Читать книгу Las hipnopómpicas - Luisa Miñana - Страница 7

THEATRELAND PROUST

Оглавление

09:00

Longtemps me he acostado tarde, he dormido poco y mal. En realidad, esto ha sucedido durante toda mi vida. No me importaría si no fuera porque la mayoría de la gente prefiere creer que la realidad equivale a tener los ojos abiertos, y tal convención me convierte en alguien un tanto raro. Quiero decir que la mayoría de las personas conciben solamente como real lo que nos ocurre en estado de vigilia. Que conste que les comprendo. Pero hay muchas formas de vivir. Y no es cierto que sean más verdad los presuntamente autónomos objetos llamados reales, de los que estamos rodeados cuando estamos despiertos, que el miedo experimentado durante una pesadilla, o el extremado goce sexual soñado, o la generosa liberación de por fin dejarse caer al vacío durante kilómetros y ya está; o la escena que te obsesiona, representada milimétricamente en sueños, con perfección total, mientras en sueños eres consciente de que ese tu gran papel lo estás bordando en sueños, que esa escena te ha salido muy bien, en el tono que llevas buscando hace días, precisamente ahora que estás dormida, y en sueños predices que serás incapaz de reproducirla cuando cambies de estado, maldito disco duro de la vida lleno de particiones.

Creo que nunca he experimentado la presunta dicotomía entre sueño y realidad, incluso antes de saberme hipnopómpica. Pienso que seguramente ha sido así gracias al gran conejo amarillo. El gran conejo amarillo de ojos rojos que vi junto a mi cama de niña de tres años, en aquella habitación infantil del piso con lavadero de piedra de la Avenida Felipe II en Barcelona. Todas las niñas ven en algún momento al gran conejo amarillo de ojos rojos. No era un gran conejo amarillo amenazador, aunque yo me asusté. Mucho. Me asusté al ver su hocico pegado a mi frente, y su ojo rojo tras un monóculo dorado. Me asusté y chillé empujada por ese pánico, profundo y pasajero como un terremoto, propio de los niños. Cuando eres niño casi todo se percibe en primer plano. Mientras mi madre acudía, sobresaltada y en aceleración constante hacia mi cama, el conejo saltó por la ventana. No le dije nada a ella. Guardé el monóculo bajo las sábanas y me limité a gritarle que tenía miedo. Lo cual no era mentira, aunque no representara todo lo sucedido. Con tan solo tres años ya intuí que mi madre no me creería nunca, que nadie seguramente me creería nunca. Que nadie creería que el conejo amarillo de ojos rojos atravesó, sin romperlo, el cristal de la ventana de aquel primer piso de la casa donde pasé los años de mi primera infancia, porque no podía exponerse a que mi madre lo descubriese. Luego he aprendido que hay materia que atraviesa la materia. No lo volví a ver. Ni en sueños. Posiblemente su voluntad de existencia no superó mi escasa valentía, no remontó mi ignorancia de entonces para reconocerlo como objeto independiente de mi pensamiento que era, aunque hubiese sido generado por él. Todavía no me sabía hipnopómpica. A continuación olvidé al conejo. Los niños olvidan con facilidad. Lo olvidé y unos años de infantil eternidad después volví a recordarlo, cuando en el cine más cercano –el cine Victoria– a la casa de la Avenida Felipe II vi Mary Poppins, la película. En sesión doble (qué gran felicidad flotar durante aquellas sesiones dobles). Lo volví a olvidar longtemps. Hasta Patrick McGoohan. Hasta Swann. Por el camino de. Hasta Albertina, la prisionera. Estoy convencida de que Proust era hipnopómpico. Como yo. Me llamo Helia. Helia Álvarez. Y soy actriz, aunque en esta época me dedico mayormente a los monólogos. Y ahora, cuando puedo, a escribir. Monólogos. Escribo con el objeto de dejar de ser otras y a veces otros (estoy cansada) y tener un sitio donde reconocerme por dentro y por fuera. Por eso, les necesito, señores lectores. Y porque estoy acostumbrada a trabajar con público, claro (pura contradicción soy, como todos). La escritura no se ciñe a dos únicas dimensiones aparentes. No es único el gesto de escribir. La escritura no empieza y no termina en el texto. Sé que, acaso por costumbre o deformación profesional, escribo con ademanes de representación, en tono de representación. Piccadilly Circus, son las nueve de la mañana. He quedado con Patrick en la St. James Tavern a eso de las siete de la tarde, para cenar. Tengo un tiempo en blanco por delante. En realidad tengo una gran cantidad de información intuida y esperándome dentro de mi portátil, sobre esta mesa de esta cafetería londinense, lista para ser reordenada, interpretada por mí y transformada. Por toda esa información yo ya he transitado. Tengo muchas horas por delante hoy, mientras aguardo a Patrick. He venido a Londres a encontrarme con Patrick. No sé si llego desde Barcelona, o desde Zaragoza, o desde este mismo lugar londinense, donde estuve hace treinta años, o desde uno de mis sueños hipnopómpicos, de tiempos y espacios intercambiables. Piccadilly es el lugar idóneo para este ejercicio de representación, el centro de Theatreland, que es tanto como hablar del centro de la gestualidad universal, el agujero de gusano que conduce a cualquier sitio, posible o no. Así que sean, pues, todos bienvenidos. Especialmente usted, en este instante mi lector/espectador más importante. Reciba todo mi agradecimiento por quedarse estas horas conmigo, con nosotros: todas las personas que han tenido alguna importancia en mi vida y que, irremediablemente, habrán de aparecer. Advierto, estimado lector, que el tiempo hipnopómpico es un tiempo de infinitos dobles fondos; unos minutos pueden ser días o años, o al contrario reducirse a un suspiro. Escribir es situarse en ese tiempo. Reconozco que no es fácil aceptar, de principio, que alguien pueda escribir tanto en tan poco tiempo y acerca de tantas cosas, francamente. Pero yo voy hacerlo. Lo voy a hacer corriendo graves riesgos, pues he de abandonarme para ello, si quiero conseguirlo, a la hipnopompia casi al cien por cien. Es un reto peligroso. Como los viajes al espacio exterior, será seguramente un camino sin retorno. Por eso, estimado lector, déjeme que lo repita, me reconforta mucho su compañía. No tengo en verdad a nadie más.

Las hipnopómpicas

Подняться наверх