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La Lagartija
Luego de aquella noche en la que se acostó sin comer y descubrió que algo realmente enorme le hacía falta, podría decirse que la niña cambió. Cambió como lo hacemos todos: unos muy temprano, otros más tarde y algunos cuando ya no importa si lo hacen o no. El caso es que todos terminamos cambiando.
Los psicólogos opinan que los niños, a la edad de Lala, comienzan a dar sus primeros gritos de independencia, a entender el lugar que ocupan en el mundo y sus amigos se hacen importantes. Lala, quien no tenía claro cuál era su lugar en esa casa, comenzó a sentir que no formaba parte de aquel grupo, y descubrió —con no poca tristeza— que no tenía amigos. Todo esto era una carga muy difícil de llevar.
Fue por aquellos días cuando empezaron a llamarla Lagartija. Ocurrió durante la clase de Ciencias. La maestra les mostró un video sobre estos animalitos, que mostraba algunas de sus peculiaridades: pequeñas, escurridizas, delgadas, se alimentan de insectos como arañas y mosquitos, les gusta el sol, huyen del frío y la lluvia, tienen una temperatura corporal baja y están amenazadas por muchos depredadores: lagartos mayores, mamíferos pequeños, algunas aves y gatos.
Un grupo de saboteadores, de aquellos que se sientan atrás y se ríen de todo, descubrieron el parecido que, la verdad, era innegable.
—¡Lala Gartija! —gritó uno de ellos, encontrando eco en las risas de todos los niños del salón de clase, que seguramente estaban pensando lo mismo que él.
“Ja, ja, ja”, “es igualita”, “sí, por eso anda siempre con algún bicho, seguramente se los come”, “por eso siempre tiene frío”, “por eso es tan chiquita”, “ja, ja, ja, es la lagartija”…
—¡Silencio! —pidió la maestra—, ¡se callan todos y dejan las burlas!
Trataba de poner orden, mirando con angustia a Lala, que estaba sentada en las primeras filas y se había girado hacia atrás viendo cómo se reían todos y la señalaban con el dedo. “La Lagartija”, era todo lo que oía y en lo que fijó su atención: “Lala Gartija, la Lagartija”.
El timbre de final de la clase puso fin al desorden, con la efectividad que no había logrado la voz de la maestra. Todos salieron a empellones dejando sillas volcadas a su paso.
Lala recogió sus útiles, pasó sus dedos por su cabello largo y liso, como solía hacer, y se levantó para salir al recreo.
—¿Estás bien, Laura? —preguntó la maestra.
—Sí —respondió la niña con una sonrisa, y salió al patio como si nada hubiera pasado, se sentó sobre el prado y comenzó a comer su merienda. Sus compañeros correteaban y jugaban a su lado, sin invitarla, como siempre.