Читать книгу En el nombre de Padre - Luis Salvago - Страница 8

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La primera vez que fusilé a un hombre olvidé lavarme los dientes. Me sentía incómodo, sucio, me costó tanto concentrarme que a punto estuve de errar el tiro. Cuando se lo dije a mi amigo Sebastián, me acusó de insensible, de inmoral y de tener un alma de hielo. Su acusación, debo reconocer, me molestó. Creo que, en el fondo, lo que le alarmó no fue mi indiferencia, sino que por más que buscó no encontró un solo resto de culpa. Le dije, aunque no me lo preguntó, que mi dedo, el arma y la bala eran herramientas de las que un juez se servía para impartir justicia, y que no eran más responsables de la muerte de un hombre que las palabras con las que una ley dictaba sentencia.

Adopté la costumbre de lavarme los dientes nada más levantarme y, cierto día, después de muchos fusilamientos, comenzada la guerra y frente al espejo, encontré a otro hombre. Ese hombre se preguntó por qué no sentía culpa, por qué sus disparos nunca fallaban y por qué la muerte le resultaba indiferente. Ahora, si tuviera la oportunidad de volver a hablar con Sebastián, le pediría que me perdonase y, al mismo tiempo, le pediría comprensión, porque los cuentos con los que mi padre me dormía encerraban siempre una moraleja terrible y porque cargó a su hijo con sus propias ambiciones. Le pediría también que no buscase culpa, porque no era culpa lo que sentía. Lo que sentía era vergüenza.

En el nombre de Padre

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