdida–, sé perfectamente lo que es perder un hijo. Hace unos años, mi hijo de siete años murió… junto con su madre, mi esposa.

A merced de un hombre arrogante - Venganza entre las sábanas

Подняться наверх