Читать книгу Poder, violencia y Estado - Arturo Aguirre Moreno, Luis Alonso Gerena Carrillo - Страница 5
1. Espacio, territorio y poder
ОглавлениеBily López
Las líneas que siguen son el resultado de una búsqueda apremiante por comprender el presente, nuestro presente, ese presente violento, herido y zozobrante que nos sale al paso día a día y que reclama nuestra comprensión minuciosa. Más que una reflexión, lo que presentamos aquí es un tanteo, un pequeño segmento de una búsqueda insistente por comprender y descifrar las formas en las que se controla la vida y la muerte en México.
Esta búsqueda nació al interior de un cuerpo académico que con el paso de los años se constituyó como Grupo de Investigación Transversal sobre Biopolítica y Necropolítica, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, pero que desde un inicio –antes de perfilarse en estos ámbitos teóricos– aprendió a poner en cuestión diversos aspectos problemáticos de la vida en sociedad. Las preguntas “iniciales” de las que proceden estas líneas están vinculadas con la comunidad, con su constitución, con sus procesos, sus excesos y sus defectos: ¿cómo construimos comunidad?, ¿cuáles son sus límites?, ¿cuáles sus peligros? Intentar responder estas preguntas nos llevó al horizonte de pensadores como Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Jean-Luc Nancy, Jacques Derrida y Roberto Esposito –entre otros–, quienes nos llevaron a pensar la comunidad desde conceptos como la violencia, la inclusión, la exclusión y los procesos de inmunización que conforman todo cuerpo social. Desde ahí, nuestros intereses se fueron desplazando hacia los procesos de gubernamentalidad y normalización de los estados de violencia y coacción que imperan en las formaciones sociales, lo cual nos llevó al horizonte de pensadores como Max Weber, Walter Benjamin, Giorgio Agamben y Michel Foucault –otra vez, entre muchos otros–. Con Agamben y Foucault, sin embargo, aprendimos a ver en la biopolítica un concepto eficaz para comprender diversas formas en las que se ejerce la gubernamentalidad en el mundo contemporáneo; en este sentido, conceptos como disciplina, control, poder, dispositivo, estado de excepción y nuda vida se nos volvieron de capital importancia para decodificar fenómenos actuales en torno a la salud, la milicia, el uso de los territorios, las migraciones y los discursos sobre la seguridad nacional mediante los cuales no solo se justifican diferentes formas de racismo, exclusión y violencia explícita, sino que se construyen dinámicas específicas y cotidianas de formas de intervención directa en la vida de los individuos. En el horizonte de la biopolítica, pues, encontramos una serie de propuestas teóricas y metodológicas que nos ayudaron a pensar con bastante eficacia diferentes formas de construcción y constitución de comunidad, que rebasan el horizonte clásico de la filosofía política, y que toman en cuenta las complejas relaciones de poder que en distintos niveles se ponen en juego en la conformación de toda comunidad y, en este sentido, de todo Estado.
Una vez instalados en este paradigma, las lecturas sobre Esposito, Negri, Hardt, Lazzarato, Agamben y Foucault, así como el aumento exponencial de formas específicas de la violencia en el mundo y en nuestro país, México, comenzaron a desplazar nuestra mirada del control de la vida hacia el ejercicio de la violencia y la producción de muerte. Sin que se tratase de un nuevo problema, la producción de muerte en el mundo contemporáneo se nos presentó como una consecuencia más de la forma biopolítica del ejercicio de la gubernamentalidad. Entre hacer vivir y dejar morir, y hacer morir y dejar vivir, se tejen relaciones tensas y por demás problemáticas. Así, el concepto de necropolítica propuesto por Achille Mbembe se nos presentó como una opción viable para seguir reflexionando sobre nuestro angustioso presente, en el que la producción de muerte se acelera y diversifica de maneras vertiginosas. Sin embargo, al haber nacido en un contexto sumamente específico de prácticas locales, al hacer una interpretación igualmente localista y cuestionable de algunos conceptos –como el de máquina de guerra propuesto por Gilles Deleuze y Félix Guattari–, y al estar situado en un horizonte divergente en muchas maneras al nuestro, dicho concepto, aunque provocador, estimulante y fecundo, no nos permitió dar cuenta de las formas en las que se produce la muerte en países como el nuestro. En efecto, en México no tenemos un apartheid ni el mismo tipo de plantaciones sobre las que discurre la necropolítica de Mbembe, y aunque esto no signifique que no haya formas de producción de muerte que sean cercanas, es necesario reconocer que las formas en las que esta se produce en nuestro país son muy específicas y singulares; se trata de formas peculiares, digamos artesanales, que se construyen bajo sus propios mecanismos; pensamos en los feminicidios, en los que las mujeres, antes de ser asesinadas, son sometidas a violencias de todo tipo, torturas, violaciones, mutilaciones, etc. Pensamos en las diversas formas en las que el narco ostenta la producción de muerte, que pasan por el descabezamiento, la mutilación, el empalamiento, la utilización de fosas clandestinas o narcofosas, la disolución de los cuerpos en ácido para no dejar rastros de los cadáveres, etc. Pensamos también en estrategias gubernamentales de exterminio selectivo, como la esterilización forzada de comunidades enteras, o la creación y el sostenimiento de condiciones paupérrimas para la vida y la salud de las personas. Pensamos en la guerra como estrategia gubernamental, en sus “daños colaterales”. Pensamos en las indecibles condiciones de los migrantes centroamericanos quienes, en su tránsito hacia la frontera norte, corren el riesgo de ser sometidos a la esclavitud, la explotación y el tráfico de órganos. Pensamos en el paradigmático caso de la noche de Iguala, en el que cuarenta y tres estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos desaparecieron sin dejar rastro aparente, en una operación en la que el ejército, el gobierno y el narco estuvieron a todas luces involucrados y coludidos. Pensamos en Julio César Mondragón, cuyo rostro fue desollado y cuyo cuerpo fue abandonado y colocado estratégicamente para ser encontrado así, descarnado. Pensamos en los periodistas asesinados en los últimos años, cuyos números son más alarmantes que en la guerra de Irak. Pensamos en las miles de personas desaparecidas a lo largo de todo el territorio, cuya cantidad va en aumento conforme se mantiene la estrategia de la guerra contra el narco. Pensamos en Aguas Blancas, en Tlatlaya, en Acteal, en Atenco…
Como se ve a través de los casos que conforman nuestro problemático horizonte, la producción de muerte en México no es unilateral; no se trata solo del gobierno, ni del ejército, no solo es el narco o los grupos criminales, sino que, al parecer, todos estamos involucrados de diversas maneras y en diferentes grados. Estos y otros casos en nuestro país nos han obligado a considerar que el concepto de necropolítica, si bien nos ha ayudado a pensar, no nos es suficiente para dar cuenta de la diversidad y singularidad de las formas de producción de muerte que en México tienen lugar; nos han hecho evidente que es necesario comprender –entre muchas otras cosas– las formas específicas en las que se articula la soberanía y la gubernamentalidad en nuestro país y en nuestras comunidades, pues las relaciones entre gobierno, narcotráfico y ciudadanos están pobladas por instancias profundas que no son evidentes y que van más allá de la denuncia ramplona y los activismos de superficie. El modo de producción capitalista, por supuesto, juega un papel de suma importancia en todo este escenario en la medida en que crea no solo mercancías sino relaciones sociales, es decir, valores, intereses y anhelos, modos de ser; en la medida en que constituye el horizonte sobre el cual se desarrolla la actividad productiva del país, sus formas de trabajo, así como en la medida en que está en la base de la distribución de la riqueza, del territorio, de los bienes y –podríamos decirlo así sin riesgo de exagerar– de toda forma de vida. Por ello, nos hemos dedicado a tratar de entender el funcionamiento de la economía no solo desde el capitalismo marxianamente planteado y criticado, sino desde los diversos modelos propuestos por el liberalismo y el neoliberalismo económicos, desde la transformación del capitalismo de mercado hacia el capitalismo de servicios, así como desde su confrontación con otros posibles modelos económicos.
Desde este momento de la reflexión en el que nos encontramos, el espacio y el territorio –política, física y económicamente– han cobrado una relevancia irrenunciable en nuestras investigaciones en la medida en que, en ellos, en muchos sentidos, acaecen de diversas formas las disputas económicas, políticas y sociales que conforman los paisajes de violencia y producción de muerte que hemos mencionado. Por ello consideramos necesario –entre otras cosas– comenzar a trazar una reflexión sistemática en torno al espacio y el territorio que nos permita avanzar un poco más en la comprensión de los problemas a los que nos enfrentamos. El espacio y el territorio, claro está, han sido abordados teóricamente desde la sociología, la antropología, la geografía social y, por supuesto, la filosofía –entre muchas otras disciplinas–; sin embargo, creemos –y a lo largo del texto expondremos nuestras razones para ello– que es necesario hacer un análisis específicamente ontológico de estos conceptos –para poder obtener un tipo de acercamiento teórico que nos posibilite comprenderlos de manera plural, cambiante y relacional–, cuyo uso es tan cotidiano que suelen escaparse de nuestras manos.